martes, 29 de septiembre de 2009

Los Templos de Desesperanza V

Por Klode

Dentro del templo, todo estaba oscuro y mohoso. La atmósfera era realmente pesada, casi palpable, y un pesar infinito la empezó a inundar cada vez más. A Ella le afectó de una manera sobrecogedora. Cayendo al suelo de rodillas, agarrándose la cabeza con sus manos y murmurando cosas incomprensibles para Klode. En ocasiones, parecía estar llamando a su madre, o hablando con ella.

Se levantó de improviso, con ojos furiosos pero vacíos de nada más, y la miró con el ceño fruncido.

-¿Quién eres tú?

Klode ahogó un gemido de sorpresa y la miró sin comprender.

-S-soy yo… soy Klode…

Se acercó ligeramente para poder ponerle las manos sobre los hombros y Ella se alejó y sacó sus armas, amenazadoramente.

-¡No te acerques, monstruo!

Si le hubiera rajado de parte a parte con su mandoble, le habría hecho por seguro mucho menos daño que lo que le había infligido con esas palabras. Las lágrimas comenzaron a brotar desesperadamente de su único ojo, y se apoyó en la pared, temerosa de que la persona que quería pudiera hacerle daño.

“Que quería…. Sí…..”

Pero no le hizo nada. Volvió a la normalidad. No había sido consciente en ese tiempo de lo que había hecho, como sí… hubiera estado poseída de algún modo. Vio la expresión totalmente desolada de Klode y se acercó a ella, calmándola.

Había una posibilidad. Teniéndola tan cerca… tal vez pudiera vencer a sus temores, sus tristezas, sus desesperanzas. Ella estaba junto a ella, y le sonreía, y todo parecía disiparse a su alrededor. Reprimió unos enormes deseos de abrazarla y besarle los labios, dada la situación, ya que no hubiera sido apropiado. Y Ella la miraba de una forma…

-Klode, yo jamás te haría daño. Jamás. Ha pasado poco tiempo pero te he llegado a querer. Te quiero… como una hermana, la hermana pequeña que nunca tuve.

Y así, la esperanza se estrelló contra el suelo. Justo cuando su corazón empezaba a desplegar las alas, seguro de sí mismo, lo empalan y se lo clavan en la garganta. Así que, la posibilidad no existía. La niebla volvió a su alrededor, y una canción empezó a escucharse de fondo, tan desgarradora como las propias cuchillas que colgaban del cinto de Ella.

“Me rindo.” Ése fue el pensamiento que desencadenó la avalancha de recuerdos que le sobrevinieron. Vagamente tenía la impresión de que Ella la llevaba del brazo, conduciéndola al piso superior, pero Klode no veía nada. Nada… salvo lo que desfilaba en su mente.

Sus padres devorados. Su hermano, pidiéndola que le acompañara. Poco a poco vinieron recuerdos más profundos, más lejanos, como el desplome de la mina donde trabajó, que hizo que se le fueran pudriendo los pulmones poco a poco. Su abuelo, tan extraño como era, y tan alto, herido de guerra, con su vida saliendo a borbotones por una herida en el estómago. Y luego vino lo peor.

Torturas. El gran comandante, viniendo cada día a su celda, infligiendo su dolor con cada centímetro de su látigo… y de algo más. Su virginidad robada a la fuerza, las perversiones a las que fue sometida, el dolor… dolor… por encima de todas las cosas.

El caballero negro, con su gran espada de hielo y hierro, lanzando su estocada para matar al hombre que una vez había amado, y ella una y otra vez parando el golpe con su cuerpo. Sintiendo el mismo dolor que sintió aquella vez, la carne siendo cortada, la sangre derramada, los huesos fracturados… sintiendo como el globo ocular se le deshacía y corría por su mejilla como una lágrima espesa de su sufrimiento.

Estaba en un foso, un foso… pero había alguien que la llamaba. Miró en derredor y vio a Ur, rodeado de un halo de luz y llamas, llamándola.

“Aquí no sufrirás. Estarás con los tuyos. Vuelve, Klo, hermanita. Podremos volver a jugar.”

Klode asintió y se llevó la mano a la empuñadura de su espada, pero Ella evitó su gesto y le rogó que le diera el arma. Cogió la espada de Klode y las suyas propias y las tiró al piso inferior. Pero… ¿cuándo habían subido? No lo recordaba.

Ella la cogió suavemente y se acercaron a un recodo de la cuesta. Allí estaba… ¿esa era la sacerdotisa? Parecía un fantasma, con un halo de sombras espectral, y cantaba una canción, hermosa, en un idioma desconocido, pero empañada de tal desdicha que apretó las mandíbulas para no llevar sus manos a su propia garganta y arañarse hasta acabar con su vida.

“Un poco más… Espérame Ur… Lo haré por ella y luego iré contigo”.

Estando enfrente del espectro, Ella sucumbió. Cayó al suelo y empezó a convulsionar, murmurando, retorciéndose. El corazón de Klode se encogió. Ella la amaba, aunque la mujer no sintiera lo mismo, y no podía verla así… no podía. En su desesperación, lo único que se le ocurrió fue calmar sus propios miedos y pedir ayuda. Hizo lo que mejor sabía hacer… apelar a un poder superior a todas las cosas que había conocido. Así que se sentó junto a ella, le cogió la cabeza entre sus brazos, y acunándola, rezó.

-Santa Luz, bendíceme a mí y a Ella, haz que la tristeza se vaya.

Ella se convulsionó, arqueando la espalda, con los ojos cerrados.

-Luz Sagrada, insufla valor en mi corazón, hazme fuerte y hazla fuerte para soportar.

Abrió los ojos y habló, a Klode le pareció oír nombrar a la madre de Ella.
-Luz Bendita, disipa las sombras, aleja los demonios, hazme fuerte para vencer a la oscuridad.

Ella hablaba, pero ella no le escuchaba. Cerrado el ojo, sudando profusamente, se concentró en su plegaria, en nada más… en nada más.
-Santa Luz, aleja los demonios. Santa Luz, aleja las sombras. Santa Luz, llénanos de voluntad para hacer lo que venimos a hacer… ayúdanos.
Se incorporó a medias, mirando a Klode, y luego a la sacerdotisa.

-…ayúdanos…

Cerró los ojos y tembló, intentando recuperar las fuerzas.

-….ayúdanos.

Abrió los ojos de nuevo, más tranquila, y se levantó. Ya estaba lista para enfrentarse a su demonio. Y Klode, vacía por dentro, también.