martes, 15 de diciembre de 2009

Asuntos Pendientes XXIII

Por Liessel

La hechicera llegó con el sol ya en las alturas colándose como dedos de luz entre las ramas de los árboles. Montaba un castrado negro, alto y fuerte, una bestia hermosa, y una elegante capucha oscura ocultaba su rostro.

Arrodillada ante un venado a medio desollar, Loraine Auburn estudió a la recién llegada. No llevaba armas a la vista, ni tan siquiera un amuleto, pero hacía mucho tiempo que Liessel había dejado de necesitar semejantes rasgos para identificar a un mago. Era algo en su apostura, aún sin verle el rostro. Era el leve aroma que le traía el aire, olores tan exóticos como familiares, olor de alambiques, de partículas arcanas. Detectó también algo más, algo que no supo identificar...


No recordaba la última vez que había llorado. Hacía tiempo que su dolor se convertía en rabia, no se permitía sucumbir a las lágrimas. Hacía mucho más tiempo que no tenía razones para llorar de alegría. Ahora, sin embargo, las lágrimas brotaban de sus ojos sin descanso, empapando su rostro; un rostro que sin embargo no mostraba dolor, un rostro que reflejaba el gesto beatifico de quien ha recibido una visión divina, una revelación maravillosa. Aquella bendición la recorrió como una ola cálida, sobreviniéndole repentinamente, debilitando sus rodillas...

Eh...- dijo Jeremías- Estás muy lejos de aquí...

Liessel se disculpó y volvió al trabajo. Escuchó a la recién llegada desmontar con la agilidad de quien no solo es una experta amazona, sino que además ha gozado de la compañía de animales desde la infancia. Tenía una voz dulce cuando la oyó dirigirse a Ackerman. Cuando volvió a levantar la vista, Matthew se estaba ofreciendo para hacerse cargo de su montura, pero, pese a que el sonido le llegaba muy tenue, entendió que la visitante deseaba hacerse cargo del caballo ella misma.

- Por aquí, señorita Lumber- dijo Dumont, que había salido a recibirla- La estábamos esperando.

- Gracias, Teniente.- respondió ella, sin retirar la capucha, y ambos desaparecieron en el interior del refugio.


Frente a ella, Imoen permanecía en silencio, observándola. Más allá, junto a la fragua, Brom miraba preocupado en su direcciónm, sin atreverse a intervenir. En realidad no le importaba, ahora solo podía sentir el alivio más inmenso e insospechado... Quería reir...

Se estaba estirando como un gato cuando unos golpes leves pero constantes sonaron en su puerta. Interrumpida su relajación, Liessel se irguió y se acercó a la puerta con dos zancadas.

- Hola, preciosa- dijo Brom cuando le encontró al otro lado de la puerta.

Loraine Auburn sonrió, anticipando una noche más en el refugio de sus brazos, pero la sonrisa no llegó a surgir al ver tras el enorme herrero una figura menuda que no conocía.

- Brom...- concedió, algo confundida y dejando de lado cualquir tipo de intimidad - ¿En qué puedo ayudarte?

El hombretón se hizo a un lado levemente y cedió el paso a la mujer que aguardaba detrás. Era menuda y muy joven, apenas una muchacha, Tenía un rostro dulce y agraciado y unos inmensos ojos verdes como esmeraldas. El cabello lacio recogido en la nuca, del color de la paja en verano, le recordó a Liessel al suyo hacía tanto, tanto tiempo...


Esos ojos... Sí, sí, como aquellos otros que habían penetrado en su alma, que la habían hecho sentir, por una vez, amada. Aquellos ojos que la encendían, que la llenaban de calidez, y ahora, en aquel rostro que se le antojaba perfecto, de un alivio insospechado, como si su pecho se hubiera llenado de pronto de luz...

- Buenas noches, señora...- saludó la joven, visiblemente cohibida pero con un brillo de curiosidad en la mirada.

Loraine Auburn arqueó una ceja. Liessel también.

- El teniente Dumont -explicó Brom- necesita que un agente se haga cargo de explicar a Ave... a la señorita Lumber el funcionamiento del Refugio y el problema con el aserradero de Arroyoplata.- arqueó las cejas dando énfasis a sus palabras- La envían del Kirin Tor, tiene el encargo de informar a su regreso.

La guardabosques asintió.

- Ya veo...- miró a la muchacha y le sonrió amigablemente- No hay problema, puedo hacerlo yo.

Brom sonrió, gratamente sorprendido.

- ¡Ah! ¡Estupendo! ¡Bien, bien!- exclamó, frotándose las manos. Miró hacia la penúmbra que se acercaba desde el exterior.- Bueno, ahora es tarde. Sólo queda presentaros y retirarnos temprano. Si tenéis que llegar al aserradero antes de que atardezca, deberéis salir antes de que amanezca- inspiró profundamente- Bueno, Loraine, esta es Averil Lumber, de la Escuela de Magia de Dalaran. Señorita Lumber, esta es Loraine Auburn, nuestra más reciente adquisición y una de nuestras exploradoras más curtidas.

La mujer y la muchacha se estrecharon la mano, sonriéndose desde la prudencia.

- Encantada- dijo Loraine.
- Un placer.- respondió la hechicera.


Viva, viva, viva. Su hija viva... Su hija convertida en una muchacha resuelta, hermosa, curiosa y agradable, una hechicera como su padre... Su hija a salvo... Bellota... El mote le hizo sonreir, por encima de las lágrimas. Bellota... Una alegría inconmesurable, inmensa, llenó su pecho, le cosquilleó en la garganta. Y rió, rió sin miedo, sin sombra de duda, con carcajadas de nuevo jóvenes, llenas de libertad, por encima del llanto, convirtiendo las lágrimas en un arcoiris como cuando el sol asoma entre las nubes de lluvia...

A una distancia de unos pasos, Imoen contempló la transformación de aquella mujer, presenció con asombro por primera vez como aquel rostro que había sido iracundo, torturado, pero que por lo general era poco más que inescrutable, se volvía revelador, inmbuido de pura felicidad... La vio llorar y reir al mismo tiempo, allí, sentada en el suelo, como una alegre marioneta a la que hubieran cortado todos los hilos.

"Pero está muerta"

Aquella certeza la golpeó como una maza, le hizo apretar los puños. Muerta, y sin embargo tan viva... ¿Puede alguien muerto sentir esa alegría genuina? ¿Llorar de felicidad? ¿Sentir auténtico amor? ¿Mostrar de aquel modo la esencia de la vida? Viva... y sin embargo tan muerta...
Apretó los dientes, odiándose al mismo tiempo por la tensión que violentaba su cuerpo, que obligaba a contener su odio, y por otro, por aquella alegría pura que se le contagiaba, que amenazaba con conmoverla...

- Gracias.- aquella palabra, pronunciada con una sinceridad abrumadora, le hizo mirar de nuevo con atención a la mujer.

Liessel descansaba las manos sobre el regazo, con los ojos enrojecidos por el llanto pero el rostro radiante de felicidad y de agradecimiento.
Se acercó un paso hacia ella, contra su voluntad, se acuclilló para poder mirarla a los ojos.

- ¿También estarás muerta para ella?- dijo con más dureza de la que pretendía, pero Liessel no acusó este hecho.

Negó con la cabeza con melancolía, pero sin dejar de sonreir, una sonrisa más tranquila, casi intima.

- Esa niña es feliz con lo que es ahora.- dijo la guardabosques- No le arrebataré su felicidad. Y yo soy feliz solo sabiendo que está viva y que está bien. Nunca jamás la perderé de vista, pero has de prometerme que nunca le dirás quien soy en realidad.

Le tomó entonces la mano, con suavidad, la estrechó con la punta de los dedos en un gesto amigable, cargado de confianza.

- Prométemelo, Imoen.