Por Liessel
El río murmuraba en plata, metros por debajo. El aire frío de la noche empezó a acariciar las copas de los árboles y la incipiente oscuridad obligó a los forestales a encender los faroles. En algún lugar del bosque, un lobo llamó a la luna que asomaba por el horizonte. Y en el Refugio Pino Ámbar, en las Colinas Pardas, el anochecer trajo calma.
- Prométemelo.
Imoen suspiró y contempló, completamente dividida, la mano que estrechaba la suya. Por una parte, aquel contacto era cercano, honesto, amigable, un contacto insospechado, casi ansiado años atrás, cuando habían servido juntas en Inteligencia. Liessel había resultado entonces lejana, violentamente inaccesible. Había podido conocerla a través de su diario mucho después, desde la prudente distancia que da el tiempo, cuando tuvo la certeza que nunca le hubiera revelado todo aquello por ella misma. Había comprendido, al leer el diario de la espía, cuan parecidas eran en realidad, cuan humana era la mujer que se ocultaba tras los escudos. Cuan vulnerable…
Ahora aquella mujer le tomaba la mano y en aquel momento, mirándole las manos desnudas, se dio cuenta de que nada más podía ver de su piel. El rostro y las manos, sólo el rostro y las manos y tan fuerte como aquella repentina intimidad, sintió la urgencia por retirar la suya, el asco…
¡Jamás, jamás hubiera pensado que pudiera estar tan cerca de uno de ellos y no clavarle inmediatamente cinco pulgadas de acero en el corazón! Si es que tenían… Había visto con sus propios ojos el Apothecarium; había estudiado, junto con Lobo, las terribles Pestes que se cultivaban allí. Había visto las ardillas. Había escuchado la historia de Gregory Charles, la macabra narración de cómo recuperaron un cadáver de las costas de Feralas, de cómo, con ayuda de la brujería habían devuelto al cuerpo un fragmento de su alma, un alma tan torturada y enloquecida que en nada se distinguía de un geist o cualquier otra criatura de la peste. Había oído de los ingenieros y alquimistas que habían sido necesarios para devolver la cordura a aquella mente enloquecida, para devolverle el control sobre aquel cuerpo recompuesto, remendado, rígido por el frío de la muerte.
Una nueva peste, había anunciado Charles con orgullo, una peste refinada, completamente distinta a todas las anteriores.
Y ahora, el producto de aquella peste, aquel producto que sentía como había sentido cuando estaba viva, que recordaba todo lo que había vivido antes de aquella fatídica batalla, aquel producto que había intentado matarse al comprender en qué se había convertido, que apretaba los dientes con rabia, que sufría por la suerte de sus seres queridos, que lloraba de alegría, que ahora le sujetaba la mano y la miraba fijamente…
Aquel producto le pedía una promesa.
Respiró hondo, convocó para sí todo el poder que tenía el pasado, todo lo que sabía que yacía en la profundidad de aquella mujer, viva o muerta, y todo lo que tenía la esperanza de que siguiera siendo. Porque quería creer. Quería creer para no sentir que daba su palabra a un monstruo. Y en honor de lo que fue, y de lo que podría seguir siendo, habló.
- Lo prometo.
martes, 15 de diciembre de 2009
Asuntos Pendientes XXIII
Por Liessel
La hechicera llegó con el sol ya en las alturas colándose como dedos de luz entre las ramas de los árboles. Montaba un castrado negro, alto y fuerte, una bestia hermosa, y una elegante capucha oscura ocultaba su rostro.
Arrodillada ante un venado a medio desollar, Loraine Auburn estudió a la recién llegada. No llevaba armas a la vista, ni tan siquiera un amuleto, pero hacía mucho tiempo que Liessel había dejado de necesitar semejantes rasgos para identificar a un mago. Era algo en su apostura, aún sin verle el rostro. Era el leve aroma que le traía el aire, olores tan exóticos como familiares, olor de alambiques, de partículas arcanas. Detectó también algo más, algo que no supo identificar...
No recordaba la última vez que había llorado. Hacía tiempo que su dolor se convertía en rabia, no se permitía sucumbir a las lágrimas. Hacía mucho más tiempo que no tenía razones para llorar de alegría. Ahora, sin embargo, las lágrimas brotaban de sus ojos sin descanso, empapando su rostro; un rostro que sin embargo no mostraba dolor, un rostro que reflejaba el gesto beatifico de quien ha recibido una visión divina, una revelación maravillosa. Aquella bendición la recorrió como una ola cálida, sobreviniéndole repentinamente, debilitando sus rodillas...
Eh...- dijo Jeremías- Estás muy lejos de aquí...
Liessel se disculpó y volvió al trabajo. Escuchó a la recién llegada desmontar con la agilidad de quien no solo es una experta amazona, sino que además ha gozado de la compañía de animales desde la infancia. Tenía una voz dulce cuando la oyó dirigirse a Ackerman. Cuando volvió a levantar la vista, Matthew se estaba ofreciendo para hacerse cargo de su montura, pero, pese a que el sonido le llegaba muy tenue, entendió que la visitante deseaba hacerse cargo del caballo ella misma.
- Por aquí, señorita Lumber- dijo Dumont, que había salido a recibirla- La estábamos esperando.
- Gracias, Teniente.- respondió ella, sin retirar la capucha, y ambos desaparecieron en el interior del refugio.
Frente a ella, Imoen permanecía en silencio, observándola. Más allá, junto a la fragua, Brom miraba preocupado en su direcciónm, sin atreverse a intervenir. En realidad no le importaba, ahora solo podía sentir el alivio más inmenso e insospechado... Quería reir...
Se estaba estirando como un gato cuando unos golpes leves pero constantes sonaron en su puerta. Interrumpida su relajación, Liessel se irguió y se acercó a la puerta con dos zancadas.
- Hola, preciosa- dijo Brom cuando le encontró al otro lado de la puerta.
Loraine Auburn sonrió, anticipando una noche más en el refugio de sus brazos, pero la sonrisa no llegó a surgir al ver tras el enorme herrero una figura menuda que no conocía.
- Brom...- concedió, algo confundida y dejando de lado cualquir tipo de intimidad - ¿En qué puedo ayudarte?
El hombretón se hizo a un lado levemente y cedió el paso a la mujer que aguardaba detrás. Era menuda y muy joven, apenas una muchacha, Tenía un rostro dulce y agraciado y unos inmensos ojos verdes como esmeraldas. El cabello lacio recogido en la nuca, del color de la paja en verano, le recordó a Liessel al suyo hacía tanto, tanto tiempo...
Esos ojos... Sí, sí, como aquellos otros que habían penetrado en su alma, que la habían hecho sentir, por una vez, amada. Aquellos ojos que la encendían, que la llenaban de calidez, y ahora, en aquel rostro que se le antojaba perfecto, de un alivio insospechado, como si su pecho se hubiera llenado de pronto de luz...
- Buenas noches, señora...- saludó la joven, visiblemente cohibida pero con un brillo de curiosidad en la mirada.
Loraine Auburn arqueó una ceja. Liessel también.
- El teniente Dumont -explicó Brom- necesita que un agente se haga cargo de explicar a Ave... a la señorita Lumber el funcionamiento del Refugio y el problema con el aserradero de Arroyoplata.- arqueó las cejas dando énfasis a sus palabras- La envían del Kirin Tor, tiene el encargo de informar a su regreso.
La guardabosques asintió.
- Ya veo...- miró a la muchacha y le sonrió amigablemente- No hay problema, puedo hacerlo yo.
Brom sonrió, gratamente sorprendido.
- ¡Ah! ¡Estupendo! ¡Bien, bien!- exclamó, frotándose las manos. Miró hacia la penúmbra que se acercaba desde el exterior.- Bueno, ahora es tarde. Sólo queda presentaros y retirarnos temprano. Si tenéis que llegar al aserradero antes de que atardezca, deberéis salir antes de que amanezca- inspiró profundamente- Bueno, Loraine, esta es Averil Lumber, de la Escuela de Magia de Dalaran. Señorita Lumber, esta es Loraine Auburn, nuestra más reciente adquisición y una de nuestras exploradoras más curtidas.
La mujer y la muchacha se estrecharon la mano, sonriéndose desde la prudencia.
- Encantada- dijo Loraine.
- Un placer.- respondió la hechicera.
Viva, viva, viva. Su hija viva... Su hija convertida en una muchacha resuelta, hermosa, curiosa y agradable, una hechicera como su padre... Su hija a salvo... Bellota... El mote le hizo sonreir, por encima de las lágrimas. Bellota... Una alegría inconmesurable, inmensa, llenó su pecho, le cosquilleó en la garganta. Y rió, rió sin miedo, sin sombra de duda, con carcajadas de nuevo jóvenes, llenas de libertad, por encima del llanto, convirtiendo las lágrimas en un arcoiris como cuando el sol asoma entre las nubes de lluvia...
A una distancia de unos pasos, Imoen contempló la transformación de aquella mujer, presenció con asombro por primera vez como aquel rostro que había sido iracundo, torturado, pero que por lo general era poco más que inescrutable, se volvía revelador, inmbuido de pura felicidad... La vio llorar y reir al mismo tiempo, allí, sentada en el suelo, como una alegre marioneta a la que hubieran cortado todos los hilos.
"Pero está muerta"
Aquella certeza la golpeó como una maza, le hizo apretar los puños. Muerta, y sin embargo tan viva... ¿Puede alguien muerto sentir esa alegría genuina? ¿Llorar de felicidad? ¿Sentir auténtico amor? ¿Mostrar de aquel modo la esencia de la vida? Viva... y sin embargo tan muerta...
Apretó los dientes, odiándose al mismo tiempo por la tensión que violentaba su cuerpo, que obligaba a contener su odio, y por otro, por aquella alegría pura que se le contagiaba, que amenazaba con conmoverla...
- Gracias.- aquella palabra, pronunciada con una sinceridad abrumadora, le hizo mirar de nuevo con atención a la mujer.
Liessel descansaba las manos sobre el regazo, con los ojos enrojecidos por el llanto pero el rostro radiante de felicidad y de agradecimiento.
Se acercó un paso hacia ella, contra su voluntad, se acuclilló para poder mirarla a los ojos.
- ¿También estarás muerta para ella?- dijo con más dureza de la que pretendía, pero Liessel no acusó este hecho.
Negó con la cabeza con melancolía, pero sin dejar de sonreir, una sonrisa más tranquila, casi intima.
- Esa niña es feliz con lo que es ahora.- dijo la guardabosques- No le arrebataré su felicidad. Y yo soy feliz solo sabiendo que está viva y que está bien. Nunca jamás la perderé de vista, pero has de prometerme que nunca le dirás quien soy en realidad.
Le tomó entonces la mano, con suavidad, la estrechó con la punta de los dedos en un gesto amigable, cargado de confianza.
- Prométemelo, Imoen.
La hechicera llegó con el sol ya en las alturas colándose como dedos de luz entre las ramas de los árboles. Montaba un castrado negro, alto y fuerte, una bestia hermosa, y una elegante capucha oscura ocultaba su rostro.
Arrodillada ante un venado a medio desollar, Loraine Auburn estudió a la recién llegada. No llevaba armas a la vista, ni tan siquiera un amuleto, pero hacía mucho tiempo que Liessel había dejado de necesitar semejantes rasgos para identificar a un mago. Era algo en su apostura, aún sin verle el rostro. Era el leve aroma que le traía el aire, olores tan exóticos como familiares, olor de alambiques, de partículas arcanas. Detectó también algo más, algo que no supo identificar...
No recordaba la última vez que había llorado. Hacía tiempo que su dolor se convertía en rabia, no se permitía sucumbir a las lágrimas. Hacía mucho más tiempo que no tenía razones para llorar de alegría. Ahora, sin embargo, las lágrimas brotaban de sus ojos sin descanso, empapando su rostro; un rostro que sin embargo no mostraba dolor, un rostro que reflejaba el gesto beatifico de quien ha recibido una visión divina, una revelación maravillosa. Aquella bendición la recorrió como una ola cálida, sobreviniéndole repentinamente, debilitando sus rodillas...
Eh...- dijo Jeremías- Estás muy lejos de aquí...
Liessel se disculpó y volvió al trabajo. Escuchó a la recién llegada desmontar con la agilidad de quien no solo es una experta amazona, sino que además ha gozado de la compañía de animales desde la infancia. Tenía una voz dulce cuando la oyó dirigirse a Ackerman. Cuando volvió a levantar la vista, Matthew se estaba ofreciendo para hacerse cargo de su montura, pero, pese a que el sonido le llegaba muy tenue, entendió que la visitante deseaba hacerse cargo del caballo ella misma.
- Por aquí, señorita Lumber- dijo Dumont, que había salido a recibirla- La estábamos esperando.
- Gracias, Teniente.- respondió ella, sin retirar la capucha, y ambos desaparecieron en el interior del refugio.
Frente a ella, Imoen permanecía en silencio, observándola. Más allá, junto a la fragua, Brom miraba preocupado en su direcciónm, sin atreverse a intervenir. En realidad no le importaba, ahora solo podía sentir el alivio más inmenso e insospechado... Quería reir...
Se estaba estirando como un gato cuando unos golpes leves pero constantes sonaron en su puerta. Interrumpida su relajación, Liessel se irguió y se acercó a la puerta con dos zancadas.
- Hola, preciosa- dijo Brom cuando le encontró al otro lado de la puerta.
Loraine Auburn sonrió, anticipando una noche más en el refugio de sus brazos, pero la sonrisa no llegó a surgir al ver tras el enorme herrero una figura menuda que no conocía.
- Brom...- concedió, algo confundida y dejando de lado cualquir tipo de intimidad - ¿En qué puedo ayudarte?
El hombretón se hizo a un lado levemente y cedió el paso a la mujer que aguardaba detrás. Era menuda y muy joven, apenas una muchacha, Tenía un rostro dulce y agraciado y unos inmensos ojos verdes como esmeraldas. El cabello lacio recogido en la nuca, del color de la paja en verano, le recordó a Liessel al suyo hacía tanto, tanto tiempo...
Esos ojos... Sí, sí, como aquellos otros que habían penetrado en su alma, que la habían hecho sentir, por una vez, amada. Aquellos ojos que la encendían, que la llenaban de calidez, y ahora, en aquel rostro que se le antojaba perfecto, de un alivio insospechado, como si su pecho se hubiera llenado de pronto de luz...
- Buenas noches, señora...- saludó la joven, visiblemente cohibida pero con un brillo de curiosidad en la mirada.
Loraine Auburn arqueó una ceja. Liessel también.
- El teniente Dumont -explicó Brom- necesita que un agente se haga cargo de explicar a Ave... a la señorita Lumber el funcionamiento del Refugio y el problema con el aserradero de Arroyoplata.- arqueó las cejas dando énfasis a sus palabras- La envían del Kirin Tor, tiene el encargo de informar a su regreso.
La guardabosques asintió.
- Ya veo...- miró a la muchacha y le sonrió amigablemente- No hay problema, puedo hacerlo yo.
Brom sonrió, gratamente sorprendido.
- ¡Ah! ¡Estupendo! ¡Bien, bien!- exclamó, frotándose las manos. Miró hacia la penúmbra que se acercaba desde el exterior.- Bueno, ahora es tarde. Sólo queda presentaros y retirarnos temprano. Si tenéis que llegar al aserradero antes de que atardezca, deberéis salir antes de que amanezca- inspiró profundamente- Bueno, Loraine, esta es Averil Lumber, de la Escuela de Magia de Dalaran. Señorita Lumber, esta es Loraine Auburn, nuestra más reciente adquisición y una de nuestras exploradoras más curtidas.
La mujer y la muchacha se estrecharon la mano, sonriéndose desde la prudencia.
- Encantada- dijo Loraine.
- Un placer.- respondió la hechicera.
Viva, viva, viva. Su hija viva... Su hija convertida en una muchacha resuelta, hermosa, curiosa y agradable, una hechicera como su padre... Su hija a salvo... Bellota... El mote le hizo sonreir, por encima de las lágrimas. Bellota... Una alegría inconmesurable, inmensa, llenó su pecho, le cosquilleó en la garganta. Y rió, rió sin miedo, sin sombra de duda, con carcajadas de nuevo jóvenes, llenas de libertad, por encima del llanto, convirtiendo las lágrimas en un arcoiris como cuando el sol asoma entre las nubes de lluvia...
A una distancia de unos pasos, Imoen contempló la transformación de aquella mujer, presenció con asombro por primera vez como aquel rostro que había sido iracundo, torturado, pero que por lo general era poco más que inescrutable, se volvía revelador, inmbuido de pura felicidad... La vio llorar y reir al mismo tiempo, allí, sentada en el suelo, como una alegre marioneta a la que hubieran cortado todos los hilos.
"Pero está muerta"
Aquella certeza la golpeó como una maza, le hizo apretar los puños. Muerta, y sin embargo tan viva... ¿Puede alguien muerto sentir esa alegría genuina? ¿Llorar de felicidad? ¿Sentir auténtico amor? ¿Mostrar de aquel modo la esencia de la vida? Viva... y sin embargo tan muerta...
Apretó los dientes, odiándose al mismo tiempo por la tensión que violentaba su cuerpo, que obligaba a contener su odio, y por otro, por aquella alegría pura que se le contagiaba, que amenazaba con conmoverla...
- Gracias.- aquella palabra, pronunciada con una sinceridad abrumadora, le hizo mirar de nuevo con atención a la mujer.
Liessel descansaba las manos sobre el regazo, con los ojos enrojecidos por el llanto pero el rostro radiante de felicidad y de agradecimiento.
Se acercó un paso hacia ella, contra su voluntad, se acuclilló para poder mirarla a los ojos.
- ¿También estarás muerta para ella?- dijo con más dureza de la que pretendía, pero Liessel no acusó este hecho.
Negó con la cabeza con melancolía, pero sin dejar de sonreir, una sonrisa más tranquila, casi intima.
- Esa niña es feliz con lo que es ahora.- dijo la guardabosques- No le arrebataré su felicidad. Y yo soy feliz solo sabiendo que está viva y que está bien. Nunca jamás la perderé de vista, pero has de prometerme que nunca le dirás quien soy en realidad.
Le tomó entonces la mano, con suavidad, la estrechó con la punta de los dedos en un gesto amigable, cargado de confianza.
- Prométemelo, Imoen.
Asuntos Pendientes XXII
Por Liessel
Percibió la tensión, era casi palpable. Reconoció la ya familiar sensación del primer reconocimiento, la primera comprensión, el primer impacto. Al fin y al cabo, no le era desconocida. No pocos antiguos aliados se habían encontrado en la misma situación. Suspiró con amargura, le cedió los segundos que sabían que eran necesarios para asumir aquel descubrimiento. Diez latidos después se volvió, preparada para la mirada llena de odio y de acusaciones, pero el rostro de Imoen se le antojó inescrutable, aunque supiera el conflicto interior que albergaba. No pudo evitar sonreír: Mirlo había acudido a rostro descubierto, tan contrario a sus principios. Ya casi había olvidado sus rasgos.
El rumor del bosque menguó, como si esperara aquel momento. El cielo ya era fuego y plata.
Imoen habló por fin. También había olvidado su voz.
- Eres… tú.- dijo, y pudo detectar aquel matiz de duda, de incredulidad, y algo más que no quería identificar- Realmente eres tú.
Al principio se encogió levemente de hombros. Quería decirle “Eso parece, así están las cosas” pero sabía que aunque ella misma había tenido un año para asimilarlo (y sin demasiado éxito), evidentemente para su compañera de armas no era tan sencillo. No podía descartarlo como algo irrelevante. Hacía un año, posiblemente se había arrodillado antes su cadáver, tal vez incluso hubiera llorado su muerte, se hubiera mortificando pensando que no había estado allí cuando aquella espada le abrió el vientre. Y ahora, un año después, se encontraba con esta terrible realidad. Sí. Si había llegado hasta aquí, merecía una explicación. Pero ¿Qué decir?
- Cuando Jasmine pasó por aquí, supe que era solo cuestión de tiempo que llegaras hasta mí.- dijo al fin.- Y cuando hablaste con Charles… bueno, supongo que no necesitarás más aclaraciones técnicas.
Maldijo en su interior por el tono de amargura que tiñó su voz. No quería sonar así, no quería que lo entendiera como un reproche. Le hacía parecer débil. Además, la mirada de Imoen le turbaba, hasta ahora nadie la había mirado con acusación, con asco… Pudo imaginar muy claramente el conflicto interior de Mirlo: tiene su rostro, sus ojos, su voz. Parece tan viva…Y sin embargo está muerta, muerta, muerta.
- Estás viva…- dijo en cambio, y no constataba un milagro.
Aquellas palabras cobraron en sus labios un nuevo sentido. Cientos de nuevos significados. Tal vez, pese a todo, lo hubiera asumido. Tal vez, pese a todo, solo necesitara verlo con sus propios ojos.
- ¿Por qué no nos buscaste?- continuó la mujer de cabello oscuro, acusándola con la mirada, apretando los puños- ¿Por qué te escondiste aquí, lejos del mundo? ¿Por qué nos dejaste creyendo que estabas muerta y no ibas a volver? ¿Sabes lo que nos hiciste? ¿Lo que le hiciste a Trisaga?
Kess´an…
Trisaga, su valiente Lágrima de Plata, su Kess´an… En su corazón, había sentido la necesidad de encontrarla, de revelarle su secreto, de volver a mirarla a los ojos, sentir su bendición, su amor. Su corazón la necesitaba, y sin embargo había tenido que luchar contra él. Un puño helado le atenazó el pecho. Se volvió de nuevo hacia el acantilado para que Imoen no pudiera ver su rostro. A su espalda, la mujer interpretó el gesto como una negación de su culpa y tiñó sus palabras de veneno.
- Enloqueció, Liessel.- siguió.- Enloqueció de tal modo que se arañó el rostro y el cuello hasta hacerse sangrar. Permaneció junto a tu cuerpo como si esperara que te pusieras en pie de un momento a otro…Y luego… - Imoen tragó saliva, como doliera- Luego cambió…
“Ah”, pensó Liessel con amargura “tú también la amas”
- Cambió- continuó Imoen- su… su aura mutó, se invirtió. Su don se convirtió en una maldición. Resultaba imposible estar a su lado sin desear la muerte, y ella… ella fue consciente de aquello, se hizo llamar Tormento, se alejó de todos nosotros, la perdimos. Durante más de un año no pudimos encontrarla, fue como si estuviera muerta para el mundo. Muerta como tú… ¡y tú ya estabas de vuelta! – el veneno resonaba amargo en su voz- Tú estabas viva ¡y no tuviste los arrestos necesarios para ir a buscarla…!
Las palabras se clavaron en su pecho como dagas, cargadas de verdad. Apretó la barandilla frente a ella hasta que le dolieron las manos. La voz de Imoen estaba teñida de incomprensión. Por un momento, ninguna de las dos habló. El rumor del río volvió a cobrar protagonismo.
- Tienes que volver. - oyó entonces a su espalda. El veneno había desaparecido, sustituido por un ruego- Tienes que…
- No.
Las palabras brotaron de sus labios sin poder evitarlo. Lentamente se dio la vuelta, miró a la mujer a los ojos. No tenía dudas sobre aquello y su voz se tiñó de firmeza.
- No lo entiendes, Imoen.-repitió- No puedo volver, por Trisaga menos que por nadie. Sabes lo que soy, sabes lo que ocurrirá tarde o temprano. Y ella ya me perdió una vez. No dejaré que pase por lo mismo de nuevo, nunca. ¿Me entiendes? Jamás. Para ella debo seguir muerta. Para todos. ¿Cuánto crees que tardarían en descubrir lo que soy? ¿Y qué ocurriría entonces? Ya es suficiente cargar con lo que soy como para además traicionarles una vez más. No quiero que tengan que matarme…No me lo perdonaría jamás…
Esta vez fue Imoen quien apretó los puños.
- Pero…
Liessel sonrió, pero su sonrisa era triste, resignada, amarga. Se miró las manos.
- No existe otra forma, Mirlo. Yo estaba allí cuando Gregory Charles te describió con todo lujo de detalles las condiciones de mi regreso ¿Recuerdas? Sabes bien lo que significa. En el Apothecarium de Entrañas no hay lugar para la Luz ni para los poderes divinos. Entrañas es peste, y drogas, y desc…- las palabras se enredaron en su boca, fue incapaz de seguir al rememorar el dolor. Apretó los puños. Su voz empequeñeció- Estoy muerta para el mundo, muerta…
Los ojos de Imoen se endurecieron, pero aquello no pudo verlo. Apreció sin embargo el tono de acusación de su voz.
- ¿También para Zoë?
Liessel tembló un instante, por un momento pareció que iba a encogerse sobre sí misma, como si le hubieran herido con un puñal. Tenía la mirada perdida, como si realmente hubiera recibido un golpe. Como si no hicieran más que lloverle golpes…
- ¿Qué le ha ocurrido a Zorea?- inquirió con la voz quebrada.
Mirlo negó con la cabeza con el semblante serio.
- Zorea lloró tu muerte, como todos. Tu diario no dejó indiferente a nadie, de todos modos. Hace tiempo que no sé nada de ella- dijo, acercándose un paso- Pero no hablo de ella, hablo de Zoë. Zoë, no Zorea.
La miró sin entender: Solo había una Zoe, y esa era Zorea, con sus cabellos bermejos, la espina en su alma. Imoen se dio cuenta entonces de que la mujer que tenía enfrente era incapaz de hacer la conexión. No sabía que la niña vivía. Se acercó un paso más.
- Zoë, Zoë Uscci.- dijo- Tu hija.
El gesto de Liessel se endureció, su mirada se afiló.
- Mi diario os ha dado buen entretenimiento ¿eh?- espetó con desprecio- Dejad a los muertos en paz. Si has leído ese diario, sabes tan bien como yo que no tengo ninguna hija.
Escupió las palabras, la ira que despertaba aquello en ella era palpable, aunque no hubiera cambiado su postura, aunque solo fuera la mirada, aunque solo fuera una voz cargada de metales afilados. Ahí estaba, el familiar escudo contra las intromisiones no deseadas. Tan habitual… Tan Liessel… Imoen tomó aire, consciente de la importancia de la revelación que iba a hacer. Escogió con cuidado las palabras, y cuando tuvo más o menos claro como proceder, habló.
- Tu hija vive, -comenzó, y cuando Liessel la miró con furia no se detuvo- se hace llamar Averil Lumber y cualquiera que te conociera podría decir de quien es hija. Tiene tu rostro. Y los ojos de Dishmal. Y un carácter de mil demonios que no sabría a cual de los dos atribuir primero. Tú la viste, Loraine Auburn, tu conociste a la joven enviada del Kirin Tor ¿recuerdas su nombre? ¿Recuerdas su rostro?
- ¡Ya basta!- estalló Liessel, sus ojos ardían como hielo quemante. Se irguió en toda su estatura, su postura cambió, se volvió amenazadora. Irbis hacía acto de presencia. Imoen luchó por no retroceder y se mantuvo en su posición- ¡Ya basta, joder! ¡Ya basta de tantas fantasías que no hacen bien a nadie! ¿Tanto me odias? ¿Por qué me torturas? ¡Olvídate del puto diario! ¿Entiendes? ¡Olvida todo lo que leíste!
Lejos de amedrentarse, Imoen acusó más con el cuerpo, como si quisiera obligarla a escuchar.
- Precisamente por lo que leí, sé que lo digo es cierto.- insistió- Tu hija desapareció en la Ciénaga Negra, Brontos Algernon huyó para salvarla, y tu sabes bien…
- ¡Calla!- bramó Liessel, volviéndose violentamente hacia el acantilado.
Imoen la aferró por el hombro para obligarla a volverse, pero la mujer se deshizo de su presa con un violento gesto. Respiraba con pesadez, apretaba las manos entorno a la madera de la barandilla. Su cuerpo entero vibraba.
- Márchate…- rogó al fin, sin mirarla.- No me tortures más, márchate…
“Así que esto es ver a un alma torturada” debió pensar Imoen al ver quebrarse de ese modo a la que fuera la más fría de las asesinas, la maestra de espías. Respiró hondo, bajó la vista.
- La falla temporal de la Ciénaga Negra en la que murió Brontos se encuentra quince años atrás en el tiempo.- dijo con serenidad, sin tensiones, sin urgencias. No importaba que no quisiera escuchar. Tenía que saberlo- Al parecer, un matrimonio de colonos encontró a la niña, cabello de paja, ojos verdes.
Liessel no reaccionó. Permaneció inmóvil, aferrada a la barandilla, dándole la espalda.
- Como no tenían hijos, -continuó Imoen- adoptaron a la criatura. La llamaron Averil, Averil Lumber, aunque la llamaban cariñosamente Bellota.
Los hombros de la mujer se sacudieron levemente. Siguió hablando.
- Le encantan los animales, se le dan bien, y tiene el talento de su padre, pero eso ya lo sabes. La viste.- frunció el ceño, pensando qué más podría decir de aquella chiquilla, era importante no dejar de hablar- Siempre supo que los Lumber no eran sus padres, pero no fue hasta que empezó a soñar que descubrió de quien era hija en realidad.
Poco a poco, lentamente, Liessel se fue deslizando hacia el suelo, como si las rodillas no tuvieran fuerza para sostenerla. Acabó sentada en el suelo con el gesto de una muñeca desmadejada.
“No pares, sigue hablando”
- Al principio las cuentas no salían, hasta que habló con unos y con otros, con Zorea, y comprendieron el misterio de las fallas temporales. Tristán le permitió leer tu diario, lo custodia como una reliquia familiar. – suspiró- Cuando supo a que te dedicabas, se cortó el pelo como un muchacho y se dedicó a acechar por los rincones, pero Angeliss no le permite alejarse mucho de los estudios.
Definitivamente, los hombros de la mujer se sacudían levemente, rítmicamente… Ya no apretaba los puños, la tensión había desaparecido de su cuerpo, presa ahora de una debilidad insospechada. Y aunque no podía verla, sabía a ciencia cierta que estaba llorando, y riendo, bajito, en silencio. Guardó silencio.
El río recuperó su protagonismo.
Percibió la tensión, era casi palpable. Reconoció la ya familiar sensación del primer reconocimiento, la primera comprensión, el primer impacto. Al fin y al cabo, no le era desconocida. No pocos antiguos aliados se habían encontrado en la misma situación. Suspiró con amargura, le cedió los segundos que sabían que eran necesarios para asumir aquel descubrimiento. Diez latidos después se volvió, preparada para la mirada llena de odio y de acusaciones, pero el rostro de Imoen se le antojó inescrutable, aunque supiera el conflicto interior que albergaba. No pudo evitar sonreír: Mirlo había acudido a rostro descubierto, tan contrario a sus principios. Ya casi había olvidado sus rasgos.
El rumor del bosque menguó, como si esperara aquel momento. El cielo ya era fuego y plata.
Imoen habló por fin. También había olvidado su voz.
- Eres… tú.- dijo, y pudo detectar aquel matiz de duda, de incredulidad, y algo más que no quería identificar- Realmente eres tú.
Al principio se encogió levemente de hombros. Quería decirle “Eso parece, así están las cosas” pero sabía que aunque ella misma había tenido un año para asimilarlo (y sin demasiado éxito), evidentemente para su compañera de armas no era tan sencillo. No podía descartarlo como algo irrelevante. Hacía un año, posiblemente se había arrodillado antes su cadáver, tal vez incluso hubiera llorado su muerte, se hubiera mortificando pensando que no había estado allí cuando aquella espada le abrió el vientre. Y ahora, un año después, se encontraba con esta terrible realidad. Sí. Si había llegado hasta aquí, merecía una explicación. Pero ¿Qué decir?
- Cuando Jasmine pasó por aquí, supe que era solo cuestión de tiempo que llegaras hasta mí.- dijo al fin.- Y cuando hablaste con Charles… bueno, supongo que no necesitarás más aclaraciones técnicas.
Maldijo en su interior por el tono de amargura que tiñó su voz. No quería sonar así, no quería que lo entendiera como un reproche. Le hacía parecer débil. Además, la mirada de Imoen le turbaba, hasta ahora nadie la había mirado con acusación, con asco… Pudo imaginar muy claramente el conflicto interior de Mirlo: tiene su rostro, sus ojos, su voz. Parece tan viva…Y sin embargo está muerta, muerta, muerta.
- Estás viva…- dijo en cambio, y no constataba un milagro.
Aquellas palabras cobraron en sus labios un nuevo sentido. Cientos de nuevos significados. Tal vez, pese a todo, lo hubiera asumido. Tal vez, pese a todo, solo necesitara verlo con sus propios ojos.
- ¿Por qué no nos buscaste?- continuó la mujer de cabello oscuro, acusándola con la mirada, apretando los puños- ¿Por qué te escondiste aquí, lejos del mundo? ¿Por qué nos dejaste creyendo que estabas muerta y no ibas a volver? ¿Sabes lo que nos hiciste? ¿Lo que le hiciste a Trisaga?
Kess´an…
Trisaga, su valiente Lágrima de Plata, su Kess´an… En su corazón, había sentido la necesidad de encontrarla, de revelarle su secreto, de volver a mirarla a los ojos, sentir su bendición, su amor. Su corazón la necesitaba, y sin embargo había tenido que luchar contra él. Un puño helado le atenazó el pecho. Se volvió de nuevo hacia el acantilado para que Imoen no pudiera ver su rostro. A su espalda, la mujer interpretó el gesto como una negación de su culpa y tiñó sus palabras de veneno.
- Enloqueció, Liessel.- siguió.- Enloqueció de tal modo que se arañó el rostro y el cuello hasta hacerse sangrar. Permaneció junto a tu cuerpo como si esperara que te pusieras en pie de un momento a otro…Y luego… - Imoen tragó saliva, como doliera- Luego cambió…
“Ah”, pensó Liessel con amargura “tú también la amas”
- Cambió- continuó Imoen- su… su aura mutó, se invirtió. Su don se convirtió en una maldición. Resultaba imposible estar a su lado sin desear la muerte, y ella… ella fue consciente de aquello, se hizo llamar Tormento, se alejó de todos nosotros, la perdimos. Durante más de un año no pudimos encontrarla, fue como si estuviera muerta para el mundo. Muerta como tú… ¡y tú ya estabas de vuelta! – el veneno resonaba amargo en su voz- Tú estabas viva ¡y no tuviste los arrestos necesarios para ir a buscarla…!
Las palabras se clavaron en su pecho como dagas, cargadas de verdad. Apretó la barandilla frente a ella hasta que le dolieron las manos. La voz de Imoen estaba teñida de incomprensión. Por un momento, ninguna de las dos habló. El rumor del río volvió a cobrar protagonismo.
- Tienes que volver. - oyó entonces a su espalda. El veneno había desaparecido, sustituido por un ruego- Tienes que…
- No.
Las palabras brotaron de sus labios sin poder evitarlo. Lentamente se dio la vuelta, miró a la mujer a los ojos. No tenía dudas sobre aquello y su voz se tiñó de firmeza.
- No lo entiendes, Imoen.-repitió- No puedo volver, por Trisaga menos que por nadie. Sabes lo que soy, sabes lo que ocurrirá tarde o temprano. Y ella ya me perdió una vez. No dejaré que pase por lo mismo de nuevo, nunca. ¿Me entiendes? Jamás. Para ella debo seguir muerta. Para todos. ¿Cuánto crees que tardarían en descubrir lo que soy? ¿Y qué ocurriría entonces? Ya es suficiente cargar con lo que soy como para además traicionarles una vez más. No quiero que tengan que matarme…No me lo perdonaría jamás…
Esta vez fue Imoen quien apretó los puños.
- Pero…
Liessel sonrió, pero su sonrisa era triste, resignada, amarga. Se miró las manos.
- No existe otra forma, Mirlo. Yo estaba allí cuando Gregory Charles te describió con todo lujo de detalles las condiciones de mi regreso ¿Recuerdas? Sabes bien lo que significa. En el Apothecarium de Entrañas no hay lugar para la Luz ni para los poderes divinos. Entrañas es peste, y drogas, y desc…- las palabras se enredaron en su boca, fue incapaz de seguir al rememorar el dolor. Apretó los puños. Su voz empequeñeció- Estoy muerta para el mundo, muerta…
Los ojos de Imoen se endurecieron, pero aquello no pudo verlo. Apreció sin embargo el tono de acusación de su voz.
- ¿También para Zoë?
Liessel tembló un instante, por un momento pareció que iba a encogerse sobre sí misma, como si le hubieran herido con un puñal. Tenía la mirada perdida, como si realmente hubiera recibido un golpe. Como si no hicieran más que lloverle golpes…
- ¿Qué le ha ocurrido a Zorea?- inquirió con la voz quebrada.
Mirlo negó con la cabeza con el semblante serio.
- Zorea lloró tu muerte, como todos. Tu diario no dejó indiferente a nadie, de todos modos. Hace tiempo que no sé nada de ella- dijo, acercándose un paso- Pero no hablo de ella, hablo de Zoë. Zoë, no Zorea.
La miró sin entender: Solo había una Zoe, y esa era Zorea, con sus cabellos bermejos, la espina en su alma. Imoen se dio cuenta entonces de que la mujer que tenía enfrente era incapaz de hacer la conexión. No sabía que la niña vivía. Se acercó un paso más.
- Zoë, Zoë Uscci.- dijo- Tu hija.
El gesto de Liessel se endureció, su mirada se afiló.
- Mi diario os ha dado buen entretenimiento ¿eh?- espetó con desprecio- Dejad a los muertos en paz. Si has leído ese diario, sabes tan bien como yo que no tengo ninguna hija.
Escupió las palabras, la ira que despertaba aquello en ella era palpable, aunque no hubiera cambiado su postura, aunque solo fuera la mirada, aunque solo fuera una voz cargada de metales afilados. Ahí estaba, el familiar escudo contra las intromisiones no deseadas. Tan habitual… Tan Liessel… Imoen tomó aire, consciente de la importancia de la revelación que iba a hacer. Escogió con cuidado las palabras, y cuando tuvo más o menos claro como proceder, habló.
- Tu hija vive, -comenzó, y cuando Liessel la miró con furia no se detuvo- se hace llamar Averil Lumber y cualquiera que te conociera podría decir de quien es hija. Tiene tu rostro. Y los ojos de Dishmal. Y un carácter de mil demonios que no sabría a cual de los dos atribuir primero. Tú la viste, Loraine Auburn, tu conociste a la joven enviada del Kirin Tor ¿recuerdas su nombre? ¿Recuerdas su rostro?
- ¡Ya basta!- estalló Liessel, sus ojos ardían como hielo quemante. Se irguió en toda su estatura, su postura cambió, se volvió amenazadora. Irbis hacía acto de presencia. Imoen luchó por no retroceder y se mantuvo en su posición- ¡Ya basta, joder! ¡Ya basta de tantas fantasías que no hacen bien a nadie! ¿Tanto me odias? ¿Por qué me torturas? ¡Olvídate del puto diario! ¿Entiendes? ¡Olvida todo lo que leíste!
Lejos de amedrentarse, Imoen acusó más con el cuerpo, como si quisiera obligarla a escuchar.
- Precisamente por lo que leí, sé que lo digo es cierto.- insistió- Tu hija desapareció en la Ciénaga Negra, Brontos Algernon huyó para salvarla, y tu sabes bien…
- ¡Calla!- bramó Liessel, volviéndose violentamente hacia el acantilado.
Imoen la aferró por el hombro para obligarla a volverse, pero la mujer se deshizo de su presa con un violento gesto. Respiraba con pesadez, apretaba las manos entorno a la madera de la barandilla. Su cuerpo entero vibraba.
- Márchate…- rogó al fin, sin mirarla.- No me tortures más, márchate…
“Así que esto es ver a un alma torturada” debió pensar Imoen al ver quebrarse de ese modo a la que fuera la más fría de las asesinas, la maestra de espías. Respiró hondo, bajó la vista.
- La falla temporal de la Ciénaga Negra en la que murió Brontos se encuentra quince años atrás en el tiempo.- dijo con serenidad, sin tensiones, sin urgencias. No importaba que no quisiera escuchar. Tenía que saberlo- Al parecer, un matrimonio de colonos encontró a la niña, cabello de paja, ojos verdes.
Liessel no reaccionó. Permaneció inmóvil, aferrada a la barandilla, dándole la espalda.
- Como no tenían hijos, -continuó Imoen- adoptaron a la criatura. La llamaron Averil, Averil Lumber, aunque la llamaban cariñosamente Bellota.
Los hombros de la mujer se sacudieron levemente. Siguió hablando.
- Le encantan los animales, se le dan bien, y tiene el talento de su padre, pero eso ya lo sabes. La viste.- frunció el ceño, pensando qué más podría decir de aquella chiquilla, era importante no dejar de hablar- Siempre supo que los Lumber no eran sus padres, pero no fue hasta que empezó a soñar que descubrió de quien era hija en realidad.
Poco a poco, lentamente, Liessel se fue deslizando hacia el suelo, como si las rodillas no tuvieran fuerza para sostenerla. Acabó sentada en el suelo con el gesto de una muñeca desmadejada.
“No pares, sigue hablando”
- Al principio las cuentas no salían, hasta que habló con unos y con otros, con Zorea, y comprendieron el misterio de las fallas temporales. Tristán le permitió leer tu diario, lo custodia como una reliquia familiar. – suspiró- Cuando supo a que te dedicabas, se cortó el pelo como un muchacho y se dedicó a acechar por los rincones, pero Angeliss no le permite alejarse mucho de los estudios.
Definitivamente, los hombros de la mujer se sacudían levemente, rítmicamente… Ya no apretaba los puños, la tensión había desaparecido de su cuerpo, presa ahora de una debilidad insospechada. Y aunque no podía verla, sabía a ciencia cierta que estaba llorando, y riendo, bajito, en silencio. Guardó silencio.
El río recuperó su protagonismo.
Asuntos Pendientes XXI
Por Liessel
El sol se ponía entre las copas de los árboles y, poco a poco, la frescura de la noche iba ganando terreno en el bosque, aunque todavía se apreciara claridad en el cielo teñido ya de malvas y ocres, y naranjas ardientes. El rumor del río fluía como una secreta melodía, adornado por el grito de los pinzones, y la misteriosa sinfonía del bosque lo llenaba todo. Respiró hondo, dejando que el aire helado penetrara en sus pulmones, apreciando cada matiz de madera, resina, pino y tierra mojada, y posó las manos sobre la barandilla que la separaba del acantilado. A sus pies, muchos metros por debajo, el río se deslizaba como una fantasmagórica serpiente de plata, salpicado de salmones, aceptando en sus riveras a algún que otro oso hambriento de pescado.
Suspiró, solo esperaba que no fuera la última vez que pudiera contemplar el bosque y respirar sus aromas. Aquel paisaje le inspiraba paz, una paz que no había conocido hasta que cruzara el mar y se estableciera en el norte. Allí no había intrigas, ni oscuras misiones, solo la quietud del bosque, el rumor del río, el olor de la caza. El trabajo honrado, la paz de espíritu. Sin embargo, aquella paz era transitoria, lo sabía. Apretó la barandilla con las manos hasta que emblanquecieron los nudillos. Ahora sabía sin lugar a dudas que aquel idilio con el bosque tendría un final. Solo existía una pregunta ¿Cuando?
Y después, cuando todo terminara, el futuro se desdibujaba hasta convertirse en un misterio imposible de resolver. Imposible anticipar lo que ocurriría porque ni siquiera sabía si sería ella misma cuando llegara el momento. Como siempre, el sueño de aquella noche la había hecho despertar cubierta en sudor, y Brom la había abrazado hasta que había dejado de debatirse, pero la inquietud no le había permitido volver a conciliar el sueño.
Se estremeció. Como siempre, el sueño la había llevado a Entrañas…
Está agazapada detrás de un grupo de cajas apiladas junto a la pared. Siente la tensión de su cuerpo, esa sensación de peligro que siempre la embarga en las incursiones, esa que le hace sentir tan viva… Las manos cerradas entorno a la empuñadura de las dagas, el brillo verdoso de sus filos envenenados. En la guarda de una de ellas, el resorte de la pólvora. El olor a cuero de sus ropas, la capucha haciendo que el cabello le cosquillee en la nuca. Desde donde está puede ver a Mirlo, agazapada entre dos columnas, una sombra entre las sombras, solo perceptible para quien sepa que está allí. Y puede sentir la presencia de Lobo en su retaguardia, silencioso como la bestia de la que toma el nombre. En algún lugar por encima de sus cabezas, encaramada cual gárgola, la silueta oscura de Sierpe vigila desde las alturas. Una señal, avanzan. En silencio siempre, en más absoluto sigilo, buscando las acogedoras sombras, los rincones poco visibles. La ciudad se mantiene en silencio, nadie ha dado la alarma, pero también supone un problema: si no hay sonidos ambientes, ellos tienen que andar con el doble de tiento, ser todavía más silenciosos que de costumbre; un paso en falso o una respiración demasiado pesada podrían dar al traste con toda la operación.
Unos pasos resuenan en la galería. De nuevo se congelan en la oscuridad, negro sobre negro. Los pasos se acercan, pasan cerca de su escondite, siguen caminando, se alejan. Al cabo de unos segundos, su eco se disipa en la enorme caverna que aloja la ciudad renegada. El objetivo está cerca, apenas unos giros más en el laberinto que es Entrañas. De algún modo, conoce el camino, cada esquina, cada recodo, cada puerta que hay que atravesar. Es como si de algún modo, algo tirara de ella hacia el interior, más y más profundo en las sombras de la ciudad. También es como si algo en su mente tirara de ella en dirección contraria, hacia el exterior, lejos de esa ciudad de pesadilla. No quiere avanzar, quiere volver sobre sus pasos, regresar al aire libre, lejos del aire pútrido de Entrañas, pero su cuerpo avanza contra su voluntad, como si ella fuera una mera espectadora y su cuerpo fuera solo una marioneta. Siente la presencia de sus compañeros moviéndose cerca, siempre cerca, guardándose los flancos entre ellos, vigilantes, cuidadosos... Leales.
Aquí.
Uno a uno, entran en el estrecho corredor. No hay lugar donde esconderse, solo pueden rezar para que nadie se cruce en su camino y de la voz de alarma. Avanzan con mucho cuidado, no aparece nadie. Pero algo no anda bien, hay demasiado silencio, demasiado vacío en la, por lo general, atestada Entrañas. Ni siquiera hay guardias en la puerta que hay al otro lado del patio que les espera al final del corredor. Todos sus sentidos le alertan, le gritan.
“Es una emboscad” le dicen,”márchate ¡Largo!” pero no se vuelve hacia sus compañeros, no les hace la señal convenida para la retirada. Avanza, solo avanza, y tras ella avanzan también los compañeros que han depositado su confianza en ella.
Al llegar al patio, alza la mano.
“Deteneos”, quiere decir”A partir de aquí sigo sola”. Tras ella, el resto del comando comprende y se funde con las sombras, expectante. Ella avanza, cautelosa, conservando siempre una posición que le permita atacar con facilidad. O huir con facilidad. Rodillas flexionadas, las manos cerca de las dagas, la capucha echada sobre el rostro pero sin impedirle la visión. El patio está despejado, no es muy amplio, pero su techo se alza de pronto en una cúpula cuyo final no puede ver.
“Huye” dicen sus sentidos, la experiencia acumulada tras más de una década corriendo con las sombras, pero su cuerpo no le pertenece, solo avanza, cruza el patio, pone la mano en el pomo de la puerta “¡No abras!”
La puerta se abre, dentro está oscuro, no puede ver. Quiere salir corriendo, pero atraviesa el umbral, la puerta se cierra tras ella.
No ve nada, pero puede olerles. Puede oírles. Cerrando los ojos, toma aire y desenfunda las armas. En sus manos, las dagas comienzan su danza salvaje, no tiene que pensar, su cuerpo reacciona solo. Sin embargo tiene que buscar a cada enemigo, aunque los siente cerca, muy cerca. Tiene que avanzar un paso más, siempre, tiene que buscarlos.
Tiene que buscarlos…
Con la respiración agitada, con el corazón martilleándole en el pecho, se detiene, poco a poco baja las armas, descansa ambos brazos contra su costado. Agacha el rostro, cierra los ojos, intenta calmar el latido desbocado de su corazón. Un latido, dos, tres.
Alza el rostro perlado de sudor. En algún lugar, alguien ha encendido una luz.
Cuatro latidos, cinco, seis.
Nadie ataca.
Abre los ojos.
Los muertos la miran con sus ojos vacíos y sin vida. Todos se mantienen a un paso de distancia. Sus mandíbulas descarnadas parecen sonreír.
“Bienvenida a casa”
Y entonces despertó
Se estremeció.
El mismo sueño una y otra vez. Realmente no parecía dejar mucho lugar a dudas sobre el futuro más inmediato. La incógnita se encontraba un poco más adelante, cuando la encontraran, cuando descubrieran quien era, cuando por fin alguien decidiera a tomar medidas.
Sin duda, ese día llegaría. Por ahora solo quería respirar la quietud del bosque mientras pudiera. Pero no quedaba tiempo.
Los pasos sonaron a su espalda. No tuvo que volverse, no hacía falta, sabía quien era.
Su primera prueba.
- Hola, “chico”.- dijo Liessel sin apartar la vista del acantilado- te estaba esperando.
El sol se ponía entre las copas de los árboles y, poco a poco, la frescura de la noche iba ganando terreno en el bosque, aunque todavía se apreciara claridad en el cielo teñido ya de malvas y ocres, y naranjas ardientes. El rumor del río fluía como una secreta melodía, adornado por el grito de los pinzones, y la misteriosa sinfonía del bosque lo llenaba todo. Respiró hondo, dejando que el aire helado penetrara en sus pulmones, apreciando cada matiz de madera, resina, pino y tierra mojada, y posó las manos sobre la barandilla que la separaba del acantilado. A sus pies, muchos metros por debajo, el río se deslizaba como una fantasmagórica serpiente de plata, salpicado de salmones, aceptando en sus riveras a algún que otro oso hambriento de pescado.
Suspiró, solo esperaba que no fuera la última vez que pudiera contemplar el bosque y respirar sus aromas. Aquel paisaje le inspiraba paz, una paz que no había conocido hasta que cruzara el mar y se estableciera en el norte. Allí no había intrigas, ni oscuras misiones, solo la quietud del bosque, el rumor del río, el olor de la caza. El trabajo honrado, la paz de espíritu. Sin embargo, aquella paz era transitoria, lo sabía. Apretó la barandilla con las manos hasta que emblanquecieron los nudillos. Ahora sabía sin lugar a dudas que aquel idilio con el bosque tendría un final. Solo existía una pregunta ¿Cuando?
Y después, cuando todo terminara, el futuro se desdibujaba hasta convertirse en un misterio imposible de resolver. Imposible anticipar lo que ocurriría porque ni siquiera sabía si sería ella misma cuando llegara el momento. Como siempre, el sueño de aquella noche la había hecho despertar cubierta en sudor, y Brom la había abrazado hasta que había dejado de debatirse, pero la inquietud no le había permitido volver a conciliar el sueño.
Se estremeció. Como siempre, el sueño la había llevado a Entrañas…
Está agazapada detrás de un grupo de cajas apiladas junto a la pared. Siente la tensión de su cuerpo, esa sensación de peligro que siempre la embarga en las incursiones, esa que le hace sentir tan viva… Las manos cerradas entorno a la empuñadura de las dagas, el brillo verdoso de sus filos envenenados. En la guarda de una de ellas, el resorte de la pólvora. El olor a cuero de sus ropas, la capucha haciendo que el cabello le cosquillee en la nuca. Desde donde está puede ver a Mirlo, agazapada entre dos columnas, una sombra entre las sombras, solo perceptible para quien sepa que está allí. Y puede sentir la presencia de Lobo en su retaguardia, silencioso como la bestia de la que toma el nombre. En algún lugar por encima de sus cabezas, encaramada cual gárgola, la silueta oscura de Sierpe vigila desde las alturas. Una señal, avanzan. En silencio siempre, en más absoluto sigilo, buscando las acogedoras sombras, los rincones poco visibles. La ciudad se mantiene en silencio, nadie ha dado la alarma, pero también supone un problema: si no hay sonidos ambientes, ellos tienen que andar con el doble de tiento, ser todavía más silenciosos que de costumbre; un paso en falso o una respiración demasiado pesada podrían dar al traste con toda la operación.
Unos pasos resuenan en la galería. De nuevo se congelan en la oscuridad, negro sobre negro. Los pasos se acercan, pasan cerca de su escondite, siguen caminando, se alejan. Al cabo de unos segundos, su eco se disipa en la enorme caverna que aloja la ciudad renegada. El objetivo está cerca, apenas unos giros más en el laberinto que es Entrañas. De algún modo, conoce el camino, cada esquina, cada recodo, cada puerta que hay que atravesar. Es como si de algún modo, algo tirara de ella hacia el interior, más y más profundo en las sombras de la ciudad. También es como si algo en su mente tirara de ella en dirección contraria, hacia el exterior, lejos de esa ciudad de pesadilla. No quiere avanzar, quiere volver sobre sus pasos, regresar al aire libre, lejos del aire pútrido de Entrañas, pero su cuerpo avanza contra su voluntad, como si ella fuera una mera espectadora y su cuerpo fuera solo una marioneta. Siente la presencia de sus compañeros moviéndose cerca, siempre cerca, guardándose los flancos entre ellos, vigilantes, cuidadosos... Leales.
Aquí.
Uno a uno, entran en el estrecho corredor. No hay lugar donde esconderse, solo pueden rezar para que nadie se cruce en su camino y de la voz de alarma. Avanzan con mucho cuidado, no aparece nadie. Pero algo no anda bien, hay demasiado silencio, demasiado vacío en la, por lo general, atestada Entrañas. Ni siquiera hay guardias en la puerta que hay al otro lado del patio que les espera al final del corredor. Todos sus sentidos le alertan, le gritan.
“Es una emboscad” le dicen,”márchate ¡Largo!” pero no se vuelve hacia sus compañeros, no les hace la señal convenida para la retirada. Avanza, solo avanza, y tras ella avanzan también los compañeros que han depositado su confianza en ella.
Al llegar al patio, alza la mano.
“Deteneos”, quiere decir”A partir de aquí sigo sola”. Tras ella, el resto del comando comprende y se funde con las sombras, expectante. Ella avanza, cautelosa, conservando siempre una posición que le permita atacar con facilidad. O huir con facilidad. Rodillas flexionadas, las manos cerca de las dagas, la capucha echada sobre el rostro pero sin impedirle la visión. El patio está despejado, no es muy amplio, pero su techo se alza de pronto en una cúpula cuyo final no puede ver.
“Huye” dicen sus sentidos, la experiencia acumulada tras más de una década corriendo con las sombras, pero su cuerpo no le pertenece, solo avanza, cruza el patio, pone la mano en el pomo de la puerta “¡No abras!”
La puerta se abre, dentro está oscuro, no puede ver. Quiere salir corriendo, pero atraviesa el umbral, la puerta se cierra tras ella.
No ve nada, pero puede olerles. Puede oírles. Cerrando los ojos, toma aire y desenfunda las armas. En sus manos, las dagas comienzan su danza salvaje, no tiene que pensar, su cuerpo reacciona solo. Sin embargo tiene que buscar a cada enemigo, aunque los siente cerca, muy cerca. Tiene que avanzar un paso más, siempre, tiene que buscarlos.
Tiene que buscarlos…
Con la respiración agitada, con el corazón martilleándole en el pecho, se detiene, poco a poco baja las armas, descansa ambos brazos contra su costado. Agacha el rostro, cierra los ojos, intenta calmar el latido desbocado de su corazón. Un latido, dos, tres.
Alza el rostro perlado de sudor. En algún lugar, alguien ha encendido una luz.
Cuatro latidos, cinco, seis.
Nadie ataca.
Abre los ojos.
Los muertos la miran con sus ojos vacíos y sin vida. Todos se mantienen a un paso de distancia. Sus mandíbulas descarnadas parecen sonreír.
“Bienvenida a casa”
Y entonces despertó
Se estremeció.
El mismo sueño una y otra vez. Realmente no parecía dejar mucho lugar a dudas sobre el futuro más inmediato. La incógnita se encontraba un poco más adelante, cuando la encontraran, cuando descubrieran quien era, cuando por fin alguien decidiera a tomar medidas.
Sin duda, ese día llegaría. Por ahora solo quería respirar la quietud del bosque mientras pudiera. Pero no quedaba tiempo.
Los pasos sonaron a su espalda. No tuvo que volverse, no hacía falta, sabía quien era.
Su primera prueba.
- Hola, “chico”.- dijo Liessel sin apartar la vista del acantilado- te estaba esperando.
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