martes, 6 de octubre de 2009

Asuntos Pendientes I


¿Sólo habían pasado tres días? Parecían siglos.

La echaba de menos. Se odiaba a sí misma por su debilidad, por la traición a los principios que tanto le había costado inculcarse a sí misma. Tanto esfuerzo, tanto tiempo reprimiendo sus sentimientos para mandarlo todo al fondo del Maelstrom por una chiquilla.

Un bache le hizo sujetar las riendas un poco más fuerte de lo habitual para evitar caer de la silla y, ladeando la cabeza, intentó aclarar sus ideas.

A lo largo de su vida había yacido tanto con hombres como con mujeres, incluso con varios a la vez. Su “trabajo” así lo requería. Al fin y al cabo la cama es de los mejores lugares para conseguir información ¿verdad? Y sí, algunos que habían retozado con ella no habían visto nacer un nuevo día. No se sentía orgullosa de lo que hacía, pero tampoco se arrepentía de ello. Estaba segura de que si sus compañeros de cama hubieran descubierto quién era en realidad aquella mujer de curvas generosas, no habrían dudado en arrojarla a un foso lleno de serpientes. Y a nadie le habría importado.

Todo ese tiempo había fingido atracción por esas personas. Atracción física…atracción emocional…todo mentira, parte de sus encargos. “Un pequeño sacrificio por la seguridad del reino”. Ésa era la cantinela de Shaw cada vez que la enviaba a uno de sus encargos. Se lo repetía a sí misma cada vez que lo hacía para no sentirse sucia .Y aún así…

Desde muy joven se había creado una fachada. Una máscara de arrogancia, de prepotencia; de estar de vuelta de todo y saberlo todo del mundo y sus habitantes. Consideraba las enemistades que se granjeaba a diario entre los que la rodeaban como un triunfo. Cuanta menos gente la apreciara, mejor. No quería lazos emocionales. En su trabajo eran algo muy peligroso. Y lo seguían siendo. Las miradas de la tropa en Valgarde al verla pasar con Klode no le habían pasado desapercibidas. Tampoco había pasado por alto su propia reacción. En aquel momento habría matado a cualquiera que le pusiera un dedo encima a la mujer que caminaba a su lado, aquella jovencita que se maravillaba de las cosas que ella le contaba sobre el fiordo.

Matar por amor…morir por amor…¿Anteponer el amor al deber? No, no quería tener que pasar por esa disyuntiva. Todo su mundo se basaba en no depender de rehenes que pudieran utilizarse en su contra.

“La seguridad del Reino está por encima de la seguridad del individuo”. Otro de los dichos de Shaw. El Reino…el Rey…Todo se reduce a eso ¿no? Lo que importa es la supervivencia del Rey, de su prole. Mientras haya Rey habrá un Reino, algo por lo que luchar. Si tienen que morir diez inocentes (o cien, o mil) por salvaguardar al Reino, sea. Incluso la gente como ella, entrenados desde niños para realizar trabajos encubiertos no son otra cosa que meros peones, recursos prescindibles. Costosos sí, pero prescindibles.

No, el amor no tenía cabida en su vida. Y sin embargo…

Un nuevo bache la sacó de su ensimismamiento, casi cayendo de la silla en el proceso. Acarició a su raya abisal para hacerle saber que estaba bien. Abajo, muy abajo, las copas de los árboles de Colinas Pardas se elevaban hacia ella como un bosque de lanzas dispuestas a empalarla amorosamente si caía.

Reprimiendo un escalofrío, repasó mentalmente lo que le traía allí: Unos tramperos había avistado un odio hirviente. Hacía tiempo que no se tenía noticia de algo así y podría venirle bien para entrenarse un poco en las artes del combate en zonas boscosas. Era la excusa perfecta para darle a Klode un poco de margen. No quería que el resto de soldados pensara que la estaban favoreciendo. Por otro lado, era una buena ocasión para visitar a sus contactos de El Gremio en la zona. Sacando una lista comenzó a repasar los nombres. Patricks…Sawyer…Tanner…Tranket. A ésos ya los había visto. Quedaban pocos nombres. Winters…Masters…Auburn…¡Dioses! Había olvidado totalmente a Loraine. Su historia con Klode, el rescate de Trisaga, las heridas de Tristan….todo aquéllo había contribuido a distraerla de esta tarea.

Al llegar al Refugio Pino Ámbar dejó a su raya al cuidado de Vana, la maestra de vuelo pero, en vez de ir al edificio principal, se dirigió hacia un grupo de tramperos que desollaban un animal, un venado cornaalta si no se equivocaba. Aunque no le cabía la menor duda de que la habían visto, ninguno dio muestras de ello. Esperó pacientemente mientras miraba cómo desollaban al animal con cortes precisos, mejores inclusos que los que ella haría. Unos segundos después carraspeó. Sólo entonces uno de ellos levantó los ojos y la miró con desconfianza, pero no dijo nada. Tendría que ser ella quien abriera el fuego.

- Busco a alguien.
- ¿Y quién no?
- Se trata de una mujer. Loraine, Loraine Auburn.
- Mmmm…no sé, pasa mucha gente por aquí.
- Si, supongo que sí. En fin, si por un casual la encuentra, dígale que Daala la busca. Soy su jefa. Tenemos asuntos pendientes.

El hombre no contestó. Sabía que este tipo de gente desconfía de los forasteros y el ir encapuchada probablemente les hiciera recelar aún más, pero era algo que ya no tenía remedio. Lentamente, se dio la vuelta y se dirigió al edificio principal. Sentía los ojos del forestal clavados en su espalda. Definitivamente, más gente en la lista de los que no moverían un dedo por ella. En fin, ya hablaría con el maestro de forestales, Anderhol, más adelante. Pero no hoy. Klode no contestaba al comunicador y no sabía por qué. Tendría que mover algunos hilos sin que Klode se enterara para saber dónde se metía. Nuevamente anteponía el amor a las demás cosas, pero hacía lo correcto ¿O no?

Montando sobre su raya abisal, Imoen se perdió entre los árboles rumbo a Valgarde mientras volvía a sumergirse en un laberinto de dudas.