martes, 17 de noviembre de 2009

Asuntos Pendientes XV


Por Liessel

Oculta entre las sombras, Liessel esperó a que el eco de los pasos de Mirlo y Nerisen se desvaneciera antes de atreverse a cambiar de postura. El corazón le latía desbocado en el pecho y sentía la garganta seca. No sabía si era la rabia acumulada, la ansiedad por estar de nuevo allí o el temor de averiguar el motivo de aquella pesadilla. Le parecía oir los gritos agónicos de las ardillas en el apothecarium, aunque sabía de buena tinta que era imposible, que estaba demasiado lejos. Las pestes de Entrañas flotaban en el aire, provocándole arcadas. Y luego estaba Mirlo... Supo, desde el momento en que Jasmine apareció en el Refugio, que era solo cuestión de tiempo que la encontraran, pero no había imaginado que sería de aquel modo. Lo sabía todo, todo... De algún modo había llegado hasta Charles y había escuchado, sin creerlo, como su antiguo aliado describía, con una fascinación casi científica, todo el proceso que se había llevado a cabo en el Apothecarium para traerla de vuelta. Como siempre, había evadido las razones que les había llevado a perpetrar su vuelta a la vida.

¿A la vida?

Tumbada bocabajo en la fría piedra del suelo de Entrañas, se sentía cada vez más echada sobre una lápida. Si lo pensaba, el corazón se le salía por la boca. Trató de concentrarse en sus pulsaciones, como había hecho tantas veces: acompasar su respiración y su ritmo cardiaco, hacerlos cada vez más leves con la sola fuerza de su voluntad. La falsa muerte, lo habían llamado los kaldorei, pero allí echada tenía bien poco de falsa aquella sensación de no-existencia. Cerró los ojos. Poco a poco, la respiración se acompasó con sus pulsaciones. Luego, cuando estuvo segura de que volvía a tener el control de su cuerpo, se puso lentamente en pie, y tras asegurarse de que no podía ser descubierta, se encaminó hacia el pequeño cuarto en el que Charles elaboraba sus venenos.

Como el irbis del que tomaba su nombre, Liessel se acercó sigilosamente hasta colocarse a su espalda y, antes de que tuviera tiempo de reaccionar, rodeó el huesudo cuello del renegado con un brazo, tapándole la mandíbula descarnada, al tiempo que apoyaba con fuerza la punta de su daga entre dos vértebras y cerraba la puerta de una patada.

- Un solo sonido, Charles, y ni siquiera tus ingenieros podrán traerte de donde te envie.

Gregory Charles no era un hombre estúpido y había sabido que aquel momento llegaría desde que dieran el primer paso del proyecto. Dejó lentamente los viales que sostenía sobre la mesa y relajó el cuerpo. Pero lejos de soltarle, Liessel le empujó con fuerza sobre la mesa, arrancándole un gruñido de dolor. Volvió a sentir la punta de su acero apoyada bajo las vértebras en su nuca. Podía percibir el control que aquella mujer tenía de su entorno, de su propio cuerpo. No era natural. No después de todo lo que le había pasado. Se contuvo para no pronunciar una frase condescendiente, sabiendo que no tenía lugar, aunque aquella actitud fuese su más efectivo escudo. Ya no tenía sentido. Se mantuvo en silencio.

Los segundos pasaron con insidiosa lentitud. El goteo de los alambiques era el único sonido audible en la pequeña habitación. Diez segundos, veinte, treinta.

- Supongo que querrás respuestas.- dijo al fin, confiando en que no presionara la daga y lo cercenara.

- Por tu bien, espero que las tengas.- respondió la voz, fría y templada, a su espalda.

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