martes, 15 de diciembre de 2009

Asuntos Pendientes XXII

Por Liessel

Percibió la tensión, era casi palpable. Reconoció la ya familiar sensación del primer reconocimiento, la primera comprensión, el primer impacto. Al fin y al cabo, no le era desconocida. No pocos antiguos aliados se habían encontrado en la misma situación. Suspiró con amargura, le cedió los segundos que sabían que eran necesarios para asumir aquel descubrimiento. Diez latidos después se volvió, preparada para la mirada llena de odio y de acusaciones, pero el rostro de Imoen se le antojó inescrutable, aunque supiera el conflicto interior que albergaba. No pudo evitar sonreír: Mirlo había acudido a rostro descubierto, tan contrario a sus principios. Ya casi había olvidado sus rasgos.
El rumor del bosque menguó, como si esperara aquel momento. El cielo ya era fuego y plata.

Imoen habló por fin. También había olvidado su voz.

- Eres… tú.- dijo, y pudo detectar aquel matiz de duda, de incredulidad, y algo más que no quería identificar- Realmente eres tú.

Al principio se encogió levemente de hombros. Quería decirle “Eso parece, así están las cosas” pero sabía que aunque ella misma había tenido un año para asimilarlo (y sin demasiado éxito), evidentemente para su compañera de armas no era tan sencillo. No podía descartarlo como algo irrelevante. Hacía un año, posiblemente se había arrodillado antes su cadáver, tal vez incluso hubiera llorado su muerte, se hubiera mortificando pensando que no había estado allí cuando aquella espada le abrió el vientre. Y ahora, un año después, se encontraba con esta terrible realidad. Sí. Si había llegado hasta aquí, merecía una explicación. Pero ¿Qué decir?

- Cuando Jasmine pasó por aquí, supe que era solo cuestión de tiempo que llegaras hasta mí.- dijo al fin.- Y cuando hablaste con Charles… bueno, supongo que no necesitarás más aclaraciones técnicas.

Maldijo en su interior por el tono de amargura que tiñó su voz. No quería sonar así, no quería que lo entendiera como un reproche. Le hacía parecer débil. Además, la mirada de Imoen le turbaba, hasta ahora nadie la había mirado con acusación, con asco… Pudo imaginar muy claramente el conflicto interior de Mirlo: tiene su rostro, sus ojos, su voz. Parece tan viva…Y sin embargo está muerta, muerta, muerta.

- Estás viva…- dijo en cambio, y no constataba un milagro.

Aquellas palabras cobraron en sus labios un nuevo sentido. Cientos de nuevos significados. Tal vez, pese a todo, lo hubiera asumido. Tal vez, pese a todo, solo necesitara verlo con sus propios ojos.

- ¿Por qué no nos buscaste?- continuó la mujer de cabello oscuro, acusándola con la mirada, apretando los puños- ¿Por qué te escondiste aquí, lejos del mundo? ¿Por qué nos dejaste creyendo que estabas muerta y no ibas a volver? ¿Sabes lo que nos hiciste? ¿Lo que le hiciste a Trisaga?

Kess´an…

Trisaga, su valiente Lágrima de Plata, su Kess´an… En su corazón, había sentido la necesidad de encontrarla, de revelarle su secreto, de volver a mirarla a los ojos, sentir su bendición, su amor. Su corazón la necesitaba, y sin embargo había tenido que luchar contra él. Un puño helado le atenazó el pecho. Se volvió de nuevo hacia el acantilado para que Imoen no pudiera ver su rostro. A su espalda, la mujer interpretó el gesto como una negación de su culpa y tiñó sus palabras de veneno.

- Enloqueció, Liessel.- siguió.- Enloqueció de tal modo que se arañó el rostro y el cuello hasta hacerse sangrar. Permaneció junto a tu cuerpo como si esperara que te pusieras en pie de un momento a otro…Y luego… - Imoen tragó saliva, como doliera- Luego cambió…

“Ah”, pensó Liessel con amargura “tú también la amas”

- Cambió- continuó Imoen- su… su aura mutó, se invirtió. Su don se convirtió en una maldición. Resultaba imposible estar a su lado sin desear la muerte, y ella… ella fue consciente de aquello, se hizo llamar Tormento, se alejó de todos nosotros, la perdimos. Durante más de un año no pudimos encontrarla, fue como si estuviera muerta para el mundo. Muerta como tú… ¡y tú ya estabas de vuelta! – el veneno resonaba amargo en su voz- Tú estabas viva ¡y no tuviste los arrestos necesarios para ir a buscarla…!

Las palabras se clavaron en su pecho como dagas, cargadas de verdad. Apretó la barandilla frente a ella hasta que le dolieron las manos. La voz de Imoen estaba teñida de incomprensión. Por un momento, ninguna de las dos habló. El rumor del río volvió a cobrar protagonismo.

- Tienes que volver. - oyó entonces a su espalda. El veneno había desaparecido, sustituido por un ruego- Tienes que…

- No.

Las palabras brotaron de sus labios sin poder evitarlo. Lentamente se dio la vuelta, miró a la mujer a los ojos. No tenía dudas sobre aquello y su voz se tiñó de firmeza.

- No lo entiendes, Imoen.-repitió- No puedo volver, por Trisaga menos que por nadie. Sabes lo que soy, sabes lo que ocurrirá tarde o temprano. Y ella ya me perdió una vez. No dejaré que pase por lo mismo de nuevo, nunca. ¿Me entiendes? Jamás. Para ella debo seguir muerta. Para todos. ¿Cuánto crees que tardarían en descubrir lo que soy? ¿Y qué ocurriría entonces? Ya es suficiente cargar con lo que soy como para además traicionarles una vez más. No quiero que tengan que matarme…No me lo perdonaría jamás…

Esta vez fue Imoen quien apretó los puños.

- Pero…

Liessel sonrió, pero su sonrisa era triste, resignada, amarga. Se miró las manos.

- No existe otra forma, Mirlo. Yo estaba allí cuando Gregory Charles te describió con todo lujo de detalles las condiciones de mi regreso ¿Recuerdas? Sabes bien lo que significa. En el Apothecarium de Entrañas no hay lugar para la Luz ni para los poderes divinos. Entrañas es peste, y drogas, y desc…- las palabras se enredaron en su boca, fue incapaz de seguir al rememorar el dolor. Apretó los puños. Su voz empequeñeció- Estoy muerta para el mundo, muerta…

Los ojos de Imoen se endurecieron, pero aquello no pudo verlo. Apreció sin embargo el tono de acusación de su voz.

- ¿También para Zoë?

Liessel tembló un instante, por un momento pareció que iba a encogerse sobre sí misma, como si le hubieran herido con un puñal. Tenía la mirada perdida, como si realmente hubiera recibido un golpe. Como si no hicieran más que lloverle golpes…

- ¿Qué le ha ocurrido a Zorea?- inquirió con la voz quebrada.

Mirlo negó con la cabeza con el semblante serio.

- Zorea lloró tu muerte, como todos. Tu diario no dejó indiferente a nadie, de todos modos. Hace tiempo que no sé nada de ella- dijo, acercándose un paso- Pero no hablo de ella, hablo de Zoë. Zoë, no Zorea.

La miró sin entender: Solo había una Zoe, y esa era Zorea, con sus cabellos bermejos, la espina en su alma. Imoen se dio cuenta entonces de que la mujer que tenía enfrente era incapaz de hacer la conexión. No sabía que la niña vivía. Se acercó un paso más.

- Zoë, Zoë Uscci.- dijo- Tu hija.

El gesto de Liessel se endureció, su mirada se afiló.

- Mi diario os ha dado buen entretenimiento ¿eh?- espetó con desprecio- Dejad a los muertos en paz. Si has leído ese diario, sabes tan bien como yo que no tengo ninguna hija.

Escupió las palabras, la ira que despertaba aquello en ella era palpable, aunque no hubiera cambiado su postura, aunque solo fuera la mirada, aunque solo fuera una voz cargada de metales afilados. Ahí estaba, el familiar escudo contra las intromisiones no deseadas. Tan habitual… Tan Liessel… Imoen tomó aire, consciente de la importancia de la revelación que iba a hacer. Escogió con cuidado las palabras, y cuando tuvo más o menos claro como proceder, habló.

- Tu hija vive, -comenzó, y cuando Liessel la miró con furia no se detuvo- se hace llamar Averil Lumber y cualquiera que te conociera podría decir de quien es hija. Tiene tu rostro. Y los ojos de Dishmal. Y un carácter de mil demonios que no sabría a cual de los dos atribuir primero. Tú la viste, Loraine Auburn, tu conociste a la joven enviada del Kirin Tor ¿recuerdas su nombre? ¿Recuerdas su rostro?

- ¡Ya basta!- estalló Liessel, sus ojos ardían como hielo quemante. Se irguió en toda su estatura, su postura cambió, se volvió amenazadora. Irbis hacía acto de presencia. Imoen luchó por no retroceder y se mantuvo en su posición- ¡Ya basta, joder! ¡Ya basta de tantas fantasías que no hacen bien a nadie! ¿Tanto me odias? ¿Por qué me torturas? ¡Olvídate del puto diario! ¿Entiendes? ¡Olvida todo lo que leíste!

Lejos de amedrentarse, Imoen acusó más con el cuerpo, como si quisiera obligarla a escuchar.

- Precisamente por lo que leí, sé que lo digo es cierto.- insistió- Tu hija desapareció en la Ciénaga Negra, Brontos Algernon huyó para salvarla, y tu sabes bien…

- ¡Calla!- bramó Liessel, volviéndose violentamente hacia el acantilado.

Imoen la aferró por el hombro para obligarla a volverse, pero la mujer se deshizo de su presa con un violento gesto. Respiraba con pesadez, apretaba las manos entorno a la madera de la barandilla. Su cuerpo entero vibraba.

- Márchate…- rogó al fin, sin mirarla.- No me tortures más, márchate…

“Así que esto es ver a un alma torturada” debió pensar Imoen al ver quebrarse de ese modo a la que fuera la más fría de las asesinas, la maestra de espías. Respiró hondo, bajó la vista.

- La falla temporal de la Ciénaga Negra en la que murió Brontos se encuentra quince años atrás en el tiempo.- dijo con serenidad, sin tensiones, sin urgencias. No importaba que no quisiera escuchar. Tenía que saberlo- Al parecer, un matrimonio de colonos encontró a la niña, cabello de paja, ojos verdes.

Liessel no reaccionó. Permaneció inmóvil, aferrada a la barandilla, dándole la espalda.

- Como no tenían hijos, -continuó Imoen- adoptaron a la criatura. La llamaron Averil, Averil Lumber, aunque la llamaban cariñosamente Bellota.

Los hombros de la mujer se sacudieron levemente. Siguió hablando.

- Le encantan los animales, se le dan bien, y tiene el talento de su padre, pero eso ya lo sabes. La viste.- frunció el ceño, pensando qué más podría decir de aquella chiquilla, era importante no dejar de hablar- Siempre supo que los Lumber no eran sus padres, pero no fue hasta que empezó a soñar que descubrió de quien era hija en realidad.

Poco a poco, lentamente, Liessel se fue deslizando hacia el suelo, como si las rodillas no tuvieran fuerza para sostenerla. Acabó sentada en el suelo con el gesto de una muñeca desmadejada.

“No pares, sigue hablando”

- Al principio las cuentas no salían, hasta que habló con unos y con otros, con Zorea, y comprendieron el misterio de las fallas temporales. Tristán le permitió leer tu diario, lo custodia como una reliquia familiar. – suspiró- Cuando supo a que te dedicabas, se cortó el pelo como un muchacho y se dedicó a acechar por los rincones, pero Angeliss no le permite alejarse mucho de los estudios.

Definitivamente, los hombros de la mujer se sacudían levemente, rítmicamente… Ya no apretaba los puños, la tensión había desaparecido de su cuerpo, presa ahora de una debilidad insospechada. Y aunque no podía verla, sabía a ciencia cierta que estaba llorando, y riendo, bajito, en silencio. Guardó silencio.

El río recuperó su protagonismo.