miércoles, 23 de septiembre de 2009

Viaje de Ida II

Por Klode

Hacía ya dos días que había partido precipitadamente, y había forzado a su garañón hasta la extenuación, pero por fin veía el polvoriento asentamiento goblin. No recordaba cuándo había cabalgado tantas horas seguidas, pero notaba ya que los muslos le dolían. Además, por no ir cargada, había salido con pocas vituallas, y apenas le quedaban unos pocos mendrugos de pan y unos pinchitos rancios.

Había descansado mal; por miedo a que la pillaran, había dormido unas cuantas horas, de día, tras los muros derruidos de una taberna abandonada hace tiempo, en la frontera entre el marjal y Los Baldíos. Tras la cómoda cama que le había dejado Irinna en la taberna de Theramore, dormir en el suelo fue un cambio desagradable, sobre todo para su espalda. Había desconectado (al menos eso creía ella) el aparato extraño que Ella le había dado, por temor a que Ella de algún modo pudiera saber dónde se encontraba por él.

Los goblins eran un pueblo extraño, pero estaba acostumbrada a verlos, porque en Tuercespina abundaba esta raza, para bien o para mal. Se acercó, cansada, hacia el maestro de vuelo, que la miró con ojos brillantes, como pensando qué podría sacar de la joven paladina.

-Por favor, me gustaría volar al norte.
-¿Adonde? -preguntó el goblin, con voz estridente y molesta.
-A... -cerró el ojo, concentrándose para recordar el nombre concreto- A..a...schara.
-¿Azshara, eh? -sonrió el goblin.

El pequeño ser verde comunicó su precio, aún sonriendo, y a Klode se le cayó el alma a los pies. ¿Por qué no se había acordado de llevar dinero?

-No tengo dinero... -murmuró Klode, esperando estúpidamente un acto de bondad del goblin.
-Oh, no te preocupes, muchacha. Seguro que puedes tener algo de valor, ¿eh? -dijo en tono amable, aunque sus ojos y el gesto de frotarse las manos decía lo contrario.

Klode suspiró, y algo nerviosa empezó a rebuscar entre sus escasas pertenencias. ¿Qué podía ofrecer al codicioso goblin para que le permitiera volar? No tenía tiempo, tenía que irse cuanto antes. Negó categóricamente el deshacerse del comunicador que le había dado Ella. No tenía sentido, aunque tuviera valor. Tampoco iba a dejar su arma, porque la iba a necesitar, y rara vez viajaba con joyas o algo.... Fue entonces cuando se le ocurrió.

Sacó de su mochila con gesto reverente la figura de su hermano. El goblin enseguida fijó su atención en ella: evidentemente era una figura mágica, poco corriente, y aunque no pareciera valiosa seguro que podía sacar provecho de ella.

-Dame esa figura y podrás volar a Punta Talredis, muchacha.

La joven se mordió el labio y, con su mano temblorosa, le dio la figura de Ur. El goblin la cogió de sus manos antes de que cambiara de opinión, y silbó para llamar a un grifo, de porte elegante y robusto.

-Éste te llevará a destino sin rodeos.
-Po... por favor... no le diga a nadie que me ha visto.

El goblin le ofreció una gran sonrisa con sus dientes amarillentos pero no dijo nada. Así que Klode se montó en el grifo y emprendió su largo vuelo con el rostro surcado de lágrimas.

"Lo siento, Ur... Lo siento Lo siento Lo siento...." Y abrazada al cuello del grifo, aún llorando, se quedó dormida.