viernes, 31 de julio de 2009

El interrogatorio I


¡Eh! Gnoma inútil.

Sí, te hablo a ti y lo sabes, así que deja de comer y atiende.

¿Tengo ya tu atención? Estupendo. En tal caso, lee bien lo que pone debajo.


Búscame donde tú sabes lo más rápido que te permitan esos apéndices atrofiados que llamas piernas. Tenemos que hablar. O mejor dicho, yo peguntaré y tú hablaras. De tus respuestas dependerá que puedas seguir hablando o te corte la lengua.

Y como no te vea aparecer hoy mismo bajo el estropajo que llevas sobre la cabeza tendrás que aprender a andar con las manos.


Jasmine caminaba por las calles de Ventormenta lo más rápido que le permitían sus cortas piernas. La habitualmente dicharachera gnoma parecía intranquila, aunque puede que ésa no fuera la palabra que mejor definiera su estado de ánimo. En realidad, la gnoma estaba aterrorizada.

Desde que Imoen había desparecido en pos de la señorita Trisaga, meses atrás, Jasmine había intentado hablar con ella en alguna ocasión. Sabía que se había llevado el comunicador, pero ignoraba si oía sus mensajes.

Y de repente, el mensaje en el tablón. Casi se había hecho pis encima cuando lo leyó. Una cosa es saber que Imoen se había vuelto algo…inestable tras la trágica muerte de la señorita Liessel y otra muy diferente encontrarse con un mensaje que rezumaba bilis en cada uno de sus trazos.

Liessel. ¿por qué se le venía ahora a la cabeza? Apenas la había visto un par de veces y le parecía un ser bastante desagradable, incluso para ser humana. Recordaba especialemente cierta borrachera en el Gran Salón…

Un gato negro salió repentinamente de un callejón sacando a Jasmine de sus pensamientos y casi provocándole un infarto. Llegaba tarde. Ya era noche cerrada y nunca le gustó esa zona de la ciudad.

- El Callejón de Degolladores. – pensó - ¿por qué le gustará tanto ese lugar? Allí no hay más que ratas, locales de baja estofa y esa casa destruida hace años. Imoen me matará. Debería haber huido pero, ¿a dónde? Estoy seguro de que me encontraría aunque Mamá me dejara esconderme bajo ella.

Con tan lúgubres pensamientos, la gnoma enfiló la entrada del callejón y se acercó al punto de encuentro habitual. Una vez allí, miró alrededor y, al no ver a nadie, se sentó en el suelo y comenzó a mordisquear un pastelito de cobre. Al fin y al cabo, el comer siempre la relajaba y puestos a que te maten, al menos que sea con el estómago lleno.

Estaba a mitad del segundo pastelito cuando un susurro, apenas audible a sus espaldas, heló la sangre en sus venas. La gelidez, el odio extremo del que estaban cargadas dos simples palabras hicieron que un sudor frío se formara en su espalda.

- Llegas tarde.