viernes, 27 de noviembre de 2009

Asuntos Pendientes XVIII


Intentó irse por donde había venido, pero la puerta estaba bien cerrada. Lentamente, el techo comenzó a descender.

Imoen miró a su alrededor, buscando el cierre que detendría el movimiento del techo y la salvaría de una muerte horrible. Con el corazón latiendo desbocado en su pecho intentó calmarse. Sabía que si no lo hacía acabaría convertida en pulpa. Sus ojos recorrieron febrilmente la habitación hasta que lo vio. Un agujero, no mayor que su meñique, casi a ras de suelo. Se acercó rápidamente y, quitándose los guantes, insertó su dedo con cuidado.

Despacio, muy despacio, la pared se abrió, descubriendo un panel con varias ruedas. Lo que aparentaba ser un cristal dejaba ver varias palancas, accesibles a través de huecos. Estaba segura de que sólo una de ellas era la buena, pero ¿cuál? Su mente trabajó a toda velocidad, buscando símiles con todas las trampas que conocía y descartando una tras otra por su aspecto, posición…Era una apuesta arriesgada y lo sabía, pero no le quedaba otra opción. El diseño de una era idéntico a la primera trampa que le había explotado. El de otra semejaba la bomba sónica... Fue descartando una palanca tras otra hasta que sólo quedaron dos.

Imoen metió la mano por un hueco y accionó una. Tan pronto lo hizo, la velocidad de caída del techo aumentó perceptiblemente.

- Mierda.

Tumbada en el suelo, intentó alcanzar la otra, pero estaba fuera de su alcance por milímetros. En condiciones normales habría utilizado alguno de sus artilugios, pero los había perdido en alguna de las salas.

Entonces lo vio. Una vara sobresalía de la pared junto a la palanca. En su extremo había una especie de brazal metálico. La vara estaba conectada a una polea y ésta, a su vez, a una de las ruedas a la derecha de Imoen. Sabiendo lo que tenía que hacer, metió su mano izquierda en el brazal y comenzó a girar la rueda con la derecha hasta que notó cómo su hombro, codo y muñeca comenzaban a dislocarse.

El techo estaba ya a un metro de su cuerpo yacente.

- Sólo un poco más…

El dolor era casi insoportable, pero Imoen se obligó a seguir girando la rueda. Como anticipando su inminente muerte, por su cabeza pasaron en rápida sucesión los momentos más significativos de su vida: La alegría compartida con su madre y hermana cuando su padre volvía a casa y su enfado cuando se volvía a ir, siempre demasiado pronto; la noche en que lo perdió todo a manos de los no muertos; su estancia en el orfanato; su entrenamiento en el SI:7; las vejaciones que sufrió allí; los escasos momentos de placer; el funeral de Liessel y la locura de la búsqueda de Trisaga; Zoë ; Jasmine y la gente que parecía apreciarla a pesar de su deleznable comportamiento; Klode…su pequeña y dulce Klode…

Su visión se llenó de destellos de luz mientras notaba cómo perdía el sentido a causa del dolor de su brazo.

- No, no puedo dejarme ir. Tengo que conseguirlo. Por ellos…por Klode.

Y, dando otra vuelta a la rueda, sus entumecidos dedos alcanzaron al fin la palanca y la accionaron.

Por un momento el techo continuó descendiendo y, agotadas sus fuerzas, Imoen cayó en la inconsciencia y se entregó a su destino.




- Sólo uno de cada veinte de mis alumnos supera la prueba de las palancas. Te felicito, Imoen
- Gracias.

Y lo decía en serio. Por algún extraño motivo su visión de Nerisen había cambiado. ¿O era ella la que había cambiado? Toda su ira hacia el elfo había desaparecido. Las distracciones emocionales estaban relegadas a un rincón, sin que pudieran ya impedirle mantener sus sentidos y su percepción perfectamente afilados. Al mirar a Nerisen con algo que rayaba la admiración, éste le devolvió una mirada divertida, haciendo que Imoen bajara los ojos, avergonzada.

- Ahora eres lo que nunca debiste dejar de ser: Una máquina de matar perfectamente engrasada. Parece que no me equivoqué contigo, a fin de cuentas.
- Que no te equivocaste…¿Todo esto era una prueba? ¿Desde la primera vez que nos vimos?

Nerisen se encogió de hombros.

- Hay demasiado en juego en todo este asunto. Tenía que asegurarme de que eres de fiar y de que tus motivos para encontrar a Liessel son algo más que un mero “trabajito”. No conozco a muchos que hubieran llegado tan lejos por dinero o, incluso, por su sentido del deber.
- …
- Te diré cuál es la próxima parada en la búsqueda que has emprendido, pero te advierto que si alguna vez das con Liessel puede que lo que encuentres no sea lo que esperas.
- ¿A qué te refieres?
- Ya lo verás, si no mueres antes. Y ahora, veamos ese brazo…