sábado, 1 de noviembre de 2008

Camino oscuro XVII


La mujer seguía observando a Imoen con expresión interesada, casi divertida. El desconcierto de ésta no le habia pasado desapercibido y parecía deleitarse con ello.

Mientras, la mente de Imoen trabajaba a toda velocidad, intentando encontrar una salida al embrollo en el que se había metido. Con disimulo observó los libros que estaban sobre la mesa, mientras sopesaba la posibilidad de cogerlos todos y huir con ellos.

Rápidamente lo descartó. Los libros le impedirían luchar adecuadamente llegado el caso. ¡Qué demonios! Ni siquiera sabía con certeza si realmente uno de esos libros era el que ella buscaba. Desde luego, si ella estuviera en la posición de la mujer que se sentaba frente a ella, tendría el libro a buen recaudo hasta finalizar la transacción. Eso sin contar con que tendría vigiladas todas las salidas, por supuesto.

La mujer seguía esperando una respuesta que Imoen no podía darle. Imoen no poseía secretos ajenos que pudiera revelar sin sufrir consecuencias. La mano de Shaw es larga y no deja impune a los que le traicionan, voluntariamente o no. En cuanto a ella misma, siempre fue muy celosa en lo que respecta a su vida privada y cualquier intromisión en su intimidad suele castigarla rápida y cruelmente.

- No creo que sepa nada que sea de su interés - contestó al fin.

La mujer frente a Imoen pareció sólo ligeramente decepcionada.

- ¿No? ¡Vaya! Pensé que estabas interesada en el libro, pero ya veo que no.

La mujer se levantó y, haciendo un ademán hacia la puerta, continuó.

- Si me disculpas, tengo asuntos que atender.

- Quiero ese libro. ¡Necesito ese libro! - casi suplicó Imoen

- ¿En serio? Yo creo que no lo quieres lo suficiente, o a estas alturas ya me habrías dicho algo de valor. Márchate. Ya he perdido demasiado tiempo.

Por unos momentos, Imoen se quedó paralizada sin saber qué hacer o qué decir. Entonces estalló.

- ¿Perder tiempo? Para ti sólo son negocios ¿verdad? - dijo mientras se ponía en pie y se encaraba con la mujer. - ¿Sabes lo que es perder a un ser querido? ¿Sabes lo que es sufrir? No, no lo creo.

El tono de voz y la mirada de Imoen se iban endureciendo visiblemente mientras hablaba. La mujer, por su parte, hacía vanos esfuerzos por calmarla.

- ¿Quieres algo mío, algo personal? Pues escucha. Con tres años perdí todo aquello que amaba, de la noche a la mañana. Familia, amigos, vecinos...todos muertos o desaparecidos. Mi madre fue arrancada de mi lado a causa de mi inacción, de mi cobardía, y eso es algo que nunca me perdonaré. Me prometí a mí misma que nunca volvería ser débil y con el tiempo me convertí en alguien parecido a ti. Una persona que sólo buscaba el beneficio personal y que trataba a los demás como simples mercancías, objetos de los que obtener beneficios.
Crecí y me labré una merecida reputación de mujer sin corazón...hasta que la conocí a ella. Ella...

La mirada de Imoen se suavizó de repente y su mirada se perdió en el vacío mientras hablaba.

- Ella era tan dulce conmigo...tan amable...Todo su ser irradiaba serenidad. Consiguió que me sintiera en paz con el mundo y conmigo misma por primera vez en mucho tiempo. Pero luego... - la mirada de Imoen se volvió dura súbitamente y avanzó lentamente hacia la mujer - luego cambió y huyó de mí...de todos. Tengo que encontrarla y necesito ese diario para ello. Lo intuyo... no, lo sé. Sé que me conducirá a ella.

Imoen se paró a escasos centímetros de la cara de la mujer y, desenfundando su cuhillo de desuello a una velocidad endiablada, lo pasó casi con ternura por el lóbulo de una de las orejas de la mujer, dejando un diminuto corte en el mismo y, acercando su boca, lamió la sangre de la herida para sisear a continuación al oído de la mujer que, contrariamente a lo que cabría esperar, parecía deleitada por tales acciones.

- No quiero hacerte daño. Eres una mujer hermosa, y me sabría mal tener que matarte o desfigurarte. Pero si no me das ese libro, juro que lo haré. Nada ni nadie me impedirá que la encuentre a ella. No mientras me quede un hálito de vida.

- Eso no será necesario.

El cambio en el tono de voz de la mujer fue cláramente perceptible, incluso para la distorsionada percepción de Imoen. Sorprendida, se alejó un paso.

- ¿Cómo? - preguntó confusa.

- Que no será necesaria tanta violencia. Has cumplido tu parte del trato y, por tanto, cumpliré la mía. Contrariamente a lo que puedas pensar, tengo un código de honor. Espera aquí, por favor.

Y con suaves y fluídos movimientos, la mujer desapareció por una puerta dejando a Imoen sola. Tras unos minutos que a Imoen le parecieron años, reapareció llevando en la mano un libro bastante estropeado que alargó a Imoen.

- Un trato es un trato. Ojalá encuentres lo que buscas.

Imoen miró alternativamente al libro que la mujer sujetaba en su mano y a los otros tres que estaban en la mesa. Aún sin poder dar crédito a lo que acababa de suceder, Imoen cogió el libro de manos de la mujer, casi con reverencia, le dedicó a ésta una pequeña inclinación de cabeza y salió de la tienda lentamente.

Por primera vez en mucho tiempo las voces guardaban un silencio sepulcral.