jueves, 24 de septiembre de 2009

Viaje de Ida III

Por Klode

Los elfos de Punta Talrendis observaron muy sorprendidos el cansado grifo que aterrizó en su ruta. En su lomo iba montada una muchacha muy joven, con un parche en el ojo y con una pesada armadura. El ojo que tenía a la vista, antes luminoso, estaba medio cerrado y decorado con una profunda ojera, casi más oscura que su piel de ébano. A pesar de eso, la palidez de la joven era evidente, y un hilo de sangre muy fino corría por la comisura de sus carnosos labios, bastante agrietados ahora.

Klode se tambaleó, y un fornido elfo la ayudó instintivamente a no caerse al suelo. Nada más posar sus pies, le vino un ataque de tos tan fuerte que todo su cuerpo se estremecía.

-A... agua... por favor.

Le dieron de beber, y se la tomó tan apresuradamente que vomitó parte en el suelo. Acto seguido, volvió a llevársela al gaznate.

-Está enferma, señorita. No debería haber viajado en su estado. ¿Necesita ayuda?

Klode negó categóricamente con la cabeza.

-Estoy bien, sólo cansada.
-Descanse aquí, podemos dejarle un sitio donde...
-¡No! -abrió su ojo, que despedía una determinación inquebrantable. -Tengo que hacer lo que he venido hacer. Lo siento.

Recuperando parte de su aplomo, se echó su pequeño fardo al hombro.

-¿Tienen un caballo o algo? Se lo devolveré, lo prometo.

Los elfos se miraron, muy preocupados. Nunca eran tan generosos con un desconocido, pero un brillo de entendimiento se cruzó entre esas miradas.

-Puedes tomar un caballo. Lo encontramos perdido, probablemente de un aventurero que no lo necesitará más.

En cuanto le trajeron la montura, Klode se montó a horcajadas, con bastante dificultad. Los elfos la vieron alejarse hacia las ruinas.

-Menuda loca....