martes, 29 de septiembre de 2009

Los Templos de Desesperanza IV

Por Klode

La caminata por la arena fue trabajosa y entrañó varias luchas con las criaturas que poblaban las aguas. Incluso tuvo la oportunidad de ver, a lo lejos, a un hijo de Nalcorcón, o algo así le contó Ella.

Klode se desplomaba a cada rato, consumida por recuerdos. Cuanto más se acercaba al templo, más recordaba. La imagen que más le torturaba era su hermano, Urdellen. Ella no había estado con su familia, porque estaba en la catedral de Ventormenta recuperándose de su enfermedad y adiestrándose en el camino de la Luz. Y cuando llegó, todos estaban muertos. Asesinados por unos malnacidos que quisieron robarle las escasas ganancias del viejo pescador. Los cádaveres de sus padres los dejaron encima de la alfombra, con la puerta abierta, a merced de las decenas de múrlocs que poblaban el lago y permitiendo que las criaturas devoraran… Pero a su hermano no. A él, lo tiraron a la chimenea. Cuando Klode llegó, aún había llamas consumiendo el cuerpo, y no dudó en sacarle de allí, con el corazón destrozado y haciéndose unas quemaduras que conservaría de por vida.

-¿Klode?

La muchacha salió bruscamente de sus pensamientos y la miró.

-¿Perdona?

-¿Estás bien? Pararemos cuando haga falta. Tienes que ser fuerte.

Klode asintió despacio.

-Estoy bien.

-¿Podrás nadar con la armadura?

La muchacha se miró y sopesó su pechera de placas.

-Tal vez si me quito la pechera, y algo más…

-Quítatelo y yo te lo llevaré.

Se dio la vuelta, muy sonrojada, y empezó a desabrocharse las hebillas que sujetaban la prieta armadura. Cuando tiró de ella, cayó pesadamente al suelo, sintiéndose muy desnuda sin ella. Se quitó las hombreras y la capa, y envolvió todo para meterlo en su mochila.

Ella estaba detrás de ella, mirándola la espalda. Seguramente, pensó Klode, viendo las múltiples cicatrices de latigazos que la recorrían. Deseaba haber pensado en dejarse la capa pero ya era tarde. Peor era la cicatriz que le recorría desde el ojo hasta la cadera, perfectamente visible también. Y entonces, Ella alzó la mano y la acarició lentamente las cicatrices, con cariño, con compasión. ¿Por qué se le aceleraba tanto la respiración? Cerró los ojos y tembló ligeramente, intentando decidir si le gustaba o le aterraba, pero pronto Ella dijo de reanudar la marcha, y el contacto paró.

No tardaron mucho en llegar a la entrada del templo. Éste era enorme, pero era obvio que llevaba abandonado muchísimos años. Aún así, los monstruos evitaban el lugar. ¿Podría ser por el aura de Trisaga? Efectivamente, la vorágine de recuerdos aumentó al pisar las primeras piedras del puente, e incluso empezó a afectarle gravemente a Ella. Escuchaba voces, y se dejaba llevar por unos sentimientos tristes que debía llevar muy adentro.

El recuerdo de Ur era demasiado vívido. Una y otra vez, lo veía en las llamas, con la piel chamuscada, y los recuerdos poco a poco se transformaban en otra cosa. En las visiones de Klode, el hermano habría los ojos y la acusaba de no haberle ayudado. En otras, le decía dulcemente que viniera con él, que era donde estaba toda su familia. Era más de lo que la pobre adolescente podía soportar.

Tal vez fue la flaqueza de la chica lo que la hizo reaccionar a Ella. Olvidando sus propios recuerdos y sus voces, calmaba a Klode y la instaba a seguir, a ser fuerte. Ésta, al verla, sacaba fuerzas de la nada y seguía con la marcha, decidida a no ser un estorbo en el momento del rescate que Ella tanto tiempo había planeado.