martes, 3 de noviembre de 2009

Asuntos Pendientes V


Imoen se despertó sintiendo que le faltaba el aire. El eco de la voz de Liessel aún resonaba en su cabeza. Era ya la tercera noche que tenía la misma pesadilla y cada vez los detalles eran más vívidos y desagradables.

Aún no era noche cerrada, pero sabía que no podría volver a conciliar el sueño, así que se puso en pie y preparó sus cosas. Sobre ella, miles de estrellas comenzaban a titilar en el cielo de Trisfal. A lo lejos, las luces de Lunargenta empezaban a hacerse visibles entre los árboles. Al menos aquella zona estaba lo suficientemente al Oeste de La Cicatriz para poder considerarse segura. Repasó mentalmente los acontecimientos de los últimos días.

La visita al barco de Liessel nada más llegar de Rasganorte no es que hubiera sido muy afortunada, pero de todos modos pensaba hacerlo, con o sin pesadillas. En cualquier caso, no había sacado nada en claro. Para Zoë (Averil), Loraine no se salía de lo normal: pelirroja, ojos grises, joven, zurda...¡menudas pistas! Ese asunto tendría que esperar, aunque en su interior sentía que se le escapaba algo…

- Si Zoë no pensaba ya que estoy loca, la visita de la otra noche debe haberla sacado de dudas. – suspiró.

Imoen sacudió la cabeza para aclarar sus ideas, un gesto que últimamente repetía demasiado. No le gustaba. Le daba sensación de inseguridad. Estaba perdiendo facultades y eso era malo, sobre todo ahora que iba a…(a faltar a la promesa que le hiciste a Klode) infiltrarse en territorio enemigo. Cogió aire y lo exhaló lentamente intentando alcanzar el estado de relajación necesario para la tarea que iba a acometer. Pero no fue suficiente. Necesitaba algo más.

Lentamente, se quitó su ropa de viaje quedando desnuda. Entonces comenzó una serie de movimientos lentos y sinuosos, desplazándose sin emitir el más mínimo sonido. Poco a poco sus movimientos ganaron velocidad, sus manos hacía rato que habían adoptado una posición de combate y sus piernas se movían por inercia realizando una danza de la muerte más antigua que los maestros de los maestros de Imoen. Tras unos minutos, el ritmo fue decreciendo hasta que la joven se detuvo en una postura de defensa, con las piernas flexionadas y el cuerpo en perfecto equilibrio. Su cuerpo, perlado de sudor, brillaba a la luz de las estrellas, pero su respiración, esta vez sí, era suave y tranquila. Sólo entonces abrió los ojos, y esta vez su mirada tenía una firme determinación.

Tras refrescarse en un arroyo cercano, se vistió con la ropa oscura que usaba en las infiltraciones, recordando cuán distinta era de la que aquella vez había usado para infiltrarse en Entrañas con Liessel y los otros. Fue la última vez que la vio con vida. ¿Sería cierto que estaba viva? Eso era lo que Rictus creía, lo que le dijo la bruja pero ¿sería verdad? Por lo pronto, localizar a Rictus había sido virtualmente imposible. Por lo que averiguó estaba retirado en algún lugar de Vallefresno, ciego…

Kronkar. El elfo se lo diría aunque se lo tuviera que arrancar a golpes. Un momento. ¿Se lo diría? ¿Y en qué lengua? Es un elfo de sangre, maldita sea, ¿hablará algún idioma que ella pueda entender medianamente? ¿Común quizás? Ella sabía algo de thalassiano ¿sería suficiente? Tal vez sí…o tal vez no. Encogiéndose de hombros mentalmente, se ajustó las espadas y se caló el casco hasta que casi le dolió. Esta vez no se quedaría sin sentido al chocar con una pared. No si podía evitarlo.

Poniéndose en pie, hizo un repaso mental de su equipo:

- Armadura lista y ajustada, armas en su lugar (ya las envenenaría llegado el caso), hilo de titanio para estrangular, su pequeña porra, partículas explosivas, guijarros para despistar, alguna poción por si la cosa se pone fea…parece que todo está como debe.

A estas alturas era ya noche cerrada. Mirando a su alrededor, comprobó que sus otras pertenencias estaban perfectamente ocultas y emprendió la marcha fundiéndose con la oscuridad. Lunargenta esperaba.

Desde las ramas de un árbol, un solitario búho fue el único testigo de su partida.