miércoles, 9 de julio de 2008

Camino oscuro IV


Día 3:


Me siento fatal. Después de lo que aconteció hoy las voces están confusas. La rabia que llevan días insuflando en mí ha desaparecido como por ensalmo. Nada de lo que digan ahora parece poder afectarme.

Pero estoy adelantando acontecimientos…

Había citado a Tristan en el Hospital de Shattrath. Tenía intención de echarle en cara todo el dolor que había causado, especialmente a Trisaga. Cuando llegó, le pedí que me siguiera, sin dar más explicaciones. Una vez en el piso superior, lo conduje hasta el cadáver de Liessel y lo cubrí de improperios mientras Serges, ¡cómo no!, velaba porque no me acercara demasiado.

Contrariamente a lo que pensaba, Tristan no sabía nada de la muerte de Liessel. Y lo que fue más desconcertante…la visión del cadáver pareció afectarle sobremanera.

Pero lo más extraordinario fue cuando Tristan se inclinó sobre el cadáver de Liessel y lo tomó en brazos. Ante la atónita mirada de medio hospital, Tristan cargó el cuerpo y se dirigió a los portales del centro de Shattrath. Lo seguí lo más discretamente que pude y Serges salió corriendo detrás nuestro. Los gritos de dolor de Trisaga fue lo último que oí cuando atravesé el portal de Forjaz.

Cuando aparecí entre los magos y sacerdotes, mi primer pensamiento fue de terror. Tristan no estaba a la vista. Atravesé la puerta que me separaba de las calles de Forjaz y miré a mi alrededor, temiendo haberlo perdido. Mas, helo allí, caminando apesadumbrado hacia el maestro de grifos. El enano casi se muere del susto cuando mi daga le pinchó la garganta en mi apremio por saber dónde había ido la macabra comitiva. ¿Menethil? Otra vez el mar…

Rápidamente subí a uno de los grifos y lo apremié a gritos para que volara lo más rápido posible. El animal respondió volando a una velocidad endiablada sobre las copas de los árboles y, en más una ocasión, temí que no pudiera remontar tras un más que pronunciado picado. Pero al fin divisé el puerto y, en breve, tomamos tierra.

¿Dónde estás Tristan? ¿Dónde has llevado a Liss? Allí. ¿Un barco? Sí, Tristan había subido a bordo de uno. Espera, ¿el “Virtud de la Doncella”? No, “Susurro sobre las aguas”. Curioso nombre.

Una vez a bordo, seguí los pasos de Tristan hasta el camarote principal, en la popa del barco. El cadáver de Liessel reposaba sobre el único lecho de la sala y Tristan parecía meditar. Era mi ocasión. Lentamente, saqué mis dagas, y ya me disponía a entrar en silencio cuando un ruido a mis espaldas me sobresaltó. ¡Serges! El maldito draenei me miraba entre preocupado y enfadado. Aunque las voces me urgían a que lo matara a él y luego a Tristan, algo en mi interior me detuvo, una presencia reconfortante y triste a un tiempo que no pude identificar. Envainé mis dagas y, en ese momento, mi corazón dio un vuelco.

Tristan hablaba con palabras cargadas de tristeza y melancolía. Mis oídos no daban crédito. ¿Tristan apreciaba a Liessel? Pero eso no podía ser. Debía estar fingiendo. Él no sabía que yo estaba escuchando. No podía saberlo. Entonces…su dolor debía ser real.

La llegada de Tidnar me arrancó de mis cavilaciones. ¿El mítico gnomo allí? En verdad éste estaba siendo un día de sorpresas continuas. El gnomo quería ver a Tristan y, una vez juntos, lamentaron la pérdida de Liessel. Tras la partida del gnomo, Tristan subió a cubierta, momento que aproveché para registrar el camarote ante la horrorizada mirada de Serges.

El olor a cuero y sal que acompañaba siempre a Liessel inundó mis fosas nasales. Una rápida visión general me permitió sopesar la situación y establecer prioridades. La habitación parecía haber sido ordenada recientemente tras un ciclón. Muebles rotos y reconstruidos convivían con otros totalmente destrozados. Botellas vacías, una especie de cesta de madera (¿una cuna? ¿aquí?)…y una mesa llena de mapas, mapas comprometedores que hice desaparecer rápidamente de la vista, lo que hizo que reparara en un libro que se hallaba bajo ellos. Al cogerlo, un bucle de finísimo cabello dorado cayó de entre sus páginas. Atónita, lo coloqué con cuidado dentro del libro y guardé éste para un posterior estudio.

La reprimenda que Serges me estaba echando por registrar la habitación terminó en seco con la llegada de un destrozado Rictus. Sabedora de que fue el último ser en ver con vida a Liessel, le pregunté por el colgante que había nombrado Trisaga, y mi sorpresa fue mayúscula cuando lo sacó de su jubón y me lo entregó. Al parecer Liessel lo llevaba consigo. Lo guardé cuidadosamente, prometiéndome dárselo a Trisaga.

Rictus me ayudó a realizar un registro eficiente y rápido. Una vez acabado éste y sin haber encontrado nada más que ropa (del tipo que nunca habría sospechado que Liessel pudiera poseer) y otros objetos sin importancia, abandoné el barco. Serges se quedó para velar por Tristan y Rictus parecía discutir con un parroquiano a los pies de la pasarela, así que me fui sin hacer ruido.

Una vez a salvo, leí el diario de Liessel y se me cayó el alma a los pies. ¿Cómo puede alguien sufrir tanto y seguir viviendo? ¿Cómo puede siquiera seguir cuerdo? Tengo que entregar este diario a Tristan y pedirle disculpas por cómo lo he tratado. Después de leer esto me siento como si fuera basura.

Mañana es el entierro de Liessel. Debo redimirla a los ojos de los que convivieron con ella. Liessel lo merece…y Trisaga también.