martes, 3 de noviembre de 2009

Asuntos Pendientes IV


El cielo de Feralas estaba cubierto, pero las nubes eran rojas. Sola en el muelle, Imoen esperaba. A lo lejos, un barco se acercaba a puerto.

Miró a su alrededor y no vio a nadie. El mar, teñido del color de la sangre, bañaba en silencio la negra costa. Un mar sereno y liso como un plato que, sin embargo, la ponía nerviosa ¿No solía haber un goblin junto al muelle? Y el suelo, ¿siempre había sido de ese color? No lograba recordarlo. ¿Y por qué no había aves? Imoen se estremeció involuntariamente.

Algo llamó su atención. El barco se aproximaba a puerto. ¿Tan pronto? Sus velas, negras como la noche, colgaban inertes de los mástiles y, aún así, el barco seguía su curso. En silencio, el barco llegó a puerto y una escala apareció de la nada. La esperaban, pero ella no quería subir. No a ese barco. Allí dentro había algo maligno. Lo presentía.

Sus pies empezaron a deslizarse sobre la pasarela. Una fuerza invisible contra la que no podía resistirse tiraba de ella hacia el barco y antes de darse cuenta se encontraba en cubierta, mirando hacia el castillo de popa. El barco, que instantes antes se encontraba en la costa, ahora se hallaba entre ésta y el Bastión Plumaluna. El cielo, antes rojo, se había oscurecido progresivamente y el aire a su alrededor parecía ganar consistencia, como las alas de Trisaga en Azshara.

Entonces la vio. Sobre una plataforma al fondo de la cubierta yacía un cuerpo inerte que portaba la palidez de la muerte. Muy a su pesar, sus piernas la llevaron allí y pudo ver de cerca el pálido rostro enmarcado por el largo cabello rubio. Era Liessel. Pero no podía ser, Liessel estaba muerta y enterrada. Ella estaba presente cuando la lanzaron al mar…

El terror atenazó los músculos de Imoen cuando Liessel abrió los ojos y la miró.

- ¡No! ¡Moriste! Moriste en Entrañas. Ellos te mataron. Te enterramos, maldita sea.

Imoen intentó retroceder, pero sus piernas estaban clavadas al suelo. Intentó apartar la mirada, pero su cuerpo ya no le respondía, si es que alguna vez lo había hecho. Sin embargo, vio que Liessel sí se movía. Se acercaba (¿se acercaba?) a ella lentamente hasta que su rostro casi tocó el de ella. Al mirarla de cerca pudo apreciar que la carne había desaparecido en varios lugares de su rostro y que uno de sus ojos estaba vacío.

- ¡No! ¡Aléjate! Estás muerta. – gritó en su mente.
- ¿Estás segura de eso?

Liessel se alejó de Imoen y ésta se dio cuenta de que ahora era ella la que yacía en la plataforma. Con creciente terror notó como se deslizaba a un metro sobre la cubierta en dirección al mar.

- ¡No! ¡Haz que pare! ¡Por favor!
- ¿Por qué? No es tan malo, ya lo verás. Estarás otra vez con tu madre. Es lo que más deseas ¿no?

Imoen había sobrepasado la borda y se encontraba a escasos centímetros del agua, que parecía esperarla con impaciencia.

- ¡No quiero morir! ¡No así!

Silencio.

- Por favor…

El agua cubrió el cuerpo de Imoen, despacio, como los brazos de un amante, hasta que sólo asomó parte de su cara. Veía a Liessel observándola desde la cubierta. Extrañamente, su rostro parecía más vivo que nunca y sus ojos (¿no le faltaba uno?) la miraban fríamente.

- ¿Por qué, Liessel? ¿Por qué?
- Quiero que tú también lo veas, “chico”.

Chico…¿Cuándo había sido la última vez que Liessel la había llamado así? ¿Durante la batalla de Entrañas? ¿Era éste su castigo por haber llegado tarde? A pesar del terror que sentía y que nublaba su mente, se obligó a centrarse en lo que Liessel había dicho.

- ¿Ver? ¿El qué?
- Que no estaban, “chico”... no estaban... - ¿era tristeza lo que teñía su voz?
- ¿Quién no estaba, Liessel?
- …
- ¿Liessel?

Pero Liessel ya había desaparecido y una cacofonía de voces que parecían brotar del agua, llamándola, fue lo único que respondió a sus ruegos.

- ¡Liessel! – gritó presa del terror más primitivo.

Imoen se hundió y el agua se cerró sobre ella como la losa de una tumba.