martes, 29 de septiembre de 2009

Los Templos de Desesperanza VI

Por Liessel

El mar a sus pies era liso y tranquilo como un espejo. Las breves crestas de las olas le besan los pies con suavidad mientras, con voz inquebrantable, llamaba a la otra mitad de su alma, que descansaba en las frías profundidades. La noche se cernía sobre el mar, sobre el espectro y su lúgubre canto, acechando a la huidiza luz del sol, que desaparecía detrás de las montañas y, poco a poco, con la quietud que es común a las tierras hechizadas, la oscuridad se abatió sobre Azshara.

Dolor

Vacío

Nada

Como el dolor sordo del miembro ausente.

Cuando el último rayo de sol se derramó sobre los otoñales rasgos de aquella tierra, el espectro desplegó sus alas de congoja y regresó, con paso leve sobre las aguas, hacia su santuario.

El graznido de una gaviota perdida abatió sobre su alma atormentada miriadas de recuerdos y cantó de nuevo, devolviendo a la inmensidad del océano la aterradora magnitud de su congoja.


***

El templo permanecía en silencio, acompañado por el rumor sordo de las olas golpeando los muros de blanco alabastro, y el espectro, flotando sobre la balaustrada, sintió sus alas ondeando a su espalda.

De pronto, sintió con absoluta congoja los gritos y lamentos de dos mentes enloquecidas.

- Do mandalas falla anar- murmuró, aunque sabía que aún estaban lejos- Do ri u´phol*

La pena y la culpabilidad volvieron a acuchillar su atormentada alma y de nuevo cantó, dejando que los muros de alabastro cubiertos de sal devolvieran los ecos de su lamento como miles de voces espectrales.
Cuando los gritos en su mente se intensificaron, el espectro, flotando por encima de la balaustrada, se volvió hacia las profanadoras de su santuario.
Eran dos almas mortales, frágiles como solo los humanos podían ser, tan sumidas en la materia intangible de sus alas que ora lloraba, ora rezaban para alejar, pobres criaturas, los recuerdos que se abatían sobre ellas. Llena de compasión, espectro hizo ondear sus alas y las enroscó entorno a su fantasmal cuerpo.

- No deberíais estar aquí- repitió el espectro con su voz llena de lástima al mirar a la mujer que se debatía en el suelo, presa de a saber qué locuras.- No es seguro...

Sin el peso de sus alas, la mujer atormentada consiguió reunir la entereza necesaria para ponerse precariamente en pie. Tenía el rostro desencajado de dolor, y junto a ella, la otra criatura, temblaba, tan tensa frágil como la cuerda de un arco.

- Trisaga- dijo la mujer, y el espectro suspiró con cientos de voces, embargadas de cientos de recuerdos.

- Trisaga se marchó- respondió- Solo queda Tormento.

- Te necesitamos- insistió con voz temblorosa la otra mujer.

Te necesitamos

Te necesitamos

Te necesitamos

Los muros de alabastro repitieron aquel mensaje, eclipsando por un momento los recuerdos, y el espectro supo, de algún modo, que aquello había sido importante en el pasado.

En el pasado.

- Marchaos- dijo- No deberíais estar aqui.

Las mujeres no se movieron. El espectro aferró sus alas, que pugnaban por liberarse de nuevo, sumiéndolo todo en congoja.

- Marchaos- rogó- Por favor...

La mujer de piel clara, lejos de obedecer, dio un paso al frente.

- Hazlo por Liessel.

Liessel

Aquel nombre reverberó en su interior, como una cuchillada.

- Liessel está muerta- gimió- y no va a volver...

Se ha ido, se ha ido, se ha ido, se ha ido, se ha ido....

Los ecos llenaros su torturada mente y por un momento flaqueó la determinación con la que sujetaba sus alas.

- ¡Marchaos!- gritó.

- Hazlo por Maverick- respondió la mujer más joven ¿la conocía? ¿Por qué le resultaba tan terriblemente familiar?

La mujer de piel clara pareció reaccionar ante aquel nombre y de pronto levantó la vista y dio otro paso adelante.

- Zoe- dijo, mirándola fanáticamente a los ojos- Hazlo por Zoe, Trisaga ¡Está viva! ¡Viva!

Quiso negar, recordarle que también ella había muerto, que por eso Liessel había enloquecido, que por eso todo había empezado, pero sabía que aquella mujer no mentía, lo veía en sus ojos, en su aura... veía un pequeño hilo pulsante que surgía de ella y se perdía en la inmensidad hacia el este, y supo que era verdad.

Zoe... Viva...

La fuerza de su determinación flaqueó y cayó pesadamente al suelo, dejando que por un instante, sus inmensas alas se liberaran y barrieran el templo. Acongojada, cerró los ojos y, con gran dolor, atrajo hacia sí el aura de desesperanza y temblando por la tensión, dejó que la oscuridad pasara a través de su piel hasta desaparecer. Exhausta cayó de rodillas y las dos mujeres acudieron a sostenerla.

Fue entonces, cuando la mujer más joven puso sus manos sobre ella para sostenerla, que sintió el dolor que manaba de ella, un dolor atroz que la mataba tan poco a poco que su agonía bien podría ser eterna, y movida por la compasión, casi como un reflejo inevitable, la aferró por un brazo con firmeza y cerró los ojos. Allí estaba, lo conocía, aquel mal de metal y carbón, aquel dolor que hacía que respirar fuera un suplicio. Recorrió el dolor como si fuera una senda, transcurrió por los músculos agónicos como una caricia y poco a poco, dejó que el dolor fluyera hacia ella como un manantial. Se tambaleó, abrumada por la agonía, y sintió que la sujetaban de nuevo.

Te necesitamos.

Te necesitamos.

Te necesitamos.

Desde algún lugar muy lejano, como un eco, una reverberación de luz surgió de pronto y la llenó por completo, llevándose el dolor, la angustia y el tormento... Sintió la paz recorrerla como un bálsamo y la luz inundarla como una marea, y con ella los recuerdos, recuerdos que la colmaron de agradecimiento, de entrega y entereza.... Tormento gimió en su cabeza, engullida por la luz, tratando de llevarla consigo, pero su presa fue débil y resistió. Luego la oscuridad desapareció y solo quedó luz y una inconmesurable sensación de paz.

Abrió los ojos, que de pronto eran dos pozos de luminosidad y miró a las dos mujeres que tenía frente a sí.

- Se ha ido.

La mujer de piel clara comenzó a sollozar y Trisaga percibió el alivio y el amor que surgían de ella. La recordaba....

- Tú... tú me amabas...

De la otra mujer surgió un sentimiento descorazonador y Trisaga se encogió de dolor. Quiso decirle que se equivocaba pero le costaba hablar, le costaba centrarse, y antes de que pudiera hablar, la muchacha se había puesto en pie y se había alejado de ella, perdiéndose en las profundidades del templo.

- Has vuelto...- suspiró Imoen, colmada de felicidad.

Bálsamo Trisaga, Lágrima de Plata, asintió, y sujetando su rostro con ambas manos, suavemente, depositó un beso de luz en su frente torturada, acallando las voces que la acosaban y atrayéndolas hacia sí. Gritaron en su interior, apenas unos instantes, antes de que la luz las engullera, dejando silencio donde antes había un infierno de cacofonías.


Había vuelto.


* No deberíais estar aquí. No es seguro.

Los Templos de Desesperanza V

Por Klode

Dentro del templo, todo estaba oscuro y mohoso. La atmósfera era realmente pesada, casi palpable, y un pesar infinito la empezó a inundar cada vez más. A Ella le afectó de una manera sobrecogedora. Cayendo al suelo de rodillas, agarrándose la cabeza con sus manos y murmurando cosas incomprensibles para Klode. En ocasiones, parecía estar llamando a su madre, o hablando con ella.

Se levantó de improviso, con ojos furiosos pero vacíos de nada más, y la miró con el ceño fruncido.

-¿Quién eres tú?

Klode ahogó un gemido de sorpresa y la miró sin comprender.

-S-soy yo… soy Klode…

Se acercó ligeramente para poder ponerle las manos sobre los hombros y Ella se alejó y sacó sus armas, amenazadoramente.

-¡No te acerques, monstruo!

Si le hubiera rajado de parte a parte con su mandoble, le habría hecho por seguro mucho menos daño que lo que le había infligido con esas palabras. Las lágrimas comenzaron a brotar desesperadamente de su único ojo, y se apoyó en la pared, temerosa de que la persona que quería pudiera hacerle daño.

“Que quería…. Sí…..”

Pero no le hizo nada. Volvió a la normalidad. No había sido consciente en ese tiempo de lo que había hecho, como sí… hubiera estado poseída de algún modo. Vio la expresión totalmente desolada de Klode y se acercó a ella, calmándola.

Había una posibilidad. Teniéndola tan cerca… tal vez pudiera vencer a sus temores, sus tristezas, sus desesperanzas. Ella estaba junto a ella, y le sonreía, y todo parecía disiparse a su alrededor. Reprimió unos enormes deseos de abrazarla y besarle los labios, dada la situación, ya que no hubiera sido apropiado. Y Ella la miraba de una forma…

-Klode, yo jamás te haría daño. Jamás. Ha pasado poco tiempo pero te he llegado a querer. Te quiero… como una hermana, la hermana pequeña que nunca tuve.

Y así, la esperanza se estrelló contra el suelo. Justo cuando su corazón empezaba a desplegar las alas, seguro de sí mismo, lo empalan y se lo clavan en la garganta. Así que, la posibilidad no existía. La niebla volvió a su alrededor, y una canción empezó a escucharse de fondo, tan desgarradora como las propias cuchillas que colgaban del cinto de Ella.

“Me rindo.” Ése fue el pensamiento que desencadenó la avalancha de recuerdos que le sobrevinieron. Vagamente tenía la impresión de que Ella la llevaba del brazo, conduciéndola al piso superior, pero Klode no veía nada. Nada… salvo lo que desfilaba en su mente.

Sus padres devorados. Su hermano, pidiéndola que le acompañara. Poco a poco vinieron recuerdos más profundos, más lejanos, como el desplome de la mina donde trabajó, que hizo que se le fueran pudriendo los pulmones poco a poco. Su abuelo, tan extraño como era, y tan alto, herido de guerra, con su vida saliendo a borbotones por una herida en el estómago. Y luego vino lo peor.

Torturas. El gran comandante, viniendo cada día a su celda, infligiendo su dolor con cada centímetro de su látigo… y de algo más. Su virginidad robada a la fuerza, las perversiones a las que fue sometida, el dolor… dolor… por encima de todas las cosas.

El caballero negro, con su gran espada de hielo y hierro, lanzando su estocada para matar al hombre que una vez había amado, y ella una y otra vez parando el golpe con su cuerpo. Sintiendo el mismo dolor que sintió aquella vez, la carne siendo cortada, la sangre derramada, los huesos fracturados… sintiendo como el globo ocular se le deshacía y corría por su mejilla como una lágrima espesa de su sufrimiento.

Estaba en un foso, un foso… pero había alguien que la llamaba. Miró en derredor y vio a Ur, rodeado de un halo de luz y llamas, llamándola.

“Aquí no sufrirás. Estarás con los tuyos. Vuelve, Klo, hermanita. Podremos volver a jugar.”

Klode asintió y se llevó la mano a la empuñadura de su espada, pero Ella evitó su gesto y le rogó que le diera el arma. Cogió la espada de Klode y las suyas propias y las tiró al piso inferior. Pero… ¿cuándo habían subido? No lo recordaba.

Ella la cogió suavemente y se acercaron a un recodo de la cuesta. Allí estaba… ¿esa era la sacerdotisa? Parecía un fantasma, con un halo de sombras espectral, y cantaba una canción, hermosa, en un idioma desconocido, pero empañada de tal desdicha que apretó las mandíbulas para no llevar sus manos a su propia garganta y arañarse hasta acabar con su vida.

“Un poco más… Espérame Ur… Lo haré por ella y luego iré contigo”.

Estando enfrente del espectro, Ella sucumbió. Cayó al suelo y empezó a convulsionar, murmurando, retorciéndose. El corazón de Klode se encogió. Ella la amaba, aunque la mujer no sintiera lo mismo, y no podía verla así… no podía. En su desesperación, lo único que se le ocurrió fue calmar sus propios miedos y pedir ayuda. Hizo lo que mejor sabía hacer… apelar a un poder superior a todas las cosas que había conocido. Así que se sentó junto a ella, le cogió la cabeza entre sus brazos, y acunándola, rezó.

-Santa Luz, bendíceme a mí y a Ella, haz que la tristeza se vaya.

Ella se convulsionó, arqueando la espalda, con los ojos cerrados.

-Luz Sagrada, insufla valor en mi corazón, hazme fuerte y hazla fuerte para soportar.

Abrió los ojos y habló, a Klode le pareció oír nombrar a la madre de Ella.
-Luz Bendita, disipa las sombras, aleja los demonios, hazme fuerte para vencer a la oscuridad.

Ella hablaba, pero ella no le escuchaba. Cerrado el ojo, sudando profusamente, se concentró en su plegaria, en nada más… en nada más.
-Santa Luz, aleja los demonios. Santa Luz, aleja las sombras. Santa Luz, llénanos de voluntad para hacer lo que venimos a hacer… ayúdanos.
Se incorporó a medias, mirando a Klode, y luego a la sacerdotisa.

-…ayúdanos…

Cerró los ojos y tembló, intentando recuperar las fuerzas.

-….ayúdanos.

Abrió los ojos de nuevo, más tranquila, y se levantó. Ya estaba lista para enfrentarse a su demonio. Y Klode, vacía por dentro, también.

Los Templos de Desesperanza IV

Por Klode

La caminata por la arena fue trabajosa y entrañó varias luchas con las criaturas que poblaban las aguas. Incluso tuvo la oportunidad de ver, a lo lejos, a un hijo de Nalcorcón, o algo así le contó Ella.

Klode se desplomaba a cada rato, consumida por recuerdos. Cuanto más se acercaba al templo, más recordaba. La imagen que más le torturaba era su hermano, Urdellen. Ella no había estado con su familia, porque estaba en la catedral de Ventormenta recuperándose de su enfermedad y adiestrándose en el camino de la Luz. Y cuando llegó, todos estaban muertos. Asesinados por unos malnacidos que quisieron robarle las escasas ganancias del viejo pescador. Los cádaveres de sus padres los dejaron encima de la alfombra, con la puerta abierta, a merced de las decenas de múrlocs que poblaban el lago y permitiendo que las criaturas devoraran… Pero a su hermano no. A él, lo tiraron a la chimenea. Cuando Klode llegó, aún había llamas consumiendo el cuerpo, y no dudó en sacarle de allí, con el corazón destrozado y haciéndose unas quemaduras que conservaría de por vida.

-¿Klode?

La muchacha salió bruscamente de sus pensamientos y la miró.

-¿Perdona?

-¿Estás bien? Pararemos cuando haga falta. Tienes que ser fuerte.

Klode asintió despacio.

-Estoy bien.

-¿Podrás nadar con la armadura?

La muchacha se miró y sopesó su pechera de placas.

-Tal vez si me quito la pechera, y algo más…

-Quítatelo y yo te lo llevaré.

Se dio la vuelta, muy sonrojada, y empezó a desabrocharse las hebillas que sujetaban la prieta armadura. Cuando tiró de ella, cayó pesadamente al suelo, sintiéndose muy desnuda sin ella. Se quitó las hombreras y la capa, y envolvió todo para meterlo en su mochila.

Ella estaba detrás de ella, mirándola la espalda. Seguramente, pensó Klode, viendo las múltiples cicatrices de latigazos que la recorrían. Deseaba haber pensado en dejarse la capa pero ya era tarde. Peor era la cicatriz que le recorría desde el ojo hasta la cadera, perfectamente visible también. Y entonces, Ella alzó la mano y la acarició lentamente las cicatrices, con cariño, con compasión. ¿Por qué se le aceleraba tanto la respiración? Cerró los ojos y tembló ligeramente, intentando decidir si le gustaba o le aterraba, pero pronto Ella dijo de reanudar la marcha, y el contacto paró.

No tardaron mucho en llegar a la entrada del templo. Éste era enorme, pero era obvio que llevaba abandonado muchísimos años. Aún así, los monstruos evitaban el lugar. ¿Podría ser por el aura de Trisaga? Efectivamente, la vorágine de recuerdos aumentó al pisar las primeras piedras del puente, e incluso empezó a afectarle gravemente a Ella. Escuchaba voces, y se dejaba llevar por unos sentimientos tristes que debía llevar muy adentro.

El recuerdo de Ur era demasiado vívido. Una y otra vez, lo veía en las llamas, con la piel chamuscada, y los recuerdos poco a poco se transformaban en otra cosa. En las visiones de Klode, el hermano habría los ojos y la acusaba de no haberle ayudado. En otras, le decía dulcemente que viniera con él, que era donde estaba toda su familia. Era más de lo que la pobre adolescente podía soportar.

Tal vez fue la flaqueza de la chica lo que la hizo reaccionar a Ella. Olvidando sus propios recuerdos y sus voces, calmaba a Klode y la instaba a seguir, a ser fuerte. Ésta, al verla, sacaba fuerzas de la nada y seguía con la marcha, decidida a no ser un estorbo en el momento del rescate que Ella tanto tiempo había planeado.

Los Templos de Desesperanza III

Por Klode

A medida que el terreno fue volviéndose más agreste y accidentado, a Klode le costaba más hacer avanzar a su montura, hasta el punto de decidir dejar el caballo para que éste encontrara solo su camino hacia el asentamiento elfo. La ascensión hasta un pico elevado, junto a la orilla, fue muy trabajosa y dejó a Klode extenuada y con un fuerte acceso de tos.

Como había dicho Ella, el reino de Azshara estaba poblado de criaturas muy peligrosas. Algunas apenas percibían su presencia, pero otras se declararon claramente hostiles. Llevaba casi medio día de marcha hasta que oyó la voz.

-¿Klode?

La muchacha, sobresaltada, miró en derredor unos segundos hasta advertir que el sonido provenía de su comunicador.

-Sé que me oyes, Klode.

-Mierda, pensé que lo había apagado.

Klode intentó manipular el comunicador mientras hablaba, sin fijarse por donde iba. Al final, incluso perdió pie y cayó por el acantilado, con la suerte de caer dentro del agua. Afortunadamente, sabía nadar tan bien como caminar por tierra, pero la frialdad del agua se le incrustó en el cuerpo como miles de agujas afiladas, casi dejándola sin respiración.

Mantuvo una conversación con Ella por el comunicador, diciéndola que estaba bien, que no se preocupara. Seguramente estaba muy cerca, tras sus pasos, pero no le importaba. En cierto modo, quería volver a verla. La echaba mucho de menos. Cuando pensaba en Ella… era como tener mariposas en el estómago. Sonrió, recordando algo que le había contado su madre hacía mucho tiempo.

¿Por qué pensaba ahora en sus seres queridos tan de repente? Le pareció un hecho tan extraño, que apenas se dio cuenta de que alguien se acercaba a toda velocidad por la orilla. Era Ella, por supuesto.
Saltó de su montura de sable como una exhalación y se acercó a Klode, abrazándola. La muchacha se ruborizó, muy sorprendida. ¿Por qué le había subido una ola de calor por todo su cuerpo? No sabía decirlo, probablemente por la alegría de verla.

Y ella no era la única que tenía pensamientos y recuerdos del pasado. Le dijo que Ella también los tenía, y que era obra de Trisaga. ¿Cómo podía ser posible? De todas formas, Ella dejó de resistirse, y le ofreció a Klode, por fin, ir con ella a por la sacerdotisa.

Los Templos de Desesperanza II


Un estruendo y un chapoteo acompañaron las palabras de Klode. Agua, ¿eh? Una leve presión de los muslos y Uñitas cambio de rumbo y se dirigió hacia la costa.

- ¿Klode? Kloderella. Klode.
- ...
- ¡Klode!
- Eh... estoy bien. No...no miraba por dónde iba, eso es todo.
- ¿Dónde estás? Los elfos dicen que tienes mal aspecto
- Oh, son unos exagerados. Yo... venía cansada, y ya está.
- No me lo pareció, por la descripción que me hicieron. El agotamiento no hace sangrar a la gente. Dime dónde estás.
- No recordaba que hubiera estos bichos aquí...
- ¿Qué bichos? – se oye un sonido que Imoen no identifica - Klode, dime dónde estás.
- Estoy bien, de verdad. Te... te dije que la buscaría, y lo estoy haciendo.
- Te dije que era peligroso.
- Más razón para buscarla.
- Klode, si lo que sé es cierto, no debes acercarte sola a Trisaga. Por favor.
- ¿Por qué?
- Su aura ha cambiado.
- Oh... Ojalá Ur estuviera aquí...Le echo tanto de menos...
- ¿Ur?

La respuesta de Klode estaba cargada de congoja.

- Mi hermano... No sé por qué pienso ahora en él...
- Klode, Trisaga desprende ahora desesperanza. En una persona normal es peligroso. En tu estado puede ser mortal.
- No te preocupes, ¡soy una persona alegre!
- Klode, ¿dónde estás?
- Ya te lo he dicho. Estoy buscándola.

La frase terminó con una violenta tos. Su afección iba a peor y aún no la veía en aquella maldita costa plagada de nagas. Tenía que hacer que siguiera hablando, tirándole de la lengua para descubrir dónde estaba.

- Klode, ¿qué ves alrededor?
- Veo Ashmara, claro. Madre mía, esto es un laberinto.

Una pista. La zona Sureste quizás. Tenía que lograr que le diera más pistas. La voz de Imoen se tornó dulce cuando habló otra vez.

- Descríbemelo, anda. Me gusta oírte describir cosas. Venga, cielo, dime lo que ves.
- Pu-....pu-pu..pues... es bonito...
- ¿Ves agua?

Los sonidos de lucha que inundaron el comunicador casi ahogan la escueta pero elocuente respuesta de Klode.

- Ohhh, mierda.

Imoen espoleó a Uñitas costa abajo y entonces la vio a lo lejos. Klode luchaba contra los nagas, pero tenía controlada la situación. Antes incluso de que Imoen llegara a su lado había dado cuenta de ellos.

Desmontando, Imoen se acercó a la muchacha.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Los Templos de Desesperanza I


Mientras volaba hacia Azshara, Imoen reflexionaba sobre los últimos acontecimientos.

El goblin le había dicho todo lo que sabía sobre Klode, o casi. La muchacha había llegado a él y había tomado un grifo hacia Azshara. Aschara…eso había dicho ella según el goblin. Imoen sonrío para sí misma. Era Klode, no había duda. La muchacha tenía prisa y viajaba ligera de equipaje. Imoen estaba segura de que Bragok le ocultaba algo, pero no hubo forma de que el goblin soltara prenda y no era cuestión de matar al que podía llevarla a Azshara en una fracción del tiempo que le llevaría a pie.

Un gemido la sacó de su ensimismamiento y, mirando hacia atrás, Imoen distinguió a Uñitas sujeto a su arnés. El pobre no acababa de acostumbrarse a la altura. El goblin había accedido a regañadientes a proporcionarle transporte a ella y a Uñitas. Los grifos de carga no eran muy frecuentes, pero Imoen los usaba para poder llevar a su sable en sus viajes. No se fiaba de las monturas de posta y, de todos modos, nunca le gustaron los caballos, así que siempre que podía viajaba con su enorme gato.

Según volaban hacia el norte, el horizonte fue cambiando de color hasta adoptar el rojo cobrizo de la tierra del eterno otoño. Azshara…al fin.

Tan pronto como tomaron tierra, Imoen tranquilizó a Uñitas e interrogó a los escasos moradores de Punta Talrendis. Klode había pasado por allí hacía varias horas. La vieron tan demacrada que le dieron un caballo. Había partido por el camino principal. El camino que iba hacia…¡los nagas!

Dejando a los elfos con la palabra en la boca, Imoen montó sobre Uñitas y partió al galope. Sacó el comunicador de la bolsa teniendo cuidado de que no se le cayera y miró nuevamente el localizador. Esa parte del comunicador de Klode seguía desconectada, pero tal vez el resto no. Imoen apretó el botón de emisión.

- ¿Klode? – Nada, interferencias - ¿Klode? Klode, sé que puedes oírme.

La respuesta de Klode, precedida por una tos, fue casi imperceptible

- Pensé que estaba apagado...¿me... me oyes?
- Claro que te oigo. Sé dónde estás....bueno, más o menos.
- Oh... no no no ¡mierda!

jueves, 24 de septiembre de 2009

La búsqueda IV


Aunque nunca le habían gustado del todo los goblins, en este momento a Imoen le parecían los seres más despreciables que poblaban la faz de Azeroth. Estaba claro desde el principio que sabían algo. Lo supo desde el momento en que preguntó por una jovencita a caballo y el posadero le mostró una sonrisa falsa y llena de dientes sucios bajo unos ojos brillantes y ávidos de dinero.

- ¿Jovencita? Mmmm…pasan muchas por aquí. Es difícil recordar.
- Sí, seguro. – Pensó Imoen. Pero en vez de eso puso una moneda de oro sobre el mostrador, que rápidamente desapareció bajo la mano de la criatura verde.
- Ésta tenía un solo ojo y viajaba con prisa, a caballo. Probablemente con poco equipaje. Puede que tosiera de vez en cuando.
- ¿Un solo ojo dices? – El destello en las pupilas del goblin no le pasó desapercibido. El movimiento de las manos del goblin, pidiendo más dinero, tampoco – Mmmm…no sé. Cuesta recordar esas cosas.

Dos nuevas monedas desaparecieron de la mesa tan pronto como llegaron a ella. Ahora el goblin habló en voz más baja, acercándose a Imoen.

- Ayer una jovencita con esas características estuvo hablando con Bragok. Es todo lo que sé.

El maestro de vuelo se mostró igual de sonriente y olvidadizo que su colega de la posada.

- ¿Wiley te ha dicho eso? No sé qué bebe, pero debe haberle afectado el cerebro, o lo que quiera que tenga entre sus orejotas.
- No tengo tiempo para esto. ¿Cuánto quieres por la información?
- Ah, no. Esto no funciona así. Sería demasiado fácil ¿no crees? ¿Qué pasa con la emoción del regateo?
- Está bien, empecemos de nuevo. Ayer Wiley te vio hablando con una jovencita con un solo ojo que viajaba sola.
- Lo siento, humana, pero me has ofendido al ofrecerme dinero tan rápidamente. No es que no acabara cogiendo lo que me pareciera justo, pero a mi manera. No te diré nada. A menos que…
- A menos que…

El goblin se rascó la barbilla, pensativo.

- Verás. Tengo un par de colegas a los que podrías hacerles ciertos “trabajitos”. De esa manera estarían en deuda conmigo.
- No pretenderás que pierda mi tiempo con esas memeces.
- Tú misma. Que tengas un próspero día.

El goblin hizo ademán de volverse, pero Imoen lo detuvo.

- Espera. Está bien, lo haré.

Horas después, Imoen volvió a encararse con un cada vez más sonriente Bragok. Al final los “trabajitos” consistían principalmente en asuntos de espionaje industrial y sabotaje, robos en pequeña escala…nada que Imoen no pudiera manejar, pero el retraso se le acumulaba y, mientras, quién sabe dónde estaría Klode.

- Supongo que tus “colegas” te habrán dicho que ya he hecho todo lo que querían.
- De hecho, aún estoy contando las ganancias que ello me ha supuesto. Ahora podemos volver a empezar con lo de tu amiguita.
- ¿Amiguita?
- Una humana no se tomaría tantas molestias por alguien a quien no estuviera muy unida.
El gesto del goblin y la forma de pronunciar la última palabra no dejó lugar a dudas acerca del tipo de relación que el goblin pensaba que Imoen tenía con Klode.
- No es lo que piensas. Sólo es mi amiga.
- ¿Y qué es lo que pienso? ¿Eh?

El goblin enarcó una ceja y miró burlonamente a Imoen. Lo que vio en los ojos de la mujer le hizo darse cuenta de que quizás había tensado la cuerda en exceso. Rápidamente dio la vuelta para irse, pero el filo de una espada en su cuello lo impidió.

- Este juego ha durado demasiado. Ahora lo haremos a mi modo.
- No puedes hacerme esto. No sabes con quién estás tratando.
- Oh, si que lo sé. Tú eres el que no sabes con quién tratas.

Y el fuego en la mirada de Imoen convenció al goblin de que ella decía la verdad.

La búsqueda III


Con una mínima presión de las piernas de Imoen, Uñitas cambió ligeramente de dirección y, tras varias horas de viaje, el olor a mar invadió sus fosas nasales. A mar…y a goblin. No le gustaban esas criaturas, pero si su amiga quería ir allí, él no dudaría en llevarla.

Las horas siguientes las pasó descansando a la sombra mientras saboreaba varias patas de zhevra fresca. Su amiga (nunca pensaba en ella como su ama) siempre lo trataba bien y lo primero que había hecho al llegar al poblado goblin fue buscar un lugar fresco para Uñitas y algo de comida decente y agua limpia. Después se había ido, no sin antes tranquilizarle asegurándole que volvería en un rato.

Uñitas estaba algo inquieto por varios motivos. En primer lugar, notaba el comportamiento nervioso de Imoen. Desde que la humana arisca había muerto y la simpática elfa se había ido, su amiga se comportaba de manera extraña, con bruscos cambios de humor y conversaciones con seres que él no alcanzaba a oler. Los viajes a horas tempestivas se habían multiplicado y había perdido la cuenta de las horas que habían pasado en los caminos. Aún así, nunca le faltó un cuenco con agua fresca y limpia y un buen filete de carne fresca, habitualmente de animales recién cazados por él o su amiga. Pero había algo más. Uñitas notaba algo en el ambiente. Algo que le erizaba el pelo del pescuezo mientras viajaban hacia el norte: Estaban llegando a tierra de elfos.

Uñitas recordó como, desde la primera vez que Imoen lo llevó a la ciudad de los elfos notó que, de alguna manera, una parte de su ser pertenecía allí. Tal vez fuera por los otros sables que habitaban la zona y que, como él, eran tratados más como amigos que como simples monturas. Los recuerdos inundaron por unos momentos la mente del sable, rememorando cómo los elfos quisieron apartarla de Imoen, aduciendo que no era digna de un sable y acusándola de haber robado a Uñitas. Su amiga le contó más tarde que tuvo que remover cielo y tierra para demostrar a los elfos que Uñitas y ella eran uña y carne desde pequeños. Recordó el llanto de Imoen, acariciándole mientras le narraba las humillaciones que tuvo que pasar por parte de los elfos; las miserables tareas que tuvo que hacer para ellos hasta que la consideraron lo suficientemente digna para cabalgar un dientes de sable. Y a pesar de ello, Uñitas seguía pensando con melancolía en esa tierra donde sus congéneres abundan. Y ahora estaban tan cerca...

Uñitas apartó de su mente esos pensamientos en el mismo instante en el que Imoen apareció hecha una furia y, disculpándose por no dejarlo descansar más tiempo, lo ensilló. Fuera lo que fuere lo que su amiga quisiera de ella, lo haría sin dudarlo un instante.

Viaje de Ida III

Por Klode

Los elfos de Punta Talrendis observaron muy sorprendidos el cansado grifo que aterrizó en su ruta. En su lomo iba montada una muchacha muy joven, con un parche en el ojo y con una pesada armadura. El ojo que tenía a la vista, antes luminoso, estaba medio cerrado y decorado con una profunda ojera, casi más oscura que su piel de ébano. A pesar de eso, la palidez de la joven era evidente, y un hilo de sangre muy fino corría por la comisura de sus carnosos labios, bastante agrietados ahora.

Klode se tambaleó, y un fornido elfo la ayudó instintivamente a no caerse al suelo. Nada más posar sus pies, le vino un ataque de tos tan fuerte que todo su cuerpo se estremecía.

-A... agua... por favor.

Le dieron de beber, y se la tomó tan apresuradamente que vomitó parte en el suelo. Acto seguido, volvió a llevársela al gaznate.

-Está enferma, señorita. No debería haber viajado en su estado. ¿Necesita ayuda?

Klode negó categóricamente con la cabeza.

-Estoy bien, sólo cansada.
-Descanse aquí, podemos dejarle un sitio donde...
-¡No! -abrió su ojo, que despedía una determinación inquebrantable. -Tengo que hacer lo que he venido hacer. Lo siento.

Recuperando parte de su aplomo, se echó su pequeño fardo al hombro.

-¿Tienen un caballo o algo? Se lo devolveré, lo prometo.

Los elfos se miraron, muy preocupados. Nunca eran tan generosos con un desconocido, pero un brillo de entendimiento se cruzó entre esas miradas.

-Puedes tomar un caballo. Lo encontramos perdido, probablemente de un aventurero que no lo necesitará más.

En cuanto le trajeron la montura, Klode se montó a horcajadas, con bastante dificultad. Los elfos la vieron alejarse hacia las ruinas.

-Menuda loca....

miércoles, 23 de septiembre de 2009

La búsqueda II


Tras cabalgar durante buen parte de la noche, preguntando en cada puesto de vigilancia del camino, Imoen se aproximaba a las ruinas de la posada Reposo Umbrío. Cada vez que pasaba por allí pensaba en el pobre Jim y también esta vez dio una vuelta en silencio alrededor de los muros calcinados, sintiendo más que nunca que no era la única que había perdido hogar y familia de forma violenta.

Uñitas gruñó por lo bajo. No le gustaba ese lugar, que despedía un aura de muerte y melancolía.

- Lo sé, pequeño. – Imoen palmeaba el cuello de su sable mientras hablaba – A mí tampoco me gusta este sitio, pero me recuerda lo que soy y lo que he perdido. Nos iremos en seg…Espera, ¿qué es eso?

Imoen desmontó de un salto y se acercó con precaución a las ruinas. Huellas de un caballo y pisadas. Humanas, al parecer, y recientes. ¿Y qué era aquello? Entre el polvo, semienterrado, encontró un pañuelo manchado de oscuro. El color y el olor no dejaban lugar a dudas. Aparte del polvo, en el pañuelo había sangre reciente, con no más de dos días. Imoen se lo dio a oler a Uñitas, que bufó y ronroneó en rápida sucesión.

- Huele a ella, ¿verdad? A Klode. Ha pasado por aquí, no hay duda.

Imoen guardó cuidadosamente el pañuelo y, montando sobre Uñitas, se dirigió al norte, atravesando Los Baldíos mientras pensaba. ¿Cuál podría haber sido la próxima parada de Klode? Vallefresno era lo obvio si pretendía llegar a Azshara a pie. Por otro lado…

Viaje de Ida II

Por Klode

Hacía ya dos días que había partido precipitadamente, y había forzado a su garañón hasta la extenuación, pero por fin veía el polvoriento asentamiento goblin. No recordaba cuándo había cabalgado tantas horas seguidas, pero notaba ya que los muslos le dolían. Además, por no ir cargada, había salido con pocas vituallas, y apenas le quedaban unos pocos mendrugos de pan y unos pinchitos rancios.

Había descansado mal; por miedo a que la pillaran, había dormido unas cuantas horas, de día, tras los muros derruidos de una taberna abandonada hace tiempo, en la frontera entre el marjal y Los Baldíos. Tras la cómoda cama que le había dejado Irinna en la taberna de Theramore, dormir en el suelo fue un cambio desagradable, sobre todo para su espalda. Había desconectado (al menos eso creía ella) el aparato extraño que Ella le había dado, por temor a que Ella de algún modo pudiera saber dónde se encontraba por él.

Los goblins eran un pueblo extraño, pero estaba acostumbrada a verlos, porque en Tuercespina abundaba esta raza, para bien o para mal. Se acercó, cansada, hacia el maestro de vuelo, que la miró con ojos brillantes, como pensando qué podría sacar de la joven paladina.

-Por favor, me gustaría volar al norte.
-¿Adonde? -preguntó el goblin, con voz estridente y molesta.
-A... -cerró el ojo, concentrándose para recordar el nombre concreto- A..a...schara.
-¿Azshara, eh? -sonrió el goblin.

El pequeño ser verde comunicó su precio, aún sonriendo, y a Klode se le cayó el alma a los pies. ¿Por qué no se había acordado de llevar dinero?

-No tengo dinero... -murmuró Klode, esperando estúpidamente un acto de bondad del goblin.
-Oh, no te preocupes, muchacha. Seguro que puedes tener algo de valor, ¿eh? -dijo en tono amable, aunque sus ojos y el gesto de frotarse las manos decía lo contrario.

Klode suspiró, y algo nerviosa empezó a rebuscar entre sus escasas pertenencias. ¿Qué podía ofrecer al codicioso goblin para que le permitiera volar? No tenía tiempo, tenía que irse cuanto antes. Negó categóricamente el deshacerse del comunicador que le había dado Ella. No tenía sentido, aunque tuviera valor. Tampoco iba a dejar su arma, porque la iba a necesitar, y rara vez viajaba con joyas o algo.... Fue entonces cuando se le ocurrió.

Sacó de su mochila con gesto reverente la figura de su hermano. El goblin enseguida fijó su atención en ella: evidentemente era una figura mágica, poco corriente, y aunque no pareciera valiosa seguro que podía sacar provecho de ella.

-Dame esa figura y podrás volar a Punta Talredis, muchacha.

La joven se mordió el labio y, con su mano temblorosa, le dio la figura de Ur. El goblin la cogió de sus manos antes de que cambiara de opinión, y silbó para llamar a un grifo, de porte elegante y robusto.

-Éste te llevará a destino sin rodeos.
-Po... por favor... no le diga a nadie que me ha visto.

El goblin le ofreció una gran sonrisa con sus dientes amarillentos pero no dijo nada. Así que Klode se montó en el grifo y emprendió su largo vuelo con el rostro surcado de lágrimas.

"Lo siento, Ur... Lo siento Lo siento Lo siento...." Y abrazada al cuello del grifo, aún llorando, se quedó dormida.

La búsqueda I


CERRADO


El cartel colgado en la puerta de la taberna de Theramore perturbó a Imoen. Muy a su pesar había tenido que dejar a Klode al cuidado de Irinna mientras ella partía a cumplir con sus obligaciones. Y al llegar, se había encontrado con la puerta cerrada y un críptico cartel colgado de ella.

Tras comprobar que la puerta no se movía y que nadie respondía a sus llamadas, Imoen decidió entrar por otro lado. Una vez en el interior de la taberna, buscó la habitación en la que dejó descansando a Klode, sólo para encontrarse la habitación vacía. Confusa, Imoen buscó por las otras estancias. Fue entonces cuando la encontró. La tabernera yacía en su cama, mirando sin ver. Alarmada, Imoen la llamó por su nombre mientras le tomaba las constantes vitales. Estaba viva, pero no parecía reaccionar a ningún estímulo. ¿Qué podría haber provocado esto?

Un rápido examen de los alrededores reveló algo de comida sobre la mesita: Fría; un poco quemada; sin tocar. No parecía que hubiera nada fuera de lo común…un momento, ¿qué era aquello que estaba sobre la mesita? Una nota. Imoen hacía tiempo que había perdido los reparos en leer correspondencia ajena, diarios o cuanto documento personal encontrara en el curso de sus “trabajitos”, así que cogió la nota y comenzó a leer.

Gracias por tus cuidados, ya me siento muy bien y hay un asunto que requiere mi atención. Siento irme así, sobre todo dejándote tan desolada, pero sé que Ella vendrá a cuidarme en cuanto sepa que no estás bien, y no puedo permitirme más retrasos.

Dile, si puedes, que no se preocupe por mí. Sé lo que hago y tendré mucho cuidado. Volveremos a vernos pronto. Te echaré de menos, cuídate.... Y dile a Ella que me perdone. Y que la *tachón* *borrón* echaré de menos también. Dale esta carta cuando la veas.

Kloderella G. Fírenan


- ¿Ella? ¿Kloderella? ¡Klode! ¿Dónde has ido, pequeña? ¡Dioses, no! No a Azshara. No a por Trisaga.

Así que cuando se le escapó el nombre de ese lugar, mágico y maldito a un tiempo, ella lo había oído. Esperaba que se le hubiera pasado por alto, que al menos se hubiera hecho un lío con el nombre, como de costumbre. Pero ella, de alguna manera sabía dónde ir. No, no lo sabía en realidad. Azshara, la tierra del eterno otoño, es peligrosa. No sólo hay nagas y bestias. Los espíritus de los altonatos moran en las ruinas de su antiguo reino. Elfos de sangre, demonios, gigantes, dragonantes...Incluso dicen que el espíritu de un dragón deambula por allí. Si no sabes dónde está lo que buscas (o incluso sabiéndolo) puedes acabar en una tumba de hojas doradas.

Conectando el comunicador del Alba de Plata, Imoen pidió ayuda, pero nadie sabía nada de Klode. Los preparativos que tanto tiempo llevaba haciendo para el viaje se dejaron de lado. Imoen cogió lo mínimo indispensable y se dispuso a partir tras la muchacha. Cuando se dirigía al establo a por Uñitas apareció la dama Reena a quién Imoen informó del estado de Irinna, quedándose la dama al cargo de ella.

Por su parte, Imoen se excusó de forma algo brusca y, en cuanto la dama subió hacia las habitaciones de la taberna, corrió hacia el establo y, ensillando a Uñitas, partió como una exhalación.

Una primera parada en el maestro de grifos le sirvió para saber que Klode no había salido por allí. El puerto estaba descartado así que sólo quedaba el marjal.

Los guardias, en principio no dieron a Imoen ninguna información útil. Últimamente había bastante ir y venir de viajeros y tropas, aunque una vez "untados" adecuadamente, "recordaron" que una joven había salido hacia el marjal bastantes horas antes en un garañón.

Los gritos de la pícara llamando a Klode fue lo último que los sorprendidos guardias oyeron de Imoen.

martes, 22 de septiembre de 2009

Viaje de Ida I

Por Klode

Klode estaba sentada encima de la cama, con una figura entre las manos. Ésta parecía un niño tumbado, en posición fetal, dormido. Nadie sabría decir de qué material estaba hecho el objeto, ya que había sido creado mágicamente. Su superficie era blancuzca, pero algo traslúcida, y parecían haber corrientes de luz tenue flotando dentro. En muchos aspectos, daba la impresión de que la figura estaba viva.

Le daba vueltas entre las manos deformadas por las quemaduras, mientras pensaba. En otras circunstancias, tener esa figura entre las manos habría dado origen a pensamientos nostálgicos. Siempre que la cogía, pensaba en Ur, su hermano pequeño, porque realmente se le parecía asombrosamente.

Pero en esta ocasión, los pensamientos de Klode giraban en unos temas totalmente diferentes. Estaba cavilando una decisión difícil, aunque por otro lado, una decisión que ya había tomado.

No tenía que haberse agotado de esa manera. Fue algo infantil y estúpido. Las heridas de aquellas personas no eran graves y hubiesen curado sin su ayuda. Preocupando a aquellos que le rodeaban... Al jefe, a su amiga, al lobo... y a Ella. Sabía que no tenía que haberlo hecho, tras haber estado un día entero esforzándose hasta la extenuación, peleando contra esos engendros hasta el punto de olvidarse de sí misma, de descansar e incluso de comer. De arrastrarse por fosas inmundas y de rebuscar en lodo. ¡Menudo enfado pillaría Ella si se enterara de cuán duro había estado buscando! Y encima para nada. Porque la sacerdotisa no estaba allí.

Por fin, a Ella se le había escapado el nombre del lugar donde se encontraba. Y eso que a Klode jamás se le dieron bien los nombres. Chara... Semara... Jasara... ¿Qué más da? Sabía dónde era. Y a pesar de los temores de Ella, que Klode tenía por seguro que eran infundados, pensaba ir. Lo supo en cuanto a Ella se le escapó esa información de sus labios.

Inspiró profundamente y se levantó, guardando la figura consigo. Estaba totalmente ataviada con su armadura de placas, y llevaba un pequeño fardo consigo. A continuación, se fue a la habitación de al lado, donde reposaba su joven amiga.

La tabernera había sucumbido. Sus pesares la habían hecho arrastrarse hasta su habitación, e incluso cerrar la taberna. Podía hacerse cargo de lo que estaba pasando... Aunque no hubiera vivido nada parecido, conocía esos sentimientos desde hacía años. Dolor... desolación... desesperación. La comida que burdamente había preparado (y parcialmente quemado) para ella estaba intacta sobre la mesita. Estaba tumbada y no reaccionaba ante nada. Tenía los ojos vacíos.

Se acercó a ella y le tocó el pelo, pero no dio muestras de saber que Klode estaba allí. Le dolía el corazón de verla así. Tal vez si se quedara pudiera hacer algo, sacarla de su sopor. Pero era inútil, porque ya estaba decidida a irse. Tal vez... si tenía éxito y la traía consigo, la sacerdotisa podría ayudarla. Mentalmente añadió esa razón a una larga lista que ya había elaborado.

-Cielo... tienes que comer - esperó unos minutos, pero supo que no iba a recibir respuesta-. Me voy.

Volvió a suspirar y le dejó en la mesita una carta que había escrito esa tarde. En algún momento, reaccionaría, y la leería. Tampoco quería irse sin que nadie supiera dónde se encontraba. Por si acaso... sólo por si acaso...

Bajó al sótano y llenó su fardo de viandas para el viaje. Mientras, dejaba vagar sus pensamientos, que una vez desatados (como su lengua), difícilmente se paraban.

Tal vez fuera cierto que Klode deseaba que la sacerdotisa volviera, porque le había salvado la vida, y por todas las demás cuestiones. Pero su motivo era algo más profundo.

No había podido ir antes porque Ella guardaba su reposo. Y a Ella no podía engañarla. Afortunadamente (aunque no para Ella), ella tenía sus obligaciones y tuvo que dejarla, a cargo de Irinna. ¿Quién iba a decirle a ella que la joven chica iba a caer en ese estado? Que la Luz la perdonara, pero era la ocasión idónea para escapar. Ya se estaba haciendo de noche, y tal vez Ella volviera. Tenía que irse.

Levantó el tablón de madera que impedía el acceso a la taberna y se fue, llamando a su corcel y partiendo al galope.

No, no fue al maestro de grifos. No quería que la siguieran el rastro tan pronto. Era una tontería, claro, porque Ella sabía exactamente adónde se dirigía. Tendría que ir con cuidado. Así que, su destino en ese momento era las profundidades del Marjal.

Si Irinna se hubiera despertado en ese momento, ésto es lo que hubiera leído en la carta.

"Gracias por tus cuidados, ya me siento muy bien y hay un asunto que requiere mi atención. Siento irme así, sobre todo dejándote tan desolada, pero sé que Ella vendrá a cuidarme en cuanto sepa que no estás bien, y no puedo permitirme más retrasos.

Dile, si puedes, que no se preocupe por mí. Sé lo que hago y tendré mucho cuidado. Volveremos a vernos pronto. Te echaré de menos, cuídate.... Y dile a Ella que me perdona. Y que la *tachón* *borrón* echaré de menos también. Dale esta carta cuando la veas.

Kloderella G. Fírenan"

viernes, 18 de septiembre de 2009

La vuelta al redil II


La comitiva avanzaba lentamente hacia ella. A algunos no los conocía, aunque el tabardo del Alba de Plata era inconfundible. La cazadora que avanzaba por el margen del camino era Ula, su mascota la delataba. Un momento. Aquél era…¡Tristán! Parecía malherido.

- ¿Qué coño ha pasado? – Imoen habló sin rodeos, como solía hacer.

La respuesta la dejó helada. Una emboscada. Pero ¿quién? ¿dónde?

- Eso ahora no importa – Esa voz era…¡Shaw! – Pueden volver para terminar lo que empezaron. ¿Has olvidado todo lo que te enseñé?

Imoen miró a su alrededor, pero nadie parecía haber oído la voz excepto ella. Maldita sea, últimamente las voces le increpaban usando registros de gente que conocía. Tenía que acabar con esto lo antes posible o las voces acabarían con ella. Sea como fuere, Shaw, real o imaginario, tenía razón.

El camino hasta Theramore se hizo eterno. Habiéndose dado la alarma, Akakia acudió al Alto del Centinela y trasladó a Tristán con urgencia a un lugar seguro, ignorando las protestas del doctor Gustav, que la instaba a llevarlo a la enfermería de la ciudadela.

Una vez allí, Tristán fue depositado sobre una cama. Al retirar la ensangrentada armadura, Imoen no pudo sino maravillarse de que siguiera vivo. Los profundos cortes se extendían por su torso y el olor…el inconfundible olor del veneno inundó las fosas nasales de Imoen. Puede que Akakia tuviera los conocimientos para curar las heridas, pero el veneno era otro asunto. Rápidamente, Imoen susurró algo a Akakia y le entregó un pequeño vial de cristal que la elfa dio a beber a Tristán. Aunque no eliminaría todo el veneno al menos daría a su organismo una oportunidad para asimilarlo lo mejor posible. Tras esto, Imoen salió de la habitación y se fundió con las sombras existentes. Esa noche nadie volvería a atentar contra Tristán. No si ella podía evitarlo.

Mientras montaba guardia, su mente volaba hacia Azshara.

- Trisaga, perdóname. Dije que te encontraría y lo haré. Lo juro. Pero no puedo abandonarlos a ellos. Otra vez no. Tengo que quedarme. Por ellos, por tu Falka. Si hay la más remota posibilidad de que Zoe siga viva tengo que saberlo. Lo entiendes, ¿verdad, Trisaga? ¿Podrás perdonarme?

Pero lo único que oyó en su mente fue un ominoso silencio.

La vuelta al redil I


El cielo despejado auguraba otra noche fría y húmeda en el Marjal. El dientes de sable corría en la oscuridad, con la luz de las estrellas como guía. Uñitas elegía cuidadosamente la ruta más segura, evitando ciénagas y bestias con la facilidad que da la experiencia.

En su lomo, Imoen reflexionaba sobre las acontecimientos de los últimos días. El diario, la “charla” con Jasmine, la misteriosa informadora que había nombrado la gnoma, la mujer de Colinas Pardas que sólo recordaba inconscientemente y luego esos gritos por el comunicador. La voz chillona de la gnoma era inconfundible a pesar de la distorsión. Tenía que averiguar qué había de cierto en lo que había dicho. Tenía que hacerlo por sí misma.

El camino era largo y opresivo. No en vano, a Imoen nunca le gustaron las ciénagas, aunque se hubiera acostumbrado a ellas. Tanta humedad no era buena para el cuero curtido. Los preparativos para el rescate de Trisaga estaban llevando más tiempo del deseado y la lista de gente a la que podía pedir devolución de favores era cada vez más corta. Tabetha era una de ellas. El que tuviera su casa en medio del Marjal Revolcafango le parecía cuanto menos excéntrico, máxime sabiendo que la guarida de Onyxia no quedaba lejos. Aunque Onyxia (o Lady Prestor, como a veces pensaba en ella) había sido desenmascarada y finalmente asesinada por un grupo de mercenarios, se rumoreaba que algunas de sus crías habían logrado escapar, por lo que la zona seguía sin ser segura.

Ensimismada en sus propios pensamientos, Imoen sintió más que vio que algo iba mal. Uñitas ralentizó el paso y clavó su mirada en el camino, nervioso. Al principio Imoen no notó nada extraño, pero eso no la confundió. Los sentidos de su sable eran bastante más agudos que los suyos y desde niña aprendió a fiarse de ellos.

Entonces los vio.