Abandoné aquella tierra maldita lo más rápido que pude, jurando no volver jamás. Uno de los hipogrifos de Jarrodenus me llevó velozmente desde Punta Talrendis hasta Theramore. Una vez allí, me dirigí a la posada y, una vez allí, a la habitación que me indicaron, donde caí en un sueño intranquilo y plagado de pesadillas. Desperté al anochecer y bajé a la planta principal a cenar algo. La posada estaba casi en penumbra, más de lo habitual. Me recordó a algo, casi parecía como si…
Entonces la vi. Una joven draenei se sentaba frente al fuego y hablaba con una voz melodiosa y penetrante. ¡Una Cuentacuentos! Con sus palabras desgranaba historias del ayer, leyendas de amor y de sufrimiento. Una tras otra, las historias se sucedieron, hasta que de pronto calló. Los comentarios en voz baja no se hicieron esperar y la muchacha preguntó si había alguna petición especial. Tras unos segundos, y con una voz algo estridente que delataba su edad, un muchacho recién entrado en la pubertad y cuya armadura parecía demasiado grande para él, solicitó la historia del Fantasma de Desesperanza. Un ominoso silencio se extendió por el salón y duras miradas se clavaron en el muchacho que, rápidamente, se sentó hundiendo la cabeza, roja como una manzana lustrosa, entre los hombros. La draenei pareció sopesar por unos momentos la petición y, encongiéndose ligeramente de hombros, comenzó el relato.
La historia me era totalmente desconocida y, sentada en la escalera, escuché a medias, sumida en mis pensamientos.
…había una figura. Parecía envuelta en una túnica blanca, como un sudario roto y desgarrado, y tenía la larga cabellera blanca pegada a los hombros… |
Levanté la mirada como sacudida por una descarga eléctrica y miré a la draenei con los ojos desorbitados. ¿Qué historia estaba contando aquella criatura?
…unas inmensas alas intangibles, hechas de dolor, de pena y de desconsuelo… |
¡Por la Luz! No podía creerlo. No podía ser sino la criatura que yo había visto en Azshara. Pero era imposible. ¿O tal vez no?
Al acabar la historia, la audiencia se disolvió en cuestión de minutos. Era tarde y el posadero se aprestó a cerrar el local por esa noche. Me acerqué a la draenei, que contaba con cuidado la, a mi parecer, exigua recaudación de esa noche. Su cara apenas delataba la desilusión por el poco agradecimiento de los parroquianos. Al ponerle la mano en el hombro se giró con fluidez y no pudo evitar dar un respingo al verme la cara. Aún así, cuando le ofrecí algunas monedas a cambio de información, no dudó en decirme lo que precisaba saber, aparte de algunos detalles que yo no había solicitado. Antes de que me diera cuenta, se había esfumado.