domingo, 6 de julio de 2008

La caída II


Imoen salió de su letargo autoinducido. Tenía las extremidades entumecidas de haber pasado tanto tiempo metida en el hueco entre dos sillares.

Miró hacia el cielo y vio la oscuridad que esperaba. Pero estaba sola. No necesitaba la escasa luz de las estrellas para darse cuenta.

- Algo va mal - pensó con inquietud.

Encendió el comunicador que Liessel le había dado y lo puso al mínimo. Aún así pudo distinguir claramente el ruido de la batalla.

- ¡Maldita sea! Se han adelantado. No tenía que haberme fiado de esos paladines engreídos. ¿Dónde estarán los demás?

Maldiciéndose a sí misma por haber usado tal nivel de letargo, Imoen se fundió con las sombras y se dirigió a las cloacas. Tenía que averiguar dónde estaban sus compañeros. Confiaban en ella y la necesitaban. Sobre todo Liessel.

A lo largo de los últimos días, el comportamiento errático de Liessel se había convertido en la seguridad arrogante típica de la muchacha. Pero días atrás, tras la convocatoria para el ataque, Imoen había creído distinguir un brillo extraño en los ojos de la asesina. En ese momento no le dio mayor importancia, atribuyéndolo a la emoción propia del momento, pero ahora ya no estaba tan segura.

- Estaba como ausente - su mente discurría a toda velocidad - como pensando en algo que los demás no entenderíamos, en algo que...¡Dioses! Cualquier distracción puede ser fatal en una acción como esta. Tengo que encontrarla.

Rápidamente conectó su comunicador, el que Liss (últimamente pensaba en ella como Liss, no sabía por qué) le había dado y habló con voz queda.

- ¿Alguien me escucha? ¿Liessel? ¿Rictus? ¡Maldita sea! ¿Qué demonios sucede aquí?

La voz de Liessel le llegó lejana y rodeada del entrechocar del acero y gemidos de dolor.

- ¿Dónde diablos estabas, "chico"? Las polillas adelantaron la hora de la fiesta y tú no estabas localizable. Estamos a punto de entrar en la celda del Obispo y no tengo quién cubra mi flanco.

El tono cortante y despreciativo golpeó a Imoen como una bofetada. ¿Cómo que se había adelantado el ataque? Esas cosas no se hacen. No en una operación con tanta planificación como ésta.

Maldiciendo entre dientes a todo bicho viviente, Imoen entró en las cloacas a tal velocidad que se dio de bruces con los enemigos que estaban guardando la entrada. A pesar de sus intentos por pasar desapercibida, el enorme gato de uno de ellos se lanzó sobre ella. Imoen se golpeó con la pared y la oscuridad la cubrió.

La cabeza le dolía horrores cuando despertó y el escozor en su ojo izquierdo no hizo más que confirmar que sangraba profusamente por un profundo corte sobre su ceja. Miró a su alrededor con precaución y, al verse sola, se arrastró hacia la salida, esquivando cadáveres a su paso. Debían haberla dado por muerta, y si no se daba prisa pronto lo estaría.

Una vez en un lugar seguro, se curó la herida lo mejor que pudo. Encendió su comunicador y habló casi en un susurro.

- Liessel

Estática

- ¿Liessel?

Estática

- ¡Maldita sea, Liss, contesta!

Del comunicador brotó una voz, pero no era la de Liessel. Era Rictus. Estaba...¿llorando? ¿Rictus llorando? Aquello no pintaba nada bien.

Con voz entrecortada, Rictus habló. Imoen escuchaba obnubilada. No podía ser cierto ¿Liessel muerta? No, ella no.

Mientras las nubes cubrían el cielo apagando las estrellas, una sombra anidó en el pecho de Imoen.

- Liessel está muerta. Muerta porque yo no estaba allí para ayudarla. Ella confió en mí y yo...

Los muros de la torre en ruinas amortiguaron los sollozos de Imoen...