jueves, 10 de julio de 2008

Camino oscuro V


(La escritura es un tanto temblorosa y hay borrones de tinta y manchas circulares en el papel, como si las hojas hubieran sido mojadas por lluvia o llanto)


Día 4:

Soy libre.

Las voces se han ido. Trisaga ha hecho que se fueran y luego se ha ido.

Estoy sola...otra vez.


Hoy ha sido el entierro de Liessel. Cuando llegué al embarcadero de Feralas, Trisaga estaba allí. Miraba sin ver hacia la lejanía. Actuó como si yo no estuviera allí hasta que le tendí el colgante de Liessel. Me miró y lo tomó en sus manos. Por un instante vi una chispa de algo que no pude identificar. ¿Alivio? ¿Reconocimiento? Pero como vino se fue, y Trisaga volvió a su estado anterior.

Cuando el barco fúnebre arribó, Trisaga subió a bordo con premura. El resto de concurrentes la seguimos con desgana. No recuerdo muchos funerales con tanta afluencia de gente. A algunos los conocía en mayor o menor grado. Otros me eran totalmente ajenos. Incluso había un Tauren.
Corren extraños tiempos...

Me obligué a acercarme a Liessel y mirar su rostro sereno, aún a riesgo de sufrir los embates de las voces, que empezaban a hacerse notar. Colgado de su cuello vi el colgante que acababa de entregar a Trisaga.
Al verlo allí, no pude evitar recordar lo que había leído en el diario, el origen de ese colgante y su otra mitad, perdida con la hija de Liessel en la Ciénaga Negra.

Sabiendo lo que debía hacer, los nervios empezaron a hacer mella en mi temple. Las voces en mi cabeza no ayudaban a tranquilizarme. Tras la lectura del diario, parecían apenadas por las desventuras de Liessel. La infancia que nunca tuvo. Sus amores, sus hijas...

Sacudí la cabeza intentando centrarme, y traté de poner cara a Zorea. Unas discretas preguntas acá y allá me ayudaron a identificarla. No parece gran cosa, pero lo que había leído me confirmó lo que ya sabía: Las apariencias engañan, y mucho.

Cuando quise darme cuenta habían comenzado las exequias. Uno tras otro, se pronunciaron pequeños discursos acerca de Liessel, que eran recibidos por satisfechas inclinaciones de cabeza, caras indiferentes o, en algunos casos, comentarios reprobatorios.

De repente...silencio. Había llegado mi momento y Tristan me indicó con un ademán que subiera al estrado. El paladín se había mostrado genuinamente sorprendido cuando le había pedido hablar en último lugar. No tanto por el hecho en sí, sino por mi actitud calmada. Después de mi comportamiento para con él en los días pasados no era de extrañar su sorpresa. Es por ello que no puso ningún impedimento a mi petición.

Subí los escalones intentando no hacer caso a las miradas reprobatorias de algunos de los concurrentes. Sabía que mi ropa no era la más adecuada para un entierro pero, desde que Leviatan destrozara y quemara mi vestidor en la antigua sede de El Gremio, no había dispuesto de tiempo para comprar ropa. En silencio, me coloqué junto al cuerpo de Liessel, saqué su diario y comencé a leer.

Las caras de los allí presentes reflejaban el asombro que sentían por mis palabras, especialmente aquellos a los que nombraba directamente. Como al romperse una presa, las voces surgieron como un torrente incontrolable desde lo más profundo de mi cabeza. El dolor se hizo insoportable y mis músculos dejaron de responder. El diario cayó de mis manos y rebotó hasta los pies de Trisaga.

Como en un sueño, Trisaga recogió el libro, se colocó a mi lado y terminó de leer el diario. Su dulce voz hizo retroceder poco a poco la marabunta en mi cabeza, apaciguándola. Trisaga hacía honor a su título de Bálsamo, aunque eso no lo comprendí hasta más tarde. Cuando acabó la lectura, me devolvió el diario y volvió a su mutismo.

Los componentes del equipo de asalto fuimos los encargados de conducir a Liessel al lugar de su eterno descanso. Entre las salvas de los cazadores y los resplandores de los paladines entregamos el cuerpo de Liessel al Mar de la Bruma. Dormirá por toda la eternidad en el mar, que ella adoraba.

Cuando llegamos al Bastión Plumaluna, Trisaga abandonó el barco y se dirigió hacia el Maestro de Vuelo. Intrigada, la llamé una y otra vez sin conseguir respuesta. Al intentar detenerla, me apartó con suavidad pero con firmeza y prosiguó su camino. Sólo al llegar junto a los hipogrifos se volvió y me miró a los ojos. Me tocó las sienes y las voces desaparecieron como por ensalmo. Luego me habló.

- Ya no soy Bálsamo - dijo - Desde ahora me llamarán Tormento.

Cuando dijo estas palabras sentí un escalofrío. Sentí, más que vi, cómo su aura, siempre cálida y bondadosa, se ensombrecía por momentos. Acto seguido, Trisaga saltó sobre un hipogrifo y desapareció, seguida por las maldiciones del maestro de vuelo, que no había auotorizado tal acción. Caí de rodillas gritando su nombre. ¿Por qué toda la gente a la que amo desaparece de mi vida? ¿Acaso estoy maldita? ¿Es un castigo por algo que he hecho?

Entregué a Tristán el diario de Liessel. Ya no puedo aprender nada más de él y pienso que él debe tenerlo. Acto seguido, le pedí licencia de mis deberes para con la Orden para buscar a Trisaga. Licencia que me fue concedida, quizás con cierto alivio por su parte al no tener que verme durante una temporada. Acto seguido comencé mi búsqueda.

Eso es todo. No puedo escribir más hoy. No tengo fuerzas...

Ahora soy libre. Libre de las voces que me atormentaban.

Pero estoy sola...otra vez.