domingo, 2 de noviembre de 2008

Camino oscuro XIX


Las velas que iluminaban el taller se habían consumido ya, aunque la joven que leía afanosamente no pareció percatarse de ello. El orbe mágico que le había regalado Jasmine iluminaba las páginas con una luz espectral y ligeramente titilante.

- Azshara... - la mente de Imoen trabajaba a toda velocidad - Así que es allí donde llegó ese pobre diablo. O eso creía él al menos.

Imoen se rascó pensativamente la barbilla.

- Ruinas...nagas...coincide, pero es pronto para sacar conclusiones. Tengo que terminar de leer.

Y con estos pensamientos, hundió nuevamente su cara entre las páginas del diario, que olía a mar, polvo y sangre. Lentamente prosiguió la lectura hasta alcanzar cierta anotación.



Día 9

¡Noche mágica y hechizada! ¿Cómo narrar solo con palabras lo que vi? ¿Cómo decribir lo que solo puede ser vivido? ¡Mi corazón rebosa del asombro, sobrecogido por lo que he presenciado! Lloro, porque la pena por lo que vi es más intensa que cualquier otra pena que sintiera antes, y me hace sentir nimio en comparación con el pesar que sentí al llegar... Ahora entiendo por qué las nagas rehuyen este lugar. Ellas lo sienten también. Lo que yo siento no es más que el eco del tormento que he visto esta noche, que solo puede existir en el mundo de los espíritus porque no puede ¡no podría! ser cierto en el mundo en el que yo vivo... Tanta pena, oh Dama... Tanta pena no puede ser posible....




Ésta era la parte que Imoen quería leer. Luchando contra su impaciencia, se obligó a leer lentamente, sintiendo cada palabra como si fuera suya.

Un escalofrío recorrió la espalda de Imoen y de pronto toda la habitación pareció oscurecerse. ¿Qué era aquello? Un espectro...una doncella élfica...un canto acongojado...¿sería posible que...?

Imoen volvió rápidamente la página para encontrarse con una hoja en blanco. Y otra, y otra. No había nada más escrito.

- No, no es posible. ¡Maldito seas mil veces Auburn! ¡Cómo pudiste dejarte morir!

Las voces volvían a susurrar, insistentes. Unas sugerían conclusiones. Otras, las exigían.

- ¿Será posible que sea...? No, es imposible. O tal vez no. Tengo que saber qué puede haber de cierto en esto y creo que sé a quién preguntar.

Cerrando el diario, Imoen lo guardó en su bolsa de viaje y fue a buscar a Uñitas, que esperaba impaciente.

- Azshara es zona de influencia élfica. Tengo que buscar a Amnehil. Él podrá averiguar qué sucede.

Y la joven vestida de oscuro se perdió en la noche a lomos de su sable.

El Fantasma de Desesperanza V

Por Liessel

Día 9

¡Noche mágica y hechizada! ¿Cómo narrar solo con palabras lo que vi? ¿Cómo decribir lo que solo puede ser vivido? ¡Mi corazón rebosa del asombro, sobrecogido por lo que he presenciado! Lloro, porque la pena por lo que vi es más intensa que cualquier otra pena que sintiera antes, y me hace sentir nimio en comparación con el pesar que sentí al llegar... Ahora entiendo por qué las nagas rehuyen este lugar. Ellas lo sienten también. Lo que yo siento no es más que el eco del tormento que he visto esta noche, que solo puede existir en el mundo de los espíritus porque no puede ¡no podría! ser cierto en el mundo en el que yo vivo... Tanta pena, oh Dama... Tanta pena no puede ser posible....

Trataré de empezar por el principio, procurando que mis palabras, por torpes que sean, puedan plasmar en estas líneas al menos una mísera parte de lo que ví y sentí esta noche.

Aprovechando la calma del templo, me dispuse a descansar, replegado en un rincón. Nada más tumbarme, me asaltaron todos los recuerdos felices que poseo, empañados de tristeza y desesperanza. Abrazándolos para recuperarlos, caí en un sueño inquieto. No sé cuanto tiempo llevaba dormido cuando el hipnótico canto invadió el templo. Lo escuché entre mis delirios, tratando de descifrar lo que decía, cuando poco a poco fui despertándo sin querer, y me di cuenta de que realmente alguien cantaba, espectro o demonio, entre las paredes de aquel templo.

Sobrecogido por tan misterioso descubrimiento, me incorporé y busqué con la mirada la fuente del canto, pero nada ve. La voz retumbaba en todas las palabras, multiplicándose una, cien, mil veces... Recorrí la planta de templo, pero no había nadie ¡nadie! ¡Ah! ¡Cuan equivocado estaba! Después de buscar infructuosamente, me pareció que el canto parecía provenir de la parte superior, y que por eso reverberaba en la cúpula de aquella manera, de modo que busqué el inicio de la rampa de blanca piedra y ascendí.

¡Oh! ¡Qué intensa pena me invadió a cada paso que daba! ¡Cómo me costó avanzar, sintiéndome cada vez más pesado con mi carga de tristeza! Todos mis recuerdos acudieron a mí de nuevo, llenos de nostalgia, y por cada paso que daba una lágrima vertía. Solo quería detenerme, dejarme morir, reunirme con mis recuerdos, pero me obligaba a seguir, el canto me atraía, como atraía el canto de las sirenas a los marinos para hacer naufragar sus barcos. Así acudía yo, hacia el naufragio de mi vida. Vi aparecer ante mí a los ancianos que contaban historias cuando era un niño, a mi dulce Loraine, que tendía sus brazos hacia mí, sollozante, rogándome que volviera.... Mi amargura crecía, haciéndo sus raíces más profundas en mí, y las lágrimas apenas me dejaban ver. No podía más, estaba asfixiado en tristeza y todo se había vuelto turbio y neblinoso, como si pena pudiera brotar de mí, ondeando como las velas de un barco...

Me agazapé en un rincón, tras una columna rota, y me sumí en mi desconsuelo, temiéndo sentir el impulso de arrojarme al vacío para poner fin a aquella angustia, ajeno al canto que crecía en intensidad y amargura a mi alrededor. Desconsuelo, desasosiego, desesperanza, tristeza, nostalgia, melancolía... Todas las emociones me ahogaban, me sumían en la desesperación, me azotaban como un viento invisible... No hay palabras para describir lo que sentí... ¡Oh! ¡Y lo que vi! ¿Cómo describirlo?

El canto lo llenaba todo y no sé de donde saqué la fuerza y la voluntad para asomarme por encima de la columna que me cubría y mirar hacia el lugar del que parecía brotar la voz. Oh, Luz... Mi mano tiembla al recordar, los sollozos me sobrevienen solo por rememorar lo que sentí....

Había un agujero en la cúpula, una abertura en la roca a través de la cual se veía el cielo de la noche, cuajado de estrellas, fusionándose con el mar. Y frente al agujero, ajena al tiempo, a la oscuridad y a nada que no fuera su canto, había una figura. Parecía envuelta en una túnica blanca, como un sudario roto y desgarrado, y tenía la larga cabellera blanca pegada a los hombros, como si estuviera empapado... No podía ver su rostro, pues lo tenía vuelto hacia las estrellas, pero parecía estar sumida en la más absoluta tristeza... Sin embargo, lo que más me sobrecogió fueron sus alas, unas inmensas alas intangibles, hechas de dolor, de pena y de desconsuelo tan intensos que eran casi sólidos, y ondeaban a la espalda del espectro y alcanzaban todos los rincones del templo, y a mí mismo, y comprendí que mi desasosiego no era más que el efecto que aquellas abominables alas tenían sobre mí... ¡Oh! ¡Luz! ¿Cómo atormentas así a una criatura, cargándola de congoja!

Aquellas alas de tormento parecían hechas de niebla oscura, visible pero aún así intangible, como la niebla del mar que te empapa sin que puedas retenerla. Así me veía yo empapado de la tristeza de aquel canto y de aquellas alas, de la desgracia de aquel espectro. Y cuanto más crecía en intensidad el canto, tanto medraban las alas, y supe que atravesaban los muros del edificio y que eran ellas las culpables del extraño aura que había visto la noche anterior desde la ladera...

No pude apartar la mirada de aquella atormentada criatura, que siguió cantando al mar llenándolo todo de pesar. Su voz era oscura y sedosa, y estaba enjoyada de pena y grabada con dolor, y cuando una fría corriente vino del mar y se coló en el templo, el espectro se esremeció y pude ver como replegaba sus abominables alas y se envolvía en ellas, arropándose con su pena con delicadeza, casi con mimo, como si temiera quebrar la sutil materia de la que estaban hechas....

Ah, las lágrimas me ciegan... Nunca podré olvidar, ni siquiera cuando muera, el desgarrador recuerdo delespíritu atormentado arropándose con sus alas de dolor... Ese recuerdo me desgarra el alma, me hace maldecir a los dioses que permiten tan atroz castigo a una pobre alma errante... ¡Oh! ¡Pobre criatura! ¡Condenada a vagar envuelta en su propio tormento por toda la eternidad!

Incapaz de contemplar más aquella desgarradora visión, me dejé caer en el suelo y sollocé tan silenciosamente como pude, pues no quería sumar mi congoja al tormento del espectro, pero él siguió cantando su triste lamento al mar y poco a poco fuí quedando dormido...

Desperté cuando un leve susurro pasó cerca de mí, y al abrir los ojos tuve que reprimir un grito angustiado: el espectro pasaba por mi lado sin verme, con la mirada perdida, y a su espalda arrastraba las alas, como si estuvieran rotas o cansadas, como si fueran solo un manto imposiblemente largo o la cola de un vestido de delirios que arrastrar trás ella. Porque era ella, porque aquel espectro tenía forma de mujer, y supe que debía tratarse del alma en pena de alguna doncella élfica que perdió su vida y su amor en este lugar...

Ya está, nada más puedo decir. En mis palabras las emociones parecen vanas y ligeras en comparación con lo que en realidad fueron. No son delirios de un hombre solo, la vi, vi al Fantasma de Desesperanza cantar a las olas y arrastrar sus alas de desconsuelo, y envolverse con ellas con cuidado...

Luz Bendita... ¿Cómo puedo vivir después de haber atestiguado semejante tormento?¿Cómo puedo compadecerme de mi dolor después de haber sido testigo de la atroz magnitud del dolor del espectro?

No puedo, Luz....

No puedo.

sábado, 1 de noviembre de 2008

El Fantasma de Desesperanza IV

Por Liessel

Día 1

He decidido comenzar un nuevo calendario ahora que por fin estoy en tierra, para no volverme loco.

Avisté tierra al amanecer de hace dos dias, cuando la bruma que lo cubría todo se levantó. Distinguí, según me acercaba, la silueta de altos acantilados y remé hacia allí. Al atardecer del segundo día alcancé las ruinas de unos extraños edificios, infestados de nagas. Avancé tratando de evitarlos pero algunos de ellos trataron de hacer volcar mi bote. Me libré de ellos armado con un remo y se retiraron, para mi tranquilidad.

Alcancé la costa en una playa de arena fina cuando ya había caído la noche y arrastré el bote tierra adentro para no llamar la atención de los nagas. Exhausto como estaba, busqué algún lugar resguardado y caí rendido tras besar numerosas veces la tierra bajo mis pies.

Desperté al amanecer, este amanecer, y decidí investigar un poco el lugar en el que me encuentro. Me había refugiado entre dos columnas de mármol caídas, pero más allá seguian los restos de los extraños edificios, diseminados por la arena y algunos incluso parcialmente sumergidos. He contado al menos dos edificios en pie aunque medio derruidos, y un partenon en la playa, con las olas lamiendo sus columnas. Es un lugar misterioso e hipnótico, con un embrujo difícil de describir.

No he encontrado la manera de ascender los acantilados, de modo que me centraré en buscar un lugar seguro donde establecerme y desde donde poder hacer señales con una hoguera. Los nagas están por todas partes y me siento acosado constantemente.

Se pone el sol. Creo que es hora de apagar el fuego para no llamar la atención de esas insidiosas criaturas.

Si la Luz quiere, mañana escribiré de nuevo.


Día 2

No puedo quedarme aquí, debo buscar un lugar más seguro. Si vivo esta mañana es porque la fortuna me sonrió y no porque mi refugio fuera seguro. Las nagas acechan, se acercan, atacan. Maté a dos esta misma noche. Hoy mismo me pongo en camino para encontrar refugio en algún otro lugar. Tal vez bordeando los acantilados encuentre alguna zona que me permita ascender y ver el lugar en que me encuentro.



Día 3

Esta playa es interminable y los acantilados me parecen cada día más altos. He tratado de trepar por ciertas zonas, pero el avance en vertical era imposible. Afortunadamente, las ruinas están diseminadas hasta donde la vista alcanza, y puedo avanzar hacia el norte sirviéndome de ellas para ocultarm de la vista de los naga.

¡Cómo disfrutaría el Dr.Oswald de este lugar! ¡Qué sublimes dibujos haría su hija, la dulce Livia!

Desde donde estoy puedo observarlos con relativa seguridad, y voy descubriendo peculiaridades en estas criaturas. He podido distinguir hembras y machos, y cuanto más pasa el tiempo, más evidentes me parecen sus diferencias. También parecen tener tareas distintas: las hembras parecen ser hechiceras de algún tipo, mientras que los machos, más grandes y fornidos, parecen formidables guerreros.

Son criaturas ariscas, también entre ellas. Vagan al parecer si rumbo por la playa, entre las ruinas, sin reparar en nada que no sean ellas mismas. Si por un casual otro de ellos pasa cerca, sisean como víboras y lanzan agudos chillidos. Lo infestan todo, están por todas partes, puedo verlas en las escalinatas de los templos que se mantienen en pie, en la arena, en las profundidades, bajo las aguas claras...

Desde aquí puedo ver un cabo al norte, donde parece terminar la playa. Espero encontrar en mi camino hasta allí una vía de ascenso a lo alto de los acantilados. Necesito saber donde estoy: tal vez así descubra el modo de regresar a la civilización.

Mañana será otro día, que la Dama me ampare.


Día 4

Hoy puedo ver el final de la playa con claridad, e incluso creo apreciar una suave subida en la arena: tal vez sea la vía que necesito para alcanzar la cima de los acantilados. He decidido deternerme aquí esta noche, para alcanzar la rampa mañana: las noches aquí son aterradoras, con los chillidos de los nagas y el siseo de sus cuerpos reptiloides arrastrándose por la arena. Se acercan demasiado, el fuego de mi antorcha ya no les asusta: deben haber aprendido que si la flor roja no les toca, es inofensiva. Rezaré esta noche por llegar vivo a mañana: sería terriblemente patético que muriera esta noche, teniendo tan cerca lo que parece mi salvación.

Añoro dolorosamente a Loraine: recuerdo como si fuera ayer su última sonrisa antes de verme partir, los ojos llenos de lágrimas pero pese a todo regalándome su sonrisa como un último regalo para mi viaje. Pobre criatura, dulce Loraine, cuanto te he hecho sufrir y esperar, tú que nunca me pediste nada más que cariño. Tu recuerdo se ha establecido en mi corazón como un pesado manto de melancolía. Ojalá viva un día más para recordarte, ojalá pueda estrecharte de nuevo, besar tus ojos tristes, besar tus dulces labios.

Rezad por mí. Dama, protégeme.


Día 5

Paraíso otoñal, lecho eterno de tonos dorados y cielos de ámbar, tierra hechizada.

Azshara.

¿Cómo no reconocí tus nostálgicas playas, yo que tantas veces te oí describir en los cuentos de mi niñez? No necesité más que ver las hojas dorada que cubren tu suelo y de repente los recuerdos de mi infancia llegaron como una ola. Las noches junto a la hoguera, los ancianos contando sus leyendas, las aterradoras historias de la Reina Azshara y de su tierra hechizada... Oh, lo que daría por regresar a aquellos días de felicidad en que no tenían cabida en mi corazón ninguna pena como la que ahora me embarga...

Triste descubrimiento: ahora que sé donde estoy, pierdo toda esperanza de ser rescatado. Azshara es una tierra misteriosa y abandonada, y los viajeros no suelen cruzar sus tierras. Si abajo, en la playa, las nagas acechaban, aquí en lo alto de los acantilados, las bestias caminan a cuatro patas en lugar de reptar. He visto enormes osos y arañas, y unas criaturas parecidas a osos que llevan ropas casi tribales... Nunca saldré de aquí, nunca podré cruzar esta tierra, sin saber siquiera a donde debo dirigirme....

Tal vez debiera volver a bajar a la playa y buscar un hermoso lugar donde dejarme morir. Vi en mi camino hasta aquí un tercer templo, más grande, más alejado de la costa. Los nagas lo evitan, no se ve ninguno en las cercanías, tal vez porque les incomoda no poder reptar... No lo sé... Sin embargo se me antoja un lugar solitario y hermoso, una buena tumba para un viejo lobo de mar como yo.... Está decidido, mañana descenderé de nuevo, y que sea lo que la Dama quiera.

Dejaré un mensaje aquí para que, si algun día un viajero pisa estas tierras, sepa que aquí estuvo Jack Auburn, capitán de la Doncella de Oriente.

Loraine, no me olvides.



Día 6

Sigo aquí, hechizado por esta tierra y la decadencia nostálgica que la envuelve. No bajé al templo: hoy mientras dormía creí oír una voz que cantaba. Era lejana y no distinguía las palabras, pero era triste, tan triste... En mi sueño miraba al extraño templo que espera en las aguas y me pareció verlo envuelto en un aura de melancolía tan densa y pesada que creo que me alcanza hasta aquí. Definitivamente, debe estar hechizado él también, por algún espectro doliente en su soledad.

No temas, fantasma. No te tengo miedo. Yo iré contigo y te haré compañía durante la eternidad.


Día 7

Silencio.

Eso es todo lo que se escucha aquí, sobre el sordo rugido de las olas contra las paredes de alabastro. Me complace morir aquí, en la fresca penumbra de este lugar solitario y silencioso. Ojalá mi Loraine estuviera aquí conmigo para estrecharla, pues siento la distancia que nos separa como una cuchillada en el corazón que me quita la vida.

La tristeza se abate sobre mí ¿Acaso flaqueo ahora que me encuentro frente a mi muerte? Los recuerdos vienen a mi como la marea, mi niñez flota sobre las olas para que la vea, para que añore la feliz ignorancia en la que vivía. Regresa a mí la primera vez que vi el mar y como me enamoré de él, y el día de mi boda con Loraine, mi dulce Loraine... Pobre criatura, cuánto te hice sufrir... ¿Me perdonarás? ¿Me recordarás?


Día 8

¿Puede algo triste ser hermoso?¿Puede el dolor ser objeto de contemplación? Debo contener mi pluma para no volcarme en describir el pesar que me invade bajo forma de poesía. Es como si la pena flotara en el aire y se acumulara en los ojos, descendiendo hasta los brazos, hasta que uno cierra los puños y la atrapa.

La añoranza es como una fiel compañera que no me abandona, como si cobrara fuerza en este templo, que tantos fantasmas debe albergar. ¿Cuantos elfos perecieron cuando las aguas invadieron este reino? ¿Cuantos de ellos siguen atados a estas ruinas por cadenas invisibles?

Anoche, mientras dormía, volví a oir la canción. Sonaba mucho más próxima y ahora estoy seguro de que es de aquí de donde brota. Es tan triste, tan amarga, y al mismo tiempo tan llena de belleza... Resonaba en las paredes de alabastro en mil ecos tristes, como si una miriada de espectros compartieran su pesar... Sin embargo el templo está desierto, habitado solo por este hechizo de nostalgia.

Me estremece la pena que brota de la canción, ojalá pudiera paliar su dolor... Ojalá tuviera aquí a mi Loraine....

El Fantasma de Desesperanza III

Por Liessel

¿¿??

Llueve.

Bendita sea la Dama Blanca.

Llueve

¿¿??

Nunca he creído en los milagros, tampoco he creído en la Luz más que en como representación de todo lo que es Justo y Recto en esta vida; nunca creí en ninguna voluntad suprema, pero he aquí que vivo pensando que moriría, tras rogar a una visión que me auxiliara.

No sé quien es la Dama Blanca ni de donde viene: jamás oí hablar de ella hasta los aciagos días que arrastraron a la Dama de Oriente hacia el Gran Vacío. Pero lo que es seguro es que la vi y le rogué, no importa si fue solo fruto de mi febril imaginación, porque al poco tiempo llovió, dándome el cielo el agua que necesitaba para vivir.

Tengo ahora, gracias a la bendita previsión del señor Figgs, el contramaestre, varios recipientes llenos de agua dulce, cubiertos para que el calor no la evapore, y tengo la seguridad de que salvo que las tormentas decidan lo contrario, seré capaz de sobrevivir varios días más, con la esperanza de que algún navío me encuentre. Sin embargo no puedo ignorar el temor que me produce el permanecer aquí, olvidado, sin que nadie me encuentre jamás ¿Para qué he sido salvado entonces? ¿Por qué la Dama envió la lluvia para que sobreviviera?

He pensado que....




¿¿??

Maldita suerte la mía, estoy condenado a perecer en este bote, a merced de las olas y el sol. Unas velas se recortaron al este contra el horizonte cuando el sol se ponía. Hice señales, pero aunque se hubieran percatado de mis gestos en la lejanía, el sol poniente a mi espalda los hubiera cegado.

Dama, hazme una señal ¿Es esta tu voluntad?




¿¿??

...



¿¿??

Tierra

El Fantasma de Desesperanza II

Por Liessel

¿8 de Julio?

Siempre me tuve por un hombre entero, sensato y coherente. Me avergüenzan terriblemente mis últimas palabras en este diario, pero estaba sobrecogido por el horror. Ahora, aunque famélico y febril, me veo en la necesidad de explicarme, pues no quisiera que, cuando muera, sean las palabras de un demente las que me representen si este diario llegara a salvarse.

Me encuentro navegando a la deriva en uno de los botes del Dama de Oriente, el único que se pudo salvar del naufragio. Nadie queda de la tripulación ni del pasaje, y me encuentro solo, bajo un sol implacable, sin comida y con apenas un odre de agua que no sé cuanto podrá durar. No sé donde estoy ni consigo determinar las corrientes y los vientos que me manejan, cerca como estoy del Gran Remolino.

Vuelvo a divagar, empezaré por el principio.

A los ocho días de abandonar Costasur, con rumbo norte-noroeste para doblar Kalimdor por el norte, todos los instrumentos de navegación parecieron volverse locos. El viento roló y sopló con una fuerza inusitada para la mar tranquila que había bajo el barco. En cuanto el viento arreció, ordené soltar las escotas, pero ya era tarde y el foque se rasgó por dos puntos y quedó inutilizable. Las corrientes, que de pronto parecían girar como en un enorme torbellino, y el viento infernal acabaró por rasgar tambien la vela mayor y quebrar el mástil.

Contra todo pronóstico, la tripulación, viejos lobos de mar curtidos en mil travesías, pareció enloquecer. En lugar de afanarse a enderezar el rumbo, comenzaron a gritar y a correr, clamando a una tal "Dama Blanca" de la que jamás había oído hablar pero que, como descubrí en aquella terrible ocasión, gozaba de la devoción de los marinos. Perdimos a cuatro hombres aquella aciaga tarde, mientras el viento sacudía nuestra goleta como si fuera una hoja en las corrientes.

No sé cuando perdimos el timón, perdido ya todo resquicio de orientación en aquella extraña tormenta. Sonó un crujido, la goleta se estremeció y quedamos por completo a merced de la corriente. Tratamos de repararlo, pero fue imposible, y como tocados por el hado de la mala suerte, perdimos otros diez hombres aquel día.

Fue el bueno del doctor Oswald, que la Luz le ampare, quien nos desveló el misterio de aquella pesadilla: los vientos y las corrientes habían desviado nuestro rumbo, y mientras creíamos avanzar rumbo norte-noroeste, en realidad navegabamos al oeste y nuestro rumbo nos había acercado letalmente a las poderosas corrientes que genera el Gran Vacío por el que se derrama el mundo desde que, según explicó, fue destruido el Pozo de la Eternidad.

Ante aquella revelación, al menos ocho marinos encomendaron sus almas a la misteriosa Dama Blanca y se arrojaron por la borda, temerosos de ser engullidos por el Gran Vacío y deseándo hacer de fondo marino su última morada. Que la Luz les ampare.

Oscurece, apenas puedo escribir ya. La luz de las estrellas será un descanso y bálsamo tras el sol abrasador e implacable. Tal vez muerta hoy, si la Luz tiene piedad de mí, y no tenga que padecer el suplicio bajo el sol y las corrientes.

Sabed que siempre serví a la Corona, hasta mi último aliento. Decid a mi Loraine que la llevaré siempre en mi corazón.

Quedad con la Luz.


¿11 de Julio?

No sé cuanto tiempo ha pasado ni cuanto tiempo paso despierto entre inconsciencia e inconsciencia. Apenas queda agua y el sol continúa cayero implacable. La Luz no quiso llevarme y aquí estoy, dejándome llevar por las corrientes del mundo hasta donde tengan a bien llevarme.

Si puedo sobrellevar la espera escribiendo, escribiré.

Tras perder las velas, el mástil y el timón, y a tres cuartas partes de la tripulación, avistamos el Gran Vacío. Aquella visión espeluznante me acompaña desde entonces y no desaparece ni dormido ni despierto. El agua se derrama como si un gigante formidable hubiera abierto un inmenso agujero en el lecho marino, y tanto las corrientes como los vientos se arremolinan entorno a él, arrastrándolo todo hacia su interior. Incluso las nubes, deformadas por las fuerzas elementales, habían formado un embudo hacia el infinito, tiñéndolo todo con tintes de pesadilla.

El doctor Oswald y su hija, la dulce Livia, parecían ajenos al terror de aquella situación, inconscientes, creo yo, del peligro en el que nos encontrábamos. Ambos parecían embargados de la más intensa emoción del descubrimiento, y se afanaron a tomar notas en la cubierta cabeceante, ignorando la espuma que barría el castillo de popa cada minuto. Y fue en un precario cabeceo en que perdimos al buen Doctor, que se sumergió con el mascarón de proa para no volver a salir a la superficie.

Fue necesaria la intervención de tres hombres para evitar que la señorita Livia se arrojara al mar tras él, presa del dolor.

No tardó en realizar su deseo: cuando mandé bajar los botes de salvamento, tres de ellos fueron engullidos por el Gran Vacío, junto con el Dama de Oriente.

Yo apenas recuerdo nada más que las olas abalanzándose sobre mí y mi bote girando como una peonza en las corrientes, con aquella espiral de nubes sobre mí, como un inmenso ojo conminandome a desafiarle.

Cuanto tiempo pasó, no lo sé. Desperté aquí, bajo un sol de justicia, completamente solo y a la deriva. El Gran Vacío ha desaparecido y también sus corrientes. No hay viento que me empuje hacia costas desconocidas ni corrientes que me arrastren. Estoy solo, con la única compañía de este diario y de apenas dos tragos de agua que quedan en el odre.

Moriré mañana, lo sé.
Decid a Loraine que la quiero.


¿15 de Julio?

No queda... agua...
Señora, si existes, apiádate de mi.

Loraine, te quiero



¿¿??

La he visto. No importa si son delirios o si realmente existe, pero la he visto. Se apareció en la proa de mi bote, recortándose pálida contra el intenso azul del cielo. Ahora entiendo la devoción que sentían los marinos... Es hermosa, con una hermosura que está más allá de las palabras, como hecha de nubes, de agua y de sueños.

Me miraba y sus ojos me cegaron.
Me arrastré para besarle los pies y le rogué que me salvara, pero desapareció.

La Dama Blanca vino a verme morir, ya no queda más que esperar.

Loraine, no me olvides.

El Fantasma de Desesperanza I

Por Liessel

Extractos del diario de a bordo de Jack Auburn, capitán de la goleta "Dama de Oriente", de la Real Armada de su Majestad.


20 de Junio

Viento de Jaloque.
Velocidad: 17 nudos con los cangrejos antagallados en segunda faja.
Pasajeros: Dr. Primus Oswald e hija, la señorita Livia Oswald.
Destino: Puerto de Theramore
Se mantiene la tripulación habitual salvo el Guardamarina Lockbot, que fue enviado de vuelta a Villa del Lago debido a las heridas contraídas en el último encuentro con los piratas Velasangre. En su lugar, entra en servicio el Guardamarina Modey, de la Fragata "Estrella del Sur".

Salimos del puerto de Menethil con buen tiempo y mar rizada nada más salir el sol. La tripulación goza de moral alta ante la perspectiva del buen tiempo y de una travesía tranquila. La ruta establece la navegación de cabotaje a lo largo de la costa occidental del continente antes de cruzar el Mare Magnum en dirección a la Costa Oscura para recorrer las costas de Kalimdor. El fin del viaje nos espera en el puerto de Theramore.

Viajamos bajo bandera civil en misión oficial. El Dr.Oswald tiene como objetivo analizar el comportamiento Naga en las costas abiertas por la destrucción del Pozo de la Eternidad y los efectos geológicos de esta para un informe requerido por el Consejo Científico de ventormenta. Su hija, la señorita Livia Oswald, le acompaña en calidad de asistente.

Nuestra primera escala será en el puerto comercial de Costasur, donde recogeremos órdenes para el viaje de vuelta.



23 de Junio

Viento de Mistral
Velocidad: 13 nudos

Cuarto día de travesía tras una parada de día y medio en el puerto comercial de Costa Sur. El Dr. Oswald ha tomado apuntes del comportamiento naga en la zona, mientras que su hija, la Señorita Livia, ha hecho algunos bocetos de las criaturas con una destreza nada desdeñable.

La tripulación se muestra supersticiosa ante la calidad de la misión, puesto que el mar abierto por el Pozo de la Eternidad les inquieta. Rehuyen al Doctor, e incluso a su hija, lo cual es sorprendente dado que en las demás ocasiones en que hemos llevado mujeres a bordo, he tenido que reprenderles por mirarlas con demasiada insistencia. En cualquier caso, tanto el doctor como su hija parecen ajenos este comportamiento y si no están centrados en su trabajo, están en su camarote. Las dos últimas noches, ambos han aceptado cenar conmigo y los oficiales, y han demostrado ser gente afable, sensata y nada dada a las fantasías. No hacen siquiera amago de interferir en el trabajo de la goleta y es algo de agradecer.

Si el viento persiste, espero que mañana estemos cerca de la mitad de camino hacia Kalimdor, antes de virar hacia el noroeste para rodear el continente por el norte.


6 de Julio

¡Que la Luz me ampare! ¡Cuan terrible destino! ¡Pobres almas arrojadas el abismo de las aguas! ¡Qué visión tan espeluznante! ¡Ah, Luz Bendita! ¡No me hagas vivir así! ¿Por qué me salvaste a mí y les mataste a ellos!
¡Ah, piedad! ¡Que el sol implacable acabe con mi vida, a la deriva como estoy , para descansar junto a mis compañeros!

Camino oscuro XVIII


20 de Junio


Viento de Jaloque.
Velocidad: 17 nudos con los cangrejos antagallados en segunda faja.
Pasajeros: Dr. Primus Oswald e hija, la señorita Livia Oswald.
Destino: Puerto de Theramore
Se mantiene la tripulación habitual salvo el Guardamarina Lockbot, que fue enviado de vuelta a Villa del Lago debido a las heridas contraídas en el último encuentro con los piratas Velasangre. En su lugar, entra en servicio el Guardamarina Modey, de la Fragata "Estrella del Sur".

Salimos del puerto de Menethil con buen tiempo y mar rizada nada más salir el sol.



Encerrada en su taller, Imoen leía lentamente, usando las técnicas que le habían enseñado en el SI:7 para no saltarse nada importante. Mensajes ocultos, claves secretas. Un texto podía contener tantas cosas...

[Media hora antes]
El camino de regreso con el libro había sido largo, tortuoso y cargado de angustia. Su rutina habitual de seguir un camino aparentemente aleatorio para evitar ser seguida llevaba tiempo y las voces no estaban dispuestas a esperar mucho más. Sufriendo una jaqueca cada vez mayor a medida que pasaba el tiempo, Imoen llegó finalmente a su taller.

Una vez allí, cerró a cal y canto y se sumergió en la trastienda. Despejó su banco de trabajo y lo limpió de restos de cuero, punzones y utensilios varios. Tras ello, dejó reposar el libro sobre la superficie de madera y, tomando aire, rogó a las voces que se callaran. Necesitaba tener la cabeza despejada para no perder detalle y, milagrosamente, el estruendo en su cabeza amainó y su jaqueca desapareció como por ensalmo.

Más relajada, Imoen alargó la mano y abrió el libro casi con reverencia. Línea a línea, fue desgranando el texto y empapándose del mismo.

Camino oscuro XVII


La mujer seguía observando a Imoen con expresión interesada, casi divertida. El desconcierto de ésta no le habia pasado desapercibido y parecía deleitarse con ello.

Mientras, la mente de Imoen trabajaba a toda velocidad, intentando encontrar una salida al embrollo en el que se había metido. Con disimulo observó los libros que estaban sobre la mesa, mientras sopesaba la posibilidad de cogerlos todos y huir con ellos.

Rápidamente lo descartó. Los libros le impedirían luchar adecuadamente llegado el caso. ¡Qué demonios! Ni siquiera sabía con certeza si realmente uno de esos libros era el que ella buscaba. Desde luego, si ella estuviera en la posición de la mujer que se sentaba frente a ella, tendría el libro a buen recaudo hasta finalizar la transacción. Eso sin contar con que tendría vigiladas todas las salidas, por supuesto.

La mujer seguía esperando una respuesta que Imoen no podía darle. Imoen no poseía secretos ajenos que pudiera revelar sin sufrir consecuencias. La mano de Shaw es larga y no deja impune a los que le traicionan, voluntariamente o no. En cuanto a ella misma, siempre fue muy celosa en lo que respecta a su vida privada y cualquier intromisión en su intimidad suele castigarla rápida y cruelmente.

- No creo que sepa nada que sea de su interés - contestó al fin.

La mujer frente a Imoen pareció sólo ligeramente decepcionada.

- ¿No? ¡Vaya! Pensé que estabas interesada en el libro, pero ya veo que no.

La mujer se levantó y, haciendo un ademán hacia la puerta, continuó.

- Si me disculpas, tengo asuntos que atender.

- Quiero ese libro. ¡Necesito ese libro! - casi suplicó Imoen

- ¿En serio? Yo creo que no lo quieres lo suficiente, o a estas alturas ya me habrías dicho algo de valor. Márchate. Ya he perdido demasiado tiempo.

Por unos momentos, Imoen se quedó paralizada sin saber qué hacer o qué decir. Entonces estalló.

- ¿Perder tiempo? Para ti sólo son negocios ¿verdad? - dijo mientras se ponía en pie y se encaraba con la mujer. - ¿Sabes lo que es perder a un ser querido? ¿Sabes lo que es sufrir? No, no lo creo.

El tono de voz y la mirada de Imoen se iban endureciendo visiblemente mientras hablaba. La mujer, por su parte, hacía vanos esfuerzos por calmarla.

- ¿Quieres algo mío, algo personal? Pues escucha. Con tres años perdí todo aquello que amaba, de la noche a la mañana. Familia, amigos, vecinos...todos muertos o desaparecidos. Mi madre fue arrancada de mi lado a causa de mi inacción, de mi cobardía, y eso es algo que nunca me perdonaré. Me prometí a mí misma que nunca volvería ser débil y con el tiempo me convertí en alguien parecido a ti. Una persona que sólo buscaba el beneficio personal y que trataba a los demás como simples mercancías, objetos de los que obtener beneficios.
Crecí y me labré una merecida reputación de mujer sin corazón...hasta que la conocí a ella. Ella...

La mirada de Imoen se suavizó de repente y su mirada se perdió en el vacío mientras hablaba.

- Ella era tan dulce conmigo...tan amable...Todo su ser irradiaba serenidad. Consiguió que me sintiera en paz con el mundo y conmigo misma por primera vez en mucho tiempo. Pero luego... - la mirada de Imoen se volvió dura súbitamente y avanzó lentamente hacia la mujer - luego cambió y huyó de mí...de todos. Tengo que encontrarla y necesito ese diario para ello. Lo intuyo... no, lo sé. Sé que me conducirá a ella.

Imoen se paró a escasos centímetros de la cara de la mujer y, desenfundando su cuhillo de desuello a una velocidad endiablada, lo pasó casi con ternura por el lóbulo de una de las orejas de la mujer, dejando un diminuto corte en el mismo y, acercando su boca, lamió la sangre de la herida para sisear a continuación al oído de la mujer que, contrariamente a lo que cabría esperar, parecía deleitada por tales acciones.

- No quiero hacerte daño. Eres una mujer hermosa, y me sabría mal tener que matarte o desfigurarte. Pero si no me das ese libro, juro que lo haré. Nada ni nadie me impedirá que la encuentre a ella. No mientras me quede un hálito de vida.

- Eso no será necesario.

El cambio en el tono de voz de la mujer fue cláramente perceptible, incluso para la distorsionada percepción de Imoen. Sorprendida, se alejó un paso.

- ¿Cómo? - preguntó confusa.

- Que no será necesaria tanta violencia. Has cumplido tu parte del trato y, por tanto, cumpliré la mía. Contrariamente a lo que puedas pensar, tengo un código de honor. Espera aquí, por favor.

Y con suaves y fluídos movimientos, la mujer desapareció por una puerta dejando a Imoen sola. Tras unos minutos que a Imoen le parecieron años, reapareció llevando en la mano un libro bastante estropeado que alargó a Imoen.

- Un trato es un trato. Ojalá encuentres lo que buscas.

Imoen miró alternativamente al libro que la mujer sujetaba en su mano y a los otros tres que estaban en la mesa. Aún sin poder dar crédito a lo que acababa de suceder, Imoen cogió el libro de manos de la mujer, casi con reverencia, le dedicó a ésta una pequeña inclinación de cabeza y salió de la tienda lentamente.

Por primera vez en mucho tiempo las voces guardaban un silencio sepulcral.

Camino oscuro XVI


La mujer sonrió y miró a Imoen directamente a los ojos.


- No quiero dinero. Si quieres el libro, tendrás que entregarme algo tuyo, algo personal.



¿Cómo he llegado a esto? Cuando llegué a la tienda que me dijo la elfa, estaba nerviosa, intranquila. Vista desde fuera no parecía nada del otro mundo. Es la tapadera ideal.

La persona que abrió la puerta era una mujer joven, algo mayor que Imoen, según le pareció, pero de cuerpo bien torneado y ágil. La ladrona perfecta. El entrenamiento de Imoen salió a relucir y las alarmas saltaron en su cabeza, junto con la barahúnda habitual de las voces. Ellas también olían el peligro.

- Tendré que tener mucho cuidado con ella - pensó Imoen.

La mujer la hizo pasar y la condujo a través de la atestada habitación, sorteando estanterías cubiertas de los objetos más curiosos, montañas de libros y frascos de aspecto extraño, hasta llegar a un pequeño claro en el que se alzaban una mesa y un par de sillas. Era evidente que la mujer esperaba a Imoen, lo que hizo que el grado de alerta de ésta subiera un par de grados. Una vez sentadas, comenzó el juego de palabras. Estaba claro que ambas sabían de qué iba el asunto.

La conversación se desarrolló tal y como esperaba Imoen, pero con matices. Poco tiempo después había varios libros sobre la mesa. Si debía dar crédito a la "librera", y si su corazonada era cierta, uno de ellos contenía información útil. Quizás, y sólo quizás, podría servirle para...

- ...algo tuyo, algo personal.

Imoen despertó de su ensimismamiento justo a tiempo para oir el final de la frase. La mujer la miraba con detenimiento, como esperando una respuesta.

Imoen frunció ligeramente el ceño

- ¿Perdón? ¿Qué ha dicho?

- No quiero dinero. Si quieres el libro, tendrás que entregarme algo tuyo, algo personal.

La turbadora mirada de la mujer recorrió de abajo hacia arriba el cuerpo de Imoen, deteniéndose (al parecer de Imoen) en ciertas zonas de su cuerpo. La ropa de Imoen no podía ser más sencilla: Un traje negro que le cubría todo el cuerpo y un toque disruptor conseguido por medio de un parche sobre el ojo. Algo cómodo que permitía ocultar armas y otras cosas, y de lo que era fácil deshacerse llegado el caso. Luchar desnuda no le preocupaba. Ya no.

Por un momento, Imoen pensó que iba a tener que pagar por el libro con su cuerpo, pero eso sólo la perturbó ligeramente. No sería la primera vez que estaba con una mujer. Era algo que había hecho en más de una ocasión cuando estaba entregada a Shaw en cuerpo y alma. De hecho, se sentía más a gusto con mujeres. Por norma general eran más gentiles con ella, o eso le parecía. Sentirse en armonía con una mujer, recibiendo tanto como daba, era algo que nunca había sentido con un hombre, algo que nunca confesó a Shaw. Abandonarse a tus propias sensaciones es algo muy peligroso cuando trabajas de incógnito, de ahí la deshumanización a la que eran sometidos en su entrenamiento. Los objetivos se consideran meros objetos. Implicarse con ellos es peligroso.

Imoen sacudió nuevamente la cabeza. Últimamente se distraía demasiado. Eso debía acabar o terminaría por ser su perdición. La mujer que se sentaba frente a ella no se había movido y la miraba fijamente.

- No creo tener nada que le pueda interesar.

- No estés tan segura - repuso la mujer - No hablo sólo de posesiones materiales. Me interesa mucho lo que puedas contarme de ti o de otras personas.

Imoen se mordió el labio inferior, mostrando su desconcierto sin pretenderlo.

¿Información personal? - pensó - ¿Dónde me he metido?

domingo, 26 de octubre de 2008

Camino oscuro XV


Día 112:


La draenei ha aparecido justo a tiempo.

He conseguido contener las voces el tiempo suficiente para oir la historia que tanto anhelaba. La draenei se ha hecho de rogar, pero al final la ha contado.

Oculta bajo la escalera de la taberna, y disfrazada para no ser reconocida, escuché atentamente cada palabra, y las voces conmigo. Aunque la historia en sí es un poco confusa, tiene algo, un atisbo de realidad que aprendí a reconocer en mis años en el SI:7.

Al acabar los relatos me acerqué a la draenei con disimulo. Una vez junto a ella, le susurré unas palabras apremiantes. La daga, medio oculta en mi mano, no le pasó desapercibida, tal y como yo pretendía. Tras esto, salí del local y me coloqué en un lugar discreto.

La draenei no tardó en aparecer, dando esquinazo a sus seguidores y despertando, probablemente, cierta suspicacia. No me importó. Las voces atronaban en mi cabeza y no tenía tiempo para sutilezas. La arrinconé y la amenacé con mis armas hasta que le extraje toda la información que necesitaba. Para ser sólo una cuentacuentos era bastante resistente a la coacción, pero finalmente habló.

Al parecer, la historia la había leído en cierto libro que se hallaba en poder de alguien llamado "La Sombra". A lo largo de mi corta vida he conocido al menos media docena de personajillos de los bajos mundos que se hacían llamar así, ya fueran aprendices de mafioso o rateros del tres cuarto. Todos han desaparecido sin dejar rastro y, en algún caso, debido a mi acción directa.

Contrariamente a lo que esperaba, "La Sombra" resultó ser una elfa bastante correcta en sus maneras, muy suspicaz y dotada de un agudo sentido del humor, de movimientos fluidos y mirada despierta, justo del tipo que te clava una daga al mínimo descuido. Me cayó bien al instante. Nuestra conversación transcurrió en un clima poco menos que cordial, dadas las circunstancias. El libro estaba en poder de alguien llamado Cascabella a quien podría encontrar en el Casco Antiguo.

La elfa me sorprendió a la hora de reclamar un pago por la información. En vez de dinero o mercancías me pidió algo más personal. Aunque me pareció algo aparentemente trivial cuando lo dijo, mis investigaciones me han llevado a la conclusiónde que podría ocasionarme problemas en ciertos círculos. No me gusta incumplir tratos, pero llegado el caso veré qué me parece más correcto o seguro. Si tengo que lidiar con la elfa en el futuro, sea.

El día ha sido muy largo y estoy agotada. Dentro de unos días concertaré una cita con Cascabella. Debo averiguar todo lo que pueda de ella. Me gusta conocer a mis adversarios. Además, si sabe que la busco es posible que se ponga nerviosa...o ansiosa. En cualquier caso, podría favorecerme.

Casi lo olvidaba. Jasmine me ha preguntado por Ungaia. Nadie la ha visto hace semanas. Me sabe mal reconocerlo, pero yo tampoco sé nada de ella. He estado demasiado distraida para ocuparme de ciertos menesteres. Ella sabe cuidar de sí misma; me lo ha demostrado una y otra vez. Además, no me gusta tener dos frentes abiertos si puedo evitarlo. Moveré mi red de contactos a ver si saben algo, pero no puedo ocuparme de eso ahora. No si quiero...

¡Maldita sea! Me he quedado dormida, aunque al menos me ha servido de algo. Creo que ya sé cómo conseguir el libro, pero tengo que madurar el plan. Me voy a dormir. Lo consultaré con la almohada.

martes, 14 de octubre de 2008

Camino oscuro XIV


Día 100:


Nadie ha visto a la draenei durante días.

Mejor así. En mi estado actual no puedo responder de su seguridad. Hasta que las voces no se traquilicen no le conviene cruzarse conmigo.

domingo, 12 de octubre de 2008

Camino oscuro XIII


Día 98:


La draenei me ha engañado y no ha aparecido. Estoy furiosa y las voces piden sangre. Su sangre.

sábado, 11 de octubre de 2008

Camino oscuro XII


Día 97:


La leyenda de Kess'an y Falka. ¿Cuándo la oí por primera vez? Creo que fue de labios de Ruiseñor. Me contaba historias y leyendas para dormir cuando tenía pesadillas siendo niña.

¿Es posible que la relación entre Trisaga y Liessel fuera similar? Liessel dejaba entreverlo en su diario, pero cuando lo leí no supe relacionarlo. Las voces (sí, vosotras) no me dejaban razonar con claridad. Pero esto me ha abierto los ojos. Ahora entiendo el dolor de Trisaga y mi pena por ella es aún mayor. Trisaga, mi dulce Trisaga, ¿dónde estás?

La cuentacuentos se hace llamar Kimeria y le he hecho prometer que volverá a contar la historia de la que habló Jasmine. Ésa sobre un capitán y la Dama Blanca. Desvaríos religiosos, probablemente, pero al menos durante el tiempo que escucho esas historias parece que las voces se retraen, embelesadas por las palabras de la draenei.

Debo oir la historia entera. No puedo explicar el porqué, pero necesito oirla. Cada fibra de mi ser lo anhela con todas sus fuerzas.

Pronto. Será pronto.

domingo, 5 de octubre de 2008

Camino oscuro XI


Día 91:


Ayer oí a Jasmine por el comunicador.

Afortunadamente, Tristán no me lo confiscó al concederme la licencia, así que lo llevo encendido a ratos, por si oigo algo que me sea de utilidad entre la cháchara habitual, pero ayer casi me quedo sorda. Me encontraba limpiando el aparato de la suciedad que va acumulándose en cada pesqueño resquicio. Es el tipo de trabajo que me relaja. Y estar relajada es un lujo para mí desde hace más de un mes. Estaba comprobando que el altavoz había quedado bien limpio cuando empezaron los gritos.

Al principio no entendí nada, pero creo haber sacado en claro algo acerca de una cuentacuentos, unas leyendas y algo así como que me gustaria escuchar esas historias. Aunque lo descarté de inmediato, las voces me han hecho recapacitar. Siempre ávidas de conocimiento, me han pedido que averigüe algo más al respecto, así que intentaré conseguir información acerca de quién relata tales historias, dónde y cuándo.

¿Quién sabe? A lo mejor hasta me gusta.

sábado, 2 de agosto de 2008

Camino oscuro X


Día 27:


Me duele la cabeza. Varias veces hoy he tenido que disimular el dolor de cabeza que me produce esta marabunta, pero cada vez me resulta más difícil. Hoy las voces se han vuelto locas y no paran de parlotear pese al acuerdo que hicimos, pero no puedo hacer nada por evitarlo, ya que yo misma estoy alterada. Y no es para menos.

Esta tarde fui a Ventormenta. Tanto estar de un lado a otro es caro y necesitaba sacar dinero del Banco. Los hermanos Ladoquemado son discretos y no hacen preguntas, así que suelo ir por allí cuando necesito algo de mi caja de seguridad. Pero no estaba preparada para lo que me aconteció.

En la puerta del banco estaba esa elfa tan callada, Ariën, con ese gato que lleva a todas partes. Me reconoció y me hizo señas de que quería hablarme. Intrigada, me acerqué a ella...y ojalá no lo hubiera hecho.

La desvergonzada me dijo que había visto a mi madre.

Mi madre...¿mi madre? Imposible. Mi primera reacción fue la negación. Mi madre está muerta o retenida en algún lugar y sometida a saben los Dioses qué torturas y vejaciones. Espera, espera. La elfa afirmaba que una mujer de unos veintitantos años se le acercó y se presentó como Gaeriel. Hasta ahí nada extraño. Gaeriel era un nombre bastante común hace años. Pero había más. La mujer afirmaba ser mi madre y estar buscándome.

¡Maldita impostora! Seguro que es uno de los sucios trucos de ese malnacido que tengo por padre. No contento con habernos abandonado a nuestra suerte, pretende torturarme con falsas esperanzas. Pero no podrá conmigo. ¡Jamás!

Aún confusa, balbuceé unas palabras de agradecimiento y ya me alejaba sumida en mis pensamientos (o al menos tanto como mis "consejeras" me lo permitían), cuando tropecé con esa jovencita alocada, Arisa creo que se llama. La muy inconsciente pretendía acompañarme en la búsqueda de Trisaga para pagar no sé qué deuda que creía haber contraído para con ella. Aunque voluntariosa, la muchacha no duraría ni una hora en muchos de los sitios a los que voy a diario, así que me esfumé y le di esquinazo. Sólo espero que no haga ningún disparate.

Pasé el resto del día recabando información, pero no conseguí noticias acerca de la misteriosa mujer. Parecía que se la hubiera tragado la tierra.

¿Mi madre viva después de tantos años? ¿Libre? No puede ser. Además, si viviera mi madre tendría ya cerca de cincuenta años y no aparentaría los que dice Ariën, por mucho que a algunos los elfos les cueste calcular la edad de los humanos.

Y sin embargo...

sábado, 26 de julio de 2008

Camino oscuro IX


Día 20:


¿Quién iba a decir que un día entendería a Leviatan? Yo, que siempre me burlé de las voces que decía oir, me encuentro en su misma singladura.

Hace una semana que las voces en mi cabeza se pusieron de acuerdo y me ofrecieron un trato. Ellas dejarían de hablar todas a la vez y me proporcionarían consejo. A cambio, yo tendré que guardar el secreto de su existencia para siempre. Desde entonces hemos tenido una coexistencia pacífica y fructífera.

No puedo decir lo mismo de mi búsqueda de Trisaga. He recorrido medio Azeroth en su busca y nadie me sabe dar razón de ella. He recurrido al soborno, el engaño y la coacción, pero sigo como empecé. Si esto se alarga mucho más tendré que prepararme para lo peor...

Sí, tal vez Trisaga no aparezca nunca; tal vez esté muerta, y no debería extrañarme. Debo tener un misterioso don que hace que la gente que quiero desaparezca, literalmente, de mi vida.

Las voces en mi cabeza me llaman. Quieren que les cuente cosas sobre mí. Esta vez espero que ellas hablen un poco de sí mismas. De momento son tan reservadas...

sábado, 19 de julio de 2008

Camino oscuro VIII


Día 13:


Las voces han vuelto.

No sé cómo ha sido. Me he despertado sobresaltada creyendo oir la voz de Trisaga y allí estaban, susurrando en lo más profundo de mi cabeza. Al menos esta vez no son molestas ni recriminatorias, lo cuál ya es un alivio.

Pero me estoy desviando de lo realmente importante. He hablado con Shaw y los demás. La cosa ha llevado su tiempo ya que, aparte de los desplazamientos he tenido que esperar durante horas para ser atendida en cada lugar, lo que no ha hecho nada para mejorar mi humor. No sé qué traman esos tres, pero casi se diría que están conchabados. Sus taimadas palabras, rebosantes de labia y doblez no me engañaron. A pesar de su aparente intención de ayudarme, pude percatarme que no sólo no sabían nada, sino que no iban a mover ni un dedo. Demasiados recursos para un premio tan pobre. No se lo recrimino, pero lo tendré en cuenta para el futuro.

Cuando salía del SI:7 se me ha acercado uno de mis contactos. Al parecer, un hipogrifo ha aparecido muerto cerca de Trinquete. La descripción coincide con el que Trisaga tomó en el Bastión Plumaluna, pero hay tantos hipogrifos similares...

Las voces me reclaman. Dicen tener una oferta que no podré rechazar.

miércoles, 16 de julio de 2008

Camino oscuro VII

Día 10:

Estoy realmente preocupada por Trisaga.

Tras mi susto inicial, decidí que Trisaga ya es mayorcita. Quizás sólo quería pasar un par de días a solas para llorar a Liesel, así que decidí no agobiarla, pero ha pasado casi una semana y nadie sabe nada de ella.

En el Alba nadie la ha visto desde el día del entierro. El Maestro de vuelo del Bastión Plumaluna dice que su hipogrifo no ha regresado aún, lo cuál no ayuda a tranquilizarme.

Para colmo, estoy empezando a notar un sordo rumor en lo profundo de mi cabeza. Espero que no sean otra vez las voces. Si vuelven, no sé si podré soportarlo.

Voy a hablar con Shaw, Fahrad y Ravenholdt. Es hora de cobrar antiguos favores.

viernes, 11 de julio de 2008

Camino oscuro VI

Día 5:

No hay ni rastro de Trisaga.

Su pista se pierde en el Bastión Plumaluna. En el Hospital de Shattrath no la han visto desde ayer. Tampoco han tenido noticias de ella en Darnassus ni el resto de Teldrassil. He recorrido todos los poblados y asentamientos que existen entre Auberdine y Canción del Bosque sin resultado. Los elfos no saben nada de ella.

Anochece ya. Uñitas está exhausto, y yo también. Sufrir un accidente por viajar de noche en nuestro estado no va a hacer que la encontremos antes. Además, no sé por qué, pero tengo el presentimiento de que esto va para largo.

jueves, 10 de julio de 2008

Camino oscuro V


(La escritura es un tanto temblorosa y hay borrones de tinta y manchas circulares en el papel, como si las hojas hubieran sido mojadas por lluvia o llanto)


Día 4:

Soy libre.

Las voces se han ido. Trisaga ha hecho que se fueran y luego se ha ido.

Estoy sola...otra vez.


Hoy ha sido el entierro de Liessel. Cuando llegué al embarcadero de Feralas, Trisaga estaba allí. Miraba sin ver hacia la lejanía. Actuó como si yo no estuviera allí hasta que le tendí el colgante de Liessel. Me miró y lo tomó en sus manos. Por un instante vi una chispa de algo que no pude identificar. ¿Alivio? ¿Reconocimiento? Pero como vino se fue, y Trisaga volvió a su estado anterior.

Cuando el barco fúnebre arribó, Trisaga subió a bordo con premura. El resto de concurrentes la seguimos con desgana. No recuerdo muchos funerales con tanta afluencia de gente. A algunos los conocía en mayor o menor grado. Otros me eran totalmente ajenos. Incluso había un Tauren.
Corren extraños tiempos...

Me obligué a acercarme a Liessel y mirar su rostro sereno, aún a riesgo de sufrir los embates de las voces, que empezaban a hacerse notar. Colgado de su cuello vi el colgante que acababa de entregar a Trisaga.
Al verlo allí, no pude evitar recordar lo que había leído en el diario, el origen de ese colgante y su otra mitad, perdida con la hija de Liessel en la Ciénaga Negra.

Sabiendo lo que debía hacer, los nervios empezaron a hacer mella en mi temple. Las voces en mi cabeza no ayudaban a tranquilizarme. Tras la lectura del diario, parecían apenadas por las desventuras de Liessel. La infancia que nunca tuvo. Sus amores, sus hijas...

Sacudí la cabeza intentando centrarme, y traté de poner cara a Zorea. Unas discretas preguntas acá y allá me ayudaron a identificarla. No parece gran cosa, pero lo que había leído me confirmó lo que ya sabía: Las apariencias engañan, y mucho.

Cuando quise darme cuenta habían comenzado las exequias. Uno tras otro, se pronunciaron pequeños discursos acerca de Liessel, que eran recibidos por satisfechas inclinaciones de cabeza, caras indiferentes o, en algunos casos, comentarios reprobatorios.

De repente...silencio. Había llegado mi momento y Tristan me indicó con un ademán que subiera al estrado. El paladín se había mostrado genuinamente sorprendido cuando le había pedido hablar en último lugar. No tanto por el hecho en sí, sino por mi actitud calmada. Después de mi comportamiento para con él en los días pasados no era de extrañar su sorpresa. Es por ello que no puso ningún impedimento a mi petición.

Subí los escalones intentando no hacer caso a las miradas reprobatorias de algunos de los concurrentes. Sabía que mi ropa no era la más adecuada para un entierro pero, desde que Leviatan destrozara y quemara mi vestidor en la antigua sede de El Gremio, no había dispuesto de tiempo para comprar ropa. En silencio, me coloqué junto al cuerpo de Liessel, saqué su diario y comencé a leer.

Las caras de los allí presentes reflejaban el asombro que sentían por mis palabras, especialmente aquellos a los que nombraba directamente. Como al romperse una presa, las voces surgieron como un torrente incontrolable desde lo más profundo de mi cabeza. El dolor se hizo insoportable y mis músculos dejaron de responder. El diario cayó de mis manos y rebotó hasta los pies de Trisaga.

Como en un sueño, Trisaga recogió el libro, se colocó a mi lado y terminó de leer el diario. Su dulce voz hizo retroceder poco a poco la marabunta en mi cabeza, apaciguándola. Trisaga hacía honor a su título de Bálsamo, aunque eso no lo comprendí hasta más tarde. Cuando acabó la lectura, me devolvió el diario y volvió a su mutismo.

Los componentes del equipo de asalto fuimos los encargados de conducir a Liessel al lugar de su eterno descanso. Entre las salvas de los cazadores y los resplandores de los paladines entregamos el cuerpo de Liessel al Mar de la Bruma. Dormirá por toda la eternidad en el mar, que ella adoraba.

Cuando llegamos al Bastión Plumaluna, Trisaga abandonó el barco y se dirigió hacia el Maestro de Vuelo. Intrigada, la llamé una y otra vez sin conseguir respuesta. Al intentar detenerla, me apartó con suavidad pero con firmeza y prosiguó su camino. Sólo al llegar junto a los hipogrifos se volvió y me miró a los ojos. Me tocó las sienes y las voces desaparecieron como por ensalmo. Luego me habló.

- Ya no soy Bálsamo - dijo - Desde ahora me llamarán Tormento.

Cuando dijo estas palabras sentí un escalofrío. Sentí, más que vi, cómo su aura, siempre cálida y bondadosa, se ensombrecía por momentos. Acto seguido, Trisaga saltó sobre un hipogrifo y desapareció, seguida por las maldiciones del maestro de vuelo, que no había auotorizado tal acción. Caí de rodillas gritando su nombre. ¿Por qué toda la gente a la que amo desaparece de mi vida? ¿Acaso estoy maldita? ¿Es un castigo por algo que he hecho?

Entregué a Tristán el diario de Liessel. Ya no puedo aprender nada más de él y pienso que él debe tenerlo. Acto seguido, le pedí licencia de mis deberes para con la Orden para buscar a Trisaga. Licencia que me fue concedida, quizás con cierto alivio por su parte al no tener que verme durante una temporada. Acto seguido comencé mi búsqueda.

Eso es todo. No puedo escribir más hoy. No tengo fuerzas...

Ahora soy libre. Libre de las voces que me atormentaban.

Pero estoy sola...otra vez.

miércoles, 9 de julio de 2008

Camino oscuro IV


Día 3:


Me siento fatal. Después de lo que aconteció hoy las voces están confusas. La rabia que llevan días insuflando en mí ha desaparecido como por ensalmo. Nada de lo que digan ahora parece poder afectarme.

Pero estoy adelantando acontecimientos…

Había citado a Tristan en el Hospital de Shattrath. Tenía intención de echarle en cara todo el dolor que había causado, especialmente a Trisaga. Cuando llegó, le pedí que me siguiera, sin dar más explicaciones. Una vez en el piso superior, lo conduje hasta el cadáver de Liessel y lo cubrí de improperios mientras Serges, ¡cómo no!, velaba porque no me acercara demasiado.

Contrariamente a lo que pensaba, Tristan no sabía nada de la muerte de Liessel. Y lo que fue más desconcertante…la visión del cadáver pareció afectarle sobremanera.

Pero lo más extraordinario fue cuando Tristan se inclinó sobre el cadáver de Liessel y lo tomó en brazos. Ante la atónita mirada de medio hospital, Tristan cargó el cuerpo y se dirigió a los portales del centro de Shattrath. Lo seguí lo más discretamente que pude y Serges salió corriendo detrás nuestro. Los gritos de dolor de Trisaga fue lo último que oí cuando atravesé el portal de Forjaz.

Cuando aparecí entre los magos y sacerdotes, mi primer pensamiento fue de terror. Tristan no estaba a la vista. Atravesé la puerta que me separaba de las calles de Forjaz y miré a mi alrededor, temiendo haberlo perdido. Mas, helo allí, caminando apesadumbrado hacia el maestro de grifos. El enano casi se muere del susto cuando mi daga le pinchó la garganta en mi apremio por saber dónde había ido la macabra comitiva. ¿Menethil? Otra vez el mar…

Rápidamente subí a uno de los grifos y lo apremié a gritos para que volara lo más rápido posible. El animal respondió volando a una velocidad endiablada sobre las copas de los árboles y, en más una ocasión, temí que no pudiera remontar tras un más que pronunciado picado. Pero al fin divisé el puerto y, en breve, tomamos tierra.

¿Dónde estás Tristan? ¿Dónde has llevado a Liss? Allí. ¿Un barco? Sí, Tristan había subido a bordo de uno. Espera, ¿el “Virtud de la Doncella”? No, “Susurro sobre las aguas”. Curioso nombre.

Una vez a bordo, seguí los pasos de Tristan hasta el camarote principal, en la popa del barco. El cadáver de Liessel reposaba sobre el único lecho de la sala y Tristan parecía meditar. Era mi ocasión. Lentamente, saqué mis dagas, y ya me disponía a entrar en silencio cuando un ruido a mis espaldas me sobresaltó. ¡Serges! El maldito draenei me miraba entre preocupado y enfadado. Aunque las voces me urgían a que lo matara a él y luego a Tristan, algo en mi interior me detuvo, una presencia reconfortante y triste a un tiempo que no pude identificar. Envainé mis dagas y, en ese momento, mi corazón dio un vuelco.

Tristan hablaba con palabras cargadas de tristeza y melancolía. Mis oídos no daban crédito. ¿Tristan apreciaba a Liessel? Pero eso no podía ser. Debía estar fingiendo. Él no sabía que yo estaba escuchando. No podía saberlo. Entonces…su dolor debía ser real.

La llegada de Tidnar me arrancó de mis cavilaciones. ¿El mítico gnomo allí? En verdad éste estaba siendo un día de sorpresas continuas. El gnomo quería ver a Tristan y, una vez juntos, lamentaron la pérdida de Liessel. Tras la partida del gnomo, Tristan subió a cubierta, momento que aproveché para registrar el camarote ante la horrorizada mirada de Serges.

El olor a cuero y sal que acompañaba siempre a Liessel inundó mis fosas nasales. Una rápida visión general me permitió sopesar la situación y establecer prioridades. La habitación parecía haber sido ordenada recientemente tras un ciclón. Muebles rotos y reconstruidos convivían con otros totalmente destrozados. Botellas vacías, una especie de cesta de madera (¿una cuna? ¿aquí?)…y una mesa llena de mapas, mapas comprometedores que hice desaparecer rápidamente de la vista, lo que hizo que reparara en un libro que se hallaba bajo ellos. Al cogerlo, un bucle de finísimo cabello dorado cayó de entre sus páginas. Atónita, lo coloqué con cuidado dentro del libro y guardé éste para un posterior estudio.

La reprimenda que Serges me estaba echando por registrar la habitación terminó en seco con la llegada de un destrozado Rictus. Sabedora de que fue el último ser en ver con vida a Liessel, le pregunté por el colgante que había nombrado Trisaga, y mi sorpresa fue mayúscula cuando lo sacó de su jubón y me lo entregó. Al parecer Liessel lo llevaba consigo. Lo guardé cuidadosamente, prometiéndome dárselo a Trisaga.

Rictus me ayudó a realizar un registro eficiente y rápido. Una vez acabado éste y sin haber encontrado nada más que ropa (del tipo que nunca habría sospechado que Liessel pudiera poseer) y otros objetos sin importancia, abandoné el barco. Serges se quedó para velar por Tristan y Rictus parecía discutir con un parroquiano a los pies de la pasarela, así que me fui sin hacer ruido.

Una vez a salvo, leí el diario de Liessel y se me cayó el alma a los pies. ¿Cómo puede alguien sufrir tanto y seguir viviendo? ¿Cómo puede siquiera seguir cuerdo? Tengo que entregar este diario a Tristan y pedirle disculpas por cómo lo he tratado. Después de leer esto me siento como si fuera basura.

Mañana es el entierro de Liessel. Debo redimirla a los ojos de los que convivieron con ella. Liessel lo merece…y Trisaga también.

martes, 8 de julio de 2008

Camino oscuro III


Día 2:


He visto a Trisaga.

Cuando llegué al Hospital de Shattrath, en el Bajo Arrabal, el hedor a enfermedad y muerte golpeó mis fosas nasales casi como si fuera un ataque físico. Los sanadores hacen lo que pueden con los heridos y los enfermos, pero hay males que ni siquiera ellos pueden curar.

Al ver el cadáver de Liessel las voces de mi cabeza experimentaron un súbito crescendo que se volvió abrumador en cuestión de segundos. El dolor casi me hace caer de rodillas, pero no podía permitirme tal muestra de debilidad. No ahora. No delante de Trisaga y Serges.

Ambos estaban allí. Serges lloraba la muerte de Liessel y Trisaga...Trisaga pasa las horas obnubilada junto al cuerpo exánime de Liessel, tomándole la mano como si le fuera la vida en ello. Lo que me horroriza es que creo que sea así.

Me sorprendió que Serges no me reconociera hasta que me di cuenta de mi aspecto. No suelo llevar el rostro al descubierto y mucho menos llevar vestido, pero no creía que presentarme ante Trisaga con una armadura manchada de sangre y dos dagas fuera muy tranquilizador, la verdad.

Al aproximarme a Trisaga mi corazón dio un vuelco y una nueva oleada de dolor recorrió mis entrañas. Su rostro...su bello rostro estaba surcado por unos terribles arañazos, como si en su desesperación se hubiera autoinflingido esas heridas. ¿Por qué? ¿Por qué tiene alguien tan bondadoso que sufrir así? Porque Liessel está muerta. Muerta porque no estabas allí para ayudarla...

Trisaga no dio muestras de reconocerme, mucho menos de oirme. Simplemente permanecía junto a Liessel, con la mirada vacía, sin vida. Serges estaba tan desconcertado como yo y, en mi rabia, me ratifiqué en mi deseo de que Tristan sufriera por todo el dolor que había causado.

Debo haber dicho algo en voz alta, porque Serges me recriminó por tales declaraciones. ¡Incluso llegó a decir que no dejaría que le pusiera un dedo encima a "su Señor"! ¿Cómo osa? Creía que era de fiar, pero veo que se ha convertido en otro de los perros falderos de Tristan. Está visto que ya no puedo confiar en ese bastardo.

Estaba a punto de sacar uno de los estiletes que siempre llevo ocultos, cuando la sangre se me heló en las venas. ¿Trisaga? Sí, era la voz de Trisaga. Repetía algo que me costó entender: "El colgante. No está". Mis preguntas al respecto no obtuvieron respuesta, salvo la misma letanía, una y otra vez. Tendré que preguntarle a Rictus. Creo que conocía a Liessel un poco mejor. Quizás él sepa a qué colgante se refiere Trisaga.

Intrigada, pero aún furiosa, abandoné abruptamente la sala y a un confundido Serges. Creo que mi mala fama se ha incrementado hoy, pero me trae sin cuidado. De hecho puede ser útil para lo que planeo...

Las voces han cambiado su cantinela y parecen excitadas por el inminente derramamiento de sangre.

Tengo que afilar las dagas y preparar mis venenos. Mañana los necesitaré.

¿Dónde he puesto el tormento de doncella? Mmmmmm

lunes, 7 de julio de 2008

Camino oscuro II


Día ?:


No sé cuánto tiempo ha pasado. ¿Un día? ¿dos? Me he despertado bañada en sudor en un catre de mi taller. No recuerdo cómo he llegado aquí...

Las voces no se han ido. Siguen ahí, acechándome, asicándome. He conseguido reducirlas a un rumor, un sordo zumbido como de miles de abejas prestas a clavar sus aguijones en mi cabeza si les dejo ocasión. Un rumor que sube y baja como una marea...El mar...¿por qué demonios pienso en el mar?

Trisaga habia dicho algo de Liessel y un barco...Trisaga...tengo que verla.

domingo, 6 de julio de 2008

Camino oscuro I


Día 0:


Liessel está muerta. Muerta porque no estabas allí para ayudarla...

No consigo sacarme esas palabras de la cabeza. Resuenan una y otra vez. Las voces se superponen unas a otras en un maremágnum cada vez mayor. Me están volviendo loca, poco a poco, inexorablemente.

...no estabas allí para ayudarla...está muerta...allí...Liessel...

Cuando desperté a las puertas de Entrañas, rodeada de muertos y agonizantes, me escabullí como pude. Si algo me enseñaron mis maestros es que, llegado el caso, es mejor huir para luchar mañana. Una vez a salvo intenté contactar con Liessel y ...muerta...no estabas allí... Rictus me dio la noticia ...Liessel... ayudarla...

Maldita sea, ¿por qué siento este dolor? ...muerta...muerta... Liessel era odiosa. ¿O no? ...Liessel...muerta... Sí, lo parecía, pero había algo en ella, algo oculto... ...muerta...¡MUERTA!

¡Salid de mi cabeza, malditos! ... ¿Cómo se lo voy a decir a Trisaga? ¿Cómo le podré decir que es culpa mía? ¿Cómo decirle que Liessel está muerta por mi culpa? No, no sólo mía. Tristán...ese maldito papagayo presuntuoso adelantó la hora del ataque. Pagará por esto. Derramaré hasta la última gota de su sangre si es preciso. Haré que sufra mil muertes, a cuál más lenta y dolorosa.

...Liessel está muerta....Liessel...muerta...está muerta...Liessel...Liessel está muerta...

La caída II


Imoen salió de su letargo autoinducido. Tenía las extremidades entumecidas de haber pasado tanto tiempo metida en el hueco entre dos sillares.

Miró hacia el cielo y vio la oscuridad que esperaba. Pero estaba sola. No necesitaba la escasa luz de las estrellas para darse cuenta.

- Algo va mal - pensó con inquietud.

Encendió el comunicador que Liessel le había dado y lo puso al mínimo. Aún así pudo distinguir claramente el ruido de la batalla.

- ¡Maldita sea! Se han adelantado. No tenía que haberme fiado de esos paladines engreídos. ¿Dónde estarán los demás?

Maldiciéndose a sí misma por haber usado tal nivel de letargo, Imoen se fundió con las sombras y se dirigió a las cloacas. Tenía que averiguar dónde estaban sus compañeros. Confiaban en ella y la necesitaban. Sobre todo Liessel.

A lo largo de los últimos días, el comportamiento errático de Liessel se había convertido en la seguridad arrogante típica de la muchacha. Pero días atrás, tras la convocatoria para el ataque, Imoen había creído distinguir un brillo extraño en los ojos de la asesina. En ese momento no le dio mayor importancia, atribuyéndolo a la emoción propia del momento, pero ahora ya no estaba tan segura.

- Estaba como ausente - su mente discurría a toda velocidad - como pensando en algo que los demás no entenderíamos, en algo que...¡Dioses! Cualquier distracción puede ser fatal en una acción como esta. Tengo que encontrarla.

Rápidamente conectó su comunicador, el que Liss (últimamente pensaba en ella como Liss, no sabía por qué) le había dado y habló con voz queda.

- ¿Alguien me escucha? ¿Liessel? ¿Rictus? ¡Maldita sea! ¿Qué demonios sucede aquí?

La voz de Liessel le llegó lejana y rodeada del entrechocar del acero y gemidos de dolor.

- ¿Dónde diablos estabas, "chico"? Las polillas adelantaron la hora de la fiesta y tú no estabas localizable. Estamos a punto de entrar en la celda del Obispo y no tengo quién cubra mi flanco.

El tono cortante y despreciativo golpeó a Imoen como una bofetada. ¿Cómo que se había adelantado el ataque? Esas cosas no se hacen. No en una operación con tanta planificación como ésta.

Maldiciendo entre dientes a todo bicho viviente, Imoen entró en las cloacas a tal velocidad que se dio de bruces con los enemigos que estaban guardando la entrada. A pesar de sus intentos por pasar desapercibida, el enorme gato de uno de ellos se lanzó sobre ella. Imoen se golpeó con la pared y la oscuridad la cubrió.

La cabeza le dolía horrores cuando despertó y el escozor en su ojo izquierdo no hizo más que confirmar que sangraba profusamente por un profundo corte sobre su ceja. Miró a su alrededor con precaución y, al verse sola, se arrastró hacia la salida, esquivando cadáveres a su paso. Debían haberla dado por muerta, y si no se daba prisa pronto lo estaría.

Una vez en un lugar seguro, se curó la herida lo mejor que pudo. Encendió su comunicador y habló casi en un susurro.

- Liessel

Estática

- ¿Liessel?

Estática

- ¡Maldita sea, Liss, contesta!

Del comunicador brotó una voz, pero no era la de Liessel. Era Rictus. Estaba...¿llorando? ¿Rictus llorando? Aquello no pintaba nada bien.

Con voz entrecortada, Rictus habló. Imoen escuchaba obnubilada. No podía ser cierto ¿Liessel muerta? No, ella no.

Mientras las nubes cubrían el cielo apagando las estrellas, una sombra anidó en el pecho de Imoen.

- Liessel está muerta. Muerta porque yo no estaba allí para ayudarla. Ella confió en mí y yo...

Los muros de la torre en ruinas amortiguaron los sollozos de Imoen...

La caída I

Por Liessel

La puerta estaba apenas a unos pasos, podía verla a través de las decenas de defensores en la lucha encarnizada, cuando el dolor le traspasó el vientre como una lanza ardiente, pulsante con la fuerza de mil soles.

El tiempo se detuvo de pronto, transcurriendo tan lentamente como si algun ente supremo lo sujetara fuertemente con las manos.

"Ya está" se dijo, y lo acogió casi con alivio.

Mientras el mundo se volcaba en aquella caída infinita, vio los rostros a su alrededor como en un caleidoscopio, deformados por la ira, velados por el fuego. El sonido desapareció, amortiguado como si estuviera sumergida, y el espacio a su alrededor se deformó hasta invertirlo todo. Vio los ojos llameantes de los sin´dorei resplandecer con fuerza, embargados por el trance de la batalla; vio el rostro deformado por la tensión de los sacerdotes ante la masacre, entregando su propia vida por aquellos que luchaban junto a ellos... Le pareció ver a Tristan, luchando encarnizadamente, abriéndose paso hacia las celdas, pero la ola de guerra lo engulló y lo perdió. Buscó con la mirada algun rostro conocido, pero a nadie reconocía. El dolor era tan intenso que apenas podía respirar. Le sobrevino un extraño vértigo cuando sintió como sus fuerzas huían por el tajo abierto en el vientre.

"Ya llega"
pensó, y cerró los ojos, tratando de ver el mar, pero las olas se negaron a regresar a su mente.

Un gemido brotó de sus labios, regado de sangre encarnada, cálida y de sabor metálico. El sonido regresó antes de que abriera los ojos para comprobar, con terror, que pese a todo seguía allí. Los pasos retumbaban en el suelo sobre el que había caído, y el fuego, la sangre y el dolor lo llenaban todo. Sentía el dolor de los pies que la magullaban sin verla, pero no importaba, solo importaba el mar.




¿Por qué no regresaba? ¿Por qué el mar la rehuía?

El dolor se extendió desde la herida en el vientre por su cuerpo, a través de los brazos, recorriendo las piernas, estremeciéndola por completo. Era afilado, pulsante, oscuro y abrasador, una debilidad tan absoluta que las lágrimas de impotencia se le agolparon en los ojos mientras la sangre burbujeaba en sus labios.

"No debería ser así
" sollozó con desesperación en su interior, sintiéndo que la fuerza huía demasiado despacio, haciendo el dolor interminable, una tortura como jamás había imaginado. No era lo que había visto en sueños, no era aquel el final rápido y determinante que había visto... No, aquel dolor no lo había creído posible...

Cerró los ojos de nuevo, esperando, deseando con fervor que todo acabara, que el dolor desapareciera, pero cada vez que respiraba el dolor la traspasaba y la sangre se le agolpaba en la garganta, ahogándola.
¿Por qué no acababa? ¿Por qué le había sido dado ver su muerte si era una falacia?
Un nuevo terror se sumó a su pesadilla: aquel era el apotecarium, la cuna de las pestes, podía ver los viales ponzoñosos vertidos en el suelo... Trató de moverse, necesitaba salir desesperadamente de allí, pero sus dedos arañaron la dura piedra fría sin fuerza.

"No quiero morir aquí" gimió, pero de sus labios solo brotó un gorgote inaudible. Los sollozos eran débiles, pero las sacudidas, por leves que fueran, convertían cada suspiro en una tortura atroz. Apretó los ojos con toda la fuerza que le quedaba y rogó por que todo terminara. Trató de concentrarse en el latido débil de su corazón, como si con desearlo pudiera detenerlo, pero también su mente flaqueaba, se tambaleaba como si estuviera hecha de una manera intangible como el sueño. El dolor persistió y también el miedo.

El latido abrasador de la herida impregnó cada partícula de su ser como si fuera aceite, incapaz de desprenderse de él. Era fío y caliente al mismo tiempo, afilado, pulsante y contudente, como si todas las texturas y formas del dolor se hubieran concentrado en su viente para sumirla en la más completa desesperación. El dolor se convirtió en un pozo de paredes resbaladizas, frío y oscuro como una mazmorra, y se dejó caer.

Y cayó...

El dolor la arrancó de la caída y gimió de nuevo, sollozante. Sus ojos se negaban a abrirse, pero consiguió desentrelazar las pestañas para atisbar lo que había al otro lado.

Unos ojos la miraban, unos ojos que conocía, llegándo hasta ella a través del caos. Poco a poco reconocio el rostro, que gritaba palabras que no podía oír. Hizo acopio de fuerzas y habló.

"Sácame de aquí", quiso gritar, pero la voz era apenas un susurro y la sangre le llenaba la boca.

Rictus la tomó en brazos como si fuera una niña y lo último que pudo recordar fue la seguridad de sus brazos, la respiración agitada en el pecho magullado y el cabello de plata haciéndole cosquillas en el rostro.

La oscuridad llegó como un bálsamo largo tiempo ansiado, envolviéndola en su calidez aterciopelada, llevándose el dolor, la tristeza y el miedo. Flotó en la oscuridad durante la eternidad, más allá de los sueños y la realidad, en un lugar donde los fantasmas y los demonios ya no podían alcanzarla. El olor de la hierba la llenó por completo y por un momento creyó estar tendida en un lecho de hojas húmedas.

- Liessel...

Escuchó voces y de algún modo llegó a preguntarse si realmente la estaban esperando al otro lado.
La voz era cercana, teñida de preocupación. Quiso extender las manos para acariciar el rostro, pero ya no tenía manos, ni ojos, ni mente, ni cuerpo. Era solo oscuridad, era solo paz.

- Liss...

Primero volvió el dolor, y cuando sollozó, regresó la sangre a sus labios. La sensibilidad regresó como una bestia infame. El dolor la sumió de nuevo en un delirio incesante. Hacía frío, podía sentir las manos aletargadas, incapacez de moverse... Y las piernas... ¿Por qué no sentía las piernas?

- Liessel...

La voz sonó cercana esta vez, tan cerca que casi podía sentir el cosquilleo de las palabras en la piel. El dolor se retiró como una ola, siempre presente pero convertido en un sordo rumor acechante. Ahora sabía que era solo cuestión de tiempo, que el final llegaría, y aquel conocimiento se llevó el miedo y la oscuridad.

Cuando abrió los ojos, estaba tendida en la hierba y las aguas frescas de un lago le besaban los pies. Rictus estaba arrodillado a su lado, con el gesto fruncido en profunda preocupación, los ojos resplandecientes mirándola fijamente como si con mirarla bastara para retenerla.

- ... no puedes irte así...

Sí, era aquella voz la que la había traído de vuelta desde la oscuridad. Consiguió mover una mano, casi tan ajena como los pájaros que volaban, para arrastrarla hasta la mano del kal´dorei, empapada en sudor y sangre.

- Ric..

El elfo pareció regresar, repentinamente ausente, y la miró fijamente, alarmado, como sorprendido de que todavía siguiera allí. Apretó la mano casi inerte y Liessel sonrió débilmente desde el pozo de oscuridad que tiraba de ella.
No entendía por qué seguía allí, no podía decirle que lo había visto en sueños y que los sueños le habían mentido. No quería mentirle, no a él.

Respiró con dificultad y tragó dolorsamente saliva bañada en sangre.

- Lo que tenga que ser..- susurró, tan débilmente como el murmullo de las aguas tranquilas de un estanque- ... sea...

La mirada de Rictus se centró en ella fijamente, casi dolorosamente ser consciente de su intensidad. Había preocupación en sus ojos, genuina preocupación, y sintió que nunca nadie se había preocupado tanto por ella. Era indigna de tanta atención, siempre lo había sabido, y ahora aquellos ojos la miraban a ella, solo a ella, y le rogaban que se quedara.

Sintió la magia cuando ya era tarde. Como si hubieran abierto una exclusa, las pocas fuerzas que le quedaban se precipitaron al vacío. Vio, como en sueños, como Rictus se levantaba bruscamente de su lado. Quería decirle que se quedara, que todo estaba bien, pero vio como desenfundaba las armas y se preparaba para luchar. No quería mentirle, no a él...

- Rictus...- burbujeó su voz, casi inaudible, llegando de algún lugar lejano. El elfo apartó la mirada de la bruja y la miró de nuevo- Déjala...

Incomprensión en sus ojos ¿Acusación? Quería decirle que no estaba claudicando, que solo quería descansar. De pronto, como un regalo, como el perdón divino que había buscado durante tanto tiempo, su mente se llenó del eco de las gaviotas y sintió gratitud, una gratitud absoluta e infinita.

"El mar..." consiguió pensar antes de que las olas se la llevaran "... es tan hermoso..."

El dolor desapareció, y el mar se lo llevó todo.

jueves, 15 de mayo de 2008

Sanadora de cuerpos y almas

Por Liessel

El sol despuntaba sobre las ruinas de la ciudad de Shattrat cuando Trisaga daba con cuidado y firmeza las últimas puntadas, después de pasar toda la noche trabajando. Justo a tiempo: al cortar el hilo con ayuda de un pequeño y afilado cuchillo, el cuerpo inconsciente se revolvió levemente en la litera.

Estaba despertando.

Con un gesto apartó un rebelde mechón blanco que escapaba de la trenza y le caía sobre los ojos cansados.

En la cama, el cuerpo gimió.

Trisaga dejó el cuchillo en la mesa y se arrodilló junto a la cama. Deslizó una mano suave por la frente de la muchacha y comprobó sus constantes. El pulso, aunque leve, era constante y la fiebre había bajado, aunque no desaparecido. La muchacha gimió de nuevo. Que Elune tuviera piedad: estaba despierta.

- No intentes hablar, criatura- dijo la sanadora con suavidad- Todavía estás débil.

Vio como las lágrimas acudían al hermoso ojo oscuro, sintió como los dientes se apretaban. Acarició el rostro con cariño y suavidad infinitas.

- Sé que duele, criatura, pero has sido muy valiente.- susurró casi en su oído, como una confidencia compartida- Te prometo que el dolor desaparecerá, pero necesito que seas valiente todavía un poco más. ¿Me entiendes, cariño?

Sin dejar de verter lágrimas sobre las cicatrices de su rostro, la muchacha asintió y apretó los puños todo lo que le permitieron sus fuerzas. Las manos de Trisaga se detuvieron entonces sobre la larga cicatriz que cruzaba el torso de la muchacha desde el cuello hasta más allá del obligo. La sacerdotisa cerró los ojos y murmuró una oración.

De sus manos brotó una luz cálida y sutil que se deslizó por la cicatriz como si fuera un camino, antes de saltar a las demás heridas ya cosidas.
En la cama, el cuerpo de la muchacha se estremeció y se arqueó a causa del dolor durante unos segundos.

- Sé fuerte, criatura- alentó Trisaga, sin separar las manos de la cicatriz.

El resplandor ambarino recorrió todas y cada una de las cuidadosas costuras en la piel oscura y pareció filtrarse entre las cicatrices hasta desaparecer. Un gemido ahogado brotó de la garganta de Klode, que pasados unos segundos, comenzó a sacudirse a causa de los sollozos.

Trisaga cerró los ojos y por un momento su cuerpo se inclinó como si fuera a caer. Tomó aire y los abrió de nuevo. Estaba hecho.
Se sentó en la cabecera de la litera y recostó la hermosa cabeza de la muchacha sobre su regazo, para a continuación, acariciar con suavidad el pelo oscuro, murmurando palabras de aliento y consuelo.

- Ya está, criatura, ya pasó.- susurraba, como un extraño mantra. Al cabo de un instante los sollozos de Klode se calmaron hasta convertirse en leves estremecimientos y luego quedos suspiros.

Cuando Trisaga percibió que por fín el dolor remitía de la muchacha remitía y que la joven se calmaba, dejó que la cabeza de Klode descansara sobre la almohada y se apresuró a recoger los paños, los cuencos y los instrumentos que ya habían cumplido su misión , para llevarlos hasta un pequeño rincón separado del resto de la sala por una cortina desgastada. Sin perder un segundo, acercó un pequeño carro repleto de hierbas a la litera y cogiendo de aquí y allá, comenzó a crear emplastes con ayuda de un mortero, a golpes constantes y firmes.

Poco a poco fue creando cataplasmas y paños untados de bálsamos que aplacó a las cicatrices, para a continuación vendar cada una con cuidado y firmeza. Cuando terminó, el sol estaba alto en el cielo y Klode se había quedado dormida.

Trisaga suspiró y acarició la frente de la muchacha con ternura.

- Elune sabe que he hecho todo lo que he podido, criatura.- susurró.- Has sido increiblemente valiente. Una digna esposa de tu marido.

Dicho esto, se secó las manos en el delantal, y se tambaleó precariamente, debilitada. Con cuidado se apoyó pesadamente en la mesa para tomar aire y ahogar y contener el dolor que le corroía las entrañas: el dolor arrebatado a las heridas de un alma inocenten: Al cabo de unos instantes, se irguió. Pidió a una joven colaboradora de hospital que vigilara a Klode y que pusiera junto a la cama un vial de vapor de eucalipto.

Luego, sin más, bajó los escalones en busca de Leohast.