viernes, 18 de septiembre de 2009

La vuelta al redil II


La comitiva avanzaba lentamente hacia ella. A algunos no los conocía, aunque el tabardo del Alba de Plata era inconfundible. La cazadora que avanzaba por el margen del camino era Ula, su mascota la delataba. Un momento. Aquél era…¡Tristán! Parecía malherido.

- ¿Qué coño ha pasado? – Imoen habló sin rodeos, como solía hacer.

La respuesta la dejó helada. Una emboscada. Pero ¿quién? ¿dónde?

- Eso ahora no importa – Esa voz era…¡Shaw! – Pueden volver para terminar lo que empezaron. ¿Has olvidado todo lo que te enseñé?

Imoen miró a su alrededor, pero nadie parecía haber oído la voz excepto ella. Maldita sea, últimamente las voces le increpaban usando registros de gente que conocía. Tenía que acabar con esto lo antes posible o las voces acabarían con ella. Sea como fuere, Shaw, real o imaginario, tenía razón.

El camino hasta Theramore se hizo eterno. Habiéndose dado la alarma, Akakia acudió al Alto del Centinela y trasladó a Tristán con urgencia a un lugar seguro, ignorando las protestas del doctor Gustav, que la instaba a llevarlo a la enfermería de la ciudadela.

Una vez allí, Tristán fue depositado sobre una cama. Al retirar la ensangrentada armadura, Imoen no pudo sino maravillarse de que siguiera vivo. Los profundos cortes se extendían por su torso y el olor…el inconfundible olor del veneno inundó las fosas nasales de Imoen. Puede que Akakia tuviera los conocimientos para curar las heridas, pero el veneno era otro asunto. Rápidamente, Imoen susurró algo a Akakia y le entregó un pequeño vial de cristal que la elfa dio a beber a Tristán. Aunque no eliminaría todo el veneno al menos daría a su organismo una oportunidad para asimilarlo lo mejor posible. Tras esto, Imoen salió de la habitación y se fundió con las sombras existentes. Esa noche nadie volvería a atentar contra Tristán. No si ella podía evitarlo.

Mientras montaba guardia, su mente volaba hacia Azshara.

- Trisaga, perdóname. Dije que te encontraría y lo haré. Lo juro. Pero no puedo abandonarlos a ellos. Otra vez no. Tengo que quedarme. Por ellos, por tu Falka. Si hay la más remota posibilidad de que Zoe siga viva tengo que saberlo. Lo entiendes, ¿verdad, Trisaga? ¿Podrás perdonarme?

Pero lo único que oyó en su mente fue un ominoso silencio.