jueves, 12 de noviembre de 2009

Asuntos Pendientes XIII


El último día y medio había sido bastante intenso para Imoen. Lunargenta parecía estar más vigilado que la última vez que se aventuró tras sus muros. Encontrar el local de Nerisen le había costado algo más de lo planeado, pero al fin había llegado allí. Entre las sombras, observó el desarrollo de la clase. Algunos de aquellos jóvenes elfos tenían auténtico talento mientras que otros caerían en la primera escaramuza, eso si sobrevivían al entrenamiento.

Una vez que los jóvenes se marcharon, su maestro se dedicó a ordenar todo bajo la atenta mirada de Imoen. En varias ocasiones pasó cerca del lugar donde ésta se ocultaba, provocando que todos sus músculos se pusieran en tensión. Una vez todo estuvo en orden, Nerisen se cruzó de brazos y, mirando directamente a Imoen, habló en thalassiano con voz queda.

- ¿Vas a estar así todo el día? Podría sugerirte al menos media docena de planes mejores.

La sangre se heló en las venas de Imoen. ¿Podía verla? Pero eso era casi imposible.

- Venga, pequeña. Podría reducirte yo mismo. De hecho, sería divertido, pero prefiero el cortejo a la caza. Vamos. No te morderé…aún.

Rendida a la evidencia, Imoen abandonó las sombras que le servían de cobijo y habló en un thalassiano pasable.

- ¿Cuánto hace que me detectaste?
- ¡Oh! Desde el mismo momento en que entraste. La verdad es que no sé cómo has podido llegar hasta aquí con lo patosa que eres. Parece que los guardias pasan demasiado tiempo en las posadas, desfogándose. En cuanto a mis alumnos…un par de ellos llegaron a notar algo y así me lo dijeron. Nada concreto, sólo percepciones.
- ¿Tanto habéis avanzado?

El elfo se rascó la barbilla, pensativo.

- No creo que hayas venido hasta aquí para discutir quién va a la cabeza en este arte. Dime quién eres y qué quieres. No querría hacerte daño sin motivo.
- Me llamo Daala y…
- Inténtalo otra vez, y esta vez di la verdad.

La mirada del elfo era lo suficientemente explícita. Ella estaba en su terreno. Lo sabía y él también.

- Me llamo Imoen. Tengo que hablar con Gregory Charles y quiero que tú seas mi traductor.

Los ojos del elfo se entrecerraron antes de contestar.

- ¿Gregory Charles, dices? Lo siento, no lo conozco.

Imoen, tomó aire intentando serenarse.

- Nerisen. Sí, conozco tu nombre. Sabes perfectamente quién es Charles. Ya has hecho de traductor antes. Con Liessel…
- Te repito que no sé de qué hablas. – los ojos del elfo eran ya meras rendijas – Y ahora, sal de mi casa o lo lamentarás.
- He leído el diario de Liessel, Nerisen. Sé que estaba metida en algo importante contigo, Kronkar y Charles. No sé el qué y no sé si quiero saberlo, pero lo que tengo claro es que Liessel está viva, Nerisen, y tengo que encontrarla.

Los ojos del elfo retornaron a su estado normal, verde sobre verde.

- ¿Quién te ha enviado aquí? ¿Kronkar?
- En realidad, ha sido Liessel. En cierto modo, creo que estoy siguiendo sus pasos.
- Interesante. Entonces, lo que quieres es que te sirva de intérprete con Gregory ¿no?
- Ajá.
- ¿Estás dispuesta a pagar el precio?
- ¿Precio?
- ¿Liessel no mencionó en su diario nada acerca de ello?

Imoen rebuscó entre sus recuerdos del diario. Entonces lo recordó:

“[…]Una vez expuestos los términos, corrimos las cortinas y cerramos el acuerdo.[…]”

No podía ser lo que estaba pensando. Ahora entendía que el análisis visual a la que el elfo la había sometido iba más allá del plano profesional.

- No pretenderás…
- ¿El qué, querida?
- ¿Me estás diciendo que quieres acostarte conmigo como pago?
- En realidad querría que lo hicieras por voluntad propia. Me gusta que mis parejas sexuales disfruten. Y, créeme, siempre lo hacen.
- ¿Y si no quiero?
- Entonces puedes ir pensando en aprender viscerálico.

Imoen evaluó rápidamente sus opciones. No era la primera vez que se acostaba con alguien por necesidades de servicio y Nerisen era bastante atractivo, pero le había prometido a Klode que no volvería a hacerlo. Sin embargo, si no lo hacía no encontraría nunca a Liessel y no podría decirle que Zoë estaba viva. Se lo debía a Liessel y a Trisaga.

- ¿Aquí mismo?
- ¿Por qué no? Nadie nos molestará aquí.

Pidiendo perdón mentalmente a Klode, Imoen comenzó a desvestirse.