lunes, 26 de noviembre de 2007

Imoen: Oscuro pasado, futuro incierto II


Noche tras noche, Imoen se agitaba en sueños mientras murmuraba incoherencias y palabras inconexas. Ruiseñor también lo había notado, pero siempre que le preguntaba a la niña acerca de sus sueños, la respuesta era una mirada inocente y un encogimiento de hombros. O la niña no recordaba nada o no quería contárselo. Ruiseñor decidió no presionar a la niña, pensando que tarde o temprano le contaría lo que pasaba por esa pequeña cabecita.

Como tantas otras noches, Imoen se agitaba en su cama. Gruesas gotas de sudor resbalaban por su rostro y se fundían con sus lágrimas sobre la almohada, mientras murmuraba palabras ininteligibles.

Uñitas la observaba preocupado desde su posición a los pies de la niña. Desde su llegada al Orfanato, varias semanas atrás, la niña había ganado algo de peso y tenía mejor color. Incluso aparentaba estar más alegre.

Pero los sueños no cesaban...

En ellos, Imoen se acurrucaba muerta de miedo dentro de una alacena en la que su madre la había metido con instrucciones expresas de no salir por nada del mundo. De eso había pasado más de una hora y durante buena parte de ese tiempo los no muertos se movían por la casa olfateando el aire, como si buscaran algo...o a alguien. A lo lejos se oían gritos y ruido de armas entrechocando, pero en la casa los únicos sonidos que se oían eran el arrastrar de pies de aquellas criaturas y el ocasional ruido de olfateo.

Imoen ya no podía más. El cosquilleo en su nariz era insoportable y, sin poderlo evitar, estornudó. Aunque el mueble amortiguó el ruido, a Imoen le sonó como el estampido de un mosquete enano y, horrorizada, vio por una rendija cómo uno de los no muertos ladeaba la cabeza en un gesto dolorosamente humano en dirección a la alacena. Lentamente, casi con reluctancia, la criatura se giró y comenzó a acercarse al escondite de la pequeña. Su mano se levantó lentamente, agarró la manilla de una de las puertas y comenzó a abrirla.

Nunca terminó de hacerlo. Un afilado cuchillo de desollador amputó su brazo por encima del codo y la extremidad cortada cayó al suelo, agitándose espasmódicamente. Los ojos del no muerto se abrieron con sorpresa cuando lo siguiente que cayó al suelo fue su cabeza, seguida poco después del resto de su cuerpo, que formó un desmadejado montón sobre el suelo.

Imoen observó a su madre. No podía verle la cara, porque estaba de espaldas a ella, pero su precioso pelo, cayendo desordenadamente sobre su espalda, era inconfundible. Con creciente terror, notó que la habitación se llenaba de no muertos que, de repente, se movían con una agilidad impropia del estado de sus cuerpos. La mujer, con el cuchillo y un rodillo de cocina como únicas armas, se defendió con el abandono que da la certeza de que vas a morir y con la determinación que da el saber que tu muerte servirá para salvar a otros. Poco a poco, fue alejándose de la alacena.

Cuando parecía que la lucha se decantaba del lado de la mujer, una figura imponente entró en la habitación. Vestía una armadura y blandía una enorme espada. Pronunció una sola palabra que provocó un efecto inmediato en la mujer. Su cuerpo quedó rígido, con los brazos colgando en sus costados. Otra palabra de la misteriosa figura y las armas de la mujer cayeron al suelo. Lo siguiente que Imoen oyó fue un grito desgarrador de su madre cuando una segunda figura entró en la habitación. Se trataba de una niña de unos ocho años, con una preciosa melena pelirroja. La niña miraba sin ver a la mujer con ojos vidriosos, vacíos. En su mano portaba una daga.

Entonces la figura de la armadura miró a Imoen directamente a los ojos y unas palabras resonaron en la habitación. Unas palabras cargadas de odio y maldad.
"¿Quieres salvar a tu madre? Sólo tienes que salir y morir en su lugar"

Imoen quería salir y salvar a su madre, pero su cuerpo no le respondió. Estaba como agarrotado.

"Parece que tu pequeña no te quiere tanto. Veamos qué opina tu otra cría" Y dirigiéndose a la niña pelirroja escupió cuatro palabras "Mata a tu madre"

El cuerpo de la niña se sacudió como si hubiera recibido una descarga eléctrica y, lentamente, casi con desgana, se acercó a su madre con la daga en alto, mientras ésta sollozaba y le decía a su hija que se detuviera, que luchara contra su voluntad. La niña levantó la daga y bajó el brazo.
"Es suficiente" La mano de la niña se detuvo en el último momento y, dirigiéndose a la mujer, el tenebroso ser añadió "Ya ves que la voluntad de tu hija me pertenece. La tuya le seguirá en breve, te lo prometo. En cuanto a tu otra cría...ya pensaré qué hacer con ella". Tras esto, el resto de no muertos sujetaron a la mujer y la sacaron de la habitación, seguidos por la niña pelirroja.

La oscura figura se quedó en la habitación y, tras unos segundos, habló.
"Ahora tu madre pasará el resto de sus días pensando que no moviste un dedo para ayudarla. Y lo mejor de todo es que tú sabes que ha sido así. Los cobardes como tú no merecen una muerte rápida ni indolora. Vivirás para recordar que pudiste salvar a tu madre y no lo hiciste. Ése es mi regalo y mi maldición" Y con una risa siniestra la figura abandonó la estancia a grandes pasos.


Días después, las tropas enviadas por Ventormenta encontraron una niña caminando sin rumbo entre las ruinas del pueblo. Parecía estar en estado de shock y no hubo forma de hacer que dijera nada. Los sacerdotes dijeron que no tenía ningún mal físico, pero que despedía un aura extraña, como si su alma hubiera estado en contacto con alguna fuerza malvada pero que no podían reconocer. Aún así, concluyeron que no constituía un peligro para la sociedad; fuera lo que fuera lo que estuvo en contacto con ella no la había corrompido.

Del resto de los habitantes del pueblo no quedaba ni rastro. Ni siquiera aparecieron sus cadáveres...