jueves, 8 de octubre de 2009

Asuntos Pendientes III


Los altos troncos pasaban rápidamente a ambos lados del caballo mientras la bestia se esforzaba por mantener el ritmo endiablado que su jinete le imprimía. Sus ollares se expandieron al olfatear el agua que corría en un arroyo cercano mientras intentaba captar un poco de aire extra para no desfallecer. No habría descanso ni abrevadero hasta que llegaran a su destino. Ella no lo permitiría aunque reventara. Lo intuía.

De pronto, la cerrada vegetación clareó y un edificio, antes oculto por los árboles, apareció ante ellos. ¿Podría descansar aquí?

Como respondiendo a su pregunta, su jinete tiró suavemente pero con firmeza de las riendas, obligándole a frenar. Medio galope, trote largo…hasta finalmente detenerse en la posta. Descanso al fin.

Imoen descendió del caballo.

- No, Imoen no. – se recordó – Ahora soy Daala y estoy de buen humor. No lo olvides.

En realidad estaba hirviendo de ira, pero tiempo atrás aprendió a esconder su estado de ánimo, así que quien la viera la vería de buen humor, casi jovial pero sin exagerar. Entregó sonriendo las riendas a Ackerman rogando que lo cuidara bien y se dirigió al edificio principal.

Vestía su vieja ropa de viaje, cómoda y funcional. Se había recogido el pelo en una cola de caballo y llevaba un cuchillo de desuello sobre una cadera. Los retoques en su cara la harían irreconocible para alguien que no la conociera bien. El maquillaje exagerado quedaba descartado, así que tuvo que conformarse con desdibujar algunos de sus rasgos sin que fuera demasiado evidente.

Anderhol estaba ocupado pero la atendió en cuanto pudo. Tal y como había supuesto, el trato que recibió fue muy distinto de la última vez que estuvo por allí. Se presentó como enviada de El Gremio y no se sorprendió de que el jefe de forestales no supiera gran cosa de ellos. Sus asociados hacen su trabajo de forma discreta y eficiente, así que podías tener uno de sus artesanos junto a tu casa y no lo sabrías aunque sus productos fueran pagados a altos precios en la corte de Ventormenta. Al fin y al cabo, nadie es profeta en su tierra.

Anderhol le explicó que guardan un registro aproximado de la gente que vive por la zona, pero no es exhaustivo. Hay mucha gente que va y viene y en la zona no hay demasiados que quieran hacer trabajo administrativo, así que tendría que buscar ella misma y rezar para que hubiera información más o menos actualizada. El trabajo le llevó un tiempo pero encontró referencias a Loraine concernientes a la apertura de un taller y el alquiler de una cabaña.

Dejar cabos sueltos no era algo que Imoen soliera hacer, así que se acercó nuevamente a Anderhol y le preguntó por una enviada del Kirin Tor llamada Averil. Sí, alguien de la ciudad había estado por allí, pero eso era cosa de la milicia.

Tras una nueva espera y tras hacer uso de sus credenciales para evitar tener que explicar al militar por qué una civil requería tal información, el teniente Dumont le dijo, no sin reticencia, que el Kirin Tor manda habitualmente algunos agentes para investigaciones, aunque le sorprendió que mandaran a alguien tan joven. Brom se ofreció, por su amistad con los forestales, para encontrarle un guía. La elegida había sido Loraine Auburn, por ser más cálida que la mayoría. Aún siendo forastera se había hecho un hueco en la familia de forestales. A Dumont le había parecido bien la asignación. Fin de la historia.

El olor del bosque inundó las fosas nasales de Imoen cuando salió del edificio. Hacía tiempo que no se paraba a disfrutar de los pequeños regalos de la naturaleza y sólo se permitió ese pequeño capricho, apenas un par de bocanadas tomadas con deleite, dejándose llevar por las percepciones de sus sentidos: El trinar de los pájaros, el sol dibujando sombras caprichosas bajo los árboles, la brisa que mecía las ramas y pugnaba por liberar un mechón rebelde de su cabello, el olor a cuero curtido, piel recién desollada y carne asada... A pesar de los peligros que acechaban no demasiado lejos, aquel lugar tenía algo que invitaba a la paz.

- Tal vez algún día Klode y yo podríamos venir a pasar una temporada aquí. – se dijo – Podríamos construir una cabaña y vivir tranquilas llevando una vida sencilla. El aire puro le vendría bien a sus pulmones dañados y yo podría trabajar las pieles mientras ella escribe. Algún día, quizás algún día…

Imoen sacudió la cabeza con pesar. La promesa que le había hecho a Klode unas horas atrás empezaba a pesarle como una losa. Quizás se había precipitado, a fin de cuentas, aunque no era el momento de pensar en ello. Ahora tenía que ver a Loraine, pero antes pasaría a saludar a Brom. Cinco minutos más o menos no supondrían una gran diferencia y puede que averiguara algún detalle extra sobre Loraine. Brom le caía bien. Lo recordaba de anteriores visitas, cuando le había reparado pequeños daños en su equipo. Un hombretón alto y corpulento de inmensos brazos, cortés y trabajador. Un buen elemento. Imoen había pensado ofrecerle formar parte de El Gremio, pero dudaba que quisiera. Parecía ser feliz con el trabajo que realizaba allí. Con estos pensamientos, Imoen se dirigió a la fragua sólo para encontrarla vacía.

- Qué raro. ¿Dónde estará Brom?

Los pensamientos en voz alta de Imoen recibieron una respuesta inesperada.

- Se fue esta mañana.

Imoen se volvió hacia la voz y se encontró con el forestal del día anterior. Tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para no lanzarse a su cuello.

- Oh, vaya. ¿Dejó dicho dónde iba? Quería enseñarle mi cuchillo y que le diera un repaso.
- Un cuchillo de desuello ¿eh?
- Sí, no son tan buenos como los que usan aquí, ni yo tan diestra con él, pero cumple su función. En fin, tendré que dejarlo para otra ocasión, visto que Brom no está. No sabrás cuándo vuelve o a dónde iba ¿verdad? Lo de mi cuchillo puede esperar, pero una amiga, Averil, me pidió que le diera recuerdos…y también a Loraine. La muchacha pensará que no quise dárselos y la tomará conmigo.

El forestal se encogió de hombros.

- Se fueron temprano. Tenían unos asuntos personales que resolver. No dijeron ni dónde iban ni por cuánto tiempo. Aquí no somos entrometidos, así que no sé más que eso.
- ¿Se fueron?
- Sí, se fueron.
- …
¿Estás bien?
- ¿Eh? Oh, sí, perdona. Es que no sé qué decirle a Averil para que no se sienta mal. Es un primor, pero a veces un poco temperamental. En fin, gracias por todo.

El forestal contestó con un encogimiento de hombros y volvió a sus quehaceres.

¿Cómo podía alguien tratar de manera tan diferente a una persona sólo por una ridícula máscara? Se obligó a relajarse. La gente normal recela de los enmascarados, se recordó. El forestal no tenía la culpa de que Loraine se hubiera escabullido. Casi parecía como si quisiera esquivarla. Pero, ¿por qué? Sólo era una asociada más a El Gremio. Si no fuera porque su nombre le había llamado la atención al revisar las listas ni siquiera le habría dedicado más de unos segundos en su pensamiento. De acuerdo con que el nombre era el mismo que el de la esposa del capitán del diario, pero no creía que fuese la única Loraine Auburn en el mundo ¿no? ¿Y qué pintaba Brom en todo esto? Imoen reprimió un escalofrío. Todo este asunto cada vez le gustaba menos.

Acercándose a Vana, pagó por un trayecto en grifo hasta Valgarde. Tenía que hablar con Zoë. Tal vez la muchacha supiera algo de Loraine que ella ignoraba y, si Angeliss le había dicho la verdad, sabía exactamente dónde encontrarla.

El rumor de las olas chocando contra el casco se sumó a los crujidos de la madera y los pasos en cubierta. Aún tumbada en su catre, Imoen sabía que el barco pasaba en esos momentos a escasa distancia de las enormes paredes del Fiordo Anquilonal, que los conduciría a mar abierto. Mientras el barco tomaba rumbo a Menethil, Imoen se sumió en un sueño intranquilo.