martes, 15 de diciembre de 2009

Asuntos Pendientes XXIV

Por Liessel

El río murmuraba en plata, metros por debajo. El aire frío de la noche empezó a acariciar las copas de los árboles y la incipiente oscuridad obligó a los forestales a encender los faroles. En algún lugar del bosque, un lobo llamó a la luna que asomaba por el horizonte. Y en el Refugio Pino Ámbar, en las Colinas Pardas, el anochecer trajo calma.

- Prométemelo.

Imoen suspiró y contempló, completamente dividida, la mano que estrechaba la suya. Por una parte, aquel contacto era cercano, honesto, amigable, un contacto insospechado, casi ansiado años atrás, cuando habían servido juntas en Inteligencia. Liessel había resultado entonces lejana, violentamente inaccesible. Había podido conocerla a través de su diario mucho después, desde la prudente distancia que da el tiempo, cuando tuvo la certeza que nunca le hubiera revelado todo aquello por ella misma. Había comprendido, al leer el diario de la espía, cuan parecidas eran en realidad, cuan humana era la mujer que se ocultaba tras los escudos. Cuan vulnerable…

Ahora aquella mujer le tomaba la mano y en aquel momento, mirándole las manos desnudas, se dio cuenta de que nada más podía ver de su piel. El rostro y las manos, sólo el rostro y las manos y tan fuerte como aquella repentina intimidad, sintió la urgencia por retirar la suya, el asco…

¡Jamás, jamás hubiera pensado que pudiera estar tan cerca de uno de ellos y no clavarle inmediatamente cinco pulgadas de acero en el corazón! Si es que tenían… Había visto con sus propios ojos el Apothecarium; había estudiado, junto con Lobo, las terribles Pestes que se cultivaban allí. Había visto las ardillas. Había escuchado la historia de Gregory Charles, la macabra narración de cómo recuperaron un cadáver de las costas de Feralas, de cómo, con ayuda de la brujería habían devuelto al cuerpo un fragmento de su alma, un alma tan torturada y enloquecida que en nada se distinguía de un geist o cualquier otra criatura de la peste. Había oído de los ingenieros y alquimistas que habían sido necesarios para devolver la cordura a aquella mente enloquecida, para devolverle el control sobre aquel cuerpo recompuesto, remendado, rígido por el frío de la muerte.
Una nueva peste, había anunciado Charles con orgullo, una peste refinada, completamente distinta a todas las anteriores.

Y ahora, el producto de aquella peste, aquel producto que sentía como había sentido cuando estaba viva, que recordaba todo lo que había vivido antes de aquella fatídica batalla, aquel producto que había intentado matarse al comprender en qué se había convertido, que apretaba los dientes con rabia, que sufría por la suerte de sus seres queridos, que lloraba de alegría, que ahora le sujetaba la mano y la miraba fijamente…

Aquel producto le pedía una promesa.

Respiró hondo, convocó para sí todo el poder que tenía el pasado, todo lo que sabía que yacía en la profundidad de aquella mujer, viva o muerta, y todo lo que tenía la esperanza de que siguiera siendo. Porque quería creer. Quería creer para no sentir que daba su palabra a un monstruo. Y en honor de lo que fue, y de lo que podría seguir siendo, habló.

- Lo prometo.

Asuntos Pendientes XXIII

Por Liessel

La hechicera llegó con el sol ya en las alturas colándose como dedos de luz entre las ramas de los árboles. Montaba un castrado negro, alto y fuerte, una bestia hermosa, y una elegante capucha oscura ocultaba su rostro.

Arrodillada ante un venado a medio desollar, Loraine Auburn estudió a la recién llegada. No llevaba armas a la vista, ni tan siquiera un amuleto, pero hacía mucho tiempo que Liessel había dejado de necesitar semejantes rasgos para identificar a un mago. Era algo en su apostura, aún sin verle el rostro. Era el leve aroma que le traía el aire, olores tan exóticos como familiares, olor de alambiques, de partículas arcanas. Detectó también algo más, algo que no supo identificar...


No recordaba la última vez que había llorado. Hacía tiempo que su dolor se convertía en rabia, no se permitía sucumbir a las lágrimas. Hacía mucho más tiempo que no tenía razones para llorar de alegría. Ahora, sin embargo, las lágrimas brotaban de sus ojos sin descanso, empapando su rostro; un rostro que sin embargo no mostraba dolor, un rostro que reflejaba el gesto beatifico de quien ha recibido una visión divina, una revelación maravillosa. Aquella bendición la recorrió como una ola cálida, sobreviniéndole repentinamente, debilitando sus rodillas...

Eh...- dijo Jeremías- Estás muy lejos de aquí...

Liessel se disculpó y volvió al trabajo. Escuchó a la recién llegada desmontar con la agilidad de quien no solo es una experta amazona, sino que además ha gozado de la compañía de animales desde la infancia. Tenía una voz dulce cuando la oyó dirigirse a Ackerman. Cuando volvió a levantar la vista, Matthew se estaba ofreciendo para hacerse cargo de su montura, pero, pese a que el sonido le llegaba muy tenue, entendió que la visitante deseaba hacerse cargo del caballo ella misma.

- Por aquí, señorita Lumber- dijo Dumont, que había salido a recibirla- La estábamos esperando.

- Gracias, Teniente.- respondió ella, sin retirar la capucha, y ambos desaparecieron en el interior del refugio.


Frente a ella, Imoen permanecía en silencio, observándola. Más allá, junto a la fragua, Brom miraba preocupado en su direcciónm, sin atreverse a intervenir. En realidad no le importaba, ahora solo podía sentir el alivio más inmenso e insospechado... Quería reir...

Se estaba estirando como un gato cuando unos golpes leves pero constantes sonaron en su puerta. Interrumpida su relajación, Liessel se irguió y se acercó a la puerta con dos zancadas.

- Hola, preciosa- dijo Brom cuando le encontró al otro lado de la puerta.

Loraine Auburn sonrió, anticipando una noche más en el refugio de sus brazos, pero la sonrisa no llegó a surgir al ver tras el enorme herrero una figura menuda que no conocía.

- Brom...- concedió, algo confundida y dejando de lado cualquir tipo de intimidad - ¿En qué puedo ayudarte?

El hombretón se hizo a un lado levemente y cedió el paso a la mujer que aguardaba detrás. Era menuda y muy joven, apenas una muchacha, Tenía un rostro dulce y agraciado y unos inmensos ojos verdes como esmeraldas. El cabello lacio recogido en la nuca, del color de la paja en verano, le recordó a Liessel al suyo hacía tanto, tanto tiempo...


Esos ojos... Sí, sí, como aquellos otros que habían penetrado en su alma, que la habían hecho sentir, por una vez, amada. Aquellos ojos que la encendían, que la llenaban de calidez, y ahora, en aquel rostro que se le antojaba perfecto, de un alivio insospechado, como si su pecho se hubiera llenado de pronto de luz...

- Buenas noches, señora...- saludó la joven, visiblemente cohibida pero con un brillo de curiosidad en la mirada.

Loraine Auburn arqueó una ceja. Liessel también.

- El teniente Dumont -explicó Brom- necesita que un agente se haga cargo de explicar a Ave... a la señorita Lumber el funcionamiento del Refugio y el problema con el aserradero de Arroyoplata.- arqueó las cejas dando énfasis a sus palabras- La envían del Kirin Tor, tiene el encargo de informar a su regreso.

La guardabosques asintió.

- Ya veo...- miró a la muchacha y le sonrió amigablemente- No hay problema, puedo hacerlo yo.

Brom sonrió, gratamente sorprendido.

- ¡Ah! ¡Estupendo! ¡Bien, bien!- exclamó, frotándose las manos. Miró hacia la penúmbra que se acercaba desde el exterior.- Bueno, ahora es tarde. Sólo queda presentaros y retirarnos temprano. Si tenéis que llegar al aserradero antes de que atardezca, deberéis salir antes de que amanezca- inspiró profundamente- Bueno, Loraine, esta es Averil Lumber, de la Escuela de Magia de Dalaran. Señorita Lumber, esta es Loraine Auburn, nuestra más reciente adquisición y una de nuestras exploradoras más curtidas.

La mujer y la muchacha se estrecharon la mano, sonriéndose desde la prudencia.

- Encantada- dijo Loraine.
- Un placer.- respondió la hechicera.


Viva, viva, viva. Su hija viva... Su hija convertida en una muchacha resuelta, hermosa, curiosa y agradable, una hechicera como su padre... Su hija a salvo... Bellota... El mote le hizo sonreir, por encima de las lágrimas. Bellota... Una alegría inconmesurable, inmensa, llenó su pecho, le cosquilleó en la garganta. Y rió, rió sin miedo, sin sombra de duda, con carcajadas de nuevo jóvenes, llenas de libertad, por encima del llanto, convirtiendo las lágrimas en un arcoiris como cuando el sol asoma entre las nubes de lluvia...

A una distancia de unos pasos, Imoen contempló la transformación de aquella mujer, presenció con asombro por primera vez como aquel rostro que había sido iracundo, torturado, pero que por lo general era poco más que inescrutable, se volvía revelador, inmbuido de pura felicidad... La vio llorar y reir al mismo tiempo, allí, sentada en el suelo, como una alegre marioneta a la que hubieran cortado todos los hilos.

"Pero está muerta"

Aquella certeza la golpeó como una maza, le hizo apretar los puños. Muerta, y sin embargo tan viva... ¿Puede alguien muerto sentir esa alegría genuina? ¿Llorar de felicidad? ¿Sentir auténtico amor? ¿Mostrar de aquel modo la esencia de la vida? Viva... y sin embargo tan muerta...
Apretó los dientes, odiándose al mismo tiempo por la tensión que violentaba su cuerpo, que obligaba a contener su odio, y por otro, por aquella alegría pura que se le contagiaba, que amenazaba con conmoverla...

- Gracias.- aquella palabra, pronunciada con una sinceridad abrumadora, le hizo mirar de nuevo con atención a la mujer.

Liessel descansaba las manos sobre el regazo, con los ojos enrojecidos por el llanto pero el rostro radiante de felicidad y de agradecimiento.
Se acercó un paso hacia ella, contra su voluntad, se acuclilló para poder mirarla a los ojos.

- ¿También estarás muerta para ella?- dijo con más dureza de la que pretendía, pero Liessel no acusó este hecho.

Negó con la cabeza con melancolía, pero sin dejar de sonreir, una sonrisa más tranquila, casi intima.

- Esa niña es feliz con lo que es ahora.- dijo la guardabosques- No le arrebataré su felicidad. Y yo soy feliz solo sabiendo que está viva y que está bien. Nunca jamás la perderé de vista, pero has de prometerme que nunca le dirás quien soy en realidad.

Le tomó entonces la mano, con suavidad, la estrechó con la punta de los dedos en un gesto amigable, cargado de confianza.

- Prométemelo, Imoen.

Asuntos Pendientes XXII

Por Liessel

Percibió la tensión, era casi palpable. Reconoció la ya familiar sensación del primer reconocimiento, la primera comprensión, el primer impacto. Al fin y al cabo, no le era desconocida. No pocos antiguos aliados se habían encontrado en la misma situación. Suspiró con amargura, le cedió los segundos que sabían que eran necesarios para asumir aquel descubrimiento. Diez latidos después se volvió, preparada para la mirada llena de odio y de acusaciones, pero el rostro de Imoen se le antojó inescrutable, aunque supiera el conflicto interior que albergaba. No pudo evitar sonreír: Mirlo había acudido a rostro descubierto, tan contrario a sus principios. Ya casi había olvidado sus rasgos.
El rumor del bosque menguó, como si esperara aquel momento. El cielo ya era fuego y plata.

Imoen habló por fin. También había olvidado su voz.

- Eres… tú.- dijo, y pudo detectar aquel matiz de duda, de incredulidad, y algo más que no quería identificar- Realmente eres tú.

Al principio se encogió levemente de hombros. Quería decirle “Eso parece, así están las cosas” pero sabía que aunque ella misma había tenido un año para asimilarlo (y sin demasiado éxito), evidentemente para su compañera de armas no era tan sencillo. No podía descartarlo como algo irrelevante. Hacía un año, posiblemente se había arrodillado antes su cadáver, tal vez incluso hubiera llorado su muerte, se hubiera mortificando pensando que no había estado allí cuando aquella espada le abrió el vientre. Y ahora, un año después, se encontraba con esta terrible realidad. Sí. Si había llegado hasta aquí, merecía una explicación. Pero ¿Qué decir?

- Cuando Jasmine pasó por aquí, supe que era solo cuestión de tiempo que llegaras hasta mí.- dijo al fin.- Y cuando hablaste con Charles… bueno, supongo que no necesitarás más aclaraciones técnicas.

Maldijo en su interior por el tono de amargura que tiñó su voz. No quería sonar así, no quería que lo entendiera como un reproche. Le hacía parecer débil. Además, la mirada de Imoen le turbaba, hasta ahora nadie la había mirado con acusación, con asco… Pudo imaginar muy claramente el conflicto interior de Mirlo: tiene su rostro, sus ojos, su voz. Parece tan viva…Y sin embargo está muerta, muerta, muerta.

- Estás viva…- dijo en cambio, y no constataba un milagro.

Aquellas palabras cobraron en sus labios un nuevo sentido. Cientos de nuevos significados. Tal vez, pese a todo, lo hubiera asumido. Tal vez, pese a todo, solo necesitara verlo con sus propios ojos.

- ¿Por qué no nos buscaste?- continuó la mujer de cabello oscuro, acusándola con la mirada, apretando los puños- ¿Por qué te escondiste aquí, lejos del mundo? ¿Por qué nos dejaste creyendo que estabas muerta y no ibas a volver? ¿Sabes lo que nos hiciste? ¿Lo que le hiciste a Trisaga?

Kess´an…

Trisaga, su valiente Lágrima de Plata, su Kess´an… En su corazón, había sentido la necesidad de encontrarla, de revelarle su secreto, de volver a mirarla a los ojos, sentir su bendición, su amor. Su corazón la necesitaba, y sin embargo había tenido que luchar contra él. Un puño helado le atenazó el pecho. Se volvió de nuevo hacia el acantilado para que Imoen no pudiera ver su rostro. A su espalda, la mujer interpretó el gesto como una negación de su culpa y tiñó sus palabras de veneno.

- Enloqueció, Liessel.- siguió.- Enloqueció de tal modo que se arañó el rostro y el cuello hasta hacerse sangrar. Permaneció junto a tu cuerpo como si esperara que te pusieras en pie de un momento a otro…Y luego… - Imoen tragó saliva, como doliera- Luego cambió…

“Ah”, pensó Liessel con amargura “tú también la amas”

- Cambió- continuó Imoen- su… su aura mutó, se invirtió. Su don se convirtió en una maldición. Resultaba imposible estar a su lado sin desear la muerte, y ella… ella fue consciente de aquello, se hizo llamar Tormento, se alejó de todos nosotros, la perdimos. Durante más de un año no pudimos encontrarla, fue como si estuviera muerta para el mundo. Muerta como tú… ¡y tú ya estabas de vuelta! – el veneno resonaba amargo en su voz- Tú estabas viva ¡y no tuviste los arrestos necesarios para ir a buscarla…!

Las palabras se clavaron en su pecho como dagas, cargadas de verdad. Apretó la barandilla frente a ella hasta que le dolieron las manos. La voz de Imoen estaba teñida de incomprensión. Por un momento, ninguna de las dos habló. El rumor del río volvió a cobrar protagonismo.

- Tienes que volver. - oyó entonces a su espalda. El veneno había desaparecido, sustituido por un ruego- Tienes que…

- No.

Las palabras brotaron de sus labios sin poder evitarlo. Lentamente se dio la vuelta, miró a la mujer a los ojos. No tenía dudas sobre aquello y su voz se tiñó de firmeza.

- No lo entiendes, Imoen.-repitió- No puedo volver, por Trisaga menos que por nadie. Sabes lo que soy, sabes lo que ocurrirá tarde o temprano. Y ella ya me perdió una vez. No dejaré que pase por lo mismo de nuevo, nunca. ¿Me entiendes? Jamás. Para ella debo seguir muerta. Para todos. ¿Cuánto crees que tardarían en descubrir lo que soy? ¿Y qué ocurriría entonces? Ya es suficiente cargar con lo que soy como para además traicionarles una vez más. No quiero que tengan que matarme…No me lo perdonaría jamás…

Esta vez fue Imoen quien apretó los puños.

- Pero…

Liessel sonrió, pero su sonrisa era triste, resignada, amarga. Se miró las manos.

- No existe otra forma, Mirlo. Yo estaba allí cuando Gregory Charles te describió con todo lujo de detalles las condiciones de mi regreso ¿Recuerdas? Sabes bien lo que significa. En el Apothecarium de Entrañas no hay lugar para la Luz ni para los poderes divinos. Entrañas es peste, y drogas, y desc…- las palabras se enredaron en su boca, fue incapaz de seguir al rememorar el dolor. Apretó los puños. Su voz empequeñeció- Estoy muerta para el mundo, muerta…

Los ojos de Imoen se endurecieron, pero aquello no pudo verlo. Apreció sin embargo el tono de acusación de su voz.

- ¿También para Zoë?

Liessel tembló un instante, por un momento pareció que iba a encogerse sobre sí misma, como si le hubieran herido con un puñal. Tenía la mirada perdida, como si realmente hubiera recibido un golpe. Como si no hicieran más que lloverle golpes…

- ¿Qué le ha ocurrido a Zorea?- inquirió con la voz quebrada.

Mirlo negó con la cabeza con el semblante serio.

- Zorea lloró tu muerte, como todos. Tu diario no dejó indiferente a nadie, de todos modos. Hace tiempo que no sé nada de ella- dijo, acercándose un paso- Pero no hablo de ella, hablo de Zoë. Zoë, no Zorea.

La miró sin entender: Solo había una Zoe, y esa era Zorea, con sus cabellos bermejos, la espina en su alma. Imoen se dio cuenta entonces de que la mujer que tenía enfrente era incapaz de hacer la conexión. No sabía que la niña vivía. Se acercó un paso más.

- Zoë, Zoë Uscci.- dijo- Tu hija.

El gesto de Liessel se endureció, su mirada se afiló.

- Mi diario os ha dado buen entretenimiento ¿eh?- espetó con desprecio- Dejad a los muertos en paz. Si has leído ese diario, sabes tan bien como yo que no tengo ninguna hija.

Escupió las palabras, la ira que despertaba aquello en ella era palpable, aunque no hubiera cambiado su postura, aunque solo fuera la mirada, aunque solo fuera una voz cargada de metales afilados. Ahí estaba, el familiar escudo contra las intromisiones no deseadas. Tan habitual… Tan Liessel… Imoen tomó aire, consciente de la importancia de la revelación que iba a hacer. Escogió con cuidado las palabras, y cuando tuvo más o menos claro como proceder, habló.

- Tu hija vive, -comenzó, y cuando Liessel la miró con furia no se detuvo- se hace llamar Averil Lumber y cualquiera que te conociera podría decir de quien es hija. Tiene tu rostro. Y los ojos de Dishmal. Y un carácter de mil demonios que no sabría a cual de los dos atribuir primero. Tú la viste, Loraine Auburn, tu conociste a la joven enviada del Kirin Tor ¿recuerdas su nombre? ¿Recuerdas su rostro?

- ¡Ya basta!- estalló Liessel, sus ojos ardían como hielo quemante. Se irguió en toda su estatura, su postura cambió, se volvió amenazadora. Irbis hacía acto de presencia. Imoen luchó por no retroceder y se mantuvo en su posición- ¡Ya basta, joder! ¡Ya basta de tantas fantasías que no hacen bien a nadie! ¿Tanto me odias? ¿Por qué me torturas? ¡Olvídate del puto diario! ¿Entiendes? ¡Olvida todo lo que leíste!

Lejos de amedrentarse, Imoen acusó más con el cuerpo, como si quisiera obligarla a escuchar.

- Precisamente por lo que leí, sé que lo digo es cierto.- insistió- Tu hija desapareció en la Ciénaga Negra, Brontos Algernon huyó para salvarla, y tu sabes bien…

- ¡Calla!- bramó Liessel, volviéndose violentamente hacia el acantilado.

Imoen la aferró por el hombro para obligarla a volverse, pero la mujer se deshizo de su presa con un violento gesto. Respiraba con pesadez, apretaba las manos entorno a la madera de la barandilla. Su cuerpo entero vibraba.

- Márchate…- rogó al fin, sin mirarla.- No me tortures más, márchate…

“Así que esto es ver a un alma torturada” debió pensar Imoen al ver quebrarse de ese modo a la que fuera la más fría de las asesinas, la maestra de espías. Respiró hondo, bajó la vista.

- La falla temporal de la Ciénaga Negra en la que murió Brontos se encuentra quince años atrás en el tiempo.- dijo con serenidad, sin tensiones, sin urgencias. No importaba que no quisiera escuchar. Tenía que saberlo- Al parecer, un matrimonio de colonos encontró a la niña, cabello de paja, ojos verdes.

Liessel no reaccionó. Permaneció inmóvil, aferrada a la barandilla, dándole la espalda.

- Como no tenían hijos, -continuó Imoen- adoptaron a la criatura. La llamaron Averil, Averil Lumber, aunque la llamaban cariñosamente Bellota.

Los hombros de la mujer se sacudieron levemente. Siguió hablando.

- Le encantan los animales, se le dan bien, y tiene el talento de su padre, pero eso ya lo sabes. La viste.- frunció el ceño, pensando qué más podría decir de aquella chiquilla, era importante no dejar de hablar- Siempre supo que los Lumber no eran sus padres, pero no fue hasta que empezó a soñar que descubrió de quien era hija en realidad.

Poco a poco, lentamente, Liessel se fue deslizando hacia el suelo, como si las rodillas no tuvieran fuerza para sostenerla. Acabó sentada en el suelo con el gesto de una muñeca desmadejada.

“No pares, sigue hablando”

- Al principio las cuentas no salían, hasta que habló con unos y con otros, con Zorea, y comprendieron el misterio de las fallas temporales. Tristán le permitió leer tu diario, lo custodia como una reliquia familiar. – suspiró- Cuando supo a que te dedicabas, se cortó el pelo como un muchacho y se dedicó a acechar por los rincones, pero Angeliss no le permite alejarse mucho de los estudios.

Definitivamente, los hombros de la mujer se sacudían levemente, rítmicamente… Ya no apretaba los puños, la tensión había desaparecido de su cuerpo, presa ahora de una debilidad insospechada. Y aunque no podía verla, sabía a ciencia cierta que estaba llorando, y riendo, bajito, en silencio. Guardó silencio.

El río recuperó su protagonismo.

Asuntos Pendientes XXI

Por Liessel

El sol se ponía entre las copas de los árboles y, poco a poco, la frescura de la noche iba ganando terreno en el bosque, aunque todavía se apreciara claridad en el cielo teñido ya de malvas y ocres, y naranjas ardientes. El rumor del río fluía como una secreta melodía, adornado por el grito de los pinzones, y la misteriosa sinfonía del bosque lo llenaba todo. Respiró hondo, dejando que el aire helado penetrara en sus pulmones, apreciando cada matiz de madera, resina, pino y tierra mojada, y posó las manos sobre la barandilla que la separaba del acantilado. A sus pies, muchos metros por debajo, el río se deslizaba como una fantasmagórica serpiente de plata, salpicado de salmones, aceptando en sus riveras a algún que otro oso hambriento de pescado.
Suspiró, solo esperaba que no fuera la última vez que pudiera contemplar el bosque y respirar sus aromas. Aquel paisaje le inspiraba paz, una paz que no había conocido hasta que cruzara el mar y se estableciera en el norte. Allí no había intrigas, ni oscuras misiones, solo la quietud del bosque, el rumor del río, el olor de la caza. El trabajo honrado, la paz de espíritu. Sin embargo, aquella paz era transitoria, lo sabía. Apretó la barandilla con las manos hasta que emblanquecieron los nudillos. Ahora sabía sin lugar a dudas que aquel idilio con el bosque tendría un final. Solo existía una pregunta ¿Cuando?
Y después, cuando todo terminara, el futuro se desdibujaba hasta convertirse en un misterio imposible de resolver. Imposible anticipar lo que ocurriría porque ni siquiera sabía si sería ella misma cuando llegara el momento. Como siempre, el sueño de aquella noche la había hecho despertar cubierta en sudor, y Brom la había abrazado hasta que había dejado de debatirse, pero la inquietud no le había permitido volver a conciliar el sueño.

Se estremeció. Como siempre, el sueño la había llevado a Entrañas…

Está agazapada detrás de un grupo de cajas apiladas junto a la pared. Siente la tensión de su cuerpo, esa sensación de peligro que siempre la embarga en las incursiones, esa que le hace sentir tan viva… Las manos cerradas entorno a la empuñadura de las dagas, el brillo verdoso de sus filos envenenados. En la guarda de una de ellas, el resorte de la pólvora. El olor a cuero de sus ropas, la capucha haciendo que el cabello le cosquillee en la nuca. Desde donde está puede ver a Mirlo, agazapada entre dos columnas, una sombra entre las sombras, solo perceptible para quien sepa que está allí. Y puede sentir la presencia de Lobo en su retaguardia, silencioso como la bestia de la que toma el nombre. En algún lugar por encima de sus cabezas, encaramada cual gárgola, la silueta oscura de Sierpe vigila desde las alturas. Una señal, avanzan. En silencio siempre, en más absoluto sigilo, buscando las acogedoras sombras, los rincones poco visibles. La ciudad se mantiene en silencio, nadie ha dado la alarma, pero también supone un problema: si no hay sonidos ambientes, ellos tienen que andar con el doble de tiento, ser todavía más silenciosos que de costumbre; un paso en falso o una respiración demasiado pesada podrían dar al traste con toda la operación.
Unos pasos resuenan en la galería. De nuevo se congelan en la oscuridad, negro sobre negro. Los pasos se acercan, pasan cerca de su escondite, siguen caminando, se alejan. Al cabo de unos segundos, su eco se disipa en la enorme caverna que aloja la ciudad renegada. El objetivo está cerca, apenas unos giros más en el laberinto que es Entrañas. De algún modo, conoce el camino, cada esquina, cada recodo, cada puerta que hay que atravesar. Es como si de algún modo, algo tirara de ella hacia el interior, más y más profundo en las sombras de la ciudad. También es como si algo en su mente tirara de ella en dirección contraria, hacia el exterior, lejos de esa ciudad de pesadilla. No quiere avanzar, quiere volver sobre sus pasos, regresar al aire libre, lejos del aire pútrido de Entrañas, pero su cuerpo avanza contra su voluntad, como si ella fuera una mera espectadora y su cuerpo fuera solo una marioneta. Siente la presencia de sus compañeros moviéndose cerca, siempre cerca, guardándose los flancos entre ellos, vigilantes, cuidadosos... Leales.
Aquí.
Uno a uno, entran en el estrecho corredor. No hay lugar donde esconderse, solo pueden rezar para que nadie se cruce en su camino y de la voz de alarma. Avanzan con mucho cuidado, no aparece nadie. Pero algo no anda bien, hay demasiado silencio, demasiado vacío en la, por lo general, atestada Entrañas. Ni siquiera hay guardias en la puerta que hay al otro lado del patio que les espera al final del corredor. Todos sus sentidos le alertan, le gritan.

“Es una emboscad” le dicen,”márchate ¡Largo!” pero no se vuelve hacia sus compañeros, no les hace la señal convenida para la retirada. Avanza, solo avanza, y tras ella avanzan también los compañeros que han depositado su confianza en ella.
Al llegar al patio, alza la mano.
“Deteneos”, quiere decir”A partir de aquí sigo sola”. Tras ella, el resto del comando comprende y se funde con las sombras, expectante. Ella avanza, cautelosa, conservando siempre una posición que le permita atacar con facilidad. O huir con facilidad. Rodillas flexionadas, las manos cerca de las dagas, la capucha echada sobre el rostro pero sin impedirle la visión. El patio está despejado, no es muy amplio, pero su techo se alza de pronto en una cúpula cuyo final no puede ver.
“Huye” dicen sus sentidos, la experiencia acumulada tras más de una década corriendo con las sombras, pero su cuerpo no le pertenece, solo avanza, cruza el patio, pone la mano en el pomo de la puerta “¡No abras!”
La puerta se abre, dentro está oscuro, no puede ver. Quiere salir corriendo, pero atraviesa el umbral, la puerta se cierra tras ella.
No ve nada, pero puede olerles. Puede oírles. Cerrando los ojos, toma aire y desenfunda las armas. En sus manos, las dagas comienzan su danza salvaje, no tiene que pensar, su cuerpo reacciona solo. Sin embargo tiene que buscar a cada enemigo, aunque los siente cerca, muy cerca. Tiene que avanzar un paso más, siempre, tiene que buscarlos.
Tiene que buscarlos…
Con la respiración agitada, con el corazón martilleándole en el pecho, se detiene, poco a poco baja las armas, descansa ambos brazos contra su costado. Agacha el rostro, cierra los ojos, intenta calmar el latido desbocado de su corazón. Un latido, dos, tres.

Alza el rostro perlado de sudor. En algún lugar, alguien ha encendido una luz.

Cuatro latidos, cinco, seis.

Nadie ataca.

Abre los ojos.

Los muertos la miran con sus ojos vacíos y sin vida. Todos se mantienen a un paso de distancia. Sus mandíbulas descarnadas parecen sonreír.

Bienvenida a casa

Y entonces despertó


Se estremeció.
El mismo sueño una y otra vez. Realmente no parecía dejar mucho lugar a dudas sobre el futuro más inmediato. La incógnita se encontraba un poco más adelante, cuando la encontraran, cuando descubrieran quien era, cuando por fin alguien decidiera a tomar medidas.
Sin duda, ese día llegaría. Por ahora solo quería respirar la quietud del bosque mientras pudiera. Pero no quedaba tiempo.

Los pasos sonaron a su espalda. No tuvo que volverse, no hacía falta, sabía quien era.

Su primera prueba.

- Hola, “chico”.- dijo Liessel sin apartar la vista del acantilado- te estaba esperando.

lunes, 30 de noviembre de 2009

Asuntos Pendientes XX


Esa noche trascurrió sin incidentes y el siguiente día también. Nerisen acudió por tres veces con comida y bebida, así como a comprobar los vendajes. Habló lo justo y no respondió a las preguntas de Imoen. Por su parte, la joven no hacía otra cosa que repasar mentalmente datos del último año, intentando dar con una información que escapaba a sus deducciones.

La noche del segundo día en su “encierro”, Imoen se acostó, agotada del esfuerzo de la jornada, y soñó.


Imoen se encontraba en la plaza de la catedral, frente al Orfanato. Los niños jugaban en el exterior, mientras Ruiseñor los miraba con cariño. Tres niñas de cabello taheño se perseguían alrededor de ella, con las caras arreboladas por el esfuerzo y muertas de risa. De repente, las tres se pararon y miraron a Imoen con semblante serio.

- ¿Ocurre algo, pequeñas?
- Queremos ir con nuestra hermana.
- ¿Hermana?
- Sí, encuéntrala, por favor.
- Pero…yo no sé quién es vuestra hermana. Ni siquiera sabía que tuvierais una.
- ¿Eso piensas? Creíamos que eras más lista.

Ahora también Ruiseñor la miraba con semblante serio. Y no sólo ella. Los niños del Orfanato, las cuidadoras, los transeúntes…todos la rodearon con semblante serio y comenzaron a increparla:

- Te creía más lista…queremos ir con nuestra hermana… encuéntrala… lista… su hermana… encuentra… creíamos… lista…

Imoen se cubrió los oídos con las manos, pero era inútil, Las voces resonaban en el interior de su cabeza.

- No, otra vez, no…no podré resistirlo. No….no….¡NO!



Imoen despertó sobresaltada y bañada en sudor.

- Ha sido una pesadilla. Una maldita pesadilla.

Dolorida, se frotó las sienes ¿Por qué había tenido ese sueño? ¿Por qué se acordaba ahora de las trillizas? Las conoció en el Orfanato tiempo después de comenzar su entrenamiento a las órdenes de Shaw, en una de las múltiples ocasiones en que se escapó a ver a Ruiseñor. Una historia fea, ciertamente. Tres niñas y un bebé abandonados en un granero. Las niñas casi no hablaban con nadie salvo ellas mismas y su hermano. Las autoridades habían dejado a las niñas bajo la tutela de las cuidadoras. Estaba casi segura de que una era Hester, otra Elaine y la tercera se llamaba...

- Loraine…Se llamaba Loraine Ruran. ¿Pero qué tiene que ver con…?

Otra imagen en su cabeza. La del día en la que vio a aquella muchachita espiando a las tres niñas sin ser vista. Aquella figura, que ahora le resultaba dolorosamente familiar, no era otra que…

- Liessel, maldita sea. Liessel se apellida Ruran.

Era el apellido de su padre. Imoen lo averiguó por accidente en los archivos del SI:7, una de las veces en que buscaba clandestinamente información sobre su madre. Las trillizas debían ser…¿sus hermanas…?

- ¡Dioses! ¿Será posible que…?

Repasó mentalmente los datos que tenía de Loraine: Desolladora y trampera residente en Pino Ámbar. Se inscribió en El Gremio en el undécimo mes del pasado año bajo el nombre de Loraine Auburn, Ruran de soltera. Ruran…Loraine Ruran…

Y de repente todo encajó. La ficha sin grabado ni foto, lo esquiva que había resultado Loraine…

- Las fechas coinciden. Es tan obvio que es perfecto. Lo he tenido delante todo el tiempo y no lo he sabido ver. ¡Soy una estúpida!

Imoen se dirigió hacia la puerta de la habitación. Aunque sabía que la puerta estaba cerrada desde fuera, decidió probar nuevamente. Tal ver Nerisen se hubiera olvidado de cerrar.

- Sí, claro. Y tal vez Jasmine decida cocinar algún día comida normal.

El susurro de su voz, hablando consigo misma, se convirtió en una expresión de sorpresa cuando la puerta se abrió en silencio. Frente a la misma se hallaba un maniquí con su armadura de infiltración. Sorprendida, la examinó con un cuidado casi reverente.

- Está como nueva. Toda, hasta el casco.

Lentamente, se puso la armadura, teniendo especial cuidado en no dañar su brazo izquierdo. Al ir a colocarse el casco, un papel cayó de su interior.

- Espera, ¿qué es esto?

Recogió la nota y la miró a la luz de una vela. Cuatro palabras la miraban desde el papel.


Busca a Loraine Ruran


Y maldiciéndose a sí misma por enésima vez, Imoen abandonó la casa de Nerisen y Lunargenta.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Asuntos Pendientes XIX


Media hora más tarde, Imoen, vestida con una túnica amplia se sentaba frente a Nerisen. Su brazo izquierdo reposaba sobre su pecho, sujeto por un vendaje. Los cortes de su cara y sus doloridos oídos también habían recibido curas y el ungüento sobre su abdomen empezaba a hacer efecto. Nerisen era un artista en más de un aspecto y los primeros auxilios no escapaban a sus conocimientos.

El elfo se sentaba nuevamente frente a ella, paladeando con deleite su bebida.

- ¿Y bien?
- ¿Y bien qué? – contestó el elfo.
- Sabes a qué he venido.
- Por supuesto. No puedes vivir sin mí y quieres pasar otra noche de pasión desenfrenada. Es normal…
- No juegues conmigo, por favor. ¿Dónde está Liessel?

La mirada de Nerisen se endureció.

- A Liessel se le proporcionó una nueva identidad y se le ofreció la posibilidad de buscarle una casa, pero la rechazó. Nadie sabe dónde fue.
- ¿Cuál es la identidad actual de Liessel?

El elfo miró a Imoen.

- ¿Por qué preguntas lo que ya sabes? Te creía más lista.

Imoen se quedó de piedra.

- ¿Lo que ya sé? Pero…

Nerisen cortó la respuesta con un gesto.

- Puede que necesites algo de descanso para poner en orden tus ideas. Puedes quedarte aquí dos o tres días, si lo deseas, pero luego tendrás que irte. Quién sabe, tal vez alguno de mis alumnos te encuentre por casualidad. Podría ser divertido.

Y sin darle tiempo a responder, el elfo abandonó la estancia y dejó a Imoen sumida en un mar de dudas.

Asuntos Pendientes XVIII


Intentó irse por donde había venido, pero la puerta estaba bien cerrada. Lentamente, el techo comenzó a descender.

Imoen miró a su alrededor, buscando el cierre que detendría el movimiento del techo y la salvaría de una muerte horrible. Con el corazón latiendo desbocado en su pecho intentó calmarse. Sabía que si no lo hacía acabaría convertida en pulpa. Sus ojos recorrieron febrilmente la habitación hasta que lo vio. Un agujero, no mayor que su meñique, casi a ras de suelo. Se acercó rápidamente y, quitándose los guantes, insertó su dedo con cuidado.

Despacio, muy despacio, la pared se abrió, descubriendo un panel con varias ruedas. Lo que aparentaba ser un cristal dejaba ver varias palancas, accesibles a través de huecos. Estaba segura de que sólo una de ellas era la buena, pero ¿cuál? Su mente trabajó a toda velocidad, buscando símiles con todas las trampas que conocía y descartando una tras otra por su aspecto, posición…Era una apuesta arriesgada y lo sabía, pero no le quedaba otra opción. El diseño de una era idéntico a la primera trampa que le había explotado. El de otra semejaba la bomba sónica... Fue descartando una palanca tras otra hasta que sólo quedaron dos.

Imoen metió la mano por un hueco y accionó una. Tan pronto lo hizo, la velocidad de caída del techo aumentó perceptiblemente.

- Mierda.

Tumbada en el suelo, intentó alcanzar la otra, pero estaba fuera de su alcance por milímetros. En condiciones normales habría utilizado alguno de sus artilugios, pero los había perdido en alguna de las salas.

Entonces lo vio. Una vara sobresalía de la pared junto a la palanca. En su extremo había una especie de brazal metálico. La vara estaba conectada a una polea y ésta, a su vez, a una de las ruedas a la derecha de Imoen. Sabiendo lo que tenía que hacer, metió su mano izquierda en el brazal y comenzó a girar la rueda con la derecha hasta que notó cómo su hombro, codo y muñeca comenzaban a dislocarse.

El techo estaba ya a un metro de su cuerpo yacente.

- Sólo un poco más…

El dolor era casi insoportable, pero Imoen se obligó a seguir girando la rueda. Como anticipando su inminente muerte, por su cabeza pasaron en rápida sucesión los momentos más significativos de su vida: La alegría compartida con su madre y hermana cuando su padre volvía a casa y su enfado cuando se volvía a ir, siempre demasiado pronto; la noche en que lo perdió todo a manos de los no muertos; su estancia en el orfanato; su entrenamiento en el SI:7; las vejaciones que sufrió allí; los escasos momentos de placer; el funeral de Liessel y la locura de la búsqueda de Trisaga; Zoë ; Jasmine y la gente que parecía apreciarla a pesar de su deleznable comportamiento; Klode…su pequeña y dulce Klode…

Su visión se llenó de destellos de luz mientras notaba cómo perdía el sentido a causa del dolor de su brazo.

- No, no puedo dejarme ir. Tengo que conseguirlo. Por ellos…por Klode.

Y, dando otra vuelta a la rueda, sus entumecidos dedos alcanzaron al fin la palanca y la accionaron.

Por un momento el techo continuó descendiendo y, agotadas sus fuerzas, Imoen cayó en la inconsciencia y se entregó a su destino.




- Sólo uno de cada veinte de mis alumnos supera la prueba de las palancas. Te felicito, Imoen
- Gracias.

Y lo decía en serio. Por algún extraño motivo su visión de Nerisen había cambiado. ¿O era ella la que había cambiado? Toda su ira hacia el elfo había desaparecido. Las distracciones emocionales estaban relegadas a un rincón, sin que pudieran ya impedirle mantener sus sentidos y su percepción perfectamente afilados. Al mirar a Nerisen con algo que rayaba la admiración, éste le devolvió una mirada divertida, haciendo que Imoen bajara los ojos, avergonzada.

- Ahora eres lo que nunca debiste dejar de ser: Una máquina de matar perfectamente engrasada. Parece que no me equivoqué contigo, a fin de cuentas.
- Que no te equivocaste…¿Todo esto era una prueba? ¿Desde la primera vez que nos vimos?

Nerisen se encogió de hombros.

- Hay demasiado en juego en todo este asunto. Tenía que asegurarme de que eres de fiar y de que tus motivos para encontrar a Liessel son algo más que un mero “trabajito”. No conozco a muchos que hubieran llegado tan lejos por dinero o, incluso, por su sentido del deber.
- …
- Te diré cuál es la próxima parada en la búsqueda que has emprendido, pero te advierto que si alguna vez das con Liessel puede que lo que encuentres no sea lo que esperas.
- ¿A qué te refieres?
- Ya lo verás, si no mueres antes. Y ahora, veamos ese brazo…

Asuntos Pendientes XVII


Sentado tras una mesa llena de suculentas viandas, Nerisen contemplaba a Imoen con una sonrisa torcida, entre satisfecha y complaciente. En su mano sostenía una copa del cristal más fino que la joven había visto nunca. La botella que estaba sobre la mesa no dejaba lugar a dudas: El vino que llenaba la copa costaba tanto como cualquiera de los cargueros de Theramore.

- A tu salud, querida.

Frente a él, Imoen pugnaba por mantenerse en pie. Su armadura de infiltración estaba rota por varios sitios y su casco había desaparecido. Su cara estaba llena de pequeños cortes y quemaduras, un hilillo de sangre brotaba de sus oídos y su brazo izquierdo colgaba inerte en su costado.

Tres horas atrás se habría lanzado al cuello del elfo, con sus ojos destilando odio en estado puro, para destrozarlo con sus propias manos después de hacerle confesar el destino de Liessel. Tres horas atrás. Pero ahora…ahora era distinto.

- Me alegra ver que me equivocaba contigo. Quizás pueda sacarse algo bueno de ti, al fin y al cabo.

Nerisen hizo un ademán hacia una silla frente a la suya.

- Toma asiento, por favor. Tenemos que hablar.

Imoen se sentó, notando un dolor sordo en el abdomen


Imoen había llegado al local de Nerisen, sedienta de sangre, sólo para encontrarlo vacío. Intuyendo que el elfo podría tener un escondite secreto, comenzó a rastrear la estancia minuciosamente.

La primera trampa la cogió por sorpresa. El artefacto se elevó un metro sobre el suelo antes de estallar en mil pedazos. La deflagración la alcanzó de lleno y la lanzó contra la pared, aturdiéndola.

Cuando recuperó la conciencia el abdomen le dolía terriblemente, pero parecía que la armadura había resistido, aunque no estaba segura de si podría sobrevivir a otro impacto de ese calibre.



- ¿Por qué?
- ¿Por qué? ¿A qué te refieres?
- Pensaba que eres un artista. ¿Por qué no matarme cara a cara? ¿Por qué las trampas?


Allí estaba. La puerta era invisible para el ojo inexperto, pero no para ella. El cierre contenía una trampa, por supuesto, pero esta vez consiguió desactivarla. La puerta daba a una escalera que iba hacia el subsuelo. Antorchas de fuego mágico alumbraban el descenso. La escalera daba paso a una larga galería con hornacinas que conducía a una puerta. Cuando Imoen llegó a la mitad del recorrido las luces se apagaron, sumiendo al pasillo en una penumbra que a Imoen le pareció negra como boca de huargo, pero no antes de que las hornacinas se abrieran, revelando cientos de saetas afiladas como dientes de dragón, todas apuntando a la joven


- Tenía que asegurarme.
- ¿Asegurarte? ¿De qué?


La primera descarga impactó contra su casco, lanzándola hacia atrás y salvándole la vida, ya que sintió la siguiente pasar justo por el lugar donde su cuerpo estaba un segundo antes. Rápidamente se despojó de su casco y lo usó para desviar las saetas que se acercaban demasiado a su cuerpo, mientras avanzaba en la penumbra hacia el fondo del corredor. Una vez llegó allí, la luz volvió a encenderse, cegándola ligeramente. A su espalda, el pasillo parecía un acerico, con cada centímetro cuadrado cubierto de proyectiles.


- De que merece la pena gastar mi tiempo contigo, en primer lugar. – Le alargó un pañuelo - Toma, estás sangrando.


Imoen había perdido la noción del tiempo, de las trampas que había desactivado y las que no, a lo largo de las distintas habitaciones. Sus oídos sangraban por una trampa sónica que no había podido detectar a tiempo y le costaba concentrarse. Había tirado su casco, que era ya inservible, y el dolor en el abdomen hacía que le costara respirar


Imoen tomó el pañuelo con su mano derecha. Era un pañuelo amplio, de alguna tela valiosa que no llegaba a identificar, con el que se secó la sangre que le salía de los oídos y de la comisura de los labios…


La última habitación casi acaba con ella. Nada más entrar supo que era la última prueba. Conocía aquel diseño. Lo había estudiado en el SI:7. Era una maldita sala de examen


- ¿Crees que soy uno de tus alumnos?
- ¿Qué te hace pensar tal cosa?
- Has estado examinándome ahí abajo.

Nerisen enarcó una ceja y miró con descaro el brazo izquierdo de Imoen.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Asuntos Pendientes XVI


La noche era oscura en Lunargenta. Sólo las estrellas iluminaban la noche sin luna con su luz trémula, titilante. Moviéndose en silencio entre las ruinas, Imoen se aproximaba a su presa. Esta vez no la pillaría por sorpresa. Esta vez ella sería la que llevara las riendas.

Su visión nocturna seguía siendo la de siempre pero aún así distinguió a duras penas el lugar. Kronkar debía estar esperándola, si es que sabía lo que le convenía. ¡Allí estaba! El elfo se sentaba despreocupadamente, dando la espalda a las ruinas. Su arco estaba tirado descuidadamente en el suelo y no había rastro de la bestia que lo acompañaba la otra vez. ¿Sería una trampa? La voz del elfo la sacó de dudas.

- Sé lo que piensas, Imoen. No te preocupes, estoy solo y no tienes nada que temer de mí.

La voz de Imoen fue gélida en su respuesta.

- ¿Te ha dicho Nerisen que quería verte otra vez?
- No ha hecho falta. Sabía que volverías. Aún así, no ha dejado pasar la ocasión. Me ha dicho que creía que querrías matarme, después de…
- ¿Después de engañarme?

El elfo se volvió e Imoen vio su cara demacrada. Parecía llevar varios días sin dormir.

- Entiéndeme, todo este asunto se nos fue de las manos. Una vez que vi lo que le estaban haciendo, lo que le estábamos haciendo a Liessel contra su voluntad…

Kronkar apartó la mirada.

- Fue demasiado para mí. Vivo atormentado desde entonces, esperando que llegue el día en que pague por lo que hice. El día en el que ella acabe conmigo.

- Tú te llevaste a Liessel de Entrañas. ¿Dónde está?
- No lo sé.
- No vuelvas a mentirme, Kronkar.

El elfo se incorporó.

- ¡Es cierto, maldita sea! Yo sólo la traje desde Entrañas y la alojé unos dias..
- ¿La trajiste a Lunargenta?
- Había que buscarle una nueva identidad. Si se hubiera sabido que Liessel estaba viva se habría ido todo al traste.
- ¿Quién se encargó de buscarle una nueva identidad?

El elfo hizo ademán de responder, pero Imoen lo frenó con un gesto.

- Nerisen…Ese maldito bastardo…Fue él, ¿verdad?

Kronkar asintió.

- Te juro que no he vuelto a saber nada de ella a partir de ese momento. Y ahora haz lo que tengas que hacer.
- ¿A qué te refieres?
- Has venido a matarme ¿no? En cualquier caso ella lo hará tarde o temprano. Lo sé.

La risa de Imoen no tenía ni un ápice de diversión.

- No tendrás esa suerte. Sería demasiado fácil.
- ¿Qué quieres decir?
- Que no mereces una muerte rápida. Te dejaré vivir con tus remordimientos. Puede que algún día acabe contigo, o puede que Liessel lo haga antes, tal y como dices, pero no será hoy.

Imoen se volvió para marcharse.

- ¿Dónde vas?
- A buscar a Nerisen. Tenemos que hablar, y esta vez pondré yo las condiciones.
- Ten cuidado. Es muy peligroso.
- Sé cuidarme, no te preocupes

Y la joven desapareció en la noche.

martes, 17 de noviembre de 2009

Asuntos Pendientes XV


Por Liessel

Oculta entre las sombras, Liessel esperó a que el eco de los pasos de Mirlo y Nerisen se desvaneciera antes de atreverse a cambiar de postura. El corazón le latía desbocado en el pecho y sentía la garganta seca. No sabía si era la rabia acumulada, la ansiedad por estar de nuevo allí o el temor de averiguar el motivo de aquella pesadilla. Le parecía oir los gritos agónicos de las ardillas en el apothecarium, aunque sabía de buena tinta que era imposible, que estaba demasiado lejos. Las pestes de Entrañas flotaban en el aire, provocándole arcadas. Y luego estaba Mirlo... Supo, desde el momento en que Jasmine apareció en el Refugio, que era solo cuestión de tiempo que la encontraran, pero no había imaginado que sería de aquel modo. Lo sabía todo, todo... De algún modo había llegado hasta Charles y había escuchado, sin creerlo, como su antiguo aliado describía, con una fascinación casi científica, todo el proceso que se había llevado a cabo en el Apothecarium para traerla de vuelta. Como siempre, había evadido las razones que les había llevado a perpetrar su vuelta a la vida.

¿A la vida?

Tumbada bocabajo en la fría piedra del suelo de Entrañas, se sentía cada vez más echada sobre una lápida. Si lo pensaba, el corazón se le salía por la boca. Trató de concentrarse en sus pulsaciones, como había hecho tantas veces: acompasar su respiración y su ritmo cardiaco, hacerlos cada vez más leves con la sola fuerza de su voluntad. La falsa muerte, lo habían llamado los kaldorei, pero allí echada tenía bien poco de falsa aquella sensación de no-existencia. Cerró los ojos. Poco a poco, la respiración se acompasó con sus pulsaciones. Luego, cuando estuvo segura de que volvía a tener el control de su cuerpo, se puso lentamente en pie, y tras asegurarse de que no podía ser descubierta, se encaminó hacia el pequeño cuarto en el que Charles elaboraba sus venenos.

Como el irbis del que tomaba su nombre, Liessel se acercó sigilosamente hasta colocarse a su espalda y, antes de que tuviera tiempo de reaccionar, rodeó el huesudo cuello del renegado con un brazo, tapándole la mandíbula descarnada, al tiempo que apoyaba con fuerza la punta de su daga entre dos vértebras y cerraba la puerta de una patada.

- Un solo sonido, Charles, y ni siquiera tus ingenieros podrán traerte de donde te envie.

Gregory Charles no era un hombre estúpido y había sabido que aquel momento llegaría desde que dieran el primer paso del proyecto. Dejó lentamente los viales que sostenía sobre la mesa y relajó el cuerpo. Pero lejos de soltarle, Liessel le empujó con fuerza sobre la mesa, arrancándole un gruñido de dolor. Volvió a sentir la punta de su acero apoyada bajo las vértebras en su nuca. Podía percibir el control que aquella mujer tenía de su entorno, de su propio cuerpo. No era natural. No después de todo lo que le había pasado. Se contuvo para no pronunciar una frase condescendiente, sabiendo que no tenía lugar, aunque aquella actitud fuese su más efectivo escudo. Ya no tenía sentido. Se mantuvo en silencio.

Los segundos pasaron con insidiosa lentitud. El goteo de los alambiques era el único sonido audible en la pequeña habitación. Diez segundos, veinte, treinta.

- Supongo que querrás respuestas.- dijo al fin, confiando en que no presionara la daga y lo cercenara.

- Por tu bien, espero que las tengas.- respondió la voz, fría y templada, a su espalda.

***

Asuntos Pendientes XIV


- Maldito seas, Kronkar. ¡Mil veces maldito!

Imoen aguantaba a duras penas las ganas de matar a todo bicho, viviente o no, con el que se cruzaba de regreso al campamento del Orvallo. Era plenamente consciente del hedor que desprendía, pero eso ahora no le importaba. No era la primera vez que se infiltraba en Entrañas y, teniendo en cuenta su experiencia, no creía que fuera la última, así que ya estaba acostumbrada. Además, la herida en su amor propio era más fuerte que cualquier olor.

- Clavaré su cabeza en una pica…

Allí estaba ya la frontera de Tierras de la Peste. A partir de ahora podría relajarse un poco, pero no demasiado.

- Así que te habías desentendido ¿eh, Kronkar? Pagarás por haberme engañado, maldito bastardo.

La mente de Imoen retrocedió hasta el momento en el que penetró en Entrañas, horas antes.


La ruta de entrada que Nerisen le había indicado no le resultó una sorpresa a Imoen, aunque no estaba segura de si el elfo se habría percatado de ello. Al igual que a Liessel, el Orvallo le pareció el punto de partida más discreto. Sus continuas visitas a la zona mientras trabajaba para el Alba Argenta, años atrás, le habían granjeado algunas buenas amistades entre oficialía y tropa, así que la confidencialidad estaba asegurada.

Es increíble que aún mantengan el desagüe tan poco vigilado. ¿Fruto de un exceso de confianza o de la experiencia? Sea como fuere, entrar desapercibida le costó menos esfuerzo que en su primera incursión, más de un año atrás. Aunque lo disimuló como pudo, aquella vez estaba temblando de miedo y no sabía si habría podido hacer su trabajo de no ser por Liessel, que estuvo todo el rato a su lado. Sin embargo, esta vez era distinto. En lugar de miedo sentía otra cosa que no podía identificar: un vago sentimiento de inquietud que comenzó en cuanto se sumergió en los canales de Entrañas. Seguía sintiéndolo cuando llegó al punto de reunión.

El elfo estaba justo donde había dicho que estaría y su cara indicaba a todas luces que sabía que la joven ya había nadado en esos pútridos canales anteriormente.

Igual que Liessel, Imoen fue conducida ante un no-muerto que le fue presentado como Gregory Charles. De los dos ayudantes mencionados en el diario no había ni rastro. Aparentemente, Nerisen ya le había contado a Charles que la humana sabía cosas ya que, por una vez, Imoen no tuvo que jugar al gato y al ratón para conseguir información.

Sí, Liessel había sido reanimada y el proceso había sido largo y doloroso, incluyendo varios intentos de suicidio por su parte. Aunque no entendía las palabras que decía, el tono en que éstas eran pronunciadas no escapaba a la percepción de Imoen. Charles parecía entusiasmado con todo el proceso, si es que un no-muerto es capaz de sentir alguna emoción y parecía contarlo con todo lujo de detalles. Fascinación era la palabra que mejor lo definiría. La joven pícara tuve que refrenar las ganas de cercenar allí mismo la cabeza de aquel ser pero, nuevamente, su sentido del deber se impuso a sus propios deseos y se conformó con posponerlo para otra ocasión. Nerisen, en cambio, parecía a caballo entre esa misma fascinación y el horror más absoluto.

Una vez que Liessel estuvo recuperada, aunque con el cuerpo cubierto de cicatrices que le durarían eternamente, fue sacada discretamente de Entrañas y llevada a su nuevo destino por alguien. Aunque la respuesta fue en orco, Imoen entendió perfectamente el nombre que salió de la boca de Charles: Kronkar.

Imoen se giró rápidamente hacia Nerisen.

- ¿Lo sabías? ¿Me has hecho venir aquí para nada?

El elfo sonrió burlonamente y se encogió de hombros.

- Tú dijiste que querías hablar con Gregory. Querías que te llevara a él y que te hiciera de intérprete. Y eso es justo lo que he hecho.
- Tú sabías que Kronkar la sacó de aquí…
- Por supuesto, querida.
- ¿Por qué no me lo dijiste?
- Porque no lo preguntaste, querida. Pensé que sabías que no se proporciona nunca información no solicitada. No entiendo cómo la Alianza ha resistido tanto tiempo con espías como tú.
- Dile a Kronkar que tengo que verle otra vez. Dile que lo espero en el mismo lugar y a la misma hora de la última vez, dentro de dos días. ¿Harás eso por mí?

Nerisen entrecerró los ojos.

- Lo haré, pero lo siguiente que me pidas requerirá un pago extra.
- Sea, pero como descubra que me engañas otra vez más te vale ocultarte en el hoyo más profundo que encuentres, porque daré contigo aunque sea lo último que haga.

Despidiéndose de Charles, Imoen salió de Entrañas lo más rápido que pudo para dirigirse, nuevamente, a Lunargenta. Tenía que hablar con Kronkar.



Un ruido devolvió a Imoen a la realidad y por un momento sintió algo similar a las sensaciones que había tenido en Entrañas. Mirando hacia el origen del sonido, vislumbró a un explorador del Alba Argenta que, al reconocerla, la saludó con una inclinación de cabeza y volvió a otear el terreno circundante.

- Así que era eso. Lo que sentí en Entrañas es que estaba siendo observada. Definitivamente, tengo que retirarme lo antes posible. Me hago vieja, ya no respondo como antes. Hace unos años me habría dado cuenta de inmediato.

- Hace unos años no tenías tantas cosas en la cabeza, pequeña.

¿Quién había dicho eso? Sabía que estaba sola y las voces se habían ido ¿o tal vez no? Con la frente perlada de sudor frío, Imoen llegó al Orvallo.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Asuntos Pendientes XIII


El último día y medio había sido bastante intenso para Imoen. Lunargenta parecía estar más vigilado que la última vez que se aventuró tras sus muros. Encontrar el local de Nerisen le había costado algo más de lo planeado, pero al fin había llegado allí. Entre las sombras, observó el desarrollo de la clase. Algunos de aquellos jóvenes elfos tenían auténtico talento mientras que otros caerían en la primera escaramuza, eso si sobrevivían al entrenamiento.

Una vez que los jóvenes se marcharon, su maestro se dedicó a ordenar todo bajo la atenta mirada de Imoen. En varias ocasiones pasó cerca del lugar donde ésta se ocultaba, provocando que todos sus músculos se pusieran en tensión. Una vez todo estuvo en orden, Nerisen se cruzó de brazos y, mirando directamente a Imoen, habló en thalassiano con voz queda.

- ¿Vas a estar así todo el día? Podría sugerirte al menos media docena de planes mejores.

La sangre se heló en las venas de Imoen. ¿Podía verla? Pero eso era casi imposible.

- Venga, pequeña. Podría reducirte yo mismo. De hecho, sería divertido, pero prefiero el cortejo a la caza. Vamos. No te morderé…aún.

Rendida a la evidencia, Imoen abandonó las sombras que le servían de cobijo y habló en un thalassiano pasable.

- ¿Cuánto hace que me detectaste?
- ¡Oh! Desde el mismo momento en que entraste. La verdad es que no sé cómo has podido llegar hasta aquí con lo patosa que eres. Parece que los guardias pasan demasiado tiempo en las posadas, desfogándose. En cuanto a mis alumnos…un par de ellos llegaron a notar algo y así me lo dijeron. Nada concreto, sólo percepciones.
- ¿Tanto habéis avanzado?

El elfo se rascó la barbilla, pensativo.

- No creo que hayas venido hasta aquí para discutir quién va a la cabeza en este arte. Dime quién eres y qué quieres. No querría hacerte daño sin motivo.
- Me llamo Daala y…
- Inténtalo otra vez, y esta vez di la verdad.

La mirada del elfo era lo suficientemente explícita. Ella estaba en su terreno. Lo sabía y él también.

- Me llamo Imoen. Tengo que hablar con Gregory Charles y quiero que tú seas mi traductor.

Los ojos del elfo se entrecerraron antes de contestar.

- ¿Gregory Charles, dices? Lo siento, no lo conozco.

Imoen, tomó aire intentando serenarse.

- Nerisen. Sí, conozco tu nombre. Sabes perfectamente quién es Charles. Ya has hecho de traductor antes. Con Liessel…
- Te repito que no sé de qué hablas. – los ojos del elfo eran ya meras rendijas – Y ahora, sal de mi casa o lo lamentarás.
- He leído el diario de Liessel, Nerisen. Sé que estaba metida en algo importante contigo, Kronkar y Charles. No sé el qué y no sé si quiero saberlo, pero lo que tengo claro es que Liessel está viva, Nerisen, y tengo que encontrarla.

Los ojos del elfo retornaron a su estado normal, verde sobre verde.

- ¿Quién te ha enviado aquí? ¿Kronkar?
- En realidad, ha sido Liessel. En cierto modo, creo que estoy siguiendo sus pasos.
- Interesante. Entonces, lo que quieres es que te sirva de intérprete con Gregory ¿no?
- Ajá.
- ¿Estás dispuesta a pagar el precio?
- ¿Precio?
- ¿Liessel no mencionó en su diario nada acerca de ello?

Imoen rebuscó entre sus recuerdos del diario. Entonces lo recordó:

“[…]Una vez expuestos los términos, corrimos las cortinas y cerramos el acuerdo.[…]”

No podía ser lo que estaba pensando. Ahora entendía que el análisis visual a la que el elfo la había sometido iba más allá del plano profesional.

- No pretenderás…
- ¿El qué, querida?
- ¿Me estás diciendo que quieres acostarte conmigo como pago?
- En realidad querría que lo hicieras por voluntad propia. Me gusta que mis parejas sexuales disfruten. Y, créeme, siempre lo hacen.
- ¿Y si no quiero?
- Entonces puedes ir pensando en aprender viscerálico.

Imoen evaluó rápidamente sus opciones. No era la primera vez que se acostaba con alguien por necesidades de servicio y Nerisen era bastante atractivo, pero le había prometido a Klode que no volvería a hacerlo. Sin embargo, si no lo hacía no encontraría nunca a Liessel y no podría decirle que Zoë estaba viva. Se lo debía a Liessel y a Trisaga.

- ¿Aquí mismo?
- ¿Por qué no? Nadie nos molestará aquí.

Pidiendo perdón mentalmente a Klode, Imoen comenzó a desvestirse.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Asuntos Pendientes XII


- ¡Vaya fracaso! Cualquier día mis nervios harán que me maten, o algo peor.

Con estos pensamientos, Gaeriel corría hacia la catedral. Todo había salido mal desde el principio por culpa de su impaciencia. Por lo que había podido averiguar, parecía que el escaso don de gentes de Imoen no era una anomalía genética al fin y al cabo. ¿Siempre había sido así? No estaba segura, pero no recordaba haber tenido tantos problemas antes…en su otra vida.

La providencia había querido que la persona que le indicó la dirección de la posada del puerto hubiera resultado ser Aurora Lighpath, pero su conversación había sido un desastre. Independientemente de que Aurora ocultara (o no) algo respecto al Embate y Klode (y cada vez estaba menos segura de ello), Gaeriel no había sido precisamente cortés. De todos modos, Aurora le dijo que Klode estaba en cuarentena y nadie (nadie externo al Embate, al menos) podía verla. Aunque le ofreció a Gaeriel la posibilidad de enviar un mensaje escrito para Klode, tal punto quedaba descartado al no saber si le llegaría el mensaje y, en caso afirmativo, llegaría íntegro o censurado.

Una vez que Aurora dio por zanjada la conversación, Gaeriel sufrió un ataque de sombras y huyó a toda prisa, intentando pasar desapercibida en las calles de Ventormenta. Una vez pasara el ataque tendría que volver a Rasganorte para intentar seguirle la pista a Klode..

Zul’Drak y la Cruzada Argenta esperaban.

martes, 10 de noviembre de 2009

Asuntos Pendientes XI


La luna rielaba en las aguas del canal mientras Gaeriel se dirigía hacía el Cerdo borracho. Usar el comunicador del Alba había sido buena idea al fin y al cabo. La voz masculina que le había respondido le había proporcionado una pista, aunque también había cuestionado sus intenciones, poniendo en duda que Klode necesitara ningún tipo de ayuda. Tal vez fuera así, pero eso no lo sabría mientras no hablara con ella.

Los informes que tenía del Embate Escarlata era contradictorios: Unos contaban maravillas de su marcialidad, su disciplina, su compañerismo…otros, en cambio, hablaban de su fanatismo y su intransigencia con todo lo que pudiera estar mínimamente alejado de sus rígidas normas y su ideario. Incluso en Valgarde, a pocos kilómetros de distancia de uno de los puestos importantes del Embate en Rasganorte, la gente no se ponía de acuerdo acerca de la bondad o maldad de la organización, lo cuál no dejaba de ser inquietante.

- Bueno, – se dijo a sí misma – no soy parte de la plaga ni huelo a no-muerto, así que supongo que no tengo nada que temer.

Ensimismada en sus pensamientos, se percató sin embargo de que estaba a las puertas del Cerdo borracho. La voz del comunicador le había proporcionado un nombre, así que al menos no iría a ciegas.

Respirando hondo, subió los escalones y entró en la taberna. Tal vez Reese pudiera indicarle el paradero de Aurora Lightpath.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Asuntos Pendientes X


La noche comenzaba su reinado en Ventormenta. Las luces se encendían aquí y allá. Un trasiego continuo de gente colmaba las calles, entremezclando a los que volvían al hogar tras una dura jornada de trabajo con los que comenzaban su vida nocturna. La ciudad era una Babel en la que se mezclaban el común con el gnómico y el darnassiano. Hombres y mujeres de todas las razas conocidas en la Alianza caminaban en silencio o hablaban animadamente. Los trajes multicolores de los feriantes se alternaban con los colores lisos de la ropa de trabajo y los brillos de las sedas y las joyas. Los buhoneros anunciaban su mercancía y los niños, ajenos a los gritos de sus madres, correteaban entre los parroquianos. El paso de las esporádicas patrullas provocaba que algunos encapuchados de dudoso aspecto retiraran sus manos de bolsas a punto de ser robadas o que las meretrices no se anunciaran tan notoriamente por unos instantes. Por doquier, la gente cantaba, bailaba y bebía sin moderación.

Nadie parecía ver a la pequeña gnoma que caminaba con la cabeza gacha, ajena a todo el jolgorio y sollozando en silencio. Sobre su cabeza se posaba una polilla azul, que parecía acariciarla con sus sutiles patitas. Sus pequeños pies la llevaban lenta pero inexorablemente en dirección al puerto.

- ¡Sólo por 30 cobres la unidad! Una ganga, oiga.
- Vamos, guapa, lo pasarás bien. Media hora por 5 oros. Nunca más querrás ir con hombres.
- ¡Eh, tú! Ésa es mi bolsa.
- ¿Dónde está la bolita? Aciértalo y ganarás oro a montones.
- Añades dos gotas de aceite de pescado…
- ¡Gromsaguina! Tengo gromsanguina recién cosechada.

Gaeriel caminaba sorteando a la muchedumbre que poblaba las calles. Llegaba tarde para su ablución vespertina. Aunque no confiaba mucho en el método, parecía que los ataques de sombras se habían aplacado desde que tomaba baños con agua bendita de la catedral un par de veces al día. Mañana tendría al fin un día libre y planeaba buscar a Jasmine para agradecerle la información acerca del ser de Azshara. Por lo que le había contado la gnoma en su carta, Imoen y alguien más habían liberado a ese ser, que resultó no ser otra que Bálsamo Trisaga, de la que tanto había oído hablar. Una sanadora excelente, decían. Tal vez, y sólo tal vez, pudiera ayudarla con su “problemilla”.

Tan ensimismada iba en sus pensamientos que no vio a la gnoma hasta que casi la pisó. Rectificando el paso en el último momento, consiguió que saliera indemne. Eso sí, a costa de una reprimenda por parte de una humana malcarada a la que empujó en su lugar. Tras unos segundos aguantando el chaparrón, Gaeriel musitó una disculpa y corrió hacia la gnoma.

- ¡Jasmine!

Pero la pequeña prosiguió su camino sin volver la vista atrás.

- ¡Jasmine, espera! – Gaeriel corrió hasta alcanzar a la gnoma – sólo quería agradecerte…

Entonces vio la cara hinchada por el llanto y los ojos enrojecidos. El contemplar a una criatura habitualmente tan pizpireta convertida en un mar de lágrimas hizo que el alma de Gaeriel se le cayera a los pies. Se agachó frente a ella y la sujetó suavemente por los hombros.

- Jasmine, ¿qué te sucede, querida?
- Voy a morir. Es un suicidio. Y si no lo hago, me matará ella.
- ¿Morir? No sé de qué hablas.
- Ella me ha dicho que vaya allí. Quiere que busque a la señorita Klode, pero ellos me matarán.
- ¿Ella? ¿allí? ¿ellos?
- No quiero ir ¡No quiero!

Gaeriel abrazó a Jasmine, que temblaba, sollozando sin consuelo.

- Shhhhh, shhhhh. Ya pasó, pequeña. Gaeriel está contigo y todo va a ir bien. Ahora tranquilízate y cuéntame qué te pasa.

Poco a poco, Jasmine dejó de llorar, acurrucándose en el regazo de Gaeriel como un bebé. Cuando se serenó, le contó sombríamente lo que pasaba: La carta de Klode, la conversación con Imoen y su fatídico encargo. A petición de Gaeriel, Jasmine también le contó todo lo que sabía de Klode.


Media hora más tarde, Jasmine mordisqueaba uno de sus pastelitos de torio en una de las dependencias de la catedral, sentada junto a la humana. De cuando en cuando le daba unas miguitas a su polilla, aunque ésta no parecía dispuesta a comer algo así.

- Klode ¿eh?
- Sí, la señorita Klode. Es muy simpática, aunque un poco rara. Me pone nerviosa porque sólo tiene un ojo, pero se lleva bien con Imoen y durante unos días ésta me trató bastante bien. Hasta que se fueron a Rasganorte, claro.
- Mmmmm…así que Klode e Imoen son amigas ¿no?
- Me cuesta pensar en algo así, teniendo en cuenta el carácter de Imoen, pero se las ve felices cuando están juntas.

La mente de Gaeriel trabajaba a toda velocidad.

- Jasmine, te propongo algo.
- La escucho.
- Tú busca un lugar seguro. Habla con el Alba de Plata si es necesario para que te aparten una temporada de la circulación. Por lo que sé, será difícil que Imoen no te encuentre tarde o temprano, pero hay que intentarlo.
- ¡Pero tengo que ir a buscar a la señorita Klode!
- No, querida, no será necesario. Ha llegado el momento de que yo haga algo por Imoen. Se lo debo después de todo lo que pasó por mi causa. Yo iré a por Klode.

Jasmine la miró sin entender y Gaeriel contestó con una pizca de diversión en su voz.

- Oh, no te preocupes, mi pequeña amiga. Sólo pensaba en voz alta. ¿Sabes dónde fue el último lugar en el que se vio a Klode?

La gnoma en un principio negó con la cabeza, pero luego pareció pensarlo mejor.

- Espere, cuando fui a dejarle a Imoen la carta de Klode en su taller, la dependienta fue a buscar algo en la parte de atrás. En ese momento llegó el cartero con varias cartas. Las dejó sobre el mostrador después de avisar a gritos de que estaba allí. Cuando se fue eché un vistazo.

Jasmine se puso colorada.

- Sé que no es correcto, pero me pudo la curiosidad. Estaban escritas con la letra de Imoen y el destinatario estaba tachado. Parecía que las habían devuelto o algo.
- ¿Y?
- Iban dirigidas a la señorita Klode, en el puesto avanzado de la Cruzada Argenta de Zul’Drak. Sentí escalofríos al leerlo. Ese sitio es horrible.
- ¿Zul’Drak? Bien, por algún sitio hay que empezar.

Y dicho esto se puso en pie ante la mirada alarmada de la gnoma.

- ¿Dónde va?
- Ya te lo he dicho. Yo buscaré a Klode en tu lugar.
- ¿Me va a dejar sola?
- Sí, pero no te preocupes. Aquí estás a salvo de momento. Daré aviso al Alba de Plata para que te lleven a lugar seguro. Y no creas todo lo que dice Imoen: Estoy segura de que sería capaz de matarte, pero no ahora.
- Pues vaya consuelo…
- Menos da una piedra, querida. Adios, pequeña. Debo comenzar mi propio camino de redención.

Y dejando a Jasmine con la palabra en la boca y muchas preguntas sin respuesta, salió de la habitación.

Asuntos Pendientes IX


Cuatro días después un batir de alas despertó a Imoen de su sopor. El halcón estaba posado en su percha y miraba a su alrededor, buscando su recompensa. Mientras devoraba el bocado que la joven le ofreció, la nota que portaba en su anilla pasó a manos de ésta.

La miró despacio, buscando marcas extrañas. Poco a poco la desenrolló y desdobló. Las únicas marcas eran los dobleces necesarios para que la nota entrara en la anilla del halcón, así que la abrió con cuidado y la leyó despacio. Su mirada se congeló en un párrafo en concreto.

“ […] Necesito que le digas a Imoen una cosa: Que Klode está en el embate, en cuarentena. Que es a voluntad. Y… que nada ha cambiado. Gracias de todo corazón.”

La firma no dejaba lugar a dudas K. G. Fírenan, Kloderella Gallarassia Fírenan.

- No, Klode, no…

Guardando la nota en su jubón, corrió a recoger sus cosas pero, cuando ya salía por la puerta, frenó en seco.

- No, no puedo irme. No debo…

Dejó caer sus cosas en el suelo y arrojó el casco contra la pared.

- ¡Maldito sea mi código de honor! Sabía que algún día tendría que elegir entre el deber y Klode, pero no pensé que sería así. No ahora.

Furiosa, la emprendió a golpes contra todo lo que tenía alrededor. Tras varios minutos de furia ciega lo único que quedaba en pie era la percha donde el asustado halcón se aferraba intentando que la humana no se fijara en él. Imoen, jadeando tras un esfuerzo no controlado, cayó de hinojos, sollozando. Sabía lo que tenía que hacer y se odiaba por ello, pero la decisión estaba tomada. Se odiaría a sí misma el resto de su vida si a Klode le llegara a suceder algo, pero no tenía elección.

Sacando fuerzas de flaqueza, se serenó lo mejor que pudo y sacó el comunicador.

- ¿Jasmine?
- …..
- Jasmine, pequeño engendro, contesta si sabes lo que te conviene.
- ¿Eh? ¿Qué? ¿Imoen? Pero si aún no es hora de…
- Calla y escucha. Tengo un encargo para ti.
- ¿Encargo? Pero…
- Leíste la carta, así que sabes lo que ha pasado. Quiero que averigües dónde está Klode exactamente. Quiero que la encuentres y le digas que iré por ella lo antes posible, que por mi parte nada ha cambiado y que no quiero perderla, pero que me es imposible ir en persona. Se lo explicaré cuando la vea.
- Uh…
- ¿Lo has entendido?
- Sí, sí, pero…
- ¿Pero qué?
- El Embate… - la voz de la gnoma estaba teñida de pavor- esa gente me matará si me ve aparecer.
- Es tu problema, no el mío. Si no encuentras a Klode te mataré yo misma. Y ahora ponte en marcha.
- Espera…

Pero sólo la estática respondió a la asustada gnoma.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Asuntos Pendientes VIII


- …escuchas?

Imoen ajustó el dial de su comunicador personal lo mejor que pudo. La voz, aunque distorsionada, parecía de Jasmine. De todos modos, no podía ser otra. El comunicador de Klode lo habían saboteado en Valgarde.

- Imoen, ¿me escuchas?

¿Qué querría la gnoma? Debía ser importante si la llamaba arriesgándose a una reprimenda o algo peor.

Con un encogimiento de hombros mental, pulsó el botón de transmisión y respondió con voz queda.

- Habla, rápido. No sé si la comunicación es segura.

Un suspiro de alivio se oyó al otro lado.

- Al fin. Llevo tres días intentando hablar contigo. Sólo a las horas convenidas, claro está, porque sé que si no…
- Basta de cháchara. Di lo que tengas que decir y más te vale que sea importante.

La voz de la gnoma respondió entre dolida y temerosa.

- La señorita Klode te ha mandado una carta. Como no sabía dónde encontrarte, me la ha enviado a mí. La he puesto donde siempre. Parecía urgente, aunque la verdad es que no sé por qué la señorita Klode querría nada de alguien como…
- ¿La has leído?
- Errr….sí, venía a mi nombre, ¿qué querías que hiciera?
- Eso ya da igual. Ni una palabra a nadie de esto, ¿entendido?
- Pero…
- Ni una palabra, o lo lamentarás. Conecta cada día a las horas de costumbre hasta nuevo aviso.
- Está bien, lo que tú digas, Imoen.

Imoen cortó la comunicación y meditó acerca de los recientes acontecimientos. La información que Kronkar le había dado era bastante reveladora. Liessel estaba viva o, al menos, lo había estado hasta que el elfo se desvinculó del asunto meses atrás. Ahora tenía que averiguar qué le habían hecho, si era realmente ella o sólo un engendro de los boticarios, un ser incompleto o una bomba de relojería que habría que eliminar lo antes posible.

Entrañas era su próximo destino, pero antes tendría que hacer una visita a Nerisen. Lunargenta era bastante más accesible que la ciudad de los Renegados y creía saber dónde encontrar al maestro de asesinos de los elfos de sangre. Tendría que convencerlo para que fuera su intérprete, igual que hizo Liessel en su momento ya que, al igual que a ésta, el orco se le escapaba y no aspiraba a poder hablar la lengua de los renegados.

Por otro lado, lo que Jasmine le había dicho era turbador. ¿Qué sería tan importante como para que Klode se arriesgase a que alguien descubriese su relación? Aquello la iba a retrasar, aunque ¿qué importancia podía tener una semana o dos?

No, sabía que no podía dejarlo pasar tanto tiempo. Maldijo su sentido del deber y, tras escribir una escueta nota, abandonó su escondite para dirigirse a uno de los puntos de encuentro que el SI:7 mantenía por todo Azeroth, ocultos a los ojos de casi cualquiera. En ellos solía haber varios halcones mensajeros, alimentados por un ingenioso sistema gnómico que hacía que sólo hiciera falta visitar las instalaciones cada 5 o 6 meses. Cuidadosamente, Imoen rastreó la zona donde sabía que se encontraba la entrada hasta encontrar la puerta oculta. Sus habilidosos dedos manipularon el cierre y una abertura se formó en un lugar donde instantes antes sólo había roca lisa.

- ¿Qué demonios?

Las jaulas estaban vacías y un solitario halcón la miraba con curiosidad desde lo alto de una percha. Al menos parecía estar en buenas condiciones. Tendría que valer, fuera como fuese. Imoen llamó al halcón y éste respondió a su voz de mando y al alimento que le ofrecía. La anilla de los mensajes estaba intacta, así que Imoen sujetó a ella la pequeña nota que había escrito y, sacando al ave fuera, la lanzó al aire mientras le decía:

- ¡A casa!

El halcón se elevó rápidamente y se dirigió al Sur, hacia Ventormenta.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Asuntos Pendientes VII

a
Imoen y Kronkar hablaron largo y tendido, hasta que las primeras luces comenzaron a asomar por el horizonte. Al elfo no parecía intrigarle especialmente el hecho de que la joven entendiera el Thalassiano. Mucha gente trataba con los Arúspices de Shattrath, por lo que no era extraño que con el tiempo aprendieran su lengua.

Al parecer, Kronkar y Liessel se habían conocido años atrás, no lejos del lugar en el que estaban, mientras ella exploraba desarmada el territorio afectado por la plaga y, rápidamente, se convirtieron en aliados en su intento de aunar Horda y Alianza frente al enemigo común: Plaga y Legión.

Aunque reacio a dar nombres, Kronkar confesó finalmente que contaban con la confianza de ciudadanos clave de distintas facciones de Azeroth. El que Imoen ya conociera esos nombres, gracias al diario de Liessel, ayudó a soltarle la lengua. Nerisen, Gregory Charles y sus ayudantes...nombres que conocía por el diario pero que no había podido ubicar del todo.

Kronkar fue contando a Imoen cosas que ya sabía alternadas con información nueva. La desaparición de Liessel, su estancia en Claro de Luna, cómo se hundió en el alcohol…

Todo esto le fue relatado de forma totalmente fría, como si Liessel fuese sólo un efectivo en esa campaña. Un efectivo muy valioso, eso sí, pero nada más. Le recordó a la forma en la que hablaba Shaw cuando preparaban un “trabajito” o cuando hablaban de las bajas de una operación. Profesionales que no dejan que sus propios sentimientos interfieran en su quehacer.

El secuestro del arzobispo fue un golpe muy duro para el plan de Liessel y todo lo que se había construido a su alrededor. Eso explicaba todo el empeño que ella había puesto en el rescate, el repentino cambio de ser un despojo que nadaba en alcohol a la máquina de precisión de antaño durante la incursión en Entrañas, semanas antes del rescate.

Luego habló de la muerte de Liessel, de cómo Sacat la remató y capturó un fragmento del alma de Liessel sin que Rictus o él pudieran hacer nada por evitarlo.

Llegados a ese punto, Kronkar calló por un momento, reacio a continuar. Cuando parecía que ya no no lo haría, comenzó a hablar de nuevo, pero esta vez su tono de voz pasó de ser neutro y frío a teñirse de culpa.

Tras la muerte de Liessel, su cuerpo fue rescatado de las aguas de Feralas la misma noche del funeral y llevado a Entrañas. Un aprendiz de boticario llamado Metatron realizó a petición de Kronkar un tratamiento experimental perfeccionado en el apothecarium de Entrañas. Usando el fragmento del alma de Liessel conservado en el cristal de Sacat, consiguieron volver a imbuir de vida el cuerpo muerto de la joven y restituirle su espíritu o, al menos, parte de él. Todo el proceso se llevó a cabo a espaldas de Sylvannas. Nerisen y Gregory Charles también estaban implicados en el asunto.

El elfo guardó silencio nuevamente.

- ¿Y qué pasó, Kronkar?

[Thalassiano]: El experimento fue un éxito.

- ¿Quieres decir que Liessel realmente está viva?

Kronkar guardó silencio.

- Contesta, por favor. Tengo que saberlo.

El elfo suspiró, resignado. El tono de su respuesta fue la de un hombre turbado, atormentado quizás por algo que se le ha ido de las manos.

[Thalassiano]: Pasaron meses. El proceso fue muy duro para todos, empezando por Liessel.

- ¿Qué le hicieron?

[Thalassiano]: No puedo decirlo. No quiero volver a revivir aquel infierno.

Kronkar miró fijamente a Imoen.

[Thalassiano]: Escucha. Lo que hicimos fue un error. Nunca debí prestarme para llevar a cabo algo así. No tenía derecho a jugar con el alma de nadie, ¿lo entiendes?

Imoen asintió.

[Thalassiano]: No, no tienes la menor idea. Aún me despierto con los gritos de Liessel resonando en mis oídos, preguntándome por qué la trajimos de vuelta.

El elfo la miró a los ojos.

[Thalassiano]: ¿Crees que tuvo un despertar apacible? ¿Qué abrió los ojos y dijo “¡Hola, qué tal! Gracias por haberme revivido”? Pues te equivocas. Liessel gritaba angustiada, rogaba que la dejáramos descansar, imploraba seguir muerta. Y, aún así, la obligamos a volver.

Kronkar apartó la mirada y guardó silencio.

- ¿Dónde está Liessel ahora?
[Thalassiano]: No lo sé. Me apartaron del proyecto y sólo volví a verla un par de veces después de eso. Gregory Charles se encargó de ella.
- ¿Quién es Gregory Charles?
[Thalassiano]: Un instructor de Entrañas. Enseña a gente como tú.

Kronkar suspiró.

[Thalassiano]: Y ahora, si me disculpas, necesito estar solo. Y tú deberías irte. Durante el día hay patrullas por la zona.

- Kronkar,…

Pero el elfo ya había desaparecido.

-…gracias.

Asuntos Pendientes VI


La ciudad de Lunargenta se alzaba orgullosa en la noche. La luna, brillando en el cielo, iluminaba la caprichosa arquitectura elfa. Aunque buena parte de sus habitantes descansaba tranquila tras sus murallas, Imoen sabía que los guardias estaban en sus puestos, alertas, prestos a lanzarse sin dilación sobre aquello que consideraran una amenaza.

Imoen miró al cielo con preocupación. La noche avanzaba y ella llevaba retraso. La Cicatriz y las ruinas de la parte oeste de la ciudad estaban más pobladas que la última vez. Los engendros pululaban por doquier y, aunque débiles, podrían ponerla en aprietos si acudían en masa. Así pues, Imoen debió avanzar despacio, esquivando cuidadosamente a los desgraciados habitantes de las ruinas mientras buscaba al elfo. Kronkar, ése era su nombre o, al menos, el nombre que Rictus había conseguido arrancarle a Sacat. Los informadores del SI:7 decían que probablemente lo encontraría en algún lugar de las ruinas y el diario de Liessel también comentaba algo al respecto, así que decidió probar suerte antes de introducirse en la zona “viva” de la ciudad. Pero el tiempo pasaba y no había encontrado ni rastro del elfo ni esa bestia que llevaba como mascota.

Estaba pensando en desistir cuando lo vio. O debería decir que casi tropezó con él. El elfo se encontraba de pie, con la espalda apoyada en una pared medio derruida y un arco en las manos. Su negro cabello se derramaba sobre sus hombros, pero su cara permanecía en penumbra. Parecía no haberse percatado de la presencia de Imoen y ella no iba a dejar que diera la voz de alarma, así que comenzó a rodear al elfo con cuidado mientras desenvainaba sus armas sin ruido.

[Thalassiano]: Respiras tan fuerte que podría dispararte en la oscuridad.

Imoen se tensó instintivamente, apostando una postura de ataque.

[Thalassiano]: Yo que tú no haría eso, salvo que quieras darle una alegría a mi amigo.

Una respiración junto a su nuca hizo que Imoen se parara en seco y desviara su atención del elfo por un momento. Tiempo suficiente para encontrarse con que el elfo le apuntaba ahora con su arco. Lentamente, la joven bajó las armas.

[Thalassiano]: Eso está mejor. Los de tu raza no suelen venir por aquí. Al menos no en solitario. Demasiado peligroso para alguien acostumbrado a luchar en proporción de diez a uno.

El elfo tensó su arco.

[Thalassiano]: De todos modos no entiendes una sola palabra de lo que digo, así que…

- Yo que tú no estaría tan seguro de eso.

El elfo, sorprendido, aflojó ligeramente la cuerda de su arco.

[Thalassiano]: ¿Entiendes mi idioma?

Imoen sonrió bajo su casco. Su respuesta llevaba un timbre mordaz.

- Y tú el mío, así que estamos empatados, ¿no crees?

La respuesta del elfo estaba definitivamente cargada de diversión.

[Thalassiano]: En realidad diría que yo soy el cazador y tú la presa, así que dime qué haces aquí y puede que tengas una muerte rápida e indolora.
- Busco a un elfo.
[Thalassiano]: ¡Vaya! Una chistosa. En fin, adiós, pequeña…
- Se llama Kronkar.

El arco se movió casi imperceptiblemente La flecha dejó un surco en el cuero del casco de Imoen y atravesó la cabeza de uno de los engendros, que cayó sin emitir un sonido.

[Thalassiano]: Kronkar ¿eh? ¿Qué quieres de él?
- Necesito información…sobre alguien. Cierta bruja no muerta dijo que ese Kronkar podría ayudarme…que tú podrías ayudarme, Kronkar.

El elfo se quedó mirándola, sin decir nada.

- Tú eres Kronkar, ¿verdad? Coincides con lo que me han dicho de ti.
[Thalassiano]: ¿Y qué te han dicho de mí?
- Muchas cosas. Entre ellas, que no eres un asesino a sangre fría. Y me lo has demostrado.
[Thalassiano]: Yo, en cambio, no sé nada de ti. ¿Por qué habría de fiarme de una humana?

Imoen adoptó una postura neutra y soltó sus armas. Sabía que era una temeridad, pero algo le decía que no corría peligro. Aún no.

- Te fiaste de otra humana antes. ¿Te suena el nombre de Liessel?

La tensión en el elfo habría sido imperceptible para alguien que no supiera lo que Imoen sabía. Pero para ella fue clara como la luna brillando en el cielo.

[Thalassiano]: ¿Quién? Lo siento, no conozco a nadie con ese nombre.
- No me mientas. Sacat lo confesó todo.

El elfo se encogió de hombros.

[Thalassiano]: Sacat está loca. Y ahora vete. Pronto será de día. Si te ven los guardias no podré detenerlos.

Y con esas palabras dio por terminada la conversación e hizo ademán de irse.

- Leí el diario de Liessel, Kronkar. Sé que la conocías. Sé que estabas metido con ella en algo muy serio, así que deja de fingir, te lo ruego. Necesito respuestas. Tengo que saber si es cierto que Liessel está viva.

Kronkar suspiró lenta y relajadamente.

[Thalassiano]: Suponía que este día llegaría, pero nunca pensé que sería tan pronto.

martes, 3 de noviembre de 2009

Asuntos Pendientes V


Imoen se despertó sintiendo que le faltaba el aire. El eco de la voz de Liessel aún resonaba en su cabeza. Era ya la tercera noche que tenía la misma pesadilla y cada vez los detalles eran más vívidos y desagradables.

Aún no era noche cerrada, pero sabía que no podría volver a conciliar el sueño, así que se puso en pie y preparó sus cosas. Sobre ella, miles de estrellas comenzaban a titilar en el cielo de Trisfal. A lo lejos, las luces de Lunargenta empezaban a hacerse visibles entre los árboles. Al menos aquella zona estaba lo suficientemente al Oeste de La Cicatriz para poder considerarse segura. Repasó mentalmente los acontecimientos de los últimos días.

La visita al barco de Liessel nada más llegar de Rasganorte no es que hubiera sido muy afortunada, pero de todos modos pensaba hacerlo, con o sin pesadillas. En cualquier caso, no había sacado nada en claro. Para Zoë (Averil), Loraine no se salía de lo normal: pelirroja, ojos grises, joven, zurda...¡menudas pistas! Ese asunto tendría que esperar, aunque en su interior sentía que se le escapaba algo…

- Si Zoë no pensaba ya que estoy loca, la visita de la otra noche debe haberla sacado de dudas. – suspiró.

Imoen sacudió la cabeza para aclarar sus ideas, un gesto que últimamente repetía demasiado. No le gustaba. Le daba sensación de inseguridad. Estaba perdiendo facultades y eso era malo, sobre todo ahora que iba a…(a faltar a la promesa que le hiciste a Klode) infiltrarse en territorio enemigo. Cogió aire y lo exhaló lentamente intentando alcanzar el estado de relajación necesario para la tarea que iba a acometer. Pero no fue suficiente. Necesitaba algo más.

Lentamente, se quitó su ropa de viaje quedando desnuda. Entonces comenzó una serie de movimientos lentos y sinuosos, desplazándose sin emitir el más mínimo sonido. Poco a poco sus movimientos ganaron velocidad, sus manos hacía rato que habían adoptado una posición de combate y sus piernas se movían por inercia realizando una danza de la muerte más antigua que los maestros de los maestros de Imoen. Tras unos minutos, el ritmo fue decreciendo hasta que la joven se detuvo en una postura de defensa, con las piernas flexionadas y el cuerpo en perfecto equilibrio. Su cuerpo, perlado de sudor, brillaba a la luz de las estrellas, pero su respiración, esta vez sí, era suave y tranquila. Sólo entonces abrió los ojos, y esta vez su mirada tenía una firme determinación.

Tras refrescarse en un arroyo cercano, se vistió con la ropa oscura que usaba en las infiltraciones, recordando cuán distinta era de la que aquella vez había usado para infiltrarse en Entrañas con Liessel y los otros. Fue la última vez que la vio con vida. ¿Sería cierto que estaba viva? Eso era lo que Rictus creía, lo que le dijo la bruja pero ¿sería verdad? Por lo pronto, localizar a Rictus había sido virtualmente imposible. Por lo que averiguó estaba retirado en algún lugar de Vallefresno, ciego…

Kronkar. El elfo se lo diría aunque se lo tuviera que arrancar a golpes. Un momento. ¿Se lo diría? ¿Y en qué lengua? Es un elfo de sangre, maldita sea, ¿hablará algún idioma que ella pueda entender medianamente? ¿Común quizás? Ella sabía algo de thalassiano ¿sería suficiente? Tal vez sí…o tal vez no. Encogiéndose de hombros mentalmente, se ajustó las espadas y se caló el casco hasta que casi le dolió. Esta vez no se quedaría sin sentido al chocar con una pared. No si podía evitarlo.

Poniéndose en pie, hizo un repaso mental de su equipo:

- Armadura lista y ajustada, armas en su lugar (ya las envenenaría llegado el caso), hilo de titanio para estrangular, su pequeña porra, partículas explosivas, guijarros para despistar, alguna poción por si la cosa se pone fea…parece que todo está como debe.

A estas alturas era ya noche cerrada. Mirando a su alrededor, comprobó que sus otras pertenencias estaban perfectamente ocultas y emprendió la marcha fundiéndose con la oscuridad. Lunargenta esperaba.

Desde las ramas de un árbol, un solitario búho fue el único testigo de su partida.

Asuntos Pendientes IV


El cielo de Feralas estaba cubierto, pero las nubes eran rojas. Sola en el muelle, Imoen esperaba. A lo lejos, un barco se acercaba a puerto.

Miró a su alrededor y no vio a nadie. El mar, teñido del color de la sangre, bañaba en silencio la negra costa. Un mar sereno y liso como un plato que, sin embargo, la ponía nerviosa ¿No solía haber un goblin junto al muelle? Y el suelo, ¿siempre había sido de ese color? No lograba recordarlo. ¿Y por qué no había aves? Imoen se estremeció involuntariamente.

Algo llamó su atención. El barco se aproximaba a puerto. ¿Tan pronto? Sus velas, negras como la noche, colgaban inertes de los mástiles y, aún así, el barco seguía su curso. En silencio, el barco llegó a puerto y una escala apareció de la nada. La esperaban, pero ella no quería subir. No a ese barco. Allí dentro había algo maligno. Lo presentía.

Sus pies empezaron a deslizarse sobre la pasarela. Una fuerza invisible contra la que no podía resistirse tiraba de ella hacia el barco y antes de darse cuenta se encontraba en cubierta, mirando hacia el castillo de popa. El barco, que instantes antes se encontraba en la costa, ahora se hallaba entre ésta y el Bastión Plumaluna. El cielo, antes rojo, se había oscurecido progresivamente y el aire a su alrededor parecía ganar consistencia, como las alas de Trisaga en Azshara.

Entonces la vio. Sobre una plataforma al fondo de la cubierta yacía un cuerpo inerte que portaba la palidez de la muerte. Muy a su pesar, sus piernas la llevaron allí y pudo ver de cerca el pálido rostro enmarcado por el largo cabello rubio. Era Liessel. Pero no podía ser, Liessel estaba muerta y enterrada. Ella estaba presente cuando la lanzaron al mar…

El terror atenazó los músculos de Imoen cuando Liessel abrió los ojos y la miró.

- ¡No! ¡Moriste! Moriste en Entrañas. Ellos te mataron. Te enterramos, maldita sea.

Imoen intentó retroceder, pero sus piernas estaban clavadas al suelo. Intentó apartar la mirada, pero su cuerpo ya no le respondía, si es que alguna vez lo había hecho. Sin embargo, vio que Liessel sí se movía. Se acercaba (¿se acercaba?) a ella lentamente hasta que su rostro casi tocó el de ella. Al mirarla de cerca pudo apreciar que la carne había desaparecido en varios lugares de su rostro y que uno de sus ojos estaba vacío.

- ¡No! ¡Aléjate! Estás muerta. – gritó en su mente.
- ¿Estás segura de eso?

Liessel se alejó de Imoen y ésta se dio cuenta de que ahora era ella la que yacía en la plataforma. Con creciente terror notó como se deslizaba a un metro sobre la cubierta en dirección al mar.

- ¡No! ¡Haz que pare! ¡Por favor!
- ¿Por qué? No es tan malo, ya lo verás. Estarás otra vez con tu madre. Es lo que más deseas ¿no?

Imoen había sobrepasado la borda y se encontraba a escasos centímetros del agua, que parecía esperarla con impaciencia.

- ¡No quiero morir! ¡No así!

Silencio.

- Por favor…

El agua cubrió el cuerpo de Imoen, despacio, como los brazos de un amante, hasta que sólo asomó parte de su cara. Veía a Liessel observándola desde la cubierta. Extrañamente, su rostro parecía más vivo que nunca y sus ojos (¿no le faltaba uno?) la miraban fríamente.

- ¿Por qué, Liessel? ¿Por qué?
- Quiero que tú también lo veas, “chico”.

Chico…¿Cuándo había sido la última vez que Liessel la había llamado así? ¿Durante la batalla de Entrañas? ¿Era éste su castigo por haber llegado tarde? A pesar del terror que sentía y que nublaba su mente, se obligó a centrarse en lo que Liessel había dicho.

- ¿Ver? ¿El qué?
- Que no estaban, “chico”... no estaban... - ¿era tristeza lo que teñía su voz?
- ¿Quién no estaba, Liessel?
- …
- ¿Liessel?

Pero Liessel ya había desaparecido y una cacofonía de voces que parecían brotar del agua, llamándola, fue lo único que respondió a sus ruegos.

- ¡Liessel! – gritó presa del terror más primitivo.

Imoen se hundió y el agua se cerró sobre ella como la losa de una tumba.