domingo, 6 de julio de 2008

La caída I

Por Liessel

La puerta estaba apenas a unos pasos, podía verla a través de las decenas de defensores en la lucha encarnizada, cuando el dolor le traspasó el vientre como una lanza ardiente, pulsante con la fuerza de mil soles.

El tiempo se detuvo de pronto, transcurriendo tan lentamente como si algun ente supremo lo sujetara fuertemente con las manos.

"Ya está" se dijo, y lo acogió casi con alivio.

Mientras el mundo se volcaba en aquella caída infinita, vio los rostros a su alrededor como en un caleidoscopio, deformados por la ira, velados por el fuego. El sonido desapareció, amortiguado como si estuviera sumergida, y el espacio a su alrededor se deformó hasta invertirlo todo. Vio los ojos llameantes de los sin´dorei resplandecer con fuerza, embargados por el trance de la batalla; vio el rostro deformado por la tensión de los sacerdotes ante la masacre, entregando su propia vida por aquellos que luchaban junto a ellos... Le pareció ver a Tristan, luchando encarnizadamente, abriéndose paso hacia las celdas, pero la ola de guerra lo engulló y lo perdió. Buscó con la mirada algun rostro conocido, pero a nadie reconocía. El dolor era tan intenso que apenas podía respirar. Le sobrevino un extraño vértigo cuando sintió como sus fuerzas huían por el tajo abierto en el vientre.

"Ya llega"
pensó, y cerró los ojos, tratando de ver el mar, pero las olas se negaron a regresar a su mente.

Un gemido brotó de sus labios, regado de sangre encarnada, cálida y de sabor metálico. El sonido regresó antes de que abriera los ojos para comprobar, con terror, que pese a todo seguía allí. Los pasos retumbaban en el suelo sobre el que había caído, y el fuego, la sangre y el dolor lo llenaban todo. Sentía el dolor de los pies que la magullaban sin verla, pero no importaba, solo importaba el mar.




¿Por qué no regresaba? ¿Por qué el mar la rehuía?

El dolor se extendió desde la herida en el vientre por su cuerpo, a través de los brazos, recorriendo las piernas, estremeciéndola por completo. Era afilado, pulsante, oscuro y abrasador, una debilidad tan absoluta que las lágrimas de impotencia se le agolparon en los ojos mientras la sangre burbujeaba en sus labios.

"No debería ser así
" sollozó con desesperación en su interior, sintiéndo que la fuerza huía demasiado despacio, haciendo el dolor interminable, una tortura como jamás había imaginado. No era lo que había visto en sueños, no era aquel el final rápido y determinante que había visto... No, aquel dolor no lo había creído posible...

Cerró los ojos de nuevo, esperando, deseando con fervor que todo acabara, que el dolor desapareciera, pero cada vez que respiraba el dolor la traspasaba y la sangre se le agolpaba en la garganta, ahogándola.
¿Por qué no acababa? ¿Por qué le había sido dado ver su muerte si era una falacia?
Un nuevo terror se sumó a su pesadilla: aquel era el apotecarium, la cuna de las pestes, podía ver los viales ponzoñosos vertidos en el suelo... Trató de moverse, necesitaba salir desesperadamente de allí, pero sus dedos arañaron la dura piedra fría sin fuerza.

"No quiero morir aquí" gimió, pero de sus labios solo brotó un gorgote inaudible. Los sollozos eran débiles, pero las sacudidas, por leves que fueran, convertían cada suspiro en una tortura atroz. Apretó los ojos con toda la fuerza que le quedaba y rogó por que todo terminara. Trató de concentrarse en el latido débil de su corazón, como si con desearlo pudiera detenerlo, pero también su mente flaqueaba, se tambaleaba como si estuviera hecha de una manera intangible como el sueño. El dolor persistió y también el miedo.

El latido abrasador de la herida impregnó cada partícula de su ser como si fuera aceite, incapaz de desprenderse de él. Era fío y caliente al mismo tiempo, afilado, pulsante y contudente, como si todas las texturas y formas del dolor se hubieran concentrado en su viente para sumirla en la más completa desesperación. El dolor se convirtió en un pozo de paredes resbaladizas, frío y oscuro como una mazmorra, y se dejó caer.

Y cayó...

El dolor la arrancó de la caída y gimió de nuevo, sollozante. Sus ojos se negaban a abrirse, pero consiguió desentrelazar las pestañas para atisbar lo que había al otro lado.

Unos ojos la miraban, unos ojos que conocía, llegándo hasta ella a través del caos. Poco a poco reconocio el rostro, que gritaba palabras que no podía oír. Hizo acopio de fuerzas y habló.

"Sácame de aquí", quiso gritar, pero la voz era apenas un susurro y la sangre le llenaba la boca.

Rictus la tomó en brazos como si fuera una niña y lo último que pudo recordar fue la seguridad de sus brazos, la respiración agitada en el pecho magullado y el cabello de plata haciéndole cosquillas en el rostro.

La oscuridad llegó como un bálsamo largo tiempo ansiado, envolviéndola en su calidez aterciopelada, llevándose el dolor, la tristeza y el miedo. Flotó en la oscuridad durante la eternidad, más allá de los sueños y la realidad, en un lugar donde los fantasmas y los demonios ya no podían alcanzarla. El olor de la hierba la llenó por completo y por un momento creyó estar tendida en un lecho de hojas húmedas.

- Liessel...

Escuchó voces y de algún modo llegó a preguntarse si realmente la estaban esperando al otro lado.
La voz era cercana, teñida de preocupación. Quiso extender las manos para acariciar el rostro, pero ya no tenía manos, ni ojos, ni mente, ni cuerpo. Era solo oscuridad, era solo paz.

- Liss...

Primero volvió el dolor, y cuando sollozó, regresó la sangre a sus labios. La sensibilidad regresó como una bestia infame. El dolor la sumió de nuevo en un delirio incesante. Hacía frío, podía sentir las manos aletargadas, incapacez de moverse... Y las piernas... ¿Por qué no sentía las piernas?

- Liessel...

La voz sonó cercana esta vez, tan cerca que casi podía sentir el cosquilleo de las palabras en la piel. El dolor se retiró como una ola, siempre presente pero convertido en un sordo rumor acechante. Ahora sabía que era solo cuestión de tiempo, que el final llegaría, y aquel conocimiento se llevó el miedo y la oscuridad.

Cuando abrió los ojos, estaba tendida en la hierba y las aguas frescas de un lago le besaban los pies. Rictus estaba arrodillado a su lado, con el gesto fruncido en profunda preocupación, los ojos resplandecientes mirándola fijamente como si con mirarla bastara para retenerla.

- ... no puedes irte así...

Sí, era aquella voz la que la había traído de vuelta desde la oscuridad. Consiguió mover una mano, casi tan ajena como los pájaros que volaban, para arrastrarla hasta la mano del kal´dorei, empapada en sudor y sangre.

- Ric..

El elfo pareció regresar, repentinamente ausente, y la miró fijamente, alarmado, como sorprendido de que todavía siguiera allí. Apretó la mano casi inerte y Liessel sonrió débilmente desde el pozo de oscuridad que tiraba de ella.
No entendía por qué seguía allí, no podía decirle que lo había visto en sueños y que los sueños le habían mentido. No quería mentirle, no a él.

Respiró con dificultad y tragó dolorsamente saliva bañada en sangre.

- Lo que tenga que ser..- susurró, tan débilmente como el murmullo de las aguas tranquilas de un estanque- ... sea...

La mirada de Rictus se centró en ella fijamente, casi dolorosamente ser consciente de su intensidad. Había preocupación en sus ojos, genuina preocupación, y sintió que nunca nadie se había preocupado tanto por ella. Era indigna de tanta atención, siempre lo había sabido, y ahora aquellos ojos la miraban a ella, solo a ella, y le rogaban que se quedara.

Sintió la magia cuando ya era tarde. Como si hubieran abierto una exclusa, las pocas fuerzas que le quedaban se precipitaron al vacío. Vio, como en sueños, como Rictus se levantaba bruscamente de su lado. Quería decirle que se quedara, que todo estaba bien, pero vio como desenfundaba las armas y se preparaba para luchar. No quería mentirle, no a él...

- Rictus...- burbujeó su voz, casi inaudible, llegando de algún lugar lejano. El elfo apartó la mirada de la bruja y la miró de nuevo- Déjala...

Incomprensión en sus ojos ¿Acusación? Quería decirle que no estaba claudicando, que solo quería descansar. De pronto, como un regalo, como el perdón divino que había buscado durante tanto tiempo, su mente se llenó del eco de las gaviotas y sintió gratitud, una gratitud absoluta e infinita.

"El mar..." consiguió pensar antes de que las olas se la llevaran "... es tan hermoso..."

El dolor desapareció, y el mar se lo llevó todo.