sábado, 20 de junio de 2009

La niebla de Azshara IV


Abandoné aquella tierra maldita lo más rápido que pude, jurando no volver jamás. Uno de los hipogrifos de Jarrodenus me llevó velozmente desde Punta Talrendis hasta Theramore. Una vez allí, me dirigí a la posada y, una vez allí, a la habitación que me indicaron, donde caí en un sueño intranquilo y plagado de pesadillas. Desperté al anochecer y bajé a la planta principal a cenar algo. La posada estaba casi en penumbra, más de lo habitual. Me recordó a algo, casi parecía como si…

Entonces la vi. Una joven draenei se sentaba frente al fuego y hablaba con una voz melodiosa y penetrante. ¡Una Cuentacuentos! Con sus palabras desgranaba historias del ayer, leyendas de amor y de sufrimiento. Una tras otra, las historias se sucedieron, hasta que de pronto calló. Los comentarios en voz baja no se hicieron esperar y la muchacha preguntó si había alguna petición especial. Tras unos segundos, y con una voz algo estridente que delataba su edad, un muchacho recién entrado en la pubertad y cuya armadura parecía demasiado grande para él, solicitó la historia del Fantasma de Desesperanza. Un ominoso silencio se extendió por el salón y duras miradas se clavaron en el muchacho que, rápidamente, se sentó hundiendo la cabeza, roja como una manzana lustrosa, entre los hombros. La draenei pareció sopesar por unos momentos la petición y, encongiéndose ligeramente de hombros, comenzó el relato.

La historia me era totalmente desconocida y, sentada en la escalera, escuché a medias, sumida en mis pensamientos.

…había una figura. Parecía envuelta en una túnica blanca, como un sudario roto y desgarrado, y tenía la larga cabellera blanca pegada a los hombros…


Levanté la mirada como sacudida por una descarga eléctrica y miré a la draenei con los ojos desorbitados. ¿Qué historia estaba contando aquella criatura?

…unas inmensas alas intangibles, hechas de dolor, de pena y de desconsuelo…


¡Por la Luz! No podía creerlo. No podía ser sino la criatura que yo había visto en Azshara. Pero era imposible. ¿O tal vez no?

Al acabar la historia, la audiencia se disolvió en cuestión de minutos. Era tarde y el posadero se aprestó a cerrar el local por esa noche. Me acerqué a la draenei, que contaba con cuidado la, a mi parecer, exigua recaudación de esa noche. Su cara apenas delataba la desilusión por el poco agradecimiento de los parroquianos. Al ponerle la mano en el hombro se giró con fluidez y no pudo evitar dar un respingo al verme la cara. Aún así, cuando le ofrecí algunas monedas a cambio de información, no dudó en decirme lo que precisaba saber, aparte de algunos detalles que yo no había solicitado. Antes de que me diera cuenta, se había esfumado.

lunes, 15 de junio de 2009

La niebla de Azshara III


Debo encontrar la forma de ayudar a ese desgraciado ser, aunque sea lo último que haga…

Hace tres noches volví a adentrarme en el templo. Lo hice al atardecer, cuando aún había luz. Subí a lo más alto cargando con mi más preciada posesión en aquél momento: varias brazas de cuerda de una pulgada, ligera pero resistente. Con mi alocado plan en mente, utilicé a uno de los murloc que deambulaban por la zona. No me fue difícil dominar su débil mente y convencerlo para que me atara a una columna medio destrozada. Una vez llevada a cabo esta tarea, hice que saltara en silencio por un hueco de la pared hacia una muerte segura. Con suerte no lo echarían en falta en mucho tiempo. No me gusta la crueldad gratuita, pero en este caso era necesario.

La noche cayó y empecé a sentirme intranquila. Entonces lo noté. El aire empezó a tornarse turbio y, antes de darme cuenta, la vi. Allí estaba otra vez, con las alas flotando a su espalda. Entonces se paró a escasos metros de mí y comenzó a cantar.

No recuerdo gran cosa de lo que sucedió después. Las emociones llenaban mi mente y no me dejaban concentrarme en nada más. Cuando al fin pude tomar el control vi a la blanca dama otear el mar en silencio para luego girarse. Por un instante me pareció que me había visto. Por un momento que se me hizo eterno, creí vislumbrar alguna emoción en su perfecta faz. ¿Indiferencia? ¿Vacío? ¿Rechazo? ¿Lástima? Debo haberlo imaginado, porque la blanca dama retornó a dondequiera que habitase durante el día sin mostrar el más mínimo interés por mí. Y aún así….

Agotada, caí dormida sin poder evitarlo.

Desperté sobresaltada para ver cómo un murloc pinchaba tentativamente mis muslos con su lanza. Le hice pagar cara su osadía y una vez que, merced a mi control mental, me liberó de mis ataduras, siguió la misma suerte que su congénere de la tarde anterior. Sólo entonces me percaté de los moratones que recorrían mi cuerpo. Por la forma, tamaño y disposición, estaba claro que eran marcas de ataduras. Las cuerdas, aún cortadas, corroboraron mi teoría de que había tirado de ellas con todas mis fuerzas intentando liberarme, aunque no recordaba tal cosa. Asomándome a la grieta de la cúpula por la que habían caído los murloc, me estremecí pensando que de no ser por la cuerda es posible que yo hubiera corrido la misma suerte.

Salí del templo lo más sigilosamente que pude y me dirigí hacia el interior.

viernes, 12 de junio de 2009

La niebla de Azshara II


Arrebujada en mi manta, me apoyé contra la pared, inmersa en las sombras frente a la puerta del habitáculo que ocupaba. Mientras lo hacía no pude evitar recordar a mi marido. Él me enseñó esos pequeños trucos, estratagemas sencillas que me han sacado de atolladeros en más de una ocasión. Anthrocus…largo tiempo perdido, dado por muerto en acto de servicio y aparecido de la nada convertido en comerciante de pocos escrúpulos. Era una suerte que él pensara que estoy muerta. No podría soportar vivir con alguien así.

El comunicador volvió a chasquear y me apresuré a desconectarlo. Ya era noche cerrada y podría atraer alguna alimaña. De todos modos, funcionaba mal desde que puse pie en el templo. Unas palabras fragmentadas de una voz femenina fue lo último que escuché antes de que dejara de funcionar. Dudo que alguien me oyera expresar en alta voz mi frustración. En ese momento esperaba no necesitar ayuda, aunque estando en Azshara dudo que alguien hubiera podido ayudarme llegado el caso.

Cuando me disponía a dormir, algo pasó por delante de la puerta. Una silueta blanca que parecía envuelta en oscuridad. Al instante me acerqué a la puerta y vi a esa misteriosa figura ascender por el templo. Cuando pasó junto a una de las grietas de los muros la luna la iluminó brevemente y ahogué un grito. La figura era claramente humanoide. Parecía cubrirse con una túnica blanca, pero rota y desgarrada y tenía su largo cabello blanco pegado a los hombros, como si estuviera empapado. Tras ella ondeaban lo que parecían unas enormes alas intangibles hechas de oscura niebla. La figura ascendió hacia la parte superior del templo y la perdí de vista.

Mientras decidía qué hacer algo cambió. De repente se hizo el silencio y comencé a sentir un desasosiego que fue creciendo por momentos. Entonces lo oí. Alguien cantaba y la voz parecía provenir del lugar hacia donde había ido el espectro, porque no encuentro otras palabras para definirlo. En cuestión de segundos el aire se volvió turbio y un cúmulo de emociones me invadió. Desconsuelo, desasosiego, desesperanza, tristeza, nostalgia, melancolía…todas pugnando por hacerse con el control de mi mente y sumergirme en semejante vorágine. Caí de hinojos sin poder evitar sollozar desconsoladamente. Imágenes de mi antigua vida pasaron por mi mente en rápida sucesión. Mi casa, mis niñas, las risas, las flores recién cortadas…la noche en que lo perdí todo y en la que pensé que yo misma me perdería…la huida de mis captores…las cavernas…la desorientación y el terror tras cada uno de mis ataques de sombras…el averiguar que mis hijas pensaban que estaba muerta…

Por un momento me sentí desfallecer. Sólo quería morir, dejarme llevar por la pena que aquel canto hermoso y lleno de dolor parecía transmitir. No sé que impidió que me seccionara las muñecas con mi daga en aquel mismo instante. Habría sido tan sencillo dejarme morir lentamente, notando cómo se me escapaba la vida…

No sé cuánto tiempo estuve allí hasta que me di cuenta de que el canto había cesado. Me arrastré hasta un lugar seguro y vi al espectro descender. Al pasar nuevamente junto a la grieta puede verle la cara. La mirada perdida cargada de tristeza…las finas líneas de su rostro…sus alas, otrora inmensas e imponentes y que ahora parecían rotas, desmayadas. Semejaba una elfa o, al menos, haberlo sido alguna vez. Me acurruqué con miedo a ser vista y a ser castigada por osar mirar tan hermosa faz. Sé que si en ese momento ella me lo hubiera ordenado habría saltado al vacío desde lo más alto del templo. Pero no fue así, y pronto caí en un sueño intranquilo.

Desperté sobresaltada con las primeras luces del alba y volví a mi cubículo, donde comencé a escribir febrilmente intentando no olvidar nada. No sé si finalmente saldré de aquí con vida, pero si muero al menos alguien podrá saber lo que me pasó. Eso si los murloc no encuentran este escrito primero, claro está.

Debo haberme vuelto loca. O tal vez no. ¿Quién sabe?

Esta noche lo sabré con seguridad, porque voy a volver. Espero no pagar cara mi osadía, pero necesito volver a verla, a oírla, a sentir esa aura que desprende, aunque vuelva a sumirme en la más absoluta de las congojas. De alguna manera, creo que el destino de esa criatura, de esa presencia, está ligado al mío. No existe un nexo racional, pero sé que, de alguna manera, es así.

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La niebla de Azshara I


Anotaciones en el reverso de varios Pergaminos de Intelecto de bajo poder.

Debo haberme vuelto loca. O tal vez no. ¿Quién sabe?

Esta noche lo sabré con seguridad, porque voy a volver. Espero no pagar cara mi osadía, pero necesito volver a verla, a oírla, a sentir esa aura que desprende, aunque vuelva a sumirme en la más absoluta de las congojas. De alguna manera, creo que el destino de esa criatura, de esa presencia, está ligado al mío. No existe un nexo racional, pero sé que, de alguna manera, es así.

Debo escribir. Escribir todo tal y como sucedió, aunque sólo sea por si caigo víctima de algún embrujo que nuble mi mente. No quiero olvidar esto…


Las tierras de Azshara mantienen el aire místico que las leyendas se han encargado de forjar. Desde pequeña oí historias de esta tierra, aunque siempre pensé que eran sólo eso, leyendas, cuentos para niños, creados con el solo propósito de hacerles soñar y asustarlos a un tiempo, con relatos de criaturas fantásticas o temibles. Llevo poco tiempo en estas tierras y puedo dar fe de que buena parte de las leyendas son ciertas. Espeluznantemente ciertas.

Actualmente, Azshara es una tierra en ruinas habitada en su mayoría por nagas, murlocs y monstruosas langostas, así como hipogrifos salvajes de varias especies, gigantes e, incluso, dragonantes y espectros que vagan sin descanso. Puedo decir que he burlado a la muerte por escaso margen varias veces desde el momento en que pisé esta tierra, mágica y maldita a un tiempo. Sólo la Luz sabe por qué vine aquí. Es imposible que mi hija haya estado aquí recientemente, aunque Jubie y Blimo creen recordar a alguien que coincide con su descripción. Sea como fuere, la costumbre de mi niña de ir embozada no es que ayude a identificarla y tampoco sé qué podría querer alguien como ella de dos gnomos salvo, claro está, alguno de los patrones que vende Blimo. Al fin y al cabo, ella siempre quiso ser peletera, trabajar el cuero como lo hacía yo antes de la noche que…

Pero estoy divagando y el tiempo apremia.

Cuando dejé a los gnomos seguí la costa y descendí por los acantilados como buenamente pude. La costa resultó ser más peligrosa de lo que parecía vista desde las alturas y acabé corriendo de ruina en ruina esquivando nagas y “langostruosidades”, como las bauticé a falta de un nombre mejor. Empezaba a anochecer y necesitaba encontrar un refugio para pasar la noche. A lo lejos se dibujaban las líneas de lo que parecía una edificación aún en pie. Parecía un templo élfico, o lo que quedaba de él y, lo que era mejor, parecía que los nagas lo evitaban. Serviría.

Cuando llegué al templo anochecía y el templo estaba desierto, aunque oía algún gorjeo y chasquido esporádico. Los murloc y langostruosidades podrían darme algún problema, a fin de cuentas, así que me dispuse a pasar una noche más en duermevela. Busqué un rincón resguardado, pero con vías de escape por si la cosa se ponía fea y me dispuse a dormir o, al menos, intentarlo.