martes, 22 de septiembre de 2009

Viaje de Ida I

Por Klode

Klode estaba sentada encima de la cama, con una figura entre las manos. Ésta parecía un niño tumbado, en posición fetal, dormido. Nadie sabría decir de qué material estaba hecho el objeto, ya que había sido creado mágicamente. Su superficie era blancuzca, pero algo traslúcida, y parecían haber corrientes de luz tenue flotando dentro. En muchos aspectos, daba la impresión de que la figura estaba viva.

Le daba vueltas entre las manos deformadas por las quemaduras, mientras pensaba. En otras circunstancias, tener esa figura entre las manos habría dado origen a pensamientos nostálgicos. Siempre que la cogía, pensaba en Ur, su hermano pequeño, porque realmente se le parecía asombrosamente.

Pero en esta ocasión, los pensamientos de Klode giraban en unos temas totalmente diferentes. Estaba cavilando una decisión difícil, aunque por otro lado, una decisión que ya había tomado.

No tenía que haberse agotado de esa manera. Fue algo infantil y estúpido. Las heridas de aquellas personas no eran graves y hubiesen curado sin su ayuda. Preocupando a aquellos que le rodeaban... Al jefe, a su amiga, al lobo... y a Ella. Sabía que no tenía que haberlo hecho, tras haber estado un día entero esforzándose hasta la extenuación, peleando contra esos engendros hasta el punto de olvidarse de sí misma, de descansar e incluso de comer. De arrastrarse por fosas inmundas y de rebuscar en lodo. ¡Menudo enfado pillaría Ella si se enterara de cuán duro había estado buscando! Y encima para nada. Porque la sacerdotisa no estaba allí.

Por fin, a Ella se le había escapado el nombre del lugar donde se encontraba. Y eso que a Klode jamás se le dieron bien los nombres. Chara... Semara... Jasara... ¿Qué más da? Sabía dónde era. Y a pesar de los temores de Ella, que Klode tenía por seguro que eran infundados, pensaba ir. Lo supo en cuanto a Ella se le escapó esa información de sus labios.

Inspiró profundamente y se levantó, guardando la figura consigo. Estaba totalmente ataviada con su armadura de placas, y llevaba un pequeño fardo consigo. A continuación, se fue a la habitación de al lado, donde reposaba su joven amiga.

La tabernera había sucumbido. Sus pesares la habían hecho arrastrarse hasta su habitación, e incluso cerrar la taberna. Podía hacerse cargo de lo que estaba pasando... Aunque no hubiera vivido nada parecido, conocía esos sentimientos desde hacía años. Dolor... desolación... desesperación. La comida que burdamente había preparado (y parcialmente quemado) para ella estaba intacta sobre la mesita. Estaba tumbada y no reaccionaba ante nada. Tenía los ojos vacíos.

Se acercó a ella y le tocó el pelo, pero no dio muestras de saber que Klode estaba allí. Le dolía el corazón de verla así. Tal vez si se quedara pudiera hacer algo, sacarla de su sopor. Pero era inútil, porque ya estaba decidida a irse. Tal vez... si tenía éxito y la traía consigo, la sacerdotisa podría ayudarla. Mentalmente añadió esa razón a una larga lista que ya había elaborado.

-Cielo... tienes que comer - esperó unos minutos, pero supo que no iba a recibir respuesta-. Me voy.

Volvió a suspirar y le dejó en la mesita una carta que había escrito esa tarde. En algún momento, reaccionaría, y la leería. Tampoco quería irse sin que nadie supiera dónde se encontraba. Por si acaso... sólo por si acaso...

Bajó al sótano y llenó su fardo de viandas para el viaje. Mientras, dejaba vagar sus pensamientos, que una vez desatados (como su lengua), difícilmente se paraban.

Tal vez fuera cierto que Klode deseaba que la sacerdotisa volviera, porque le había salvado la vida, y por todas las demás cuestiones. Pero su motivo era algo más profundo.

No había podido ir antes porque Ella guardaba su reposo. Y a Ella no podía engañarla. Afortunadamente (aunque no para Ella), ella tenía sus obligaciones y tuvo que dejarla, a cargo de Irinna. ¿Quién iba a decirle a ella que la joven chica iba a caer en ese estado? Que la Luz la perdonara, pero era la ocasión idónea para escapar. Ya se estaba haciendo de noche, y tal vez Ella volviera. Tenía que irse.

Levantó el tablón de madera que impedía el acceso a la taberna y se fue, llamando a su corcel y partiendo al galope.

No, no fue al maestro de grifos. No quería que la siguieran el rastro tan pronto. Era una tontería, claro, porque Ella sabía exactamente adónde se dirigía. Tendría que ir con cuidado. Así que, su destino en ese momento era las profundidades del Marjal.

Si Irinna se hubiera despertado en ese momento, ésto es lo que hubiera leído en la carta.

"Gracias por tus cuidados, ya me siento muy bien y hay un asunto que requiere mi atención. Siento irme así, sobre todo dejándote tan desolada, pero sé que Ella vendrá a cuidarme en cuanto sepa que no estás bien, y no puedo permitirme más retrasos.

Dile, si puedes, que no se preocupe por mí. Sé lo que hago y tendré mucho cuidado. Volveremos a vernos pronto. Te echaré de menos, cuídate.... Y dile a Ella que me perdona. Y que la *tachón* *borrón* echaré de menos también. Dale esta carta cuando la veas.

Kloderella G. Fírenan"