viernes, 12 de junio de 2009

La niebla de Azshara I


Anotaciones en el reverso de varios Pergaminos de Intelecto de bajo poder.

Debo haberme vuelto loca. O tal vez no. ¿Quién sabe?

Esta noche lo sabré con seguridad, porque voy a volver. Espero no pagar cara mi osadía, pero necesito volver a verla, a oírla, a sentir esa aura que desprende, aunque vuelva a sumirme en la más absoluta de las congojas. De alguna manera, creo que el destino de esa criatura, de esa presencia, está ligado al mío. No existe un nexo racional, pero sé que, de alguna manera, es así.

Debo escribir. Escribir todo tal y como sucedió, aunque sólo sea por si caigo víctima de algún embrujo que nuble mi mente. No quiero olvidar esto…


Las tierras de Azshara mantienen el aire místico que las leyendas se han encargado de forjar. Desde pequeña oí historias de esta tierra, aunque siempre pensé que eran sólo eso, leyendas, cuentos para niños, creados con el solo propósito de hacerles soñar y asustarlos a un tiempo, con relatos de criaturas fantásticas o temibles. Llevo poco tiempo en estas tierras y puedo dar fe de que buena parte de las leyendas son ciertas. Espeluznantemente ciertas.

Actualmente, Azshara es una tierra en ruinas habitada en su mayoría por nagas, murlocs y monstruosas langostas, así como hipogrifos salvajes de varias especies, gigantes e, incluso, dragonantes y espectros que vagan sin descanso. Puedo decir que he burlado a la muerte por escaso margen varias veces desde el momento en que pisé esta tierra, mágica y maldita a un tiempo. Sólo la Luz sabe por qué vine aquí. Es imposible que mi hija haya estado aquí recientemente, aunque Jubie y Blimo creen recordar a alguien que coincide con su descripción. Sea como fuere, la costumbre de mi niña de ir embozada no es que ayude a identificarla y tampoco sé qué podría querer alguien como ella de dos gnomos salvo, claro está, alguno de los patrones que vende Blimo. Al fin y al cabo, ella siempre quiso ser peletera, trabajar el cuero como lo hacía yo antes de la noche que…

Pero estoy divagando y el tiempo apremia.

Cuando dejé a los gnomos seguí la costa y descendí por los acantilados como buenamente pude. La costa resultó ser más peligrosa de lo que parecía vista desde las alturas y acabé corriendo de ruina en ruina esquivando nagas y “langostruosidades”, como las bauticé a falta de un nombre mejor. Empezaba a anochecer y necesitaba encontrar un refugio para pasar la noche. A lo lejos se dibujaban las líneas de lo que parecía una edificación aún en pie. Parecía un templo élfico, o lo que quedaba de él y, lo que era mejor, parecía que los nagas lo evitaban. Serviría.

Cuando llegué al templo anochecía y el templo estaba desierto, aunque oía algún gorjeo y chasquido esporádico. Los murloc y langostruosidades podrían darme algún problema, a fin de cuentas, así que me dispuse a pasar una noche más en duermevela. Busqué un rincón resguardado, pero con vías de escape por si la cosa se ponía fea y me dispuse a dormir o, al menos, intentarlo.