viernes, 27 de noviembre de 2009

Asuntos Pendientes XVII


Sentado tras una mesa llena de suculentas viandas, Nerisen contemplaba a Imoen con una sonrisa torcida, entre satisfecha y complaciente. En su mano sostenía una copa del cristal más fino que la joven había visto nunca. La botella que estaba sobre la mesa no dejaba lugar a dudas: El vino que llenaba la copa costaba tanto como cualquiera de los cargueros de Theramore.

- A tu salud, querida.

Frente a él, Imoen pugnaba por mantenerse en pie. Su armadura de infiltración estaba rota por varios sitios y su casco había desaparecido. Su cara estaba llena de pequeños cortes y quemaduras, un hilillo de sangre brotaba de sus oídos y su brazo izquierdo colgaba inerte en su costado.

Tres horas atrás se habría lanzado al cuello del elfo, con sus ojos destilando odio en estado puro, para destrozarlo con sus propias manos después de hacerle confesar el destino de Liessel. Tres horas atrás. Pero ahora…ahora era distinto.

- Me alegra ver que me equivocaba contigo. Quizás pueda sacarse algo bueno de ti, al fin y al cabo.

Nerisen hizo un ademán hacia una silla frente a la suya.

- Toma asiento, por favor. Tenemos que hablar.

Imoen se sentó, notando un dolor sordo en el abdomen


Imoen había llegado al local de Nerisen, sedienta de sangre, sólo para encontrarlo vacío. Intuyendo que el elfo podría tener un escondite secreto, comenzó a rastrear la estancia minuciosamente.

La primera trampa la cogió por sorpresa. El artefacto se elevó un metro sobre el suelo antes de estallar en mil pedazos. La deflagración la alcanzó de lleno y la lanzó contra la pared, aturdiéndola.

Cuando recuperó la conciencia el abdomen le dolía terriblemente, pero parecía que la armadura había resistido, aunque no estaba segura de si podría sobrevivir a otro impacto de ese calibre.



- ¿Por qué?
- ¿Por qué? ¿A qué te refieres?
- Pensaba que eres un artista. ¿Por qué no matarme cara a cara? ¿Por qué las trampas?


Allí estaba. La puerta era invisible para el ojo inexperto, pero no para ella. El cierre contenía una trampa, por supuesto, pero esta vez consiguió desactivarla. La puerta daba a una escalera que iba hacia el subsuelo. Antorchas de fuego mágico alumbraban el descenso. La escalera daba paso a una larga galería con hornacinas que conducía a una puerta. Cuando Imoen llegó a la mitad del recorrido las luces se apagaron, sumiendo al pasillo en una penumbra que a Imoen le pareció negra como boca de huargo, pero no antes de que las hornacinas se abrieran, revelando cientos de saetas afiladas como dientes de dragón, todas apuntando a la joven


- Tenía que asegurarme.
- ¿Asegurarte? ¿De qué?


La primera descarga impactó contra su casco, lanzándola hacia atrás y salvándole la vida, ya que sintió la siguiente pasar justo por el lugar donde su cuerpo estaba un segundo antes. Rápidamente se despojó de su casco y lo usó para desviar las saetas que se acercaban demasiado a su cuerpo, mientras avanzaba en la penumbra hacia el fondo del corredor. Una vez llegó allí, la luz volvió a encenderse, cegándola ligeramente. A su espalda, el pasillo parecía un acerico, con cada centímetro cuadrado cubierto de proyectiles.


- De que merece la pena gastar mi tiempo contigo, en primer lugar. – Le alargó un pañuelo - Toma, estás sangrando.


Imoen había perdido la noción del tiempo, de las trampas que había desactivado y las que no, a lo largo de las distintas habitaciones. Sus oídos sangraban por una trampa sónica que no había podido detectar a tiempo y le costaba concentrarse. Había tirado su casco, que era ya inservible, y el dolor en el abdomen hacía que le costara respirar


Imoen tomó el pañuelo con su mano derecha. Era un pañuelo amplio, de alguna tela valiosa que no llegaba a identificar, con el que se secó la sangre que le salía de los oídos y de la comisura de los labios…


La última habitación casi acaba con ella. Nada más entrar supo que era la última prueba. Conocía aquel diseño. Lo había estudiado en el SI:7. Era una maldita sala de examen


- ¿Crees que soy uno de tus alumnos?
- ¿Qué te hace pensar tal cosa?
- Has estado examinándome ahí abajo.

Nerisen enarcó una ceja y miró con descaro el brazo izquierdo de Imoen.