martes, 15 de diciembre de 2009

Asuntos Pendientes XXI

Por Liessel

El sol se ponía entre las copas de los árboles y, poco a poco, la frescura de la noche iba ganando terreno en el bosque, aunque todavía se apreciara claridad en el cielo teñido ya de malvas y ocres, y naranjas ardientes. El rumor del río fluía como una secreta melodía, adornado por el grito de los pinzones, y la misteriosa sinfonía del bosque lo llenaba todo. Respiró hondo, dejando que el aire helado penetrara en sus pulmones, apreciando cada matiz de madera, resina, pino y tierra mojada, y posó las manos sobre la barandilla que la separaba del acantilado. A sus pies, muchos metros por debajo, el río se deslizaba como una fantasmagórica serpiente de plata, salpicado de salmones, aceptando en sus riveras a algún que otro oso hambriento de pescado.
Suspiró, solo esperaba que no fuera la última vez que pudiera contemplar el bosque y respirar sus aromas. Aquel paisaje le inspiraba paz, una paz que no había conocido hasta que cruzara el mar y se estableciera en el norte. Allí no había intrigas, ni oscuras misiones, solo la quietud del bosque, el rumor del río, el olor de la caza. El trabajo honrado, la paz de espíritu. Sin embargo, aquella paz era transitoria, lo sabía. Apretó la barandilla con las manos hasta que emblanquecieron los nudillos. Ahora sabía sin lugar a dudas que aquel idilio con el bosque tendría un final. Solo existía una pregunta ¿Cuando?
Y después, cuando todo terminara, el futuro se desdibujaba hasta convertirse en un misterio imposible de resolver. Imposible anticipar lo que ocurriría porque ni siquiera sabía si sería ella misma cuando llegara el momento. Como siempre, el sueño de aquella noche la había hecho despertar cubierta en sudor, y Brom la había abrazado hasta que había dejado de debatirse, pero la inquietud no le había permitido volver a conciliar el sueño.

Se estremeció. Como siempre, el sueño la había llevado a Entrañas…

Está agazapada detrás de un grupo de cajas apiladas junto a la pared. Siente la tensión de su cuerpo, esa sensación de peligro que siempre la embarga en las incursiones, esa que le hace sentir tan viva… Las manos cerradas entorno a la empuñadura de las dagas, el brillo verdoso de sus filos envenenados. En la guarda de una de ellas, el resorte de la pólvora. El olor a cuero de sus ropas, la capucha haciendo que el cabello le cosquillee en la nuca. Desde donde está puede ver a Mirlo, agazapada entre dos columnas, una sombra entre las sombras, solo perceptible para quien sepa que está allí. Y puede sentir la presencia de Lobo en su retaguardia, silencioso como la bestia de la que toma el nombre. En algún lugar por encima de sus cabezas, encaramada cual gárgola, la silueta oscura de Sierpe vigila desde las alturas. Una señal, avanzan. En silencio siempre, en más absoluto sigilo, buscando las acogedoras sombras, los rincones poco visibles. La ciudad se mantiene en silencio, nadie ha dado la alarma, pero también supone un problema: si no hay sonidos ambientes, ellos tienen que andar con el doble de tiento, ser todavía más silenciosos que de costumbre; un paso en falso o una respiración demasiado pesada podrían dar al traste con toda la operación.
Unos pasos resuenan en la galería. De nuevo se congelan en la oscuridad, negro sobre negro. Los pasos se acercan, pasan cerca de su escondite, siguen caminando, se alejan. Al cabo de unos segundos, su eco se disipa en la enorme caverna que aloja la ciudad renegada. El objetivo está cerca, apenas unos giros más en el laberinto que es Entrañas. De algún modo, conoce el camino, cada esquina, cada recodo, cada puerta que hay que atravesar. Es como si de algún modo, algo tirara de ella hacia el interior, más y más profundo en las sombras de la ciudad. También es como si algo en su mente tirara de ella en dirección contraria, hacia el exterior, lejos de esa ciudad de pesadilla. No quiere avanzar, quiere volver sobre sus pasos, regresar al aire libre, lejos del aire pútrido de Entrañas, pero su cuerpo avanza contra su voluntad, como si ella fuera una mera espectadora y su cuerpo fuera solo una marioneta. Siente la presencia de sus compañeros moviéndose cerca, siempre cerca, guardándose los flancos entre ellos, vigilantes, cuidadosos... Leales.
Aquí.
Uno a uno, entran en el estrecho corredor. No hay lugar donde esconderse, solo pueden rezar para que nadie se cruce en su camino y de la voz de alarma. Avanzan con mucho cuidado, no aparece nadie. Pero algo no anda bien, hay demasiado silencio, demasiado vacío en la, por lo general, atestada Entrañas. Ni siquiera hay guardias en la puerta que hay al otro lado del patio que les espera al final del corredor. Todos sus sentidos le alertan, le gritan.

“Es una emboscad” le dicen,”márchate ¡Largo!” pero no se vuelve hacia sus compañeros, no les hace la señal convenida para la retirada. Avanza, solo avanza, y tras ella avanzan también los compañeros que han depositado su confianza en ella.
Al llegar al patio, alza la mano.
“Deteneos”, quiere decir”A partir de aquí sigo sola”. Tras ella, el resto del comando comprende y se funde con las sombras, expectante. Ella avanza, cautelosa, conservando siempre una posición que le permita atacar con facilidad. O huir con facilidad. Rodillas flexionadas, las manos cerca de las dagas, la capucha echada sobre el rostro pero sin impedirle la visión. El patio está despejado, no es muy amplio, pero su techo se alza de pronto en una cúpula cuyo final no puede ver.
“Huye” dicen sus sentidos, la experiencia acumulada tras más de una década corriendo con las sombras, pero su cuerpo no le pertenece, solo avanza, cruza el patio, pone la mano en el pomo de la puerta “¡No abras!”
La puerta se abre, dentro está oscuro, no puede ver. Quiere salir corriendo, pero atraviesa el umbral, la puerta se cierra tras ella.
No ve nada, pero puede olerles. Puede oírles. Cerrando los ojos, toma aire y desenfunda las armas. En sus manos, las dagas comienzan su danza salvaje, no tiene que pensar, su cuerpo reacciona solo. Sin embargo tiene que buscar a cada enemigo, aunque los siente cerca, muy cerca. Tiene que avanzar un paso más, siempre, tiene que buscarlos.
Tiene que buscarlos…
Con la respiración agitada, con el corazón martilleándole en el pecho, se detiene, poco a poco baja las armas, descansa ambos brazos contra su costado. Agacha el rostro, cierra los ojos, intenta calmar el latido desbocado de su corazón. Un latido, dos, tres.

Alza el rostro perlado de sudor. En algún lugar, alguien ha encendido una luz.

Cuatro latidos, cinco, seis.

Nadie ataca.

Abre los ojos.

Los muertos la miran con sus ojos vacíos y sin vida. Todos se mantienen a un paso de distancia. Sus mandíbulas descarnadas parecen sonreír.

Bienvenida a casa

Y entonces despertó


Se estremeció.
El mismo sueño una y otra vez. Realmente no parecía dejar mucho lugar a dudas sobre el futuro más inmediato. La incógnita se encontraba un poco más adelante, cuando la encontraran, cuando descubrieran quien era, cuando por fin alguien decidiera a tomar medidas.
Sin duda, ese día llegaría. Por ahora solo quería respirar la quietud del bosque mientras pudiera. Pero no quedaba tiempo.

Los pasos sonaron a su espalda. No tuvo que volverse, no hacía falta, sabía quien era.

Su primera prueba.

- Hola, “chico”.- dijo Liessel sin apartar la vista del acantilado- te estaba esperando.