viernes, 18 de septiembre de 2009

La vuelta al redil I


El cielo despejado auguraba otra noche fría y húmeda en el Marjal. El dientes de sable corría en la oscuridad, con la luz de las estrellas como guía. Uñitas elegía cuidadosamente la ruta más segura, evitando ciénagas y bestias con la facilidad que da la experiencia.

En su lomo, Imoen reflexionaba sobre las acontecimientos de los últimos días. El diario, la “charla” con Jasmine, la misteriosa informadora que había nombrado la gnoma, la mujer de Colinas Pardas que sólo recordaba inconscientemente y luego esos gritos por el comunicador. La voz chillona de la gnoma era inconfundible a pesar de la distorsión. Tenía que averiguar qué había de cierto en lo que había dicho. Tenía que hacerlo por sí misma.

El camino era largo y opresivo. No en vano, a Imoen nunca le gustaron las ciénagas, aunque se hubiera acostumbrado a ellas. Tanta humedad no era buena para el cuero curtido. Los preparativos para el rescate de Trisaga estaban llevando más tiempo del deseado y la lista de gente a la que podía pedir devolución de favores era cada vez más corta. Tabetha era una de ellas. El que tuviera su casa en medio del Marjal Revolcafango le parecía cuanto menos excéntrico, máxime sabiendo que la guarida de Onyxia no quedaba lejos. Aunque Onyxia (o Lady Prestor, como a veces pensaba en ella) había sido desenmascarada y finalmente asesinada por un grupo de mercenarios, se rumoreaba que algunas de sus crías habían logrado escapar, por lo que la zona seguía sin ser segura.

Ensimismada en sus propios pensamientos, Imoen sintió más que vio que algo iba mal. Uñitas ralentizó el paso y clavó su mirada en el camino, nervioso. Al principio Imoen no notó nada extraño, pero eso no la confundió. Los sentidos de su sable eran bastante más agudos que los suyos y desde niña aprendió a fiarse de ellos.

Entonces los vio.