domingo, 25 de noviembre de 2007

Imoen: Oscuro pasado, futuro incierto I


"¡¡Au!!" Imoen chupó con fruición su dedo gordo tras clavarse la aguja por enésima vez. "Este cuero de Uñagrieta es más duro de lo que parece" refunfuñó con voz queda mientras guardaba sus enseres de costura. "Creo que lo dejaré por hoy".

Mirando a su alrededor, se dio cuenta de que la noche comenzaba a caer en Nagrand. Uñitas estaba hecho un ovillo no muy lejos de la fogata y miraba a Imoen con ojos preocupados. "No te preocupes, Uñitas. Estoy bien. Creo que me hago un poco mayor para según qué cosas".

Uñitas se levantó y se tumbó junto a Imoen, colocando su cabeza sobre las piernas de ella con una delicadeza más propia de un gato casero que de una montura de guerra de su tamaño. Imoen, sumida en sus pensamientos, comenzó a rascar la parte posterior de las orejas de Uñitas y el enorme felino ronroneó feliz. Pero Imoen no se dio cuenta. En su mente acariciaba intranquila un gato con unos colmillos absurdamente largos en la puerta del Orfanato de Ventormenta…

“¡No, no y no!” dijo la cuidadora “No podemos acoger más niños, y menos aún una niña de ese tamaño. Mírala bien. Debe tener al menos 4 años. Me da igual que la hayan encontrado en plena zona de guerra. No tenemos dónde meterla”

“Tengo tres años” replicó Imoen “Bueno, eso creo”

“¿Te das cuenta? Si debe ser medio tonta y todo. ¿Cómo puede ser que con tres años no sepa quiénes son sus padres? Te repito que estamos completos. Y no quiero más niños que no sean normales. Bastante tengo ya con esa gnoma, Jasmine o cómo se llame, que está empeñada en congelar todo y comer cosas asquerosas”

“Pero mujer” replicó Ruiseñor “¡Si es un encanto! Además, parece muy espabilada y tiene dedos ágiles. Seguro que será una costurera estupenda ¿No podemos hacerle un hueco?”

“Como muy poco” dijo la niña “y puedo dormir en cualquier parte”

Ruiseñor miró con cariño a la niña. “No te preocupes, pequeña. Si hace falta te haré un hueco en mi cuarto. ¡Claro! ¡Ésa es la solución! ¿Qué te parece, Elizabeth?”

“No sé, no sé…En fin, si tú te haces cargo de ella, de acuerdo. Pero eres responsable de las barrabasadas que haga” Con estas palabras, la cuidadora se alejó, refunfuñando entre dientes.

“Pues parece que te quedas, pequeña” dijo Ruiseñor mirando nuevamente a la niña “A todas éstas, aún no sé cómo te llamas”

“Me llamo…me llamo…” La niña frunció el ceño como si le costara trabajo recordar las cosas. Tras unos segundos, su cara se iluminó y dijo muy contenta “Me llamo Imoen y este gato tan precioso es Uñitas. Y no me gusta coser telas. Eso es cosa de niñas”

“Pero es que tú eres una niña, Imoen”

“Pero yo no quiero ser costurera. Quiero trabajar con pieles. Mi mamá lo hace…o lo hacía…o…no lo recuerdo” Y rompió a llorar.

Ruiseñor la abrazó y consoló lo mejor que pudo “Ya lo recordarás, Imoen, ya lo recordarás…Venga, vamos adentro. Te presentaré a los otros niños. Hay una gnoma en particular con la que creo que harás buenas migas. Pero ni se te ocurra comer nada de lo que te ofrezca. Y sobre todo, no le hables de dragones”

Cogiendo en brazos a Imoen, entraron juntas en el Orfanato. El pequeño gato ronroneaba feliz en brazos de la niña que, por fin, esbozó una pequeña sonrisa...



La noche había caído en Nagrand e Imoen dormía apaciblemente sobre la hierba. Uñitas lamió suavemente su mejilla y la arropó con una manta. Tras ello, irguió su cabeza y olfateó el suave aire, poniendo especial atención a los aromas traídos por la brisa. Al parecer los Vientorrocs no serían un problema esta noche. Los Uñagrietas que Imoen había depespellejado esa misma tarde los mantendrían entretenidos. Aún así, El enorme gato se tumbó junto a Imoen y se dispuso a dormir con un ojo medio abierto, como de costumbre. No permitiría que nadie atacara a su amiga.